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viernes, 15 de noviembre de 2024

Amalia, José Antonio y sus hijos, familia misionera en Taiwán: «Con un vacío y tristeza interior que nada lo llenaba, quisimos tocar a Cristo con la fe y nos abandonamos a hacer su voluntad»


La familia de Amalia y José Antonio

* «La experiencia es que Dios da la gracia y nunca nunca prueba por encima de las fuerzas. Claro que es una vida con muchos sufrimientos, no la estamos pintando de color de rosa, pero por encima de todo esta la potencia de Dios que jamás nos ha dejado. Misión y gracia es una simbiosis, que se cumple cuando se dice ‘sí’... Siempre nos hemos preguntado: ¿hemos estropeado la vida de nuestros hijos o será un regalo que dará fruto a su tiempo?. Pero ‘el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres’: nuestros hijos han aprendido a vivir de Dios, literalmente, y eso no se aprende en el colegio. Es lo más importante que le hemos enseñado. Pero además el Señor nos está permitiendo ver unos frutos increíbles: nuestra hija mayor, María, está como misionera en Harbin (Norte de China); nuestro cuarto hijo, Jose Antonio, acaba de entrar en el Seminario Diocesano Misionero Redemptoris Mater de Viena; nuestra segunda hija, Amalia, quiere casarse en unos meses y formar una familia cristiana abierta a la vida y en su interior sigue teniendo la inquietud de la misión (eso ya Dios les hablará…). Así que frente a todos los miedos que pudiéramos tener por la vida de nuestros hijos, Dios desborda»

Camino Católico.- José Antonio y Amalia son un matrimonio del Camino Neocatecumenal que se fue de misión en 2011 a Taiwán, tras descubrir que Dios les estaba pidiendo que dejaran todo y diesen un salto de confianza.

Con dudas, sin conocer el idioma y un gran miedo por el futuro de sus hijos, José Antonio y Amalia decidieron fiarse de Dios y ahora, en esta entrevista con Maria José Atienza en Omnes, comparten las gracias y los frutos que su entrega ha producido.

- ¿Cómo descubrieron que tenían una vocación misionera?

– Pertenecemos al Camino Neocatecumenal en donde continuamente se nos habla de la importancia del anuncio del Evangelio: llevar a Cristo a todas las personas del mundo para que todo aquel que lo acoja tenga la oportunidad de salvarse, como lo ha hecho con nosotros. De esta forma, cada año, en encuentros y convivencias se piden sacerdotes, célibes y familias que libremente estén dispuestos a partir a cualquier parte del mundo y así descubrimos nuestra vocación misionera.

- ¿Cuál fue el momento clave en su vida en el que sintieron que Dios los llamaba a este camino?

– En 2006, en el encuentro del Papa con las familias en Valencia, teniendo cinco hijos, sentimos por primera vez que el Señor nos llamaba a hacer esta misión. En ese momento no fuimos capaces de levantarnos, pensando que era una locura o un sentimiento pasajero. Pero la llamada persistía y nosotros nos veíamos encadenados en la vida que teníamos: trabajo, casa, familia…. pero con un vacío y tristeza interior que nada lo llenaba. Fue en 2010, con el Evangelio de la hemorroísa, cuando quisimos tocar a Cristo con la fe y nos abandonamos a hacer su voluntad, partiendo para el sur de Taiwán, en la zona aborigen. Así, nos fuimos en 2011 con ocho hijos y ocho maletas.

- ¿Cómo han equilibrado su vida familiar y su labor misionera?

– Nosotros lo único que hacíamos era vivir entre los chinos pero según la Iglesia nos ha enseñado: comiendo juntos alrededor de una mesa con nuestros hijos, lo que ellos no hacen porque están siempre trabajando; celebrar la Navidad, en un ambiente pagano que no conocen lo que es, y teniendo que pedir permiso en el colegio porque nace un tal Jesús que es nuestros Salvador, y así lo damos a conocer, poniendo el Belén en la puerta de la casa para que las personas lo visiten,….. simplemente vivir el día a día.

Es verdad que hemos hecho lo que en el Camino se llama “Misión popular”, es decir, anunciar a Jesucristo y el amor de Dios por calles y plazas, con guitarra, cantos, experiencias, Evangelio… También haciendo catequesis de Iniciación al Camino Neocatecumenal y cursillos prematrimoniales. Pero quizás donde nosotros hemos notado que la labor misionera era más fructífera era en el día a día tanto nuestro como de nuestros hijos, sobre todo en la relación con sus compañeros y profesores, a los cuales hemos invitado a casa y veían cómo vivíamos.

- ¿Qué desafíos han enfrentado como matrimonio en el campo misionero y cómo los han superado?

– Para nosotros la principal dificultad ha sido el idioma. Hemos comprobado que no hay mayor pobreza que no entender nada y ni poder hablar ni una palabra. Llevar al médico a nuestros hijos y no poder expresar lo que le pasa ni entender lo que te dice o saber el medicamento que hay que darle; comprar y sentirte tantas veces engañado; explicar las dificultades de nuestros hijos a los profesores….

Nosotros partimos sin saber nada de chino, y el Señor poco a poco fue abriendo el oído, empezamos a entender, balbucear palabras, hasta poder llegar a desenvolvernos.

Otra dificultad es intentar entender su cultura tan diferente a la nuestra, y para eso nada mejor que vivir como ellos: comiendo su comida, metiendo a nuestros hijos en sus colegios estatales, trabajando en sus trabajos (descansando los domingos), dando a luz en sus hospitales, manteniéndonos allí cuando había lluvias torrenciales, tifones, terremotos…

¿Cómo lo hemos superado? Evidentemente por la Gracia de Dios y  la oración nuestra y de nuestra comunidad, así como de algún convento de monjas que también rezaban por nuestra familia y misión.

- ¿Cómo ha fortalecido su relación como pareja el trabajo misionero?

– Nuestra relación como matrimonio ha salido muy muy fortalecida, porque estábamos tan solos, teníamos tantas dificultades alrededor, que la opción que tomamos fue unirnos a Dios y unirnos entre nosotros. No tenía sentido pelearnos, discutir por tonterías que en el día a día surgen y que sólo se trata de una imposición de razón. Lo mejor era ceder, humillarse, hacer feliz al otro y disfrutar de los pequeños momentos. Eso es lo que le hemos trasmitido a nuestros hijos. Nuestro matrimonio dio un giro de 180º.

- ¿Qué le dirían a otras parejas que sienten el deseo de involucrarse en la misión pero tienen dudas o temores?

– Nosotros entendemos perfectamente los miedos, temores y dudas, pero la experiencia es que Dios da la gracia y nunca nunca prueba por encima de las fuerzas. Claro que es una vida con muchos sufrimientos, no la estamos pintando de color de rosa, pero por encima de todo esta la potencia de Dios que jamás nos ha dejado. Misión y gracia es una simbiosis, que se cumple cuando se dice “sí”.

- ¿Cómo han visto la mano de Dios obrar en las personas a las que han servido durante su misión?

– ¡Eso es un regalo tan grande que el Señor nos ha permitido vivir! Una de nuestras hijas estaba en el curso de infantil y empezamos cierta amistad con su profesora, pagana evidentemente. Necesitábamos cuidadora para que se quedara con nuestros hijos mientras íbamos a la Eucaristía y se lo pedimos a ella. Así empezó a entrar en nuestra casa, ver cómo vivimos y empezar a preguntar. Se ha bautizado e incluso hace unos meses se ha casado y su marido es ahora quien quiere bautizarse.

También nuestros hijos han traído amigos que al ver cómo vivimos cada vez se han pegado más a nuestra familia y deseado tener algo así en su vida. Hay quien no ha podido romper con las tradiciones de su casa, pero al menos conocen otra forma de vida.

Pero los más beneficiados de la misión ha sido nuestra familia, nosotros como matrimonio según hemos explicado, y nuestros hijos sobre los cuales siempre nos hemos preguntado:¿hemos estropeado la vida de nuestros hijos o será un regalo que dará fruto a su tiempo?. Pero “el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”: nuestros hijos han aprendido a vivir de Dios, literalmente, y eso no se aprende en el colegio. Es lo más importante que le hemos enseñado.

Nuestro señor obispo, D. Demetrio nos lo dijo antes de partir y eso es lo que se nos quedó grabado:” no hay mejor escuela para vuestros hijos que la misión”. Pero además el Señor nos está permitiendo ver unos frutos increíbles: nuestra hija mayor, María, está como misionera en Harbin (Norte de China); nuestro cuarto hijo, Jose Antonio, acaba de entrar en el Seminario Diocesano Misionero Redemptoris Mater de Viena; nuestra segunda hija, Amalia, quiere casarse en unos meses y formar una familia cristiana abierta a la vida y en su interior sigue teniendo la inquietud de la misión (eso ya Dios les hablará…). Así que frente a todos los miedos que pudiéramos tener por la vida de nuestros hijos, Dios desborda.

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