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miércoles, 16 de enero de 2008

Haced lo que Él os diga / Autor: P. Jesús Higueras

Al tercer día hubo una boda en Caná, un pueblo de Galilea. La madre de Jesús estaba allí, y Jesús y sus discípulos también habían sido invitados a la boda. En esto se acabó el vino, y la madre de Jesús le dijo:
–Ya no tienen vino.
Jesús le contestó:
–Mujer, ¿por qué me lo dices a mí? Mi hora aún no ha llegado.
Dijo ella a los que estaban sirviendo:
–Haced lo que él os diga.
Había allí seis tinajas de piedra, para el agua que usan los judíos en sus ceremonias de purificación. En cada tinaja cabían entre cincuenta y setenta litros.
Jesús dijo a los sirvientes:
–Llenad de agua estas tinajas.
Las llenaron hasta arriba, y les dijo:
–Ahora sacad un poco y llevádselo al encargado de la fiesta.
Así lo hicieron, y el encargado de la fiesta probó el agua convertida en vino, sin saber de dónde había salido. Solo lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua. Así que el encargado llamó al novio y le dijo:
–Todo el mundo sirve primero el mejor vino, y cuando los invitados ya han bebido bastante, sirve el vino corriente. Pero tú has guardado el mejor hasta ahora.

Jn 2, 1-10

A todos se nos gastan las “pilas”. Es algo que muchas veces hemos comprobado en nuestra vida, cuando después de un tiempo largo de esfuerzo y de lucha, las cosas parece que empiezan a perder sentido y nos cansamos. Esa ilusión inicial con que comenzamos la tarea, si no se tiene cuidado, se puede ir convirtiendo en rutina, e incluso en hastío y desesperanza.

Algo parecido les pasó a los novios de Caná, cuando dieron sin medida lo que tenían y se les gastó el vino. Se dieron cuenta que habían calculado mal y sólo les quedaba agua, pura y simple agua. Pero supieron a quien recurrir, a quien pedir consejo, porque entre sus invitados había una mujer discreta y sensata, que inmediatamente les llenó de sosiego: María.

¡Que grande es María, siendo tan pequeña y silenciosa! Ella sí que sabe hacer intervenir en nuestras vidas el poder y la fuerza de un Dios que muchas veces se esconde, y parece como si quisiera pasar desapercibido. Se le ha llegado a llamar la Omnipotencia suplicante, porque todo lo que María pide es escuchado y amado por Dios. Y el método de María es muy fácil, y a la vez difícil: “Haced lo que Él os diga”. Porque ella sabe, que aquél que es capaz de escuchar en su interior la voz de su hijo Jesús, e intentar ponerla por obra, siempre saldrá adelante.

Esto es especialmente importante cuando en nuestra vida se nos gastan las “pilas”. Perdemos las fuerzas, la esperanza, la ilusión, y parece que la monotonía y la rutina es la dueña de nuestro tiempo. Es el momento de recurrir a María y ella nos enseñará a poner ante su hijo esas carencias nuestras, esos fracasos, esas desilusiones, e incluso esos errores que nos pueden torturar y hacer daño. Sólo Jesucristo es capaz de transformar nuestra agua en un vino nuevo, capaz de volver a darnos alegría e ilusión por las cosas. Simplemente hace falta que seas capaz de poner ante Él tu vida, y desear sinceramente hacer lo que te diga. A veces te pedirá sosiego y que des tiempo al tiempo, otras veces Él mismo te cogerá de las manos, y te levantará de tu postración, diciéndote: “Ánimo, te ofrezco un futuro nuevo, un vino nuevo para tu vida. Te queda mucha belleza por ver y por hacer para los demás, me tienes contigo, basta con que seas consciente de ello y pidas fe”. Porque la fe en la fuerza y el poder de Dios es esencial. Solo cuando nos convenzamos que el Señor es el verdadero motor de nuestra vida, que Él siempre da primero lo que luego nos pide, entonces acometeremos las cosas importantes de nuestra vida.

Hay que cargar las pilas. Lo importante es saber donde, porque mucha gente hoy en día, recurre a la evasión, al olvido temporal e incluso a las pastillas, para querer recobrar unas fuerzas que se han gastado en el camino, y todo ello no está mal. Pero hay una fuente siempre abierta, la fuente de la Vida, que al acercarte a ella y probarla, transformará tu agua en vino. Esa fuente es Cristo, y está en su Palabra, en la oración, y especialmente en la Eucaristía. No tengas miedo de acudir a la fuente con toda la frecuencia que necesites, aunque para ello tengas que gastar un poco de tu tiempo, y elegir entre el Señor y otras actividades. Haz la prueba de orar, de escuchar y leer despacio su Palabra, y sobre todo de recibir con frecuencia la Comunión o el Sacramento de la Reconciliación. Pero no te olvides, quien mejor te guiará, es la mano sencilla y cálida de María.

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