* «La lectura de libros notables y el contacto con los católicos contribuyeron a acercarme cada vez más a la Iglesia Católica. Y así, en un frío día de diciembre, en la fiesta de Santa Lucía, en pleno Adviento, un tiempo litúrgico que siempre he amado, la decisión, esperada por largo tiempo, de entrar en la Iglesia Católica, me brotó naturalísima. (…) Los años desde mi conversión han sido plenos de felicidad. (…) La Eucaristía se ha hecho para mí viva y necesaria. El Sacramento de la Reconciliación con Dios a quien ofendemos, abandonamos y traicionamos cada día, el sentido de culpa y de tristeza que entonces nos invade: todo esto hace que sea necesario recibirlo con frecuencia. (…) El Padre celestial me ha corregido dulcemente. Fui nuevamente sumergida en una maternidad tardía que debía hacerme presente mi puesto en la vida: un humilde puesto de mujer y de madre. Así, en verdad, fui llevada en los brazos de la Virgen María a quien no tenía la costumbre de invocar, teniendo la idea de que esta devoción era cosa de campesinos iletrados, como mi abuela Georgiana, que no tenía otra persona a quien dirigirse. Me desengañé cuando me encontré sola y sin sustento. ¿Quién otro podía ser mi abogado sino la Madre de Jesús? Imprevistamente, Ella se me hizo cercana»
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