Los talentos son los dones únicos que Dios nos ha dado como personas irrepetibles. Sólo si los ponemos a trabajar a la luz del Espíritu Santo que nos habita darán fruto en nosotros y en los demás. El gran tesoro que es Dios se ha hecho presente en nuestros corazones entregándonos todo su amor. Poner a trabajar los talentos es entregar la vida única que Dios nos ha dado a los demás. Esto es extender el Reino de Dios a nuestro alrededor y hasta los confines de la Tierra, porque en la medida que se multiplican nuestros talentos ayudamos a que otros hermanos activen los suyos, como un efecto dominó.
Dilapidamos los talentos
Demasiadas veces cuando uno tiene salud, estabilidad económica y sentimental, desea disfrutar de momentos placenteros vacíos. Dilapida la salud comiendo lo innecesario, bebiendo, tomando alcohol, no durmiendo lo suficiente. Dios desea que usemos nuestra salud para servir a quienes no la tienen, desgastándonos dando amor a aquellos que se sienten sólos y que dejemos de dormir para compartir las últimas horas con un moribundo o un enfermo terminal. En definitiva que nuestra salud sea realmente un sacrificio de alabanza de Dios que vive en nosotros, no un mero desgaste inútil.
Con los bienes económicos sucede igual: Dios quiere que acumulemos riquezas para repartirlas, para dar trabajo a los que no tienen, para mejorar la vida de los más desfavorecidos. Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo nos lo han regalado todo.
¿Qué méritos creemos tener para acumular riquezas y participar de la lista de los más poderosos? El problema actualmente es que las empresas compiten por ser las que más beneficios y más cuota de mercado tienen aunque estemos sumergidos en una crisis económica mundial. Todas publican que ganan mucho, aunque sea menos que el años anterior. Sin embargo, detrás de esas estadísticas hay los números ocultos: ¿De donde salen esos beneficios? ¿Se han despedido trabajadores? ¿Se paga menos a los proveedores? ¿Se cobra más al consumidor en comisiones o en el producto?. Las estadísticas que Dios desearía son que se publicará un gran número de trabajadores a quienes se les ha subido el sueldo, pese a que la empresa lo hace a cambio de no ganar tanto. O que se contratan trabajadores pese a renunciar a ganancias o que no se despiden empleados.
En nuestra vida personal acostumbramos a hacer a los demás lo que nos hacen. En lugar de fijar los ojos en el interior de nuestro corazón y concienciarnos de la obra que Dios realiza cada instante que respiramos, miramos a nuestro alrededor y queremos imitar el egocentrismo envolvente que nos asedia. Así deseamos tener un sueldo, una casa y un coche superior, aunque tenga como consecuencia que el vecino no prospere o se quede sin trabajo. Queremos hacernos dios siendo portadores del verdadero Dios y es cuando elegimos dilapidar nuestros talentos.
Todo esto lo aplicamos de forma automática a las relaciones humanas y sentimentales. No nos gusta que nos utilicen, y siempre tenemos razón cuando dejamos nosotros una relación. Cuando es la otra persona la que nos abandona nos sentimos profundamente heridos y traicionados. Dios quiere que nos relacionemos sabiendo que Él habita en nuestro corazón y en el de la persona que tenemos ante nosotros. Cada uno somos un Templo, un lugar sagrado y cuando nos dañamos nosotros mismos o a los demás estamos lastimando al mismo Jesús que dijo: ""Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo". (Mateo 25, 40).
Debemos expulsar de nuestro corazón, de nuestro templo, todos los vendedores de sueños imposibles que nos invaden, para poder encontrar la paz para comunicar con Dios que desea hacernos crecer en su amor, entregándole nuestra vida. A cambio el nos ha prometido mucha más vida, Vida en abundancia. Sólo si mandamos callar a las voces de los vendedores que nos confunden, apreciaremos la magnitud de nuestro templo y con Santa Teresa de Ávila podremos decir: "Sólo Dios basta" .
Jesús expulsó a los vendores del templo con un látigo. Nuestro látigo debe ser el que nos legó Cristo, la oración. Oremos ahora con estos dos textos de San Agustín interioriorizando cada palabra;
Ven a mí, Espíritu Santo,
Espíritu de sabiduría:
dame mirada y oído interior
para que no me apegue a las cosas materiales, sino que busque siempre las realidades del Espíritu.
Ven a mí, Espíritu Santo,
Espíritu de amor:
haz que mi corazón
siempre sea capaz de más caridad.
Ven a mí, Espíritu Santo,
Espíritu de verdad:
concédeme llegar al conocimiento de la verdad
en toda su plenitud.
Ven a mí, Espíritu Santo,
agua viva que lanza a la vida eterna:
concédeme la gracia de llegar
a contemplar el rostro del Padre en la vida
y en la alegría sin fin.
Amén.
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Respira en mi
Oh Espíritu Santo
Para que mis pensamientos
Puedan ser todos santos.
Actúa en mí
Oh Espíritu Santo
Pueda ser santo.
Atrae mi corazón
Oh Espíritu Santo
Para que sólo ame
Lo que es santo.
Fortaléceme
Oh Espíritu Santo
Para que defienda
Todo lo que es Santo.
Guárdame pues
Oh Espíritu Santo
Para que yo siempre
Pueda ser santo.
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Y ahora pidamos con confianza:
Señor concédeme:
-La serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar
-El valor para cambiar aquellas que puedo
-Y la sabiduría para conocer la diferencia.
Oh Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, inspírame siempre:
- lo que debo pensar,
- lo que debo decir,
- como debo decirlo,
- lo que debo callar,
- lo que debo escribir,
- como debo de obrar.
Para procurar vuestra Gloria, el bien de las almas y mi propia santificación. Espíritu Santo ilumina mi entendimiento y fortifica mi voluntad. Señor dame el balance divino en mi vida. Gloria a ti Señor.
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Si lo deseas puedes ahora terminar orando con la canción-oración del cantautor Martín Valverde "Ven Espíritu Santo":
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