viernes, 7 de septiembre de 2007
Asómbrate / Autor: P. Jesús Higueras
Estaba él a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba sobre él para oír la Palabra de Dios, cuando vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas, y lavaban las redes. Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: "Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar." Simón le respondió: "Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes." Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse. Hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían. Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: "Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador."
Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado. Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: "No temas. Desde ahora serás pescador de hombres." Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron.
(Lc 5, 1-11)
El otro día me regalaron un libro con un título que en principio podría parecer irreverente, un libro de José María Rueda: “¿Cómo eres Dios?, ¡Dios, cómo eres!”. Pero ese titulo expresa muy bien el asombro del descubrimiento del modo de ser de Dios. Asombro aparece en el apóstol Pedro, después de haber visto cómo el Señor le manda echar la red y la saca llena hasta arriba, se tira a sus pies exclamando: “Apártate de mí, que soy un pecador” y todos se quedaban asombrados.
Estamos tan “acostumbrados” a Dios... Desde pequeños hemos visto cuadros, crucifijos, un arte magnífico, una cultura religiosa, que ha formado parte tanto de nuestra historia como de nuestra identidad. Esto es bueno y es positivo, pero hemos perdido tal vez la capacidad de asombrarnos ante la experiencia de Dios. El evangelio, lo que nos plantea a muchos creyentes es un reto, el reto de recuperar nuestra capacidad de asombro. Esa frase que hoy en día dice tanta gente: “qué alucine”. Qué alucinante ha sido, ver una película buena, que alucinante ha sido la primera vez que le he dicho a una persona que la quería, que alucinante y que maravillosa ha sido la experiencia de la primera vez que he visto el rostro de mi hijo, o cuando el medico me ha anunciado la sanación de una persona muy querida, porque el ser humano sigue teniendo una capacidad muy grande para asombrarse, para asombrarse de la belleza, para asombrarse de la ternura, para asombrarse de tantas cosas que no somos conscientes que están dentro de nosotros y que sin embargo forman parte de nuestro tesoro personal.
Deberíamos preguntarnos si Dios es capaz de asombrarnos, o si por el contrario se nos ha metido ya en nuestra práctica religiosa, en nuestro modo de vivir el evangelio tal rutina, tal acostumbramiento que todo nos parece igual. Siempre son los mismos sermones, siempre son las mismas cosas las que nos dicen los curas, siempre cabe esperar lo mismo de las personas creyentes. Sin embargo para el creyente que ha tenido un encuentro con Cristo y que ha sabido hacer una lectura profunda de la intervención de Dios en su vida, no debería de dejar cada día de abrir la boca y decir: Dios mío, ¡cómo eres!, ¡cómo te portas conmigo!, ¿porqué tienes tanto interés en mí?, porque si no, es muy posible que terminemos como tantas veces se nos ha reprochado desde ámbitos no creyentes, con una fe aburrida,
Podríamos recuperar nuestra capacidad de asombro ante Dios, si fuéramos capaces de recuperar nuestra posibilidad de ser orantes, de sacar un rato cada día para charlar con Él, para escucharle, para contarle, para dejarnos llenar, para cargar las pilas espirituales.
Señor, que yo siempre me asombre ante tus cosas, que no te trate como a uno más, sino que sea siempre alguien especial, que yo tenga ojos para ver y para comprender que todo lo que haces siempre, y especialmente aquello que es menos llamativo y menos conocido es algo espectacular. Espectacular. Lo menos importante es a veces lo más bello si está tu mano encima de ello.
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