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viernes, 7 de septiembre de 2007

Sé tú mismo / Autor: Carles Albert Leoz


Leí que se está organizando un congreso titulado "Sé tú mismo". Seguramente los ponentes y conferencistas hablarán muy elocuentemente sobre la autenticidad y sobre lo mucho que a los jóvenes nos hace falta la vivencia de esta virtud. Pero… ¿qué significa realmente ser uno mismo?

Me suena como frase de película, aunque de alguna no muy buena. Esta máxima suena muy manoseada. Podría pegar con una nueva publicidad para vender un refresco, algo como "sé tu mismo, bebe X-cola". Pero ese be yourself tan desprestigiado tiene un significado más profundo de lo que imaginamos.

No es el que algunas almas mediocres podrían manejar como narcótico de su conciencia. Ser uno mismo no significa hacer lo que me venga en gana. "Yo no trabajo porque así soy yo". O cambia "trabajo" por estudio, cumplir mis deberes, rezar, superarte. Ser auténtico significa luchar por el fin que quiero alcanzar, no conformarme con las cortedades que ya tengo.

¡Pero cuidado! También está la estafa de la moda. Todas las marcas nos dicen que usemos su ropa para ser nosotros mismos. Pero, ¿quién se hubiera atrevido a salir a la calle con los calzones por fuera antes de que se pusiera de moda? O ¿qué chica pasada en kilos hubiera enseñado las llantitas antes de que "todas lo hicieran"? Si alguien te tiene que marcar el paso de cómo te tienes que vestir, qué debes pensar o cómo debes hablar para estar in, no serás muy auténtico que digamos.

No tenemos que inventar grandes cosas para ser originales, basta con que saquemos lo que llevamos dentro, porque ¿cuándo has visto a dos personas que sean exactamente iguales? Hasta los gemelos monocigóticos suelen ser totalmente diferentes el uno del otro. Ser tú mismo significa no dejarte arrastrar. Ser tú mismo significa decir la verdad – aunque a veces duela –; Significa defender tus derechos y no tener miedo a pasar vergüenzas. ¡Eso es ser tú mismo! Y no las monadas que nos venden en la tele.

Hace unos cuantos siglos mataron a un hombre porque fue él mismo. El rey le pedía que firmara un documento que iba en contra de sus principios. No hubo remedio: le cortaron la cabeza. Y no se amilanó ni siquiera cuando su misma hija le rogó – con lágrimas en los ojos – que desistiera de su intransigencia. Si ese hombre hubiera cedido ante la peor presión de la sociedad, si hubiera dejado de ser él y sus principios para consentir lo que todos pensaban, hoy no conoceríamos su nombre. Sin embargo el correr de los años no ha borrado aún el nombre de Sir Thomas More, mejor conocido como Tomás Moro.

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