
26 de septiembre de 2009.- En aquella época mi esposo John, que es pediatra, y yo vivíamos en las islas Fiji, en el Pacífico. Nuestros hijos estaban en el colegio en Inglaterra y nos visitaban en vacaciones. John siempre les decía que si sentían fiebres en las tres semanas después de volver al colegio, que contactaran con él, por si habían contraído alguna enfermedad tropical que un médico local podía desconocer. Justo después de vacaciones de Semana Santa, llegó una terrible llamada de nuestra hija Victoria, cuatro días después de visitarnos y haber vuelto al colegio en Inglaterra. Nos llamaba de la enfermería. No se sentía bien y tenía fiebre. Le habían dado antibióticos pero no funcionaban. El doctor sospechaba que era una fiebre glandular y quería hacer pruebas. Recordando las indicaciones de su padre, ella insistió en llamar a casa. Leer más...
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