* «El matrimonio no acaba del todo con la muerte, sino que se transfigura, se espiritualiza, se sustrae a todos los límites que marcan la vida en la tierra, igual que, por lo demás, no se olvidan los vínculos existentes entre padres e hijos, o entre amigos. En el prefacio de la Misa de difuntos la liturgia dice que con la muerte «la vida no termina, se transforma»; lo mismo se debe decir del matrimonio, que es parte integrante de la vida… Pero ¿qué decir a quienes han tenido un experiencia negativa, de incomprensión y de sufrimiento, en el matrimonio terreno? ¿No es para ellos motivo de miedo, más que de consuelo, la idea de que el vínculo no se rompa ni con la muerte? No, porque en el paso desde el tiempo a la eternidad el bien permanece, el mal cae. El amor que les unió, tal vez por breve tiempo, persiste; no los defectos, las incomprensiones, los sufrimientos que se han causado recíprocamente. Muchísimos cónyuges experimentarán sólo cuando se reúnan «en Dios» el amor verdadero entre sí y, con él, el gozo y la plenitud de la unión que no disfrutaron en la tierra… Aquello que hubo de auténtico amor y donación con cada uno de los esposos o de las esposas, siendo objetivamente un «bien» y viniendo de Dios, no será suprimido. Allá arriba no habrá rivalidades en el amor o celos. Estas cosas no pertenecen al amor verdadero, sino al límite intrínseco de la criatura»
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