* «¿Qué se debe hacer entonces? Es simple: después de haber orado, para que no sea una cosa superficial, decir a Dios con las palabras mismas de María: “¡Heme aquí, soy el esclavo, o la esclava, del Señor: hágase en mí según tu palabra!”. Digo amén, sí, mi Dios, a todo tu proyecto, ¡me cedo a mí mismo! Debemos recordar que María dijo su “fiat” en un modo optativo, con deseo y alegría. Cuántas veces nosotros repetimos aquellas palabras con un estado de ánimo de resignación mal escondida, como quien, inclinando la cabeza, dice con sus dientes apretados: “Si no se puede prescindir, ¡que se haga tu voluntad!” María nos enseña a decirlo de modo diverso. Sabiendo que la voluntad de Dios es infinitamente más bella y más rica de promesas, que cada proyecto nuestro; sabiendo que Dios es amor infinito y que tiene para nosotros “designios de prosperidad y no de desgracia” (cfr. Jer 29, 11), nosotros decimos, llenos de deseo y casi con impaciencia, como María: “¡Que se cumpla rápido sobre mí, oh Dios, tu voluntad de amor y de paz!”. Con esto se realiza el sentido de la vida humana y su más grande dignidad. Decir “sí”, “amén”, a Dios no humilla la dignidad del hombre, como piensa a veces el hombre de hoy, sino que la exalta. Por lo demás, ¿cuál es la alternativa a este “amén” dicho a Dios? Justamente el pensamiento contemporáneo que ha hecho del análisis de la existencia su objeto primario, demostró claramente que decir “amén” es necesario y sino se le dice a Dios que es amor, se lo debe decir a cualquier otra cosa que es una necesidad fría y paralizante: al destino, a la suerte»
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jueves, 12 de diciembre de 2019
1ª predicación de Adviento del padre Cantalamessa al Papa: «Contemplar la fe de María nos mueve a renovar sobre todo nuestro acto de fe personal y de abandono en Dios»
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