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Este blog, no pretende ser un diario de sus autores. Deseamos que sea algo vivo y comunitario. Queremos mostrar cómo Dios alimenta y hace crecer su Reino en todo el mundo.

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jueves, 8 de octubre de 2009

"¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? / Por Arturo López y Conchi Vaquero

"¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el santuario de Dios, Dios le destruirá a él; porque el santuario de Dios es sagrado, y vosotros sois ese santuario" dice San Pablo en l Corintios, 3, 16-17. ¿Somos conscientes de que el Espíritu Santo de Dios habita en nuestro corazón? Muchas veces nos viene a la mente esta idea, pero en pocos instantes de nuestra vida actuamos como santuarios vivos de Dios, como presencias vivas de la Santísima Trinidad en el mundo. Un santuario es el Templo en que se venera la imagen o reliquia de un santo de especial devoción. En nuestro caso el único que puede santificarnos, Dios mismo. ¿Veneramos y adoramos la santidad de Dios en nosotros en cada acto y en cada situación? Lamentablemente no. Si lo hiciéramos el mal no tendría tanto poder en nosotros ni en los demás. Para venerar y adorar deberíamos pedir la gracia de orar permanentemente en nuestra vida cotidiana, deseando hacer aquello que Dios pusiera en nuestro corazón en cada momento. La madre Teresa de Calcuta decía que sólo era un lápiz en las manos del Señor. El lugar central del Templo es donde mora el Altísimo. En nuestro templo pocas veces Dios permanece en el centro del corazón y su lugar lo ocupan: Las heridas de convivencia familiar, laboral y social. Los planes de futuro para sobrevivir o prosperar. Las ansias de mantener siempre una buena imagen ante los demás, pese a estar destruidos, y decir en nuestro interior: "Que vida más inútil vivo". El consumismo nunca satisfecho. El deseo de nuevos placeres y emociones fruto del amor insatisfecho. En definitiva el vacío interior, el hastío, la soledad, la infelicidad..., porque Dios no ocupa el lugar central de mi templo y yo estoy roto. Portadores del mayor Tesoro ¡Qué gran contrariedad sentirnos vacíos y ser portadores del autor de la vida, del tesoro único. Precisamente el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define la palabra santuario como: "Tesoro de dinero o de objetos preciosos que se guarda en un lugar". Somos herederos de la plenitud, de la vida inmortal, del amor verdadero, y navegamos en la oscuridad del océano llevados por los vaivenes del mar, el azote del viento, la frialdad del agua, la oscuridad de la noche y abrasados por el sol a la intemperie y a la deriva sin brújula. Somos templos de un tesoro lleno y creador de vida y no de un ser inerte. Por eso estamos llamados a comunicarnos constantemente con Dios en nuestro interior para hacer crecer su vida en nosotros y para alimentarnos de su esencia llegando a ser como un bebé en el seno de la madre unidos por un cordón umbilical de la manera más natural y sencilla. Ese nexo de unión es la oración y la oración más íntima, más personal en la que la unión es máxima. Por eso Jesús seguramente deseó hacerse entender con la parábola de los talentos que encontramos en Mateo 25,14-30: El Reino de los Cielos es también como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió. En seguida, el que había recibido cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. De la misma manera, el que recibió dos, ganó otros dos, pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y enterró el dinero de su señor. Después de un largo tiempo, llegó el señor y arregló las cuentas con sus servidores. El que había recibido los cinco talentos se adelantó y le presentó otros cinco. "Señor, le dijo, me has confiado cinco talentos: aquí están los otros cinco que he ganado". "Está bien, servidor bueno y fiel, le dijo su señor, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor". Llegó luego el que había recibido dos talentos y le dijo: "Señor, me has confiado dos talentos: aquí están los otros dos que he ganado". "Está bien, servidor bueno y fiel, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor". Llegó luego el que había recibido un solo talento. "Señor, le dijo, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido. Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!". Pero el señor le respondió: "Servidor malo y perezoso, si sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido, tendrías que haber colocado el dinero en el banco, y así, a mi regreso, lo hubiera recuperado con intereses. Quítenle el talento para dárselo al que tiene diez, porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes".
Los talentos son los dones únicos que Dios nos ha dado como personas irrepetibles. Sólo si los ponemos a trabajar a la luz del Espíritu Santo que nos habita darán fruto en nosotros y en los demás. El gran tesoro que es Dios se ha hecho presente en nuestros corazones entregándonos todo su amor. Poner a trabajar los talentos es entregar la vida única que Dios nos ha dado a los demás. Esto es extender el Reino de Dios a nuestro alrededor y hasta los confines de la Tierra, porque en la medida que se multiplican nuestros talentos ayudamos a que otros hermanos activen los suyos, como un efecto dominó. Dilapidamos los talentos Demasiadas veces cuando uno tiene salud, estabilidad económica y sentimental, desea disfrutar de momentos placenteros vacíos. Dilapida la salud comiendo lo innecesario, bebiendo, tomando alcohol, no durmiendo lo suficiente. Dios desea que usemos nuestra salud para servir a quienes no la tienen, desgastándonos dando amor a aquellos que se sienten sólos y que dejemos de dormir para compartir las últimas horas con un moribundo o un enfermo terminal. En definitiva que nuestra salud sea realmente un sacrificio de alabanza de Dios que vive en nosotros, no un mero desgaste inútil. Con los bienes económicos sucede igual: Dios quiere que acumulemos riquezas para repartirlas, para dar trabajo a los que no tienen, para mejorar la vida de los más desfavorecidos. Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo nos lo han regalado todo.
¿Qué méritos creemos tener para acumular riquezas y participar de la lista de los más poderosos? El problema actualmente es que las empresas compiten por ser las que más beneficios y más cuota de mercado tienen aunque estemos sumergidos en una crisis económica mundial. Todas publican que ganan mucho, aunque sea menos que el años anterior. Sin embargo, detrás de esas estadísticas hay los números ocultos: ¿De donde salen esos beneficios? ¿Se han despedido trabajadores? ¿Se paga menos a los proveedores? ¿Se cobra más al consumidor en comisiones o en el producto?. Las estadísticas que Dios desearía son que se publicará un gran número de trabajadores a quienes se les ha subido el sueldo, pese a que la empresa lo hace a cambio de no ganar tanto. O que se contratan trabajadores pese a renunciar a ganancias o que no se despiden empleados. En nuestra vida personal acostumbramos a hacer a los demás lo que nos hacen. En lugar de fijar los ojos en el interior de nuestro corazón y concienciarnos de la obra que Dios realiza cada instante que respiramos, miramos a nuestro alrededor y queremos imitar el egocentrismo envolvente que nos asedia. Así deseamos tener un sueldo, una casa y un coche superior, aunque tenga como consecuencia que el vecino no prospere o se quede sin trabajo. Queremos hacernos dios siendo portadores del verdadero Dios y es cuando elegimos dilapidar nuestros talentos. Todo esto lo aplicamos de forma automática a las relaciones humanas y sentimentales. No nos gusta que nos utilicen, y siempre tenemos razón cuando dejamos nosotros una relación. Cuando es la otra persona la que nos abandona nos sentimos profundamente heridos y traicionados. Dios quiere que nos relacionemos sabiendo que Él habita en nuestro corazón y en el de la persona que tenemos ante nosotros. Cada uno somos un Templo, un lugar sagrado y cuando nos dañamos nosotros mismos o a los demás estamos lastimando al mismo Jesús que dijo: ""Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo". (Mateo 25, 40). Debemos expulsar de nuestro corazón, de nuestro templo, todos los vendedores de sueños imposibles que nos invaden, para poder encontrar la paz para comunicar con Dios que desea hacernos crecer en su amor, entregándole nuestra vida. A cambio el nos ha prometido mucha más vida, Vida en abundancia. Sólo si mandamos callar a las voces de los vendedores que nos confunden, apreciaremos la magnitud de nuestro templo y con Santa Teresa de Ávila podremos decir: "Sólo Dios basta" . Jesús expulsó a los vendores del templo con un látigo. Nuestro látigo debe ser el que nos legó Cristo, la oración. Oremos ahora con estos dos textos de San Agustín interioriorizando cada palabra;
Ven a mí, Espíritu Santo,
Espíritu de sabiduría:
dame mirada y oído interior
para que no me apegue a las cosas materiales, sino que busque siempre las realidades del Espíritu.
Ven a mí, Espíritu Santo,
Espíritu de amor:
haz que mi corazón
siempre sea capaz de más caridad.
Ven a mí, Espíritu Santo,
Espíritu de verdad:
concédeme llegar al conocimiento de la verdad
en toda su plenitud.
Ven a mí, Espíritu Santo,
agua viva que lanza a la vida eterna:
concédeme la gracia de llegar
a contemplar el rostro del Padre en la vida
y en la alegría sin fin.
Amén.
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Respira en mi
Oh Espíritu Santo
Para que mis pensamientos
Puedan ser todos santos.
Actúa en mí
Oh Espíritu Santo
Para que mi trabajo, también
Pueda ser santo.
Atrae mi corazón
Oh Espíritu Santo
Para que sólo ame
Lo que es santo. Fortaléceme
Oh Espíritu Santo
Para que defienda
Todo lo que es Santo. Guárdame pues
Oh Espíritu Santo
Para que yo siempre
Pueda ser santo.
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Y ahora pidamos con confianza:
Señor concédeme: -La serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar
-El valor para cambiar aquellas que puedo
-Y la sabiduría para conocer la diferencia. Oh Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, inspírame siempre: - lo que debo pensar,
- lo que debo decir,
- como debo decirlo,
- lo que debo callar,
- lo que debo escribir,
- como debo de obrar. Para procurar vuestra Gloria, el bien de las almas y mi propia santificación. Espíritu Santo ilumina mi entendimiento y fortifica mi voluntad. Señor dame el balance divino en mi vida. Gloria a ti Señor.
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Si lo deseas puedes ahora terminar orando con la canción-oración del cantautor Martín Valverde "Ven Espíritu Santo":

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