* «A medida que se acercaba, empecé a llorar sin razón aparente, y entonces -cuando mi cara estaba a pocos centímetros de la pequeña ventana redonda de la custodia- lo supe. Se trataba realmente de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador viviente y que respira. Recibir la Sagrada Comunión significaba recibir realmente su Cuerpo y Sangre, su Alma y su Divinidad. Ir a la Adoración significaba visitarlo, pasar tiempo con él. Y ahora podía sentir que me miraba a través del cristal, con amor, dolor y piedad. Con lágrimas en el rostro, grité: «¡Jesús, ten piedad de mí!»
No hay comentarios:
Publicar un comentario