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domingo, 21 de octubre de 2007

“Así como nosotros perdonamos": Partos, medos y elamitas / Autor: P. Juan Manuel Martín-Moreno, s.j.













Uno de los signos de los tiempos en la Iglesia hoy es el despertar comunitario. La palabra comunidad pertenecía antiguamente al lenguaje espiritual de la vida religiosa. Era algo específico que diferenciaba al religioso de los laicos y de los sacerdotes diocesanos.

Hoy día, en cambio, las fronteras entre las diversas vocaciones cristianas se han desdibujado mucho. Hay una nostalgia generalizada por la vida de comunidad. Los laicos se sienten también llamados a ella y se asocian no sólo ya para <>, sino para <>, para <>. A medidas que los lazos familiares se han ido debilitando y empobreciendo, surge la necesidad de un marco cristiano de convivencia mucho más amplio del que puede dar la familia <> burguesa, tan pequeña y tan pobre para cubrir ella sola todas las necesidades espirituales de relación que tiene el hombre cristian1o.

En mi apostolado sacerdotal, aparte de mi propia experiencia comunitaria como religioso, he dedicado mucho de mi tiempo, energía e ilusiones a crear y consolidar este tipo nuevo de comunidades de laicos, en las que creo profundamente y en las que no veo el futuro de la Iglesia en medio de una sociedad secularizada.

Dentro de la inmensa producción literaria de hoy, he constatado que los manuales y revistas especializadas de moral dedican muchísimas páginas a problemas muy actuales, pero muy minoritarios: inseminación artificial, madres de alquiler, manipulación genética. En cambio, ¡qué poco se escribe sobre los problemas de ética comunitaria, tales como acogida mutua, comprensión, tolerancia y perdón en la vida ordinaria! En algunos manuales de moral no hay ni siquiera una sección dedicada a estos temas.

Son contados los títulos aparecidos últimamente sobre el perdón en las relaciones de familia y comunidad. Esto es lo que me ha impulsado a publicar estas reflexiones, nacidas de una experiencia comunitaria y dedicadas a todos aquellos que de una manera u otra viven en comunidad.

La comunidad cristiana comienza a latir en la sala alta de una casa de Jerusalén un domingo de Pentecostés. Ese día se han reunido en la ciudad partos, medos, elamitas y habitantes de todas las regiones del mundo conocido entonces, en una abigarrada mezcla de razas, lenguas y culturas.

Desciende sobre ellos el Espíritu y se produce el milagro. Los hombres comienzan a comprenderse. Las lenguas dejan de ser una barrera para la comunicación humana. No es que se produzca una lengua común, uniformada, sino que cada uno sigue hablando su propia lengua, y sin embargo es capaz de comprender las lenguas de los demás. La lección es bien clara: no son las lenguas, ni las razas, ni las culturas las que nos dividen, sino la falta de amor. Dondequiera que desciende el Espíritu y está presente el amor, las diversidades dejan de separar a los hombres.

Todo el pasaje de Pentecostés lo ha escrito Lucas en paralelismo con la escena de la torre de Babel. En Jerusalén se va a producir el fenómeno inverso al que sucedió en Babilonia. Allí hubo un intento humano por construir la unidad de los hombres simbolizada en aquella torre y en aquella ciudad.

Efectivamente, Babilonia como después Alejandro Magno, como después Roma o cualquier imperio de turno, han intentado construir una comunidad humana unificada, un gran imperio que abarcara a todas las razas, imponiendo una lengua común, destruyendo las culturas, uniformando las costumbres. Son imperios humanos, impuestos desde la bota militar, la <> (Is. 9,4). La unidad impuesta con violencia, la eliminación de las diversidades, el miedo enfermizo a los que son <> de nosotros.

El episodio de la torre de Babel tiene un desenlace trágico: los hombres, que en su orgullo han tratado de construir una ciudad, reciben un castigo de Dios: <> (Gén. 11,7).

No se puede alcanzar la unidad y la comunión de los hombres de esa manera. Sólo el Espíritu de Jesús congrega una comunidad cristiana de partos, medos y elamitas, respetando la lengua de cada uno, pero creando una comunión de amor que supera todas las diversidades, conservando <> (Ef. 4,3) donde <> (Gál. 3,28).

Éste es el gran desafío que la Iglesia lanza al mundo. ¿Es posible la convivencia? ¿Es posible la comunión? Pensadores pesimistas de todos tiempos han analizado la tragedia del hombre, creado para entrar en comunión con los demás, pero radicalmente incapacitado para conseguir esa comunión. Schopenhauer compara a los hombres erizos llenos de púas, que en una noche de invierno tienen frío y se acercan unos a otros para conseguir algo de calor. Pero al acercarse se lastiman y se hieren
profundamente hasta el punto de tenerse que separar. Nuevamente se les impone el frío y vuelven a buscarse, para herirse y alejarse una vez más. La historia se repite interminablemente. El hombre es un ser sin sentido, creado para una comunión inalcanzable. Sartre hablará de una <>. Para él, <>, pues estamos condenados a convivir con los demás como unos hombres atrapados en un ascensor.

Para Trotsky el hombre no era sino un <>, y Hobbes repetía <>, el hombre es un lobo para los otros hombres. Mauriac llamaba a la comunidad <>. ¿Para qué seguir citando?
No seamos demasiado fáciles en descalificar esta filosofía pesimista. ¿A quién no le ha tocado experimentar lo difícil que es la convivencia? Pensemos en la convivencia entre marido y mujer, a pesar de la atracción del amor físico; de padres e hijos, a pesar de lo espeso de la sangre; no digamos nada ya de la convivencia entre dos hermanas solteras que se han quedado a vivir juntas, o entre la suegra y la nuera…
Tenemos que ser conscientes de tantos fracasos como hay en la convivencia; tantas comunas empezadas de manera ilusionada y utópica, que han terminado a los pocos meses como el <>.

En su película <> nos presenta Buñuel a una chica idealista que sueña con formar una comunidad con los pobres, e invita a su mesa a toda una tropa de mendigos. Al final acaban destrozando la casa y los muebles, violándola a ella y arruinando la bonita utopía y los sueños de la muchacha. ¿A quién se le ocurre formar una comunidad de pobres? Y pobres somos todos, con nuestros tics, nuestras carencias afectivas, nuestra posesividad, nuestras miradas ansiosas, nuestras expectativas abrumadoras. Pobres erizos encerrados en nuestra armadura de púas, ¿podremos entrar en comunión con los demás?

Pues bien, es nada menos que Jesús quien tuvo este sueño, esta utopía: formar una comunidad de pobres. El Señor creyó en esta posibilidad, apostó por ella. Para eso murió, resucitó y envió su Espíritu en Pentecostés. (…). Si ya era difícil la convivencia entre marido y mujer, padres e hijos, hermanos de sangre, el Señor llamó a convivir a gentes entre quienes no se dan lazos de sangre ni parentesco; personas de distintas generaciones, que votan a distintos partidos políticos, con niveles culturales bien diversos, partos, medos y elamitas. ¿Locura, utopía, realismo?
En la comunidad de discípulos de Jesús estaban a la vez Simón el Zelote (versión palestina-bíblica de los etarras de hoy), fanáticos violentos que acuchillaban a la guarnición romana, y Mateo el publicano, colaboracionista con los romanos, explotador del pueblo, comprometido hasta las cejas en la sucia economía de su época. ¿Podrán habitar juntos el lobo y el cordero, el leopardo y el cabrito, la vaca y la osa? (Is. 11,6).

El cóctel fantástico, exótico y variopinto de nuestras comunidades, ‘no acabará convirtiéndose en un cóctel Molotov que estalle en mil pedazos? ¿Será el sueño de la comunidad cristiana un sueño loco e imposible? Ciertamente que es imposible para los hombres, pero <> (Mc. 10,27).

Éste es el gran reto de la comunidad cristiana, el mayor milagro que pondrá en evidencia el poder de la resurrección de Jesús. <<¡Alegría, hermanos, que si hoy nos queremos es que resucitó!>>. Una comunidad de amor en un mundo donde es tan difícil la convivencia es la credencial de Cristo resucitado. <> (Jn. 17,21). Está en juego el que el mundo crea. La posibilidad de la comunión es en nuestro mundo de hoy un milagro no menos persuasivo que el dar vista a los ciegos o limpiar leprosos. Está en juego nada menos que la credibilidad del evangelio.

El Señor nos dice: <>. El amor mutuo es el signo más preciado de que es posible una vida nueva, una vida resucitada. Es el signo de Jesús. <> (Jn. 13,35).

<> (Eclo 25,1). Esta comunión y concordia entre hermanos es el adorno de Jesús, el vestido radiante que refleja toda su hermosura, su blanca túnica sin costuras (Jn. 19,24). ¿Qué puede haber tan importante o tan urgente como el contribuir a la credibilidad del testimonio de Jesús, a la hermosura de su presencia entre los hombres?

Vivir en comunidad es ya un fin en sí mismo; nunca un mero medio para conseguir una mayor eficacia en nuestra evangelización, o para potenciar nuestros esfuerzos individuales. Es verdad que toda comunidad debe estar abierta a la misión, pero la comunidad no es un mero instrumento al servicio de la misión. Vivimos en comunidad para reflejar la vida trinitaria de Dios, que es comunidad, para celebrar la presencia total de Cristo, que lo es <> (Col. 3,11). Vivimos en comunidad para tener la oportunidad de vivir la misericordia del Padre en el continuo perdón y acogida mutuos.

Y ¿qué hay tan evangelizador como el amor? San Agustín dice que el amor entre los cristianos es <> .

Para esto se nos concede el Espíritu, y esto se puede vivir en el Espíritu. Descorazonados ante la dificultad de la convivencia, algunas congregaciones religiosas han tratado de facilitar las cosas y crear comunidades homogéneas, pisitos para jóvenes y conventos clásicos para mayores. En definitiva, han intentado crear unas comunidades para partos, otras para medos y otras para elamitas. Pero ni siquiera eso ha funcionado. Aun en esas comunidades homogéneas las personas siguen teniendo dificultad para comprenderse entre sí. La solución no es rasgar la túnica de Cristo, ni eliminar la riqueza de nuestras diferencias. La única solución es vivir auténticamente en el Espíritu. Donde está presente el Espíritu de Jesús, ni las mayores diferencias serán capaces de desunir. Donde no está el Espíritu de Jesús, ni las mayores uniformidades serán capaces de producir comunión.

Para eso se nos concede el Espíritu: para crear comunidad. Desgraciadamente hay quienes identifican personalidad carismática con hombre extravagante, bohemio, individualista, con caminos propios. Nada más lejos de la verdad. El hombre carismático, el hombre del Espíritu es un hombre de unidad.

La primera carta de los Corintios tiene por finalidad precisamente probar que el Espíritu no se concede para fomentar experiencias personales más o menos psicodélicas, ni para aventuras extravagantes, sino para crear hombres verdaderamente espirituales, es decir, hombres de comunión. <> (1 Cor. 3,3). San Pablo se ríe de todos los carismas que puedan tener los corintios, mientras no haya en ellos unidad y amor, que son la manifestación más inequívoca de la presencia del Espíritu de Jesús.

El centro del mensaje está en el capítulo 13. <> (1 Cor. 13,1-3): es decir, mientras no seáis hombres de comunión, no sois espirituales, sino carnales, por sabiduría que tengáis. Permanecéis en la carne por muchos carismas que creáis poseer, por más activos que seáis, por más milagros que hagáis o por más comprometidos con los pobres que estéis.

Uno de los libros más hermosos que se han escrito sobre la comunidad cristiana es el libro de Jean Vanier titulado La comunidad: lugar de perdón y fiesta . En este libro se subraya que en el corazón de toda comunidad se sitúa el perdón. Si el Espíritu Santo es capaz de crear comunidad es precisamente haciendo posible el perdón, la reconciliación continua entre marido y mujer, padres e hijos, hermanos de comunidad, amigos, compañeros de trabajo.

He querido comenzar este libro sobre el perdón con unas consideraciones generales acerca de la comunidad cristiana, porque es sólo en este marco donde el perdón puede hacerse inteligible.


Lectura complementaria:
El Sacramento del perdón en el Catecismo de la Iglesia


Segunda Parte: La celebración del misterio cristiano
CAPITULO SEGUNDO: LOS SACRAMENTOS DE CURACION
Artículo 4: EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Y DE LA RECONCILIACION


1422 "Los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra Él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones" (LG 11).

I. EL NOMBRE DE ESTE SACRAMENTO

1423 Se le denomina sacramento de conversión porque realiza sacramentalmente la llamada de Jesús a la conversión (cf Mc 1,15), la vuelta al Padre (cf Lc 15,18) del que el hombre se había alejado por el pecado.

Se denomina sacramento de la Penitencia porque consagra un proceso personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de reparación por parte del cristiano pecador.

1424 Es llamado sacramento de la confesión porque la declaración o manifestación, la confesión de los pecados ante el sacerdote, es un elemento esencial de este sacramento. En un sentido profundo este sacramento es también una "confesión", reconocimiento y alabanza de la santidad de Dios y de su misericordia para con el hombre pecador.

Se le llama sacramento del perdón porque, por la absolución sacramental del sacerdote, Dios concede al penitente "el perdón y la paz" (OP, fórmula de la absolución).

Se le denomina sacramento de reconciliación porque otorga al pecador el amor de Dios que reconcilia: "Dejaos reconciliar con Dios" (2 Co 5,20). El que vive del amor misericordioso de Dios está pronto a responder a la llamada del Señor: "Ve primero a reconciliarte con tu hermano" (Mt 5,24).

II. POR QUÉ UN SACRAMENTO DE LA RECONCILIACION DESPUES DEL BAUTISMO

1425 "Habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios" (1 Co 6,11). Es preciso darse cuenta de la grandeza del don de Dios que se nos hace en los sacramentos de la iniciación cristiana para comprender hasta qué punto el pecado es algo que no cabe en aquél que "se ha revestido de Cristo" (Ga 3,27). Pero el apóstol S. Juan dice también: "Si decimos: `no tenemos pecado', nos engañamos y la verdad no está en nosotros" (1 Jn 1,8). Y el Señor mismo nos enseñó a orar: "Perdona nuestras ofensas" (Lc 11,4) uniendo el perdón mutuo de nuestras ofensas al perdón que Dios concederá a nuestros pecados.

1426 La conversión a Cristo, el nuevo nacimiento por el Bautismo, el don del Espíritu Santo, el Cuerpo y la Sangre de Cristo recibidos como alimento nos han hecho "santos e inmaculados ante él" (Ef 1,4), como la Iglesia misma, esposa de Cristo, es "santa e inmaculada ante él" (Ef 5,27). Sin embargo, la vida nueva recibida en la iniciación cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado que la tradición llama concupiscencia, y que permanece en los bautizados a fin de que sirva de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana ayudados por la gracia de Dios (cf DS 1515). Esta lucha es la de la conversión con miras a la santidad y la vida eterna a la que el Señor no cesa de llamarnos (cf DS 1545; LG 40).

III. LA CONVERSION DE LOS BAUTIZADOS

1427 Jesús llama a la conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio del Reino: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1,15). En la predicación de la Iglesia, esta llamada se dirige primeramente a los que no conocen todavía a Cristo y su Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar principal de la conversión primera y fundamental. Por la fe en la Buena Nueva y por el Bautismo (cf. Hch 2,38) se renuncia al mal y se alcanza la salvación, es decir, la remisión de todos los pecados y el don de la vida nueva.

1428 Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que "recibe en su propio seno a los pecadores" y que siendo "santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación" (LG 8). Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del "corazón contrito" (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia (cf Jn 6,44; 12,32) a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero (cf 1 Jn 4,10).

1429 De ello da testimonio la conversión de S. Pedro tras la triple negación de su Maestro. La mirada de infinita misericordia de Jesús provoca las lágrimas del arrepentimiento (Lc 22,61) y, tras la resurrección del Señor, la triple afirmación de su amor hacia él (cf Jn 21,15-17). La según da conversión tiene también una dimensión comunitaria. Esto aparece en la llamada del Señor a toda la Iglesia: "¡Arrepiéntete!" (Ap 2,5.16).

S. Ambrosio dice acerca de las dos conversiones que, en la Iglesia, "existen el agua y las lágrimas: el agua del Bautismo y las lágrimas de la Penitencia" (Ep. 41,12).

IV. LA PENITENCIA INTERIOR

1430 Como ya en los profetas, la llamada de Jesús a la conversión y a la penitencia no mira, en primer lugar, a las obras exteriores "el saco y la ceniza", los ayunos y las mortificaciones, sino a la conversión del corazón, la penitencia interior. Sin ella, las obras de penitencia permanecen estériles y engañosas; por el contrario, la conversión interior impulsa a la expresión de esta actitud por medio de signos visibles, gestos y obras de penitencia (cf Jl 2,12-13; Is 1,16-17; Mt 6,1-6. 16-18).

1431 La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia. Esta conversión del corazón va acompañada de dolor y tristeza saludables que los Padres llamaron "animi cruciatus" (aflicción del espíritu), "compunctio cordis" (arrepentimiento del corazón) (cf Cc. de Trento: DS 1676-1678; 1705; Catech. R. 2, 5, 4).

1432 El corazón del hombre es rudo y endurecido. Es preciso que Dios dé al hombre un corazón nuevo (cf Ez 36,26-27). La conversión es primeramente una obra de la gracia de Dios que hace volver a él nuestros corazones: "Conviértenos, Señor, y nos convertiremos" (Lc 5,21). Dios es quien nos da la fuerza para comenzar de nuevo. Al descubrir la grandeza del amor de Dios, nuestro corazón se estremece ante el horror y el peso del pecado y comienza a temer ofender a Dios por el pecado y verse separado de él. El corazón humano se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron (cf Jn 19,37; Za 12,10).

Tengamos los ojos fijos en la sangre de Cristo y comprendamos cuán preciosa es a su Padre, porque, habiendo sido derramada para nuestra salvación, ha conseguido para el mundo entero la gracia del arrepentimiento (S. Clem. Rom. Cor 7,4).

1433 Después de Pascua, el Espíritu Santo "convence al mundo en lo referente al pecado" (Jn 16, 8-9), a saber, que el mundo no ha creído en el que el Padre ha enviado. Pero este mismo Espíritu, que desvela el pecado, es el Consolador (cf Jn 15,26) que da al corazón del hombre la gracia del arrepentimiento y de la conversión (cf Hch 2,36-38; Juan Pablo II, DeV 27-48).


V. DIVERSAS FORMAS DE PENITENCIA EN LA VIDA CRISTIANA

1434 La penitencia interior del cristiano puede tener expresiones muy variadas. La Escritura y los Padres insisten sobre todo en tres formas: el ayuno, la oración, la limosna (cf. Tb 12,8; Mt 6,1-18), que expresan la conversión con relación a sí mismo, con relación a Dios y con relación a los demás. Junto a la purificación radical operada por el Bautismo o por el martirio, citan, como medio de obtener el perdón de los pecados, los esfuerzos realizados para reconciliarse con el prójimo, las lágrimas de penitencia, la preocupación por la salvación del prójimo (cf St 5,20), la intercesión de los santos y la práctica de la caridad "que cubre multitud de pecados" (1 P 4,8).

1435 La conversión se realiza en la vida cotidiana mediante gestos de reconciliación, la atención a los pobres, el ejercicio y la defensa de la justicia y del derecho (Am 5,24; Is 1,17), por el reconocimiento de nuestras faltas ante los hermanos, la corrección fraterna, la revisión de vida, el examen de conciencia, la dirección espiritual, la aceptación de los sufrimientos, el padecer la persecución a causa de la justicia. Tomar la cruz cada día y seguir a Jesús es el camino más seguro de la penitencia (cf Lc 9,23).

1436 Eucaristía y Penitencia. La conversión y la penitencia diarias encuentran su fuente y su alimento en la Eucaristía, pues en ella se hace presente el sacrificio de Cristo que nos reconcilió con Dios; por ella son alimentados y fortificados los que viven de la vida de Cristo; "es el antídoto que nos libera de nuestras faltas cotidianas y nos preserva de pecados mortales" (Cc. de Trento: DS 1638).

1437 La lectura de la Sagrada Escritura, la oración de la Liturgia de las Horas y del Padre Nuestro, todo acto sincero de culto o de piedad reaviva en nosotros el espíritu de conversión y de penitencia y contribuye al perdón de nuestros pecados.

1438 Los tiempos y los días de penitencia a lo largo del año litúrgico (el tiempo de Cuaresma, cada viernes en memoria de la muerte del Señor) son momentos fuertes de la práctica penitencial de la Iglesia (cf SC 109-110; CIC can. 1249-1253; CCEO 880-883). Estos tiempos son particularmente apropiados para los ejercicios espirituales, las liturgias penitenciales, las peregrinaciones como signo de penitencia, las privaciones voluntarias como el ayuno y la limosna, la comunicación cristiana de bienes (obras caritativas y misioneras).

1439 El proceso de la conversión y de la penitencia fue descrito maravillosamente por Jesús en la parábola llamada "del hijo pródigo", cuyo centro es "el Padre misericordioso" (Lc 15,11-24): la fascinación de una libertad ilusoria, el abandono de la casa paterna; la miseria extrema en que el hijo se encuentra tras haber dilapidado su fortuna; la humillación profunda de verse obligado a apacentar cerdos, y peor aún, la de desear alimentarse de las algarrobas que comían los cerdos; la reflexión sobre los bienes perdidos; el arrepentimiento y la decisión de declararse culpable ante su padre, el camino del retorno; la acogida generosa del padre; la alegría del padre: todos estos son rasgos propios del proceso de conversión. El mejor vestido, el anillo y el banquete de fiesta son símbolos de esta vida nueva, pura, digna, llena de alegría que es la vida del hombre que vuelve a Dios y al seno de su familia, que es la Iglesia. Sólo el corazón de Cristo que conoce las profundidades del amor de su Padre, pudo revelarnos el abismo de su misericordia de una manera tan llena de simplicidad y de belleza.

VI. EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Y DE LA RECONCILIACION

1440 El pecado es, ante todo, ofensa a Dios, ruptura de la comunión con él. Al mismo tiempo, atenta contra la comunión con la Iglesia. Por eso la conversión implica a la vez el perdón de Dios y la reconciliación con la Iglesia, que es lo que expresa y realiza litúrgicamente el sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación (cf LG 11).

Sólo Dios perdona el pecado

1441 Sólo Dios perdona los pecados (cf Mc 2,7). Porque Jesús es el Hijo de Dios, dice de sí mismo: "El Hijo del hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra" (Mc 2,10) y ejerce ese poder divino: "Tus pecados están perdonados" (Mc 2,5; Lc 7,48). Más aún, en virtud de su autoridad divina, Jesús confiere este poder a los hombres (cf Jn 20,21-23) para que lo ejerzan en su nombre.

1442 Cristo quiso que toda su Iglesia, tanto en su oración como en su vida y su obra, fuera el signo y el instrumento del perdón y de la reconciliación que nos adquirió al precio de su sangre. Sin embargo, confió el ejercicio del poder de absolución al ministerio apostólico, que está encargado del "ministerio de la reconciliación" (2 Cor 5,18). El apóstol es enviado "en nombre de Cristo", y "es Dios mismo" quien, a través de él, exhorta y suplica: "Dejaos reconciliar con Dios" (2 Co 5,20).


Reconciliación con la Iglesia

1443 Durante su vida pública, Jesús no sólo perdonó los pecados, también manifestó el efecto de este perdón: a los pecadores que son perdonados los vuelve a integrar en la comunidad del pueblo de Dios, de donde el pecado los había alejado o incluso excluido. Un signo manifiesto de ello es el hecho de que Jesús admite a los pecadores a su mesa, más aún, él mismo se sienta a su mesa, gesto que expresa de manera conmovedora, a la vez, el perdón de Dios (cf Lc 15) y el retorno al seno del pueblo de Dios (cf Lc 19,9).

1444 Al hacer partícipes a los apóstoles de su propio poder de perdonar los pecados, el Señor les da también la autoridad de reconciliar a los pecadores con la Iglesia. Esta dimensión eclesial de su tarea se expresa particularmente en las palabras solemnes de Cristo a Simón Pedro: "A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt 16,19). "Está claro que también el Colegio de los Apóstoles, unido a su Cabeza (cf Mt 18,18; 28,16-20), recibió la función de atar y desatar dada a Pedro (cf Mt 16,19)" LG 22).

1445 Las palabras atar y desatar significan: aquel a quien excluyáis de vuestra comunión, será excluido de la comunión con Dios; aquel a quien que recibáis de nuevo en vuestra comunión, Dios lo acogerá también en la suya. La reconciliación con la Iglesia es inseparable de la reconciliación con Dios.

El sacramento del perdón

1446 Cristo instituyó el sacramento de la Penitencia en favor de todos los miembros pecadores de su Iglesia, ante todo para los que, después del Bautismo, hayan caído en el pecado grave y así hayan perdido la gracia bautismal y lesionado la comunión eclesial. El sacramento de la Penitencia ofrece a éstos una nueva posibilidad de convertirse y de recuperar la gracia de la justificación. Los Padres de la Iglesia presentan este sacramento como "la segunda tabla (de salvación) después del naufragio que es la pérdida de la gracia" (Tertuliano, paen. 4,2; cf Cc. de Trento: DS 1542).

1447 A lo largo de los siglos la forma concreta, según la cual la Iglesia ha ejercido este poder recibido del Señor ha variado mucho. Durante los primeros siglos, la reconciliación de los cristianos que habían cometido pecados particularmente graves después de su Bautismo (por ejemplo, idolatría, homicidio o adulterio), estaba vinculada a una disciplina muy rigurosa, según la cual los penitentes debían hacer penitencia pública por sus pecados, a menudo, durante largos años, antes de recibir la reconciliación. A este "orden de los penitentes" (que sólo concernía a ciertos pecados graves) sólo se era admitido raramente y, en ciertas regiones, una sola vez en la vida. Durante el siglo VII, los misioneros irlandeses, inspirados en la tradición monástica de Oriente, trajeron a Europa continental la práctica "privada" de la Penitencia, que no exigía la realización pública y prolongada de obras de penitencia antes de recibir la reconciliación con la Iglesia. El sacramento se realiza desde entonces de una manera más secreta entre el penitente y el sacerdote. Esta nueva práctica preveía la posibilidad de la reiteración del sacramento y abría así el camino a una recepción regular del mismo. Permitía integrar en una sola celebración sacramental el perdón de los pecados graves y de los pecados veniales. A grandes líneas, esta es la forma de penitencia que la Iglesia practica hasta nuestros días.

1448 A través de los cambios que la disciplina y la celebración de este sacramento han experimentado a lo largo de los siglos, se descubre una misma estructura fundamental. Comprende dos elementos igualmente esenciales: por una parte, los actos del hombre que se convierte bajo la acción del Espíritu Santo, a saber, la contrición, la confesión de los pecados y la satisfacción; y por otra parte, la acción de Dios por ministerio de la Iglesia. Por medio del obispo y de sus presbíteros, la Iglesia en nombre de Jesucristo concede el perdón de los pecados, determina la modalidad de la satisfacción, ora también por el pecador y hace penitencia con él. Así el pecador es curado y restablecido en la comunión eclesial.

1449 La fórmula de absolución en uso en la Iglesia latina expresa el elemento esencial de este sacramento: el Padre de la misericordia es la fuente de todo perdón. Realiza la reconciliación de los pecadores por la Pascua de su Hijo y el don de su Espíritu, a través de la oración y el ministerio de la Iglesia:

Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (OP 102).

VII. LOS ACTOS DEL PENITENTE

1450 "La penitencia mueve al pecador a sufrir todo voluntariamente; en su corazón, contrición; en la boca, confesión; en la obra toda humildad y fructífera satisfacción" (Catech. R. 2,5,21; cf Cc de Trento: DS 1673) .

La contrición

1451 Entre los actos del penitente, la contrición aparece en primer lugar. Es "un dolor del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar" (Cc. de Trento: DS 1676).

1452 Cuando brota del amor de Dios amado sobre todas las cosas, la contrición se llama "contrición perfecta"(contrición de caridad). Semejante contrición perdona las faltas veniales; obtiene también el perdón de los pecados mortales si comprende la firme resolución de recurrir tan pronto sea posible a la confesión sacramental (cf Cc. de Trento: DS 1677).

1453 La contrición llamada "imperfecta" (o "atrición") es también un don de Dios, un impulso del Espíritu Santo. Nace de la consideración de la fealdad del pecado o del temor de la condenación eterna y de las demás penas con que es amenazado el pecador. Tal conmoción de la conciencia puede ser el comienzo de una evolución interior que culmina, bajo la acción de la gracia, en la absolución sacramental. Sin embargo, por sí misma la contrición imperfecta no alcanza el perdón de los pecados graves, pero dispone a obtenerlo en el sacramento de la Penitencia (cf Cc. de Trento: DS 1678, 1705).

1454 Conviene preparar la recepción de este sacramento mediante un examen de conciencia hecho a la luz de la Palabra de Dios. Para esto, los textos más aptos a este respecto se encuentran en el Decálogo y en la catequesis moral de los evangelios y de las cartas de los apóstoles: Sermón de la montaña y enseñanzas apostólicas (Rm 12-15; 1 Co 12-13; Ga 5; Ef 4-6, etc.).

La confesión de los pecados

1455 La confesión de los pecados, incluso desde un punto de vista simplemente humano, nos libera y facilita nuestra reconciliación con los demás. Por la confesión, el hombre se enfrenta a los pecados de que se siente culpable; asume su responsabilidad y, por ello, se abre de nuevo a Dios y a la comunión de la Iglesia con el fin de hacer posible un nuevo futuro.

1456 La confesión de los pecados hecha al sacerdote constituye una parte esencial del sacramento de la penitencia: "En la confesión, los penitentes deben enumerar todos los pecados mortales de que tienen conciencia tras haberse examinado seriamente, incluso si estos pecados son muy secretos y si han sido cometidos solamente contra los dos últimos mandamientos del Decálogo (cf Ex 20,17; Mt 5,28), pues, a veces, estos pecados hieren más gravemente el alma y son más peligrosos que los que han sido cometidos a la vista de todos" (Cc. de Trento: DS 1680):

Cuando los fieles de Cristo se esfuerzan por confesar todos los pecados que recuerdan, no se puede dudar que están presentando ante la misericordia divina para su perdón todos los pecados que han cometido. Quienes actúan de otro modo y callan conscientemente algunos pecados, no están presentando ante la bondad divina nada que pueda ser perdonado por mediación del sacerdote. Porque `si el enfermo se avergüenza de descubrir su llaga al médico, la medicina no cura lo que ignora' (S. Jerónimo, Eccl. 10,11) (Cc. de Trento: DS 1680).

1457 Según el mandamiento de la Iglesia "todo fiel llegado a la edad del uso de razón debe confesar al menos una vez la año, los pecados graves de que tiene conciencia" (CIC can. 989; cf. DS 1683; 1708). "Quien tenga conciencia de hallarse en pecado grave que no celebre la misa ni comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir antes a la confesión sacramental a no ser que concurra un motivo grave y no haya posibilidad de confesarse; y, en este caso, tenga presente que está obligado a hacer un acto de contrición perfecta, que incluye el propósito de confesarse cuanto antes" (CIC, can. 916; cf Cc. de Trento: DS 1647; 1661; CCEO can. 711). Los niños deben acceder al sacramento de la penitencia antes de recibir por primera vez la sagrada comunión (CIC can.914).

1458 Sin ser estrictamente necesaria, la confesión de los pecados veniales, sin embargo, se recomienda vivamente por la Iglesia (cf Cc. de Trento: DS 1680; CIC 988,2). En efecto, la confesión habitual de los pecados veniales ayuda a formar la conciencia, a luchar contra las malas inclinaciones, a dejarse curar por Cristo, a progresar en la vida del Espíritu. Cuando se recibe con frecuencia, mediante este sacramento, el don de la misericordia del Padre, el creyente se ve impulsado a ser él también misericordioso (cf Lc 6,36):

El que confiesa sus pecados actúa ya con Dios. Dios acusa tus pecados, si tú también te acusas, te unes a Dios. El hombre y el pecador, son por así decirlo, dos realidades: cuando oyes hablar del hombre, es Dios quien lo ha hecho; cuando oyes hablar del pecador, es el hombre mismo quien lo ha hecho. Destruye lo que tú has hecho para que Dios salve lo que él ha hecho...Cuando comienzas a detestar lo que has hecho, entonces tus obras buenas comienzan porque reconoces tus obras malas. El comienzo de las obras buenas es la confesión de las obras malas. Haces la verdad y vienes a la Luz (S. Agustín, ev. Ioa. 12,13).

La satisfacción

1459 Muchos pecados causan daño al prójimo. Es preciso hacer lo posible para repararlo (por ejemplo, restituir las cosas robadas, restablecer la reputación del que ha sido calumniado, compensar las heridas). La simple justicia exige esto. Pero además el pecado hiere y debilita al pecador mismo, así como sus relaciones con Dios y con el prójimo. La absolución quita el pecado, pero no remedia todos los desórdenes que el pecado causó (cf Cc. de Trento: DS 1712). Liberado del pecado, el pecador debe todavía recobrar la plena salud espiritual. Por tanto, debe hacer algo más para reparar sus pecados: debe "satisfacer" de manera apropiada o "expiar" sus pecados. Esta satisfacción se llama también "penitencia".

1460 La penitencia que el confesor impone debe tener en cuenta la situación personal del penitente y buscar su bien espiritual. Debe corresponder todo lo posible a la gravedad y a la naturaleza de los pecados cometidos. Puede consistir en la oración, en ofrendas, en obras de misericordia, servicios al prójimo, privaciones voluntarias, sacrificios, y sobre todo, la aceptación paciente de la cruz que debemos llevar. Tales penitencias ayudan a configurarnos con Cristo que, el Unico que expió nuestros pecados (Rm 3,25; 1 Jn 2,1-2) una vez por todas. Nos permiten llegar a ser coherederos de Cristo resucitado, "ya que sufrimos con él" (Rm 8,17; cf Cc. de Trento: DS 1690):

Pero nuestra satisfacción, la que realizamos por nuestros pecados, sólo es posible por medio de Jesucristo: nosotros que, por nosotros mismos, no podemos nada, con la ayuda "del que nos fortalece, lo podemos todo" (Flp 4,13). Así el hombre no tiene nada de que pueda gloriarse sino que toda "nuestra gloria" está en Cristo...en quien satisfacemos "dando frutos dignos de penitencia" (Lc 3,8) que reciben su fuerza de él, por él son ofrecidos al Padre y gracias a él son aceptados por el Padre (Cc. de Trento: DS 1691).

VIII. EL MINISTRO DE ESTE SACRAMENTO

1461 Puesto que Cristo confió a sus apóstoles el ministerio de la reconciliación (cf Jn 20,23; 2 Co 5,18), los obispos, sus sucesores, y los presbíteros, colaboradores de los obispos, continúan ejerciendo este ministerio. En efecto, los obispos y los presbíteros, en virtud del sacramento del Orden, tienen el poder de perdonar todos los pecados "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".

1462 El perdón de los pecados reconcilia con Dios y también con la Iglesia. El obispo, cabeza visible de la Iglesia particular, es considerado, por tanto, con justo título, desde los tiempos antiguos como el que tiene principalmente el poder y el ministerio de la reconciliación: es el moderador de la disciplina penitencial (LG 26). Los presbíteros, sus colaboradores, lo ejercen en la medida en que han recibido la tarea de administrarlo sea de su obispo (o de un superior religioso) sea del Papa, a través del derecho de la Iglesia (cf CIC can 844; 967-969, 972; CCEO can. 722,3-4).

1463 Ciertos pecados particularmente graves están sancionados con la excomunión, la pena eclesiástica más severa, que impide la recepción de los sacramentos y el ejercicio de ciertos actos eclesiásticos (cf CIC, can. 1331; CCEO, can. 1431. 1434), y cuya absolución, por consiguiente, sólo puede ser concedida, según el derecho de la Iglesia, al Papa, al obispo del lugar, o a sacerdotes autorizados por ellos (cf CIC can. 1354-1357; CCEO can. 1420). En caso de peligro de muerte, todo sacerdote, aun el que carece de la facultad de oír confesiones, puede absolver de cualquier pecado (cf CIC can. 976; para la absolución de los pecados, CCEO can. 725) y de toda excomunión.

1464 Los sacerdotes deben alentar a los fieles a acceder al sacramento de la penitencia y deben mostrarse disponibles a celebrar este sacramento cada vez que los cristianos lo pidan de manera razonable (cf CIC can. 986; CCEO, can 735; PO 13).

1465 Cuando celebra el sacramento de la Penitencia, el sacerdote ejerce el ministerio del Buen Pastor que busca la oveja perdida, el del Buen Samaritano que cura las heridas, del Padre que espera al Hijo pródigo y lo acoge a su vuelta, del justo Juez que no hace acepción de personas y cuyo juicio es a la vez justo y misericordioso. En una palabra, el sacerdote es el signo y el instrumento del amor misericordioso de Dios con el pecador.

1466 El confesor no es dueño, sino el servidor del perdón de Dios. El ministro de este sacramento debe unirse a la intención y a la caridad de Cristo (cf PO 13). Debe tener un conocimiento probado del comportamiento cristiano, experiencia de las cosas humanas, respeto y delicadeza con el que ha caído; debe amar la verdad, ser fiel al magisterio de la Iglesia y conducir al penitente con paciencia hacia su curación y su plena madurez. Debe orar y hacer penitencia por él confiándolo a la misericordia del Señor.

1467 Dada la delicadeza y la grandeza de este ministerio y el respeto debido a las personas, la Iglesia declara que todo sacerdote que oye confesiones está obligado a guardar un secreto absoluto sobre los pecados que sus penitentes le han confesado, bajo penas muy severas (CIC can. 1388,1; CCEO can. 1456). Tampoco puede hacer uso de los conocimientos que la confesión le da sobre la vida de los penitentes. Este secreto, que no admite excepción, se llama "sigilo sacramental", porque lo que el penitente ha manifestado al sacerdote queda "sellado" por el sacramento.

IX. LOS EFECTOS DE ESTE SACRAMENTO

1468 "Toda la virtud de la penitencia reside en que nos restituye a la gracia de Dios y nos une con él con profunda amistad" (Catech. R. 2, 5, 18). El fin y el efecto de este sacramento son, pues, la reconciliación con Dios. En los que reciben el sacramento de la Penitencia con un corazón contrito y con una disposición religiosa, "tiene como resultado la paz y la tranquilidad de la conciencia, a las que acompaña un profundo consuelo espiritual" (Cc. de Trento: DS 1674). En efecto, el sacramento de la reconciliación con Dios produce una verdadera "resurrección espiritual", una restitución de la dignidad y de los bienes de la vida de los hijos de Dios, el más precioso de los cuales es la amistad de Dios (Lc 15,32).

1469 Este sacramento reconcilia con la Iglesia al penitente. El pecado menoscaba o rompe la comunión fraterna. El sacramento de la Penitencia la repara o la restaura. En este sentido, no cura solamente al que se reintegra en la comunión eclesial, tiene también un efecto vivificante sobre la vida de la Iglesia que ha sufrido por el pecado de uno de sus miembros (cf 1 Co 12,26). Restablecido o afirmado en la comunión de los santos, el pecador es fortalecido por el intercambio de los bienes espirituales entre todos los miembros vivos del Cuerpo de Cristo, estén todavía en situación de peregrinos o que se hallen ya en la patria celestial (cf LG 48-50):

Pero hay que añadir que tal reconciliación con Dios tiene como consecuencia, por así decir, otras reconciliaciones que reparan las rupturas causadas por el pecado: el penitente perdonado se reconcilia consigo mismo en el fondo más íntimo de su propio ser, en el que recupera la propia verdad interior; se reconcilia con los hermanos, agredidos y lesionados por él de algún modo; se reconcilia con la Iglesia, se reconcilia con toda la creación (RP 31).

1470 En este sacramento, el pecador, confiándose al juicio misericordioso de Dios, anticipa en cierta manera el juicio al que será sometido al fin de esta vida terrena. Porque es ahora, en esta vida, cuando nos es ofrecida la elección entre la vida y la muerte, y sólo por el camino de la conversión podemos entrar en el Reino del que el pecado grave nos aparta (cf 1 Co 5,11; Ga 5,19-21; Ap 22,15). Convirtiéndose a Cristo por la penitencia y la fe, el pecador pasa de la muerte a la vida "y no incurre en juicio" (Jn 5,24)

XI. LA CELEBRACION DEL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA

1480 Como todos los sacramentos, la Penitencia es una acción litúrgica. Ordinariamente los elementos de su celebración son: saludo y bendición del sacerdote, lectura de la Palabra de Dios para iluminar la conciencia y suscitar la contrición, y exhortación al arrepentimiento; la confesión que reconoce los pecados y los manifiesta al sacerdote; la imposición y la aceptación de la penitencia; la absolución del sacerdote; alabanza de acción de gracias y despedida con la bendición del sacerdote.

1481 La liturgia bizantina posee expresiones diversas de absolución, en forma deprecativa, que expresan admirablemente el misterio del perdón: "Que el Dios que por el profeta Natán perdonó a David cuando confesó sus pecados, y a Pedro cuando lloró amargamente y a la pecadora cuando derramó lágrimas sobre sus pies, y al publicano, y al pródigo, que este mismo Dios, por medio de mí, pecador, os perdone en esta vida y en la otra y que os haga comparecer sin condenaros en su temible tribunal. El que es bendito por los siglos de los siglos. Amén."

1482 El sacramento de la penitencia puede también celebrarse en el marco de una celebración comunitaria, en la que los penitentes se preparan a la confesión y juntos dan gracias por el perdón recibido. Así la confesión personal de los pecados y la absolución individual están insertadas en una liturgia de la Palabra de Dios, con lecturas y homilía, examen de conciencia dirigido en común, petición comunitaria del perdón, rezo del Padrenuestro y acción de gracias en común. Esta celebración comunitaria expresa más claramente el carácter eclesial de la penitencia. En todo caso, cualquiera que sea la manera de su celebración, el sacramento de la Penitencia es siempre, por su naturaleza misma, una acción litúrgica, por tanto, eclesial y pública (cf SC 26-27).

1483 En casos de necesidad grave se puede recurrir a la celebración comunitaria de la reconciliación con confesión general y absolución general. Semejante necesidad grave puede presentarse cuando hay un peligro inminente de muerte sin que el sacerdote o los sacerdotes tengan tiempo suficiente para oír la confesión de cada penitente. La necesidad grave puede existir también cuando, teniendo en cuenta el número de penitentes, no hay bastantes confesores para oír debidamente las confesiones individuales en un tiempo razonable, de manera que los penitentes, sin culpa suya, se verían privados durante largo tiempo de la gracia sacramental o de la sagrada comunión. En este caso, los fieles deben tener, para la validez de la absolución, el propósito de confesar individualmente sus pecados graves en su debido tiempo (CIC can. 962,1). Al obispo diocesano corresponde juzgar si existen las condiciones requeridas para la absolución general (CIC can. 961,2). Una gran concurrencia de fieles con ocasión de grandes fiestas o de peregrinaciones no constituyen por su naturaleza ocasión de la referida necesidad grave.

1484 "La confesión individual e íntegra y la absolución continúan siendo el único modo ordinario para que los fieles se reconcilien con Dios y la Iglesia, a no ser que una imposibilidad física o moral excuse de este modo de confesión" (OP 31). Y esto se establece así por razones profundas. Cristo actúa en cada uno de los sacramentos. Se dirige personalmente a cada uno de los pecadores: "Hijo, tus pecados están perdonados" (Mc 2,5); es el médico que se inclina sobre cada uno de los enfermos que tienen necesidad de él (cf Mc 2,17) para curarlos; los restaura y los devuelve a la comunión fraterna. Por tanto, la confesión personal es la forma más significativa de la reconciliación con Dios y con la Iglesia.

sábado, 20 de octubre de 2007

Oración para el nuevo día / Enviada por Viviana Baigorria


Señor,
en el silencio de este día que comienza,
vengo a pedirte la paz,
la prudencia, la fuerza.
Hoy quiero mirar el mundo
con ojos llenos de amor,
ser paciente, comprensivo,
dulce y prudente.
Ver por encima de las apariencias,
a tus hijos como Tú mismo los ves,
y así no ver más que el bien
en cada uno de ellos.
Cierra mis oídos a toda calumnia,
guarda mi lengua de toda maldad,
que sólo los pensamientos caritativos
permanezcan en mi espíritu,
que sea benévolo y alegre,
que todos los que se acerquen a mí
sientan su presencia.
Revísteme de Ti, Señor,
y que a lo largo de este día yo te irradie.
Amén.

viernes, 19 de octubre de 2007

El pecado que Dios denuncia con más fuerza es la hipocresía / Autores: Conchi y Arturo


En aquel tiempo, miles y miles de personas se agolpaban hasta pisarse unos a otros. Jesús se puso a decir primeramente a sus discípulos: Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Nada hay encubierto que no haya de ser descubierto ni oculto que no haya de saberse. Porque cuanto dijisteis en la oscuridad, será oído a la luz, y lo que hablasteis al oído en las habitaciones privadas, será proclamado desde los terrados. Os digo a vosotros, amigos míos: No temáis a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más. Os mostraré a quién debéis temer: temed a Aquel que, después de matar, tiene poder para arrojar a la gehena; sí, os repito: temed a ése. ¿No se venden cinco pajarillos por dos ases? Pues bien, ni uno de ellos está olvidado ante Dios. Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis; valéis más que muchos pajarillos. Lucas 12, 1-7.

Jesús siempre habla con coherencia y a la luz. Por eso dice el Evangelio que "miles y miles de personas se agolpaban hasta pisarse unos a otros". Cristo se dirige a todos pero especialmente a sus discípulos que eviten la hipocresía. El Hijo de Dios enseña a mostrarse ante los demás como uno es. Él desea que sus discípulos no se atribuyan en las cosas que realicen los méritos. Jesús muestra que Él sólo hace ante la gente la Voluntad de Dios, lo que su Padre Celestial desea.

La hipocresía consiste en el fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan. Esa actitud es pecaminosa y como el carcoma para el crecimiento de cualquier comunidad cristiana. Por eso dice Cristo: "cuanto dijisteis en la oscuridad, será oído a la luz, y lo que hablasteis al oído en las habitaciones privadas, será proclamado desde los terrados".
Jesús que es la Luz del mundo proclama que las actitudes hipócritas son fruto de la oscuridad, de quienes no siguen la voluntad de Dios y desean con sus palabras destruir a los demás.

Las miles de personas que estaban escuchando a Cristo lo hacían por decisión propia, libremente. También es un acto profundo de la libertad elegir ser discípulas de Jesús y para ello señala una actitud que debe ser desterrada de nuestro corazón: la hipocresía. Cuando ella mora en nosotros nos incapacita para instaurar el Reino y nos aleja del Camino, la Verdad y la Vida. El Hijo de Dios sabe que en su Cuerpo que es la Iglesia, siempre habrá personas que opten por la hipocresía y que serán como lobos vestidos de corderos. San Pablo lo escribe con claridad:

Tendrán la apariencia de piedad, pero desmentirán su eficacia. Guárdate también de ellos. (2 Tim 3, 5.)


Mas ahora, desechad también vosotros todo esto: cólera, ira, maldad, maledicencia y palabras groseras, lejos de vuestra boca. No os mintáis unos a otros. Despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador, donde no hay griego y judío; circuncisión e incircuncisión; bárbaro, escita, esclavo, libre, sino que Cristo es todo y en todos. Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección. Y que la paz de Cristo presida vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo Cuerpo. Y sed agradecidos. La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría, cantad agradecidos, himnos y cánticos inspirados, y todo cuanto hagáis, de palabra y de boca, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre. (Col. 3, 8-17.)


El Evangelio de Mateo también nos instruye con ejemplos claros de actitudes hipócritas:

Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna recompensa del Padre que está en el cielo. Por lo tanto, cuando des limosna, no lo vayas pregonando delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser honrados por los hombres. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan.

Ustedes oren de esta manera:
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre,
que venga tu Reino,
que se haga tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día.
Perdona nuestras ofensas,
como nosotros perdonamos
a los que nos han ofendido.
No nos dejes caer en la tentación,
sino líbranos del mal.

Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.

Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan. Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa. (Mateo 6, 1-16.)


Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano. (Mateo 7, 5)


¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, cuando dijo:
Este pueblo me honra con los labios,pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos.(Mateo 15, 7-9)


La hipocresía es una actitud pecaminosa que se asienta en nuestro corazón cuando queremos sobrevivir materialmente y siendo bien mirados por los hombres. Por eso Jesús afirma que no hay que tener miedo de quien sólo puede matar el cuerpo, las cosas materiales. Las palabras hipócritas que otros han pronunciado sobre nuestra persona nos pueden producir tristeza, depresión e inseguridad, cuando no dejamos todo en las manos de Dios.

Que Padre tan misericordioso tenemos que tiene contados todos nuestros cabellos. Dios desea librarnos de ser hipócritas y de ser víctimas de las habladurías de otros. Para ello sólo nos pide que asentemos un deseo profundo de Verdad en nuestro corazón. La única Verdad inmutable es la Palabra de Dios. Si la ponemos en práctica y pedimos al Espíritu Santo que nos asista en el nombre de Cristo, la Verdad permanecerá en nosotros y seremos luz para el mundo, testigos auténticos que construyen el Cuerpo de Cristo, la comunidad Cristiana, la Iglesia.

Hace pocos días una persona nos comentó que un compañero de trabajo había alabado a otro ante el jefe y los demás. Después, una compañera, poniendo verdad exclamo: "tú hablabas el otro día por teléfono y te escuche decir con claridad que no querías trabajar con este compañero. ¿Por qué pues mientes públicamente? El protagonista de esta historia real se quedó mudo y temblando. No sabía que decir al sentirse descubierto. No contaba que alguien podía oírle cuando hablaba mal, en la oscuridad, y ser sembrador de verdad.

Estábamos tomando café en un bar. Dos trabajadores están desayunando. Hay muy poca gente y escuchamos aún sin quererlo toda la conversación. Están debatiendo sobre una llave que les ha dado el jefe para todos los empleados del local de la empresa. Uno es partidario que el jefe haga una llave para cada trabajador, puesto que su tarea implica entrar y salir del centro laboral. El trabajador que custodia la única llave que existe se va al lavabo. Al cabo de unos minutos, el compañero que se queda desayunando también va al servicio y escucha como su camarada esta contando al gente la conversación por teléfono. Eso le indigna y lo saca de sí y empieza a gritar. El que se ha sentido descubierto se excusa diciendo que es el jefe quien lo ha llamado. No sabe como salir del embrollo y la relación entre ambos compañeros queda dañada ante la estupefacción de los demás.

Conocemos una mujer, que por estar herida desde la infancia en varías áreas de su emocionalidad y afectividad, siempre se comparaba ante los demás con su esposo. Cuando a ella le parecía bien lo que hacia el marido ante los demás, era algo que habían pensado los dos. Si alguna cosa le parecía inadecuada siempre decía a los demás en presencia y ausencia del marido que debía haberse todo de la forma que ella decía. El matrimonio se rompió y separó. Los dos eran personas de fe.

La hipocresía, el pecado que Dios denuncia con más fuerza, también es el menos admitido; por eso el predicador del Papa alertó de sus peligros y brindó herramientas para contrarrestarlo, algo que beneficiaría a toda la sociedad. El predicador de la Casa Pontificia, el padre Raniero Cantalamessa O.F.M. Cap. se refirió a este tema en las primera de las charlas cuaresmales realizadas este año 2007.

Propuso reflexionar sobre ésta: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios», y aclaró equívocos. Remitiéndose al Evangelio, «lo que decide la pureza o impureza de una acción es la intención: si se hace para ser vistos por los hombres o para agradar a Dios», apuntó.

Y es que «en realidad la pureza de corazón no indica, en el pensamiento de Cristo, una virtud particular, sino una cualidad que debe acompañar a todas las virtudes, para que sean de verdad virtudes y no “espléndidos vicios”»; por eso «su contrario más directo no es la impureza, sino la hipocresía», señaló el padre Cantalamessa.

Y ese es el pecado que denuncia con más fuerza Dios a lo largo de toda la Biblia, porque con la hipocresía «el hombre rebaja a Dios, le sitúa en el segundo lugar, colocando en el primero a las criaturas, al público», prosiguió.

De manera que «la hipocresía es esencialmente falta de fe» -recalcó-, pero también «falta de caridad hacia el prójimo, en el sentido que tiende a reducir a las personas a admiradores».

«Nunca se habla de la relevancia social de la bienaventuranza de los puros de corazón», pero «estoy convencido –manifestó el padre Cantalamessa- de que esta bienaventuranza puede ejercer hoy una función crítica entre las más necesarias en nuestra sociedad», pues «se trata del vicio humano tal vez más difundido y menos confesado».

Se traduce en llevar dos vidas: una es la verdadera, la otra la imaginaria que vive de la opinión, propia o de la gente; se traduce, según el religioso, en la cultura de la apariencia, en la tendencia que tiende a vaciar a la persona, reduciéndola a imagen, o a simulacro.

El padre Cantalamessa hizo hincapié en que la hipocresía acecha a las personas religiosas por un sencillo motivo: «donde más fuerte es la estima de los valores del espíritu, de la piedad y de la virtud, allí es más fuerte también la tentación de ostentarlos para no parecer privados de ellos».

Pero existe «un medio sencillo e insuperable para rectificar varias veces al día nuestras intenciones», propuso el predicador de la Casa Pontificia; nos lo dejó Jesús en las tres primeras peticiones del Padrenuestro: «Santificado sea tu nombre. Venga a nosotros tu reino. Hágase tu voluntad».

«Se pueden recitar como oraciones, pero también como declaraciones de intención: todo lo que hago, quiero hacerlo para que sea santificado Tu nombre, para que venga Tu reino y para que se cumpla Tu voluntad», añadió.

«Sería una preciosa contribución para la sociedad y para la comunidad cristiana si la bienaventuranza de los puros de corazón nos ayudara a mantener despierta en nosotros la nostalgia de un mundo limpio, verdadero, sincero, sin hipocresía -ni religiosa ni laica-, un mundo donde las acciones se corresponden con la palabras, las palabras con los pensamientos y los pensamientos del hombre con los de Dios», concluyó.


Debemos aceptarnos como estamos en cada momento y no intentar proyectar en los demás cuanto nos acontece. Hay que presentarse ante el Señor en oración cada día con nuestros sentimientos, para que Él nos libre de la hipocresía. Oremos con este texto de Sabine Naegeli

Señor, bendice mis manos
para que sean delicadas y sepan tomar
sin jamás aprisionar,
que sepan dar sin calcular
y tengan la fuerza de bendecir y consolar.

Señor, bendice mis ojos
para que sepan ver la necesidad
y no olviden nunca lo que a nadie deslumbra;
que vean detrás de la superficie
para que los demás se sientan felices
por mi modo de mirarles.

Señor, bendice mis oídos
para que sepan oír tu voz
y perciban muy claramente
el grito de los afligidos;
que sepan quedarse sordos
al ruido inútil y la palabrería,
pero no a las voces que llaman
y piden que las oigan y comprendan
aunque turben mi comodidad.

Señor, bendice mi boca
para que dé testimonio de Ti
y no diga nada que hiera o destruya;
que sólo pronuncie palabras que alivian,
que nunca traicione confidencias y secretos,
que consiga despertar sonrisas.

Señor, bendice mi corazón
para que sea templo vivo de tu Espíritu
y sepa dar calor y refugio;
que sea generoso en perdonar y comprender
y aprenda a compartir dolor y alegría
con un gran amor.
Dios mío, que puedas disponer de mí
con todo lo que soy, con todo lo que tengo.

jueves, 18 de octubre de 2007

La visión del lider / Autor: José H. Prado Flores



El elemento definitivo que identifica y concentra la esencia de un verdadero líder es su visión. Para ilustrar lo que significa la visión, podemos tomar el ejemplo de cuando el marinero, desde el mástil central del barco, extendiendo su mano hacia el horizonte, conmueve el ánimo de la tripulación con un grito emocionado: "¡Tierra a la vista!". Ha visto lo que nadie podía ver y anima a todos para alcanzar el objetivo.

A) Ve más allá que todos los demás.

El líder posee un radar de alta frecuencia para percibir la realidad y tiene capacidad de soñar lo inimaginable. Puede ver lo que nadie ha descubierto todavía. Esto lo coloca por encima del común denominador de la gente. Sabe descifrar causas, prever consecuencias. Distingue claramente lo esencial de lo accidental. Es un buen receptor de toda la información. Ha desarrollado un sistema integral de la realidad. Tiene jerarquía de valores. En una palabra, pertenece a esa raza de hombres que no está emparentada con la mediocridad.

Saúl el benjaminita (1 Sam. 10, 23) destacaba sobre todos los demás. Por esta razón podía ver mucho más lejos que cualquier otro. Por eso fue capaz de surcar rutas inéditas e internarse por caminos vírgenes para iniciar la etapa de la monarquía en Israel.

Pablo, que era también de la tribu de Benjamín, en el camino de Damasco tuvo una visión donde escuchó lo que nadie: sus compañeros "oía la voz, pero no veían a nadie". (Hechos 9, 7). Sólo Pablo fue capaz de ver lo que otros no percibieron. Esto quiere reafirmar lo esencial: Pablo percibe lo que otros no ven.

B) No mira para atrás.

Al marinero no le interesa mirar para atrás para contemplar la estela que el barco va surcando en el océano. Una vez que ha dejado una playa, leva las anchas que le atan mentalmente, para hacer volar su imaginación y su ilusión, hacia el nuevo destino que lo espera.

Para un líder con visión, el pasado es solo un maestro que enseña a mirar el futuro, aprovechando la experiencia de lo que ha vivido.

Pablo, como líder, no mira hacia atrás. Tiene su vista siempre hacia adelante: "Yo, hermanos... una cosa hago, olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante". (Fil. 3, 13).

C) Anuncia buenas noticias.

La función del marinero que sube al mástil, es anunciar buenas noticias. No le corresponde amedrentar a la tripulación con un grito le los llene de terror: "¡Tormenta a la vista!". Su principal responsabilidad es la de anunciar que se acercan al objetivo perseguido.

El responsable de un proyecto no debe encender la sirena de alarma cuando se suspende la energía eléctrica, sino encender un fósforo. Busca y encuentra soluciones.

Pablo no solo sabe resolver sofismas (2 Cor. 10, 4) o prever dificultades (Hechos 27, 10), sino que comunica una Buena Noticia: "allí se pusieron a anunciar la Buena Nueva" (Hechos 14, 7).

D) Comparte su visión a los demás: hace ver de cerca a los demás lo que él vió de lejos.

En el momento en que el marinero afirma la proximidad de la tierra, todos le creen y suben a la cubierta del barco con la certeza de que de un momento a otro aparecerán las cumbres de las montañas. El líder es sujeto de crédito. Si lo dice él, los demás saben que debe existir una razón, factor invisible o sorpresa que avalan su aseveración. El primero cree lo que anuncia. Su corazón ha palpitado antes de hacer palpitar a los demás. Vive lo que cree.

Para ser verdadero líder no basta tener visión o ver lo que otros no ven, sino hacer ver a los demás lo que él antes ha percibido. El líder no es un guía de ciegos. Su misión es hacer ver de cerca lo que él ha visto de lejos.

Jesús delineó perfectamente esta misión para Pablo cuando le dijo: "Yo te envío para que les abras los ojos". (Hechos 26, 17-18).

E) Lo más importante: define el objetivo.

El marinero, con su mano extendida y voz segura, afirma que el objetivo es alcanzable.

La factibilidad de una visión depende tanto cuanto el líder sea capaz de definir la meta. La vaguedad crea confusión y dispersión.

Pablo es uno de estos hombres que tiene una brújula por dentro. Posee objetivos claros, que no son negociables: "El Señor me envió a evangelizar y no a bautizar, y ¡ay de mí si no evangelizara!". (1 Cor. 1, 17); 9, 16).

El centro de su mensaje no es complicado. El evangelio de la gracia (Hechos 20, 21), es decir, la gratuidad de la salvación.

F) Anima y motiva a cada uno.

El marinero, como todo líder, contagia con su entusiasmo a los demás y los involucra. Es como un generador de energía donde todo el mundo carga sus baterías. Su don es hacer que cada uno dé lo mejor de sí mismo. Esta es la magia del líder.

En medio de la tormenta del mar, después de muchos días que no había aparecido el sol ni las estrellas, cuando se estaba perdiendo toda esperanza de salvación, aparece el carácter líder:

"(Pablo dijo:) os exhorto a que tengáis buen ánimo; os aconsejo que toméis alimento, pues os conviene para vuestra propia salvación. Ninguno de vosotros perderá un solo cabello de vuestra cabeza... Entonces todos los demás se animaron." (Hechos 27, 20-36).

El líder motiva no sólo cuando presenta el objetivo, sino cuando lo logra meter en el corazón de las personas, para que ellos mismos vayan adelante. Este milagro se da cuando el líder es capaz de revelar el por qué se hacen las cosas. Los hombres no son máquinas que trabajen con el automatismo de un robot. Necesitan una motivación, la cual se encuentra siempre dentro de ellos mismos. El líder sabe promover la autoestima para tener la seguridad que dentro de cada vaso de barro se encuentra un gran tesoro. (2 Cor. 4, 7).

Si el objetivo es definido y concreto, la motivación debe ser trascendente. Se trata de un catalizador que potencia al máximo las fuerzas y hace que la persona toque la frontera de sus límites.

G) Encuentra la estrategia común para alcanzar la meta.

El objetivo a la vista es el motor que desencadena una estrategia de trabajo: se aflojan las ataduras de los timones, el capitán toma completo control de la nave, se pliegan las velas y se sueltan las cuatro anclas desde la popa y se dejan caer al mar... El capitán no necesariamente es quien tiene el timón en sus manos, pero sí el que sincroniza y conjunta (sinergia) toda la actividad, para que desemboque en un sólo propósito: atracar felizmente el barco en el muelle.

Un buen líder no es el que mueve a los demás, sino el que hace que los demás se muevan, como Pablo desde la cárcel: "La mayor parte de los hermanos, alentados en el Señor por mis cadenas, tienen mayor intrepidez en anunciar sin temor la Palabra". (Fil. 1, 14).

El líder es aquel que establece una estrategia para conseguir el objetivo final, haciendo converger todas las fuerzas en un sólo polo de atracción. Sus sueños se cristalizan en planes de trabajo y estructuras, que permiten alcanzar los objetivos. Un soñador sin estructuras, es un quijote ambulante que pelea contra molinos de viento y al que sólo le sigue un ignorante barrigón.

La visión lleva a la acción y la acción profundiza la visión. Pablo no comprendió todo desde un principio con claridad meridiana, ni tampoco comenzó haciendo las cosas de manera perfecta.

Si todo líder goza de simpatía y autoridad moral para ser creído y seguido por los demás, el líder cristiano tiene una razón de más y un punto de llegada para arrastrar a otros en pos de sí: "Sed mis imitadores, como yo lo soy de Cristo" (1 Cor. 11, 1).

Él también tiene a otro, el Líder de los líderes, el Pastor de los pastores (1 Pe 5,4); y por tanto, a quien los otros siguen no es a él mismo, sino a quien a su vez él sigue.

PREGUNTAS PARA DISCUSIÓN:

-Enumerar las características expuestas en orden de importancia y decir por qué.

-¿Cuál de estas características es la más necesaria en tu Grupo y en tu comunidad?

-¿Cuál de estas características es la que más hace falta en tu comunidad?

“Enviados a dar lo que hemos recibido, a gritar lo que se nos ha susurrado” / Autor: Jean Vanier





Publicamos la última de las reflexiones de Jean Vanier impartidas a una de las comunidades de Fe y Luz durante un retiro en Salamanca sobre el mismo tema. La primera de ellas está publicada en nuestro blog el día 5 de septiembre, la segunda el 14 de septiembre, la tercera el 19 de septiembre, la cuarta el 27 de septiembre, la quinta el 3 de octubre y la sexta el 11 de octubre. Introduciendo el nombre de Jean Vanier en el buscador del blog os aparecerán todas, además de los artículos que citan al autor.

Lo primero que quiero hacer es daros las gracias; me siento muy feliz de estar con vosotros. Siempre es una experiencia para mí vivir un retiro. Cuando Raúl me invitó, comenzó un intercambio de e-mail para fijar el programa, pero yo sabía más o menos lo que iba a suceder. Para mí lo importante no es el programa, sino lo que va a suceder, lo que va a hacer Jesús en el grupo, en los corazones de la gente. El programa es como los huesos pero luego tienes que rellenarlo de carne para que se vuelva algo vivo y eso es vuestro papel. ¿Cómo recibís la Palabra de Dios? Como vosotros sabéis no soy alguien que lea un texto, sino que intento responder a vuestra necesidad; intento, lo que yo llamo, intentar fluir con la música... ¿cuál es vuestra necesidad? San Agustín dice que Dios pone labios al que habla, de acuerdo con las necesidades y deseos de los que escuchan. Así que cuando hablo no es sólo hablar, es un diálogo.

Yo veo algo muy bello que vosotros no veis, son vuestras caras. Puedo ver muy rápidamente una cara que está abierta o una cara que está cerrada. Algunos de vosotros os habéis dormido, no diré quiénes...; está bien, está bien dormirse, yo me duermo casi siempre en las homilías. Me acuerdo una vez que daba un retiro en Bélgica, estaba muy cansado el último día. En aquél momento estábamos sentados todos en el suelo; yo siempre intentaba coger un sitio cercano a la pared y tenía gran capacidad para quedarme dormido y todo el mundo pensaba que estaba rezando. Yo estaba así y rápidamente me dormía. Estaba ahí el Padre Roberti, que a lo mejor alguno conocéis, estaba dando la misa y yo me desperté cuando el Padre Roberti estaba diciendo esto: “el silencio de Juan quiere decir que...” –me estoy quedando dormido yo también hoy-, “el silencio de Juan nos dice hoy que El Arca en Bélgica debe permanecer en silencio también”. Abrí un ojo y me di cuenta de que algo no estaba bien. Durante el abrazo de Patrich, me levanté hacia Alan y le pregunté: ¿qué ha pasado...?, y me dijo: “es que te has quedado dormido”, y le dije: “¡si!”. Me dijo: cuando el Padre Roberti comenzó su homilía, comenzó diciendo: “y ahora Jean nos va a contar cómo van las cosas en Bélgica”. Así que, siento mucha compasión hacia los que de vosotros os dormís; pero lo que sugiero es que cuando durmáis, sed muy vigilantes para cuando os despertéis, porque puede ser que los ángeles os estén diciendo: “levántate, que te están hablando a ti”.

Así que quiero daros las gracias. Lo que siento, es que Dios ha pasado por cada uno de nosotros y este paso de Dios por mí...; es muy importante para mí un retiro, porque cuando me doy cuenta de que las palabras que digo tocan los corazones de la gente es muy humillante y muy bueno, porque no soy yo. Espero que todos vivamos la misma experiencia, todos somos instrumentos de Dios, a través de nuestras manos, a través de nuestro rostro, del modo en que amamos a la gente, con nuestros ojos, con nuestras palabras... Y lo único realmente importante es que nos convirtamos en instrumentos de Dios, no intentando hacer “nuestra cosa”, no buscando nuestro poder... Lo único realmente interesante es que nos convirtamos en instrumentos de Dios. Nuestro mundo tiene mucho dolor y necesita descubrir la compasión de Dios. Eso es lo que estamos haciendo, lo importante es que cada uno de nosotros descubra que podemos ser realmente instrumentos de Dios, que nos volvamos un signo de lo que Dios es. Algunas personas que son ateas son un signo de Dios. Una persona en mi comunidad falleció hace algo más de un año, una persona con una deficiencia; provenía de una familia muy anticlerical, nunca iban a rezar, nunca iban a misa y nunca debías decirle: “rezo por vosotros” porque se volvían furiosos. Cuando él murió, la gente dijo: “nunca pudimos hablarle a él de Dios, pero toda su vida nos hablaba a nosotros de Dios”. La gente es atea porque es parte de su familia, parte de su tradición, parte quizá de su ira hacia Dios, y bueno, está bien estar enfadado con la iglesia, la gente ha sufrido, y es normal que estén enfadados. Alguna gente está defraudada, y eso es normal porque pensaban que Dios iba a resolver todos sus problemas y no han descubierto todavía que Dios les dice: ` no, arregla tú los problemas ´. Porque si la gente tiene hambre, Dios no nos va a hacer llover el maná de los cielos; Dios nos está diciendo: `uniros todos, gentes, y dadles pan ´, no os escondáis en vuestro pequeño mundo, donde coméis demasiado; y pedir a Dios que haga el resto. Entonces necesitamos escuchar a Dios y dejar que Él nos inspire; eso significa que necesitamos confiar, la fe significa confiar. Es la misma palabra en griego, así que, tener fe en Jesús no es ante todo una percepción intelectual, sino que es confiar en una persona, la persona de Jesús. Por tanto nosotros debemos de acoger de algún modo la experiencia de Jesús y yo espero que durante estos días todos hayáis tenido algún momento en el que habéis experimentado la presencia de Jesús, en los pequeños grupos, en el lavatorio de pies, en la Eucaristía, en las conferencias, en los momentos de silencio... sea donde sea... ¡tener una experiencia de paz!

Después de que mataron a Jesús, los discípulos estaban totalmente perdidos, habían puesto tanta esperanza en Jesús y ellos creían que era tan poderoso... ¡el triunfo del Mesías! Y cuando le matan, pierden todo, no saben qué hacer. A veces nos puede suceder lo mismo cuando nos damos cuenta que el triunfo de Dios está perdiendo cancha, y perdemos la confianza. No, la Iglesia nunca ha pensado ser triunfante. Quizá hay movimientos en España que están creciendo, son importantes, hay momentos de triunfo... pero eso no es lo importante. Así que los discípulos entraron en un colapso cuando mataron a Jesús, y podemos comprender esto, estaban realmente molestos, decepcionados y por tanto estaban muy asustados y se escondieron juntos. Y de repente Jesús está ahí y... ¿sabéis lo que dice cuando aparece en medio de ellos? Únicamente les dice: “la paz esté con vosotros”. No les dice: ¿por qué me habéis abandonado?, ¿por qué estabais escapando?, ¿por qué no creísteis? Jesús nunca, nunca critica. Solamente hay un lugar, creo que es en el evangelio de Marcos en el que Él critica, quizá algo relacionado con la Iglesia, les reprende porque no habían escuchado a las mujeres. Porque Jesús primero se apareció a las mujeres y luego las envió a que fueran a decírselo a los hombres y podéis imaginaros a los hombres diciendo: ` mirad, son unas histéricas`. Porque las mujeres son más emocionales, ellas lloran con más facilidad y los hombres hablan de fútbol. Hay una diferencia entre hombres y mujeres, no sé si lo sabéis, y ambos son necesarios, no para el fútbol, del fútbol no sé nada, eso no es mi problema... Así que Jesús en el evangelio de Juan lo único que hace es mirarles a los ojos y decir: “PAZ”. En lenguaje bíblico, en arameo, paz significa `presencia´. La paz no es un sentimiento interior de no deseo, no proviene de un esfuerzo para ser espiritual, la paz es la conciencia de ser amados tal y como somos. Así que de repente los apóstoles quizá ven a Jesús mirándole a cada uno y diciéndole “paz”, estoy diciendo: ` estoy contigo, te quiero y no tienes que preocuparte, estoy contigo...` Así que eso les trae una inmensa alegría, la alegría de ser amado.

Cuando os hablé de la mujer samaritana, incluso cuando os hablé del buen samaritano, en cierto modo es Jesús el que ayuda a alguien a descubrir que es herido, esta es nuestra realidad. Hay caos en nosotros, y porque hay caos hay ira, angustia, celos... todo tipo de cosas. Pero eso es lo que somos, y somos amados tal y como somos. Lo único realmente importante es ser conscientes de ello..., de quiénes somos, y de que somos amados como somos; entonces sucede algo y empiezo a crecer. Este es el misterio; alguna gente cree que si queremos a la gente tal y como son, entonces no crecerán y sólo crecerán si les digo lo que tienen que hacer, pero... ¡no es así! Cuando alguien te quiere, te ama... ¿qué pasa?, empiezas a quererle, es tan simple como esto, esto es lo que sucede. Cuando alguien se te abre a ti, empiezas a abrirte a los otros. Así que lo realmente importante es descubrir quién eres y que eres amado.

Hay una película realmente conmovedora, que aquí se llama “pena de muerte”, ¿os suena de algo? Desde el punto de vista humano y pedagógico es una película muy importante. No obviamente la película, sino la realidad que hay de ella. Es un hombre joven llamado Patrick y su hermano que mataron a una joven pareja en Lousiana, en Estados Unidos. Eran dos hombres muy violentos, que fueron criados en un mundo de droga y de violencia en el sur de Estados Unidos. Patrick fue condenado y fue condenado a muerte. Y Helen, una religiosa se puso en contacto con Patrick, esperando el momento junto a él en que fuera ejecutado con una inyección. Ella empezó a escribirle y después fue a visitarle y los dos se encontraron. Y creo que por primera vez en su vida Patrick descubrió que alguien le amaba. La mayoría de la gente estaba asustada por él, así que se escondía detrás de muros de violencia, y llegó un día en que Helen logró llegar más adentro que la propia violencia y él descubrió que era amado y todo cambió. Eso no quiere decir que todavía siguiera existiendo mucha violencia en él, pero algo había cambiado. Y el día de su ejecución, él estaba sentado en la silla y Helen estaba detrás del cristal y Helen le miró a través del cristal y le dijo: “te quiero” y él la miró y la dijo: “te quiero”. Y entonces él se volvió hacía los padres de uno de los que había sido asesinado por él y le dijo: “lo siento”, y le pusieron la inyección y murió. Pero él había sido cambiado porque él descubrió que era amado, porque él no sabía que era bueno, pensaba que no era bueno, que nadie podía amarlo, que Dios no podía amarlo. Pero entonces descubre que detrás de todo este lío hay un pequeño manantial de agua... ¡esa es la realidad! El agua está escondida bajo la tierra, Patrick es Patrick, la tierra que había encima y todo el lío que había encima era muy grande, y el agua estaba muy, muy abajo; fue Helen la que tuvo que bajar abajo y buscar el agua y revelarle a él quién era realmente. Pero lo que es verdad para Patrick es verdad para todos, que detrás de todo el barullo, de todo el lío, los miedos, los celos, problemas sexuales, alcohol..., debajo hay algo bello y cuando lo descubrimos, las cosas empiezan a cambiar.

Yo creo que hubo unos cuantos entre vosotros que habéis vivido esta experiencia que cuando Jesús nos dice a nosotros “paz”, nos está descubriendo ese pequeño manantial de agua debajo de todo ese lío. Entonces Jesús enseña sus heridas, me gusta mucho cuando Jesús muestra sus heridas, porque Él también está herido, sus heridas son muy diferentes, son heridas muy físicas; Él enseña sus manos y sus piernas y también la herida del costado, porque las heridas de Jesús son su gloria... ¿Pueden nuestras heridas ser nuestra gloria?

Os voy a contar una experiencia sobre una mujer joven que tenía un padre muy violento, por ello, estaba muy enfadada hacia todos los hombres y por supuesto, muy enfadada con su padre. Lo que descubrí al escucharla es que ella poco a poco se iba haciendo consciente, mejor que mucha gente, que Dios estaba también en su padre. Así que, su herida se convirtió en su gloria, porque siempre había estado buscando un padre real, y entonces encontró un padre real, de un modo diferente al que lo encuentran otras personas que tienen padres buenos. Su herida fue su gloria. Eso también es verdad para padres y madres con un hijo o hija con deficiencia, pueden estar muy heridos, muy enfadados contra Dios..., hasta que un día descubren que su hijo es un profeta, que llama a la gente a cambiar, y entonces, su herida se convierte en su gloria, lo descubriremos algún día. Todo lo que está herido es una unidad dentro de nosotros y es a través de esa unidad a través de la cual vendrá Dios. Y cuando todos vayamos al cielo -y será mucho mejor de lo que nos imaginamos- será realmente bueno, nos enseñaremos todos las heridas unos a otros, todas nuestras iras, nuestros celos, nuestras necesidades de controlar, nos diremos: ` ¡mira, mira que heridas tengo, mira que maravilloso es esto; mira, a través de esto yo recibí la compasión de Dios y Dios vino fluyendo a mí a través de estas heridas...!´ Ese es el misterio, ese el es misterio del Evangelio. Tenemos muchos problemas para creer en los evangelios. Algunas personas tienen más facilidad para creer en la religión, porque la religión creará el orden, pero los Evangelios crean desorden y a nadie le gusta eso, porque Jesús vino a traer orden, a regalar su presencia a través del desorden, a través de las heridas, ese es todo el mensaje de los Evangelios, todo el misterio del Evangelio. Así que Jesús les dice a sus discípulos y les enseña sus heridas; y en cierto modo, mostrarles las heridas, con eso quiere decirles: `no temáis por vuestras heridas`. Y entonces les dice: “como me ha dicho mi Padre, yo os envío”. Lo dije ayer por la mañana, hay un peligro en la espiritualidad; vivir en un mundo y crear una pequeña espiritualidad sobre Dios, puede ser el peligro de algunas pequeñas religiones asiáticas, no digo todas, pero puede haber una cierta tendencia a que alguna espiritualidad cree una especie de paz y de comodidad, porque en algún sitio tenemos que sufrir y no queremos sufrir, no podemos soportarlo, así que intentamos escapar, intentamos dormir de un mundo de sufrimiento y división.

Hay tanta gente, tan buena en tantos sitios... Nuestro mundo no es un mundo malo de pecado; existe el mal, pero hay muchas cosas preciosas sucediendo en el mundo, cantidad de gente maravillosa, quizá no van a misa, por cualquier razón... ¡está bien! Son gente maravillosa. Y Jesús no nos dice: `debemos dejar, honorar este mundo y crear un pequeño remanso de paz para nosotros...` No, no; Él envía a la gente al mundo, al mundo del dolor, de la división, del sufrimiento... “id”, `estaré con vosotros y os convertiréis en un signo de compasión y uniréis a la gente y revelaréis a la gente quien son realmente...` Hay tanta gente maravillosa en nuestro mundo, que ha sido herida por la Iglesia o por los medios o ... ¡por lo que sea! Y estamos ahí para revelarles que son amados. Siempre tengo problemas cuando oigo a la gente que dice `Dios te ama` pero entonces se van porque ellos no quieren saber nada. Tenemos que revelar que Dios te quiere a través de mi compromiso hacia ti, a través de mi propio amor por ti, sólo así se te revelará el amor de Dios por ti. Y en el momento en el que yo puedo decirlo, que mi amor es el amor de Dios por ti, no sólo soy yo, es Jesús que nos utiliza a todos nosotros.

Así que Dios nos envía a Fe y Luz. Algunas de vuestras comunidades puedan ser un lío, bueno pero así son. Tenemos 120 comunidades de El Arca y siempre decimos que al menos un 10 % de ellas están en problemas, en un lío, un caos, otro 10 % están entrando en problemas y otro 10 % está saliendo del problema. Siempre nos encontramos con momentos en los que nos metemos en problemas y tenemos que intentar ver qué tenemos que hacer, a veces esperar, a veces otras cosas... Pero Jesús nos está enviando a nuestras comunidades, y también a nuestros lugares de trabajo, a nuestras familias, a lo que sea, nuestra comunidad. Y también recordad que somos llamados a dar testimonio, y dar testimonio no sólo es decir una palabra, lo que sería realmente bueno, es que la gente nos dijera a nosotros: `veo que el retiro te ha cambiado... ¿no tienes que decir nada?` Debiéramos dar testimonio a través de nuestra carne, de nuestros ojos, manos, a través de todo nuestro cuerpo. No tenemos que decir, explicar lo que hemos aprendido, tenemos que revelar que hemos cambiado; quizá un cambio pequeñito, porque así trabaja Dios... poco a poco.

Algunos de vosotros sois de Brasil, o algunos de vosotros conocéis Brasil. Alguno de vosotros creo que ha estado en el Amazonas. En el Amazonas hay un árbol que se llama el bácuri; muchos brasileños no conocen el bácuri, un árbol muy especial. Desde el día que lo plantas hasta el día en que recoges el primer fruto tarda cuarenta años, necesita tiempo. Algunas personas son como los tomates, pones la semilla y ... ¡y ya está! y unos meses después ya tienes el tomate. Pero los tomates son menos bonitos que el bácuri, no cuestan mucho en el mes de agosto, pero los bácuris son muy importantes. Algunos de nosotros somos como el bácuri. Dios trabaja de modo diferente en cada uno de nosotros y crecemos poco a poco. Encontramos unidad en cada uno de nosotros, y por supuesto, si queremos crecer tenemos que tener cuidado sobre todo de una cosa, comer y comer bien; y cuando hablo de comer bien no me refiero a hacer bien el desayuno, comida y cena, no hay crecimiento si no comes, ya lo sabéis, si dejáis de comer unos días pareceréis un cadáver y seguramente iréis al médico y os dirá: `comed un poco más...` No hay crecimiento si no comemos. Así que, debéis reflexionar qué debéis comer para convertiros en un hombre o en una mujer de los evangelios. Así que, nosotros tenemos que irnos de aquí sabiendo qué necesitamos comer, el cuerpo de Cristo, la Palabra de Cristo, amigos... ¡sea lo que sea! Eso es lo que debemos descubrir, la necesidad de comer y de comer bien. Un retiro como este es como una gran comida, quizá después de la comida tengáis indigestión, pero espero que no haya demasiadas indigestiones. Pero os pido que estéis muy atentos a lo que coméis, porque podemos comer cosas que nos den problemas de hígado, problemas espirituales de hígado que nos hagan vomitar. Tenéis que descubrir qué es lo que os ayuda a crecer y qué es lo que no os ayuda a crecer. Quizá algunas personas que se dicen amigos pero no son verdaderos amigos, quizá algunas formas de televisión..., otras cosas. Tenemos que tener cuidado de lo que comemos; viniendo aquí tenemos que saber un poquito.

¿Sabéis? Suelo decir con frecuencia que no somos muy inteligentes los seres humanos, afrontémoslo, la humanidad no es inteligente; la prueba es que todo el mundo dice cosas contradictorias, muy poca gente está de acuerdo en algo, pero hay algo que todos podemos saber, podemos saber lo que nos hace bien y lo que no nos hace bien, lo que necesito comer y lo que no debiera comer. Esa es la pequeña inteligencia que tenemos. Algunos amigos me ayudan, me acercan a Dios; y quizá en Fe y Luz hemos descubierto la importancia de las personas con deficiencia y quizá hemos descubierto que aquellos a los que rechazamos son aquellos que nos curan; es un misterio. Es posiblemente el salmista el que le dijo a Jesús: “la piedra que fue rechazada por los arquitectos se ha convertido en la piedra angular”. Realmente ¿creemos que el corazón de la Iglesia, el corazón de la salvación, el misterio de la gracia está entre los más pequeños y los más débiles? Somos curados, sanados por aquellos a los que rechazamos, porque poco a poco nos rebelan nuestros prejuicios y empiezan a revelarnos el agua debajo de todo el lío. Así que, cuando Jesús nos envía, tenemos que descubrir los lugares de alimento y Fe y Luz es uno de los lugares de alimento, y tenemos que tenerlo muy claro. Así que, luego Jesús sopla sobre sus discípulos, les envía su aliento...; podéis verlo respirando sobre cada uno y diciendo: `os doy el Espíritu Santo, vengo a traeros una nueva fuerza, un nuevo espíritu` y Él viene a darnos ese nuevo espíritu, un espíritu que a través de muchas formas también ha sido soplado sobre las personas con una deficiencia. Recibimos el espíritu del bautismo, pero con frecuencia lo cubrimos; la presencia de Dios, y el manantial de agua que hay ahí, lo tapamos, lo cubrimos con necesidades culturales; quizá no con la violencia de Patrick, sino con necesidades culturales, del éxito, del poder, del subir en la escala, los celos, etc. Así que, en cierto modo, a través del Espíritu Santo, Dios nos trae de nuevo esa fuerza, esa agua que hay en lo profundo de nosotros. Así que, tenemos que sentir que Dios nos da su aliento en cada uno de nosotros.

Una de las cosas más importantes para continuar este crecimiento es buscar ayuda. Es muy importante buscar un padre o madre espiritual.. ¡es muy importante! Yo tuve mucha suerte cuando encontré un sacerdote cuando dejé la marina, fue mi padre espiritual durante 40 años, y si había algo bueno en mí, el 99% vino de él. Así que, espero que encontréis un sacerdote o una madre espiritual, alguien que pueda caminar con vosotros, que pueda animaros para continuar en este camino del mensaje del Evangelio. Así que, Jesús les da el aliento, respira sobre ellos, les envía el Espíritu Santo... `estaré contigo, siempre estaré contigo`. Pero recordad que vosotros sois esa planta frágil que sale de la tierra. Los tomates frecuentemente necesitan un tutor, un palito de madera; cuando sois muy pequeños, saliendo de la tierra, es importante encontrar un tutor al que nos podamos agarrar y podamos continuar creciendo. Ese tutor puede ser la comunidad, alguien que os acompañe, o un sacerdote; que no os diga lo que hay que hacer, sino que os escuche. Eso es lo que todos necesitamos, alguien que nos escuche y nos ayude a crecer.

Jesús también os envía a todos a perdonar; es muy bonito estas palabras de Jesús en las que dice: “os envío a todos a perdonar”. Estas palabras de Jesús son aplicables a los sacerdotes en la reconciliación pero es para todos nosotros, hemos sido llamados a perdonar. Esas palabras son muy misteriosas... “los pecados que perdonéis serán perdonados, aquellos que no perdonéis, no serán perdonados”, es muy misterioso esto, porque... ¿qué es lo que nos dice Jesús? Es que si alguien os acoge como un hombre o una mujer de paz, ellos serán curados, cuando os acojan como un discípulo de Jesús, o como un miembro de Fe y Luz en contacto con profetas. Y si te acogen comenzarán a abrirse, porque perdonar es entrar en relación; y si alguien viene y rechaza el abrirse a ti, permanecerá cerrado; y vivir esa apertura del uno hacia el otro es la apertura a Dios. Así que todos somos llamados a convertirnos en hombres y mujeres que revelan la compasión de Dios y por supuesto no podemos hacerlo por nosotros mismos, lo tenemos que hacer juntos, de eso trata la comunidad. Por eso digo también que tenemos que ser hombres y mujeres con una misión; no sólo la misión de que mi comunidad crezca y se haga más profunda, que no seamos una comunidad que sólo se lo pasa bien, sino que seamos una comunidad que crezca en el amor; por supuesto tenemos que pasarlo bien, celebrar, tiempos de compartir, pero todo debiera ser de algún modo que nos volvamos conscientes de la presencia de Dios. Nuestras comunidades son llamadas a ser un signo de paz y un signo de amor para todo el mundo, también somos llamados a anunciar Fe y Luz a aquellos que no la conocen, a muchos, muchos padres y madres que están solos, que necesitan ayuda. Así que, estás palabras de Jesús recaen sobre todos nosotros... “la paz sea con vosotros”. Él les enseña sus heridas y les dice: “como el Padre me ha enviado yo os envío” y respira sobre ellos, les da su aliento, el aliento del Espíritu Santo y les envía al mundo para ser signo del amor y del perdón de Dios.