28 de marzo de 2024.- (Camino Católico) Es Jueves Santo, con el que se da inicio al Triduo Pascual. Durante la tarde se rememora la Última Cena del Señor con sus discípulos. Durante la cena, lavó los pies a sus apóstoles como signo sacramental de que no ha venido a ser servido, sino a servir. Además, nos dejó su mayor regalo, la Eucaristía que conecta las diferentes generaciones a lo largo de los siglos: “Es como un hilo que va tejiendo las diferentes generaciones de hombre y mujeres de todos los tiempos, de todas las razas y naciones, para conducirnos a la comunión con el Padre”, ha precisado en su meditación de Jueves Santo, emitida por 13 TV, el obispo auxiliar de Madrid, Mons. Jesús Vidal.
Precisamente, Vidal invita a los fieles a fijarnos en las palabras que pronunció Jesús en aquella Última Cena, por las que instituyó el sacramento de su cuerpo y de su sangre que llamamos Eucaristía, palabra que significa Acción de Gracias: “Mientras cenaba con sus discípulos, Jesús tomó pan, dando gracias, lo partió y se lo dio diciendo: ‘Tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros’. Después tomó el cáliz lleno de vino, pronunció la acción de gracias y dijo: ‘Tomad y bebed todos de él porque este es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados. Haced esto en memoria mía’.
“Jesús toma un alimento pobre, sencillo, al alcance de todos. Jesús ha pasado la mayor parte de su vida trabajando con sus manos para ganarse el pan. Cuando en la misa, el sacerdote toma el pan, nos acordamos de todos los que trabajan la tierra y los que trabajan para que el alimento llegue a nuestras mesas. Y por tantos que no pueden tomar alimento, a lo mejor, ni siquiera algo tan sencillo como un trozo de pan”, ha explicado Mons. Jesús Vidal.
Una vez que al tomar pan lo consagra, es el que ingieren los sacerdotes, perdiendo su sentido original para ser instrumento de la presencia de Dios.
Luego, Jesús parte el pan y lo da a los discípulos para generar la comunión de los hijos, que participan todos del mismo pan: “Jesús, al partir el pan, se entrega a sí mismo. Y en la Eucaristía sucede algo sorprendente. Al partir el pan eucarístico, no recibimos un trozo. Recibimos todo. Porque en cada porción está todo el Cuerpo de Cristo. Cristo no nos da una parte, se nos da todo entero. Muchas veces nos sentimos partidos, fraccionados por las tensiones de la familia, del trabajo… parece que no llegamos a todo y nos rompemos. Dejemos que el Señor sea nuestra fuente de unidad. En él, nada se pierde. El pecador es perdonado, el cansado es sostenido, el triste y agobiado es consolado”, ha pedido el obispo auxiliar de Madrid.
Respecto al cáliz con la sangre de Cristo, se hace referencia a la sangre de los primogénitos en Egipto, a la sangre de los corderos con la que se señalaron las puertas de los hijos de Israel, a la sangre de los corderos que se derramaba sobre el altar y sobre el pueblo: “Es una referencia a la sangre de Abel, a la sangre derramada a lo largo de la historia por tanta violencia y tanta guerra. Jesucristo convierte esta sangre que hunde al hombre en la desesperación de la muerte, en sangre de la Nueva Alianza. Una alianza que ninguna otra sangre podrá romper, porque esta es la sangre de la obediencia del Hijo. Frente a tanta mentira de pecado, tanta violencia de muerte, Jesús, entregándose en la Cruz ha dicho sí a la vida de los hombres, para que todo el que mire a la Cruz y reciba esta sangre, pueda entrar en la comunión con Dios”, ha explicado Vidal en su meditación de este Jueves Santo.
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