viernes, 14 de septiembre de 2007
El empuje hacia abajo / Autor: Henri Nouwen
La compasión de Jesús se caracteriza por un empuje hacia abajo. Esto es lo que nos molesta. Nosotros no podemos ni pensar en nosotros mismos sino en términos de empuje hacia arriba, de movilidad ascendente en que luchamos por vidas mejores, salarios más altos y posiciones más prestigiosas. Por tanto, nos molesta profundamente un Dios que encarna un movimiento hacia abajo. En vez de luchar por una posición más elevada, por más poder y más influencia, Jesús va – como dice Karl Barth – de "las alturas a la profundidad, de la victoria a la derrota, de las riquezas a la pobreza, del triunfo al sufrimiento, de la vida a la muerte”. Toda la vida y misión de Jesús implica la aceptación de la impotencia y la revelación en esa impotencia del ilimitado amor de Dios.
Aquí vemos lo que significa compasión. No significa inclinarse hacia los desprivilegiados desde una posición privilegiada; no es un abrirse desde arriba a los desafortunados de abajo; no es un gesto de simpatía o piedad hacia quienes no han tenido éxito en el empuje hacia arriba. Por el contrario, la compasión significa ir directamente a las gentes y lugares en que el sufrimiento es más agudo, y construir allí un hogar. La compasión de Dios es total, absoluta, incondicional, sin reserva. Es la compasión de quien sigue yendo a los más olvidados rincones del mundo y que no puede descansar mientras sabe que hay seres humanos con lágrimas en sus ojos. Es la compasión de un Dios que no sólo se comporta como siervo, sino cuya servidumbre es una expresión directa de su divinidad.
El himno a Cristo (Fil. 2) nos hace ver que Dios revela su amor divino en su venida a nosotros como siervos. El gran misterio de la compasión de Dios consiste en que esta compasión, en su entrar con nosotros en la condición de esclavos, se nos autorrevela como Dios. Este gesto de hacerse siervo no es excepcional en su ser Dios. Su despojamiento y su humillaci6n no son un desvío de su verdadera naturaleza. Su llegar a ser como nosotros y su muerte sobre la cruz no constituyen interrupciones temporales de su propia existencia divina. Por el contrario, en Cristo despojado y humillado encontramos a Dios, vemos quién es realmente Dios, llegamos a conocer su verdadera divinidad. Precisamente porque Dios es Dios, puede revelar su divinidad en forma de siervo. Como dice Karl Barth: “Dios no toma como un deshonor el hecho de marchar a un lugar lejano y ocultar su gloria. Él se honra verdaderamente en su encubrimiento. Este encubrimiento y la consiguiente acomodación a nosotros son la imagen y la reflexión en que lo vemos como Él es." En su servidumbre, Dios no queda desfigurado, no asume algo que le resulte ajeno, no actúa contra o al margen de su ser divino. Al contrario, precisamente en esa servidumbre Dios elige revelársenos a si mismo como Dios. Por esto, podemos decir que el empuje hacia abajo, tal como lo vemos en Jesucristo, no es un movimiento con el que Dios se aleja de sí, sino un movimiento hacia sí mismo tal como Él es realmente: un Dios para nosotros, que vino a servir y no a ser servido. Esto implica muy específicamente que Dios no quiere ser conocido sino a través de la servidumbre y que, entonces, la servidumbre es la autorrevelación de Dios.
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