“Me puse a rezar, a alabar a Dios, y cuando levanté la vista vi que de la eucaristía venía cayendo una gota de sangre y me largué a llorar, porque no sabía qué hacer. Abrí la puerta, llamé a los chicos, estuvimos haciendo alabanza, seguimos rezando. Nunca había visto algo así. Eso me dio una alegría inmensa en mi corazón. Quería irme y rezando le había dicho a Dios que no confiaba más en él, no era yo el que estaba en mí, le pedía que me devuelva la confianza que había perdido. No estaba creyendo que él estaba ahí, en la hostia, le pedía que me demuestre que era verdad, que estaba ahí… y pasó eso”
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