* «Recuerdo que hubo un momento en el que todos empezaron a orar y yo, sin saber qué hacer, solo cerré mis ojos y pedí perdón por no saber rezar. Fue en ese mismo instante cuando vi a Jesús, sentado a mi lado. Quedé perpleja, intenté abrir mis ojos, creyendo que todo estaba en mi imaginación, pero no pude, así que decidí someterme y abrir mi corazón a Jesús. Recuerdo que en ese momento comencé a llorar y sentí una gran opresión en mi pecho, pero al mismo tiempo sentía cómo toda esa presión se desvanecía. No hizo falta que Jesús dijera algo, su sola presencia me transmitió amor profundo y me hizo darme cuenta de que siempre había estado conmigo, diciéndome que todo estaría bien. Cuando por fin pude abrir mis ojos, uno de los voluntarios empezó a orar en voz alta diciendo algo como ‘Señor, permite a aquellas almas que están en busca de tu amor, encontrarte’. A partir de ese día decidí que abriría mi corazón y empecé a buscar y a reconocer a Dios en cada una de las personas y momentos que viví en Magdala»
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