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jueves, 20 de abril de 2017

Isabelle Rousselin «estaba perdida», decidió ir a Jerusalén en bicicleta y en un monasterio melquita encontró su vocación para ayudar en el ecumenismo

Reconoce que en aquel lugar quedó tocada por la paz que allí se palpaba y por la simplicidad de la forma de vida de las hermanas. La liturgia que vio también la cautivó pues era extraña para ella que provenía del rito latino. Así asistió a la liturgia bizantina realizada en griego y también en árabe. En este monasterio benedictino encontró lo que había estado buscando toda su vida, su lugar en el mundo. Volvió a Jerusalén y en la ciudad santa fue donde decidió que su vocación era entregar completamente su vida a Dios y a los que lo rodean, concretamente a la precaria comunidad cristiana árabe de la zona de Belén

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