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jueves, 13 de septiembre de 2007

Conocer la voluntad de Dios es "hacerte disponible" / Autor: Jean Lafrance


El orante tiene por misión estar en pie delante de Dios, en su presencia. Subyacente a este ponerse en presencia de Dios, existe la convicción de que Dios conoce el corazón del hombre: "Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía". Conocer a Dios o ser conocido por él, es ponerse en relación con El, ser introducido a su intimidad, experimentar su presencia, participar de su vida.

Dios está cerca de ti y te ve. Dios está atento a tu oración, escucha, oye, está cerca, acoge, te da audiencia. "Pues Yahvé ha oído la voz de mis sollozos. Yahvé ha oído mi súplica. Yahvé acoge mi oración" (Salmo 6)

Dios no es tan sólo un oyente pasivo que registra tus peticiones, él te contesta y entabla un diálogo contigo: "Yo te llamo, que tú, oh Dios me respondes" (Salmo 17) "Mi corazón tu sondeas, de noche me visitas" (Salmo 17) De hecho Dios vuelve su rostro hacia ti y de este modo te salva.

Muy a menudo, es por no comenzar por esta puesta en la presencia de Dios Santo y cercano por lo que tu oración se convierte en monólogo. No empleas bastante tiempo en recogerte para llegar a la oración pacificado interiormente. Antes de entrar en oración, camina con calma, respira profundamente y pon todas tus preocupaciones y cuidados en manos del Señor. Aunque pases diez minutos en tomar tan sólo conciencia de esta presencia, no habrás perdido el tiempo. Luego te abres totalmente con el Espíritu Santo que hará el resto alimentando tu diálogo con el Padre.

Recuerda muy bien esto: estás delante, estás cerca, eres visto, eres escuchado, eres amado. "Pongo a Yahvé ante mí sin cesar, porque El está a mi diestra, no vacilo (Salmo 16).



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Estás aquí en el centro de la vida cristiana, pues todo se reduce finalmente, a descubrir la voluntad de Dios y cumplirla. Pero si es verdad que te resulta fácil discernir esta voluntad a través de los mandamientos, dudas a menudo de que puedas descubrir lo que Dios espera de ti, en particular en tu situación presente.

Si quieres conocer la voluntad de Dios, la condición es "hacerte disponible", es decir, ante una opción que tengas que hacer, el rehusar o preferir tal o cual alternativa, abandonando todo prejuicio que impida a Dios el darte a conocer en que dirección quiere que te comprometas. En una palabra no debes tener ninguna idea sobre la cuestión y aceptar entrar en los planes de otro que desvía siempre los tuyos.

Es tal vez la disposición fundamental para realizar una elección según Dios. Pero tal vez te hagas una pregunta: ¿cómo hacerme disponible si no lo estoy? Te diría que es preciso que te detengas, que te distancies de ti mismo y que interpeles a tu propio juicio. Son otras tantas actitudes que se viven bajo la mirada de Dios, en la oración, para descubrir las resistencias a la voluntad de Dios.

Puede ocurrir que a través de esta oración, Dios te muestra claramente lo que espera de ti, pero no es ésta su costumbre; prefiere hablarte por medio de signos. No tomes demasiado pronto tus buenas intenciones por voluntades de Dios.

Hay también otra manera de descubrir esta voluntad, y es interrogar a tu afectividad profunda. Si gozas de una paz duradera y de una verdadera alegría, puedes decir que los proyectos que acompañan a tus sentimientos son queridos por Dios, pues el Espíritu Santo obra siempre en la alegría, la paz y la dulzura. Si por el contrario estás triste, desanimado e inquieto, puedes suponer que el proyecto está inspirado por el espíritu del mal. No puedes tener ninguna certeza si te fías del sentimiento de un solo instante. Por el contrario, si, a lo largo de un período más o menos dilatado, tal decisión va siempre ligada a la alegría y su contraria a la tristeza, hay motivo para creer que es Dios quien te envía la consolación del Espíritu y te sugiere que realices la acción correspondiente.

Con mucha frecuencia la paz se estabiliza en tu corazón después de esa opción libre. La experiencia de consolación o desolación que sigue a la elección confirmará esto último y te indicará claramente si estás en la voluntad de Dios.

Poco a poco lograrás realizar elecciones verdaderamente espirituales, interpretando de manera cada vez más clara los signos de Dios, ya se trate de grandes decisiones que comprometan tu existencia o de opciones relativas a tu vida diaria. Por otra parte, esta educación de tu libertad deberá continuarse toda tu vida y cuanto más fiel seas en la respuesta a las solicitudes del Espíritu, más fácilmente descubrirás lo que te pide.



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Jesús invita a todos los que le reciben a comer cara a cara con el Padre, pero pone condiciones: "Estate presto, con tu lámpara encendida (Mt 25,7), ceñida la cintura, con el vestido de bodas (Mt 22,11)" Para eso debes velar en la oración, en el lugar oportuno (Mt 24,44) pues el dueño va a venir a buscarte tarde, a la noche o al amanecer (Lc 12,38). Debes estar pronto a marchar y dejarlo todo. Por eso debes velar y orar, con perseverancia para no perder el momento de su venida.

Si quieres entrar en la comunión con Cristo, debes compartir su éxodo, abandonando el equipaje inútil y dejándolo en consigna para iniciar el camino. No tengas ningún cuidado: lo encontrarás al otro lado, a la llegada. Dios se cuida de ello, y ha contratado un servicio de recuperación por el que encontrarás todo multiplicado por cien (Lc 18,29-30). El equipaje más pesado que tienes que abandonar eres tú mismo (Lc 9,23). Deja todo y déjate guiar únicamente por la palabra de Dios (Hb 11,8)

Tal vez te preguntes: ¿ por qué he de abandonar todo aquello en lo que me apoyo para ir hacia Dios? Todas estas criaturas son buenas y reflejan la imagen del Creador. Pero por muy hermosos que sean los rostros y por muy buenos que sean los seres con los que te tratas, debes abandonar todo esto. ¿es preciso dejar todo esto? Y Cristo te dice: "déjalo todo".

Para comprender esto tienes que recibir una luz extremadamente profunda sobre la santidad de Dios y sobre la nada del hombre. Poco a poco, Dios apartará su mano y le verás de espalda, porque su rostro no puedes verlo. Como Moisés, cae de rodillas sobre el suelo y mantente en adoración.

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