jueves, 19 de julio de 2007
La Palabra de la cruz en la curación interior / Autor P.Miguel Peix C.M.F.
Publicamos hoy un artículo de alguien con quien hemos trabajado en la evangelización más de 17 años, el P. Miquel Peix C.M.F.. Esta mañana ha sido enterrado a sus 80 años de edad. No tenemos ninguna duda que su desapego al mundo y su celo por el Evangelio le han hecho estar frente a frente con su Padre celestial tan amado. Dió AMOR a decenas de millares de personas. Nunca tenía un no para nadie. Fue impulsor de la Renovación Carismática Católica de Catalunya y en todas las partes del mundo donde estuvo. Siempre sostuvo que la Renovación era una gracia para la Iglesia Universal. Como padre Claretiano siempre fué fiel a sus hermanos de orden religiosa y obediente a sus superiores. Durante años estuvo de misionero en Camerún. Estuvo de párroco en la Iglesia del Inmaculado Corazón de María de Sabadell (Barcelona). Oren por su alma y den gracias a Dios por su vida. Este blog es un fruto de cuanto Miquel nos enseñó. En los próximos días publicaremos más sobre la peregrinación de un hombre inteligente y humilde que cargó con sus cruces y supo dar la vida en el nombre de Cristo. Descanse en paz.
Dice el apóstol San Pablo: la palabra de la Cruz es necedad para los que se pierden, pero para los que se salvan, es decir para nosotros es poder de Dios (1 Co 1,18).
Tres maneras de ver la Cruz
La de los judíos que rehusaron a Jesucristo:
Recordemos la mentalidad judía de los tiempos de Jesús. Para los judíos un crucificado era un maldito de Dios. Leemos en Deutoronomio 21,23: Porque es un maldito de Dios todo hombre colgado en un árbol. De aquí que San Pablo diga que Jesús fue un maldito de la ley por tal de liberarnos de la maldición de la ley que no podíamos cumplir. Para los enemigos judíos de Jesús era claro que como crucificado era un maldito de Dios y era escandaloso considerarlo como el Mesías.
La de los paganos:
Para el mundo greco-romano la cruz era un suplicio reservado a los esclavos. Era entonces la ignominia suprema.
La de los creyentes en Jesucristo:
De hecho la cruz del Salvador se levanta contra el orgullo del cumplidor de la ley por méritos propios y contra el orgullo pagano del prestigio del poderoso y del noble.
En cambio el creyente afirma: Jesús el Señor me ha amado se ha entregado por mí al suplicio escandaloso e ignominioso de la Cruz. En la Cruz tengo el único poder que me libera del pecado y de sus consecuencias: las enfermedades y la muerte, y la única realidad de que puedo gloriarme.
Todo esto es básico para nosotros los creyentes cristianos. Lo aceptamos y hemos de asumirlo cada vez mas profundamente.
El poder de la Cruz y la curación interior
La Cruz es el único remedio de que dispongo para la curación real de mis males, la que llega hasta las raíces. Por el hecho de ser un dotado de libertad puedo hacer un mal uso y por lo tanto llevo en mí la marca del pecado. Si de hecho peco acentúo mi pecado. Me afectan además por contaminación directa los pecados de mis antepasados y por proximidad los del mundo que me envuelve. Esta es la situación de cada hombre. Enfrente de ella hay la gracia de la Cruz ofrecida misteriosamente a todo hombre. El hecho de no haber sentido hablar nunca de Jesucristo no quiere decir que la gracia del Crucificado no actúe en la consciencia de una persona concreta. De que manera esta gracia es aceptada o rechazada sólo Dios lo sabe claramente, pero el Espíritu Santo hace llegar la salvación de Jesús a toda consciencia que no acepta la acción. Dice la escritura: Dios es salvador de todos los hombres, sobre todo de los fieles (1Tm 4,10), porque no hay debajo del cielo ningún otro nombre dado a los hombres que sea necesario a la salvación que el de Jesús (Ac 4,12).
Yo entonces que he recibido el anuncio del Evangelio he de conocer personalmente el poder de este nombre mediante la palabra de la Cruz. Dicho de otra manera: tengo que experimentar personalmente que me libera de mi pecado en virtud de su muerte. Si yo rehúso que Jesús me libere de mi pecado y del amor infinito de Dios, permaneciendo en mi egocentrismo, quedo excluido de la salvación de Dios, condenado a vivir en un vacío estremecedor fuera de mi Creador y Salvador.
En la vida presente, inmergidos en nuestras vivencias humanas, podemos vivir sin tener plena consciencia de nuestra verdadera situación de cara a Dios. Hasta podríamos llevar una vida sin pecados graves careciendo fácilmente del deseo vehemente de vernos más liberados de nuestro egocentrismo en virtud de la muerte de Jesús, lejos de todo orgullo, de toda autosuficiencia, de toda dureza de corazón hacia los otros, de todo descuido de Dios. No nos damos cuenta plenamente de la necesidad de ser curados de diversas heridas de pecado que no nos dejan vivir en plenitud como hijos de Dios y que podemos causar en todo momento peligrosas recaídas en nuestra salud espiritual, psíquica y corporal.
Faltas, rebelión, orgullo, heridas infectadas
Todos lo sabemos, el niño se rebela cuando no se le satisface sus necesidades vitales y lo expresa generalmente llorando. Al inicio es una rebelión sana, si es que la podemos llamar rebelión. La cosa cambia cuando pasa mucho tiempo sin obtener satisfacción y aparece un trauma, una herida. Ejemplo: un niño pequeño fué abandonado durante tres meses por sus padres y se volvió asmático. Una de las necesidades del niño es la de tener aquello que ve que los otros tienen, necesidad que perdura de alguna manera en los grandes. Cuando no lo obtiene se siente irritado. No puede aceptar su situación y se rebela. En la medida en que llega a ser consciente crece en él la posibilidad de una abertura al amor de los que le quieren desinteresadamente, que siempre habrá alguno, y a través de ellos, o directamente al de Dios.También crece en él la posibilidad de una rebelión más o menos orgullosa. La abertura al amor deja pasar la acción de Dios, la rebelión orgullosa deja pasar la acción del diablo. En este caso la herida se infesta. Desde nuestro orgullo el diablo tiene un gran poder sobre nosotros, y se complace en profundizar tanto como le permiten nuestras heridas. En cualquier depresión la persona piensa y piensa en sus dificultades por más pena que le causen estos pensamientos, es como si no dejase de clavarse puñaladas sobre su psíquico. Y como más humillada se siente más se apuñala y más puede aumentar su rebelión.
Las mentiras del diablo
1) El diablo quiere evitar de todas formas que el paciente pueda creer que Dios puede y quiere sacar bien de su mal. Para conseguirlo se vale de toda clase de porqués. ¿Porque esto?, ¿porque lo otro?, ¿porqué?... No olvidemos que el diablo es todo él, orgullo y rebelión y solamente sabe transmitir orgullo y rebelión. Hay quien quiere que no sea verdad que Dios pueda y quiera sacar bien del mal, porque entonces no tendría motivo para acusarlo. Su resentimiento hacia Dios, que ha permitido su situación, es demasiado grande y ya comienza a ser diabólico.
2) Otra cosa que el diablo quiere es que el paciente piense que ha de poder disfrutar de aquello que se ha visto privado y tener lo que tienen los otros, para ponerse bien. Si piensa así rehúsa de hecho la curación que Dios le quiere dar, la que él necesita., la suya, la única que le hará realmente feliz. Entonces Jesús ya no puede convertirse para él en el único bien totalmente deseable. En el tesoro escondido y la perla fina del Evangelio. Este deseo de querer tener lo que tienen los demás hace desear a menudo poseer "la luna en una canasta", es decir querer poseer aquello que no nos corresponde. Pensaría que algunos esquizofrénicos se encuentran en esta situación. Mantenerse así es seguirle el juego al maligno. Es lamentable, el paciente pide una y otra vez oración de intercesión, pero no se cura, porque vive cerrado a la curación que realmente necesita, y prefiere tomar pastillas y esperar "la luna en una canasta".
3) De nosotros mismos nos agrada creer que tenemos más méritos que los otros. Es este el terreno por donde se desliza sigilosamente el enemigo. Nos hace creer que tenemos razón, que tenemos todo el derecho de sentirnos doloridos por las actitudes de los otros, y desde un orgullo camuflado, nos irritamos contra unos y otros, ya no es contra Dios mismo. La irritación contra Dios la manifestamos en forma de queja: " Dios mío, es que no paras!. Después de un pescozón, otro y otro. Yo ya no puedo más. No sé que te he hecho". Eso de nuestros méritos es una mentira, es como un dulce envenenado, el diablo propina de derecha a izquierda. Nuestro orgullo ve un dulce pero es una píldora de muerte. ¿Exageramos?. ¿De donde vienen si no todas las divisiones y defecciones dentro mismo de la Iglesia y de las iglesias?.
Es por gracia que habéis sido salvados
Esta es una verdad bíblica aceptada como tal, pero no creída vitalmente. ¿Porqué? Porque de hecho rehusamos morir a nosotros mismos en virtud de la muerte de Jesús. Y sin esta muerte ninguna de las heridas espirituales psíquicas quedan totalmente curadas en sus raíces. Dice san Pablo: Estoy crucificado con Cristo, yo vivo, pero no yo, es Cristo quién vive en mí. Aquello que vivo ahora en la carne lo vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí. Yo no rehusaré la gracia de Dios, ya que si la justificación viene de la ley, es en vano que Cristo ha muerto (Ga 2, 19-21). Estas palabras del apóstol no son para ser meditadas intelectualmente sino experimentadas espiritualmente, es decir, por una gracia del Espíritu Santo.
¿Qué vive, qué siente, qué experimenta, el que en un momento determinado recibe la gracia de morir a sí mismo en virtud de la muerte de Cristo?
Primeramente hace falta advertir que como más auténtica y profunda sea esta gracia, la transformación que la persona recibe es evidente y permanente:
· Liberación de pecados y de vicios.
· Un gran arrepentimiento de haber ofendido a Dios en la seguridad del perdón y una gran paz.
· Se hace presente el amor misericordioso del Padre y de Jesucristo. La persona se siente feliz, y no cree que le falte nada más.
· Siente que ama a todos y se siente puro.
· Comprende que todo lo que le pasa es gracia sin que haya tenido ningún mérito. Todo le viene de la Cruz de Jesús.
· Quiere con toda el alma ser conducida por el Espíritu Santo no por su propio querer.
· Sabe que la curación ha comenzado a actuar en la raiz de sus heridas y que si ella persevera bajo la influencia del poder de la Cruz, no sólo sus heridas se curarán, sino que irán convirtiéndose en vida nueva, como las del Resucitado.
· Todo pensamiento de mérito personal y de comparación con los otros es estremecedor, porque tiene una gran sensibilidad para discernir aquello que viene de la Cruz y lo que viene del maligno.
Aquí podríamos añadir todos los frutos de la nueva vida que tenemos en Cristo Jesús, porque todos provienen de la savia de la Cruz. Los que hemos señalado tienen una relación directa con el hecho de morir con Cristo. Los otros, tendrían una relación directa con el hecho de que habiendo muerto con Cristo, ahora vivimos con Cristo, de Cristo y en Cristo.
¿Es posible volver a pecar después de haber experimentado la gracia de morir a sí mismo en virtud de la muerte de Cristo?.
El poder pecar depende del ejercicio de nuestra libertad. En este mundo vivimos nuestra vida cristiana en la fe, no en la visión. Es un tiempo de gracia en que podemos crecer bajo la acción del Espíritu Santo y también dejarnos seducir por el pecado y por el maligno. El que acaba de experimentar la gracia de morir a sí mismo en virtud de la muerte de Cristo quiere estar lejos del pecado y experimenta un gran temor de perder a Dios, a quién considera su bien supremo. Pero las tentaciones pecaminosas son sutiles y suelen venir poco a poco. Son las malas hierbas de la parábola del sembrador que quieren enraizar en nuestra tierra. Si no se eliminan con la palabra de la Cruz acabarán ahogando la palabra.
La tierra propicia a recibir la palabra del diablo es el orgullo que conduce en definitiva a la rebelión. La montaña del orgullo tiene dos vertientes: el prestigio y los méritos personales.
Hace falta que seamos tasadores: nada mas nos podemos gloriar de la cruz de Cristo. Fuera de ella no hay vida perdurable, y todo aquello que parece consistente es pura y estúpida vanidad. Nuestras obras buenas que están hechas desde el poder, que no entran por el hecho de morir a nosotros mismos en virtud de la muerte de Jesús no valen nada, bien nada. Nuestras penas soportadas para tener méritos de nosotros mismos no valen nada, bien nada, má00000s bien son pecados, no son obras del amor de Jesús que actúa en nosotros y nosotros en Él, sino obras de un orgullo camuflado y estúpido.
El prestigio y los méritos personales han sido, son y serán la ruina de los individuos y de las diversas comunidades de cristianos.
Las grandes herejías y las grandes divisiones entre los cristianos han venido de los dirigentes más cualificados. El protagonismo de los dirigentes es especialmente pernicioso siempre y en todo lugar. Los dirigentes dinámicos hacen cosas de prestigio y fácilmente se valoran a sí mismos y son valorados. Pero si en el centro no hay el poder de la Cruz, hay el del diablo. En la medida que no hay la Cruz de Jesús, hay la obra del diablo. Es triste y frecuente ver que dirigentes de todo tipo imponen demasiado sus ideas. Por algún motivo en las congregaciones de religiosos y religiosas se solía subrayar la necesidad de rezar mucho por los superiores. Y he sentido decir con tristeza y sin ningún remordimiento a gente muy seria que las grandes comunidades Carismáticas siempre que fracasan o menguan es por culpa del protagonismo de los dirigentes. ¿No puede ser ese el motivo de que la Renovación Carismática sea menos carismática? Esto no es una acusación. Pero queremos acabar con una afirmación contundente: La primera cosa que todos hemos de desear con toda el alma es esta: Morir a nosotros mismos en virtud de la muerte de Jesús.
Y esto no se hace una vez en la vida sino que se va repitiendo a lo largo de la vida. Es la única buena preparación para una buena muerte en Cristo, la definitiva, la que nos conduce a la vida perdurable.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario