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viernes, 14 de septiembre de 2007

No hay lugar para siervos / Autor: José H. Prado Flores


En la parábola del hijo pródigo, el hijo menor se había levantado de su postración de cuidar puercos, y regresaba a la casa paterna con la única pretensión de sólo ser un siervo para tener pan y no morirse de hambre. No esperaba más que aumentar el número de trabajadores en la finca. Era demasiado poco lo que anhelaba, porque su situación era extrema.

Sin embargo, el padre no acepta tal solicitud. No hay vacantes en su finca para siervos. Ya tiene bastantes, tanto en casa como en la viña; sobre todo uno que trabaja como siervo sin contrato, su hijo mayor. No necesita otro hijo con ropaje de esclavo que arrastre las cadenas de la servidumbre. No lo puede admitir, así no lo necesita. Lo precisa como hijo y como heredero, por eso inmediatamente da órdenes a sus siervos para que sirvan al hijo.

Solo hay vacantes como hijo, como hijo amado que es recibido sin condiciones y sin reproches, sin preguntas indagatorias que puedan ofenderlo por recordar los graves desvaríos o tener que dar cuenta de lo que perdió. Sólo puede ser admitido en la mesa del padre, con todos los derechos de un hijo. Este es el único puesto que ha estado vacío desde el día en que se fue y nadie lo ha podido llenar.

En primer lugar se le va a vestir con el mejor (protos) de los vestidos. Esto significa que el padre ya tenía otros muchos vestidos que había comprado para cuando su hijo regresara. Para esta ocasión debe ser el mejor de todos porque ahora el hijo esta revestido de una nueva actitud ante la vida. No puede vivir con los harapos de cuidador de puercos.

Además se le deben poner sandalias en sus pies para cubrir su desnudez y protegerlo de las adversidades de la vida. Ya tiene quien se preocupe de la nueva etapa que ahora inicia. Los caminos nuevos se recorren con sandalias nuevas. Ha de tirar esas sandalias rotas y agujeradas por las heridas del camino, para orientarse por la vida con la seguridad del peregrino que está equipado para llegar a la meta.

Y al final, un anillo que significa que es propietario que pueda disponer de los bienes paternos. Se le devuelve toda la confianza original y no tiene límites en la casa paterna.

El hijo quería ser siervo y el padre no lo admite como tal. Esta llamado a ser hijo y experimentar el amor incondicional de su padre que le ha preparado la fiesta con el becerro cebado, que tanto tiempo había esperado para compartirlo.

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