“En las piscinas, mientras las hospitalarias me sostenían para meterme en el agua, sentí un gran calor desde los pies al cuello. Las señoras me vieron salir del baño sin ayuda y gritaron: ¡milagro! Yo estaba llorando, al ver que caminaba sola. Ellas me pusieron una estatuilla de Nuestra Señora de Lourdes en mis brazos y la abracé con todas mis fuerzas”
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