* «Me desperté un domingo por la mañana con una convicción que ardía dentro de mí: tenía que ir a misa. Sentía que no podría seguir viviendo si no lo hacía. Me pasé el día dudando y, por fin, esa tarde fui a mi primera misa. No sería la última. Después de buscar un poco, encontré una parroquia con misa tradicional en la que me sentí como en casa. Conocí a un sacerdote con el que hice las catequesis, y que acabó siendo la persona más influyente de mi vida. Tenía una enorme paciencia conmigo. Me escuchaba cuando daba rienda suelta a todo mi escepticismo, basado en muchas experiencias. Entonces, de un modo claro y exhaustivo, utilizaba la ciencia, la filosofía, la historia -todo lo que considerara pertinente-, para demostrar la verdad de cualquier idea o doctrina que me obsesionara. Cogió mis dudas y mis objeciones y las desmanteló con una precisión de cirujano. Me demostró que Dios existía, e hizo que me identificara y familiarizara con Él. No sólo respondió de manera satisfactoria a mis preguntas sobre qué, Quién, cuándo y dónde, sino que fue capaz de decirme por qué. Esto es lo que necesitaba para convencerme y convertirme al catolicismo. Pero este sacerdote hizo mucho más que llevarme a la conversión, me proporcionó un modelo de lo que debe ser un padre»
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