El resultado de este proceso es que uno termina aceptando tácita e hipócritamente la existencia de dos tipos de fe y de dos cristianismos diferentes, que no tienen en común entre ellos más que el nombre: el cristianismo de la fe de la Iglesia y de las declaraciones ecuménicas conjuntas, donde, con las palabras del símbolo niceno-constantinopolitano, se sigue profesando la fe en la Trinidad y en la plena divinidad de Cristo, y el cristianismo de amplios estratos de la cultura, incluso exegética y teológica, en el que estas mismas verdades son ignoradas o interpretadas de manera muy diferente.
En este clima es particularmente oportuno volver a examinar a los padres de la Iglesia, no sólo para conocer el contenido del dogma en su estado naciente, sino más aún para encontrar la unidad vital de la fe profesada y la fe vivida, entre el "qué" y su "enunciado". Para los padres la Trinidad y la unidad de Dios, la dualidad de la naturaleza y la unidad de la persona de Cristo no eran una verdad para decidir sobre la mesa o discutir en los libros en diálogo con otros libros; eran realidades vitales. Parafraseando un dicho que circula en los círculos deportivos, podríamos decir que estas verdades no eran para ellos una cuestión de vida o muerte, ¡eran mucho más! Leer más...
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