«Si pudiera volver atrás y me dieran a elegir entre estar o no preso, no lo dudaría, porque aquí encontré a Cristo», afirma Raúl Oreste, ex banquero argentino condenado a 9 años de prisión por un delito contra la salud pública. Primero estuvo en Soto del Real y ahora en Aranjuez (España). Las rejas lo limitaron físicamente, pero encontró en su corazón la libertad de los Hijos de Dios. Los «culpables» han sido un grupo de carismáticos que visitan las cárceles llevando la alabanza y la alegría de Dios vivo y resucitado. Raúl oyó el canto «Cristo rompe las cadenas y nos da la libertad», y decidió entrar atraído por aquella música que lo interpelaba. «Estaban cantando, te invitaban a dar el testimonio, comencé a hablar, a pedir perdón, reconocí mis errores y en ese instante sentí el Espíritu Santo», señala Raúl, conmovido aún por el recuerdo de aquél momento. «Ahora el Evangelio es mi hermano y la Palabra de Cristo resuena fuerte en mi Corazón. Doy palabras de aliento, evangelizo a mis compañeros de celda, atiendo a sus dudas sobre la fe», indica efusivamente. Un día se encontró con el arzobispo de Madrid, el cardenal Antonio María Rouco Varela, cuando este celebró una Eucaristía en Soto del Real, y desde entonces mantienen una amistad por carta y personal cuando Raúl sale de permiso.
El argentino de cabello blanco mueve las manos intentando dar cauce a toda esa energía de quien se ha encontrado por la presencia del Resucitado: «Cristo me ilumina, pero esa luz no llega sola, me fue regalada del cielo, esa luz fue producto de los sufrimientos, llantos, desencuentros, peleas de patio, no poder comunicarme con mi interior», manifiesta con énfasis, «hasta que un día, como cabalgando en mis lágrimas, vi a Cristo, lo sentí, percibí su misericordia y vino, y no vi al Dios de la barba blanca ni ángeles con alas, ni escuché la voz de trueno. Simplemente, en un grito desesperado y en las cataratas de lágrimas, estaba el Señor, el Padre de amor, y ahí encontré un segundo nacimiento. Como un niño que va al encuentro de su madre abrí las puertas de mi alma».
Hoy Raúl es feliz, pero la plenitud que hoy llena su ser fue precedida por una etapa de tinieblas después de que un cáncer arrebatara de su lado a su esposa. Comenzó una vida de libertinaje. «No pude asumir la pérdida de mi amor profundo. Iba en busca de amor y encontraba tormento», cuenta. Una vez en España la policía lo detuvo en un hotel de Madrid cuando estaba de tránsito hacia Formentera, donde poseía un café-concert, una inmobiliaria y una galería de arte. «No importa si era culpable o inocente, ése fue el comienzo del pandemónium que llaman cárcel», explica. Lo condenaron por 9 años de los cuales ha cumplido ya 4. Pero ahora se plantea dar un salto más en su fe: seguir a Dios a través de la vida sacerdotal. «Si accedo al sacerdocio estaré logrando ayudar al prójimo. Lo que más quiero es pastorear, estoy intensificando mis estudios de Teología», asegura.
Sobre el giro que dio su vida, añade que «los caminos de Dios son inescrutables y marcan la vida del hombre; si uno logra transitarlos encuentra hasta el mismísimo amor». Raúl Oreste es también un escritor prolífico de poesías, cuentos y hasta de un libro que está por publicar con su testimonio de conversión. También participa activamente en la revista «El límite», que los propios presos elaboran gracias a que cuentan con ordenador, impresora y el material necesario. «El preso no está totalmente perdido, puede recuperarse», señala reflexivo. «Lo que le pediría a los grupos de la Iglesia que visitan las cárceles y a las Organizaciones No Gubernamentales es que podrían hacer más por los presos, especialmente paliar la soledad que se encuentran cuando salen. Dejas la última puerta y estás sólo, no tienes a nadie», se lamenta. «No hace falta decir que hay que desarrollar instrumentos para incorporar laboralmente a los presos y así no tengan que delinquir», declara.
Raúl pide a todos los cristianos oración por los presos pidiendo: Señor, ten misericordia de nosotros. También quiere que se rece por las víctimas, los funcionarios de las prisiones y por los familiares de los presos.
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