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martes, 1 de octubre de 2024

Papa Francisco en Vigilia Penitencial del Sínodo, 1-10-2024: «Padre, te pedimos perdón por todos nuestros pecados, ayúdanos a restaurar tu rostro que hemos desfigurado por nuestra infidelidad»

* «El pecado es siempre una herida en las relaciones, en la relación con Dios y en la relación con los hermanos y hermanas. Hermanas, hermanos, nadie se salva solo, pero es cierto que el pecado de uno produce efectos sobre muchos y del mismo modo como todo está conectado en el bien, también está conectado en el mal. La Iglesia es en su esencia una Iglesia de fe y de anuncio siempre relacional, y sólo curando las relaciones enfermas podemos llegar a ser Iglesia sinodal»

 Vídeo de la transmisión en directo de Vatican News en español, con la reflexión y oración del Papa 

* «¿Cómo podemos ser creíbles en la misión si no reconocemos nuestros errores y no nos inclinamos a curar las heridas que hemos causado con nuestros pecados? Y la sanación de la herida comienza con la confesión del pecado que hemos cometido. Y hoy todos nosotros somos como el publicano, tenemos o queremos tener los ojos bajos y sentimos, queremos sentir vergüenza por nuestros pecados. Como él, nos quedamos en el último lugar, liberando el espacio ocupado por la presunción, la hipocresía y el orgullo. Digámoslo también nosotros obispos, sacerdotes, consagradas, consagrados: liberando el espacio ocupado por la presunción, por la hipocresía y por el orgullo. No podríamos invocar el nombre de Dios sin pedir perdón a los hermanos y hermanas»

 

1 de octubre de 2024.- (Camino Católico) "Somos aquí mendigos de la misericordia del Padre". Con este espíritu, enfatizado por el Papa Francisco en su reflexión, se ha celebrado, este martes 1 de octubre por la tarde, la vigilia penitencial en la Basílica de San Pedro a pocas horas de la apertura de la segunda sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, con la asistencia de unas 2500 personas. “Oh Padre, te pedimos perdón por todos nuestros pecados, ayúdanos a restaurar tu rostro que hemos desfigurado por nuestra infidelidad. Pedimos perdón, sintiendo vergüenza, a quienes han sido heridos por nuestros pecados”, ha rezado el Santo Padre. En el vídeo de Vatican News se escucha y visualiza toda la reflexión y oración del Papa, cuyo texto íntegro es el siguiente:

Vigilia Penitencial previa al Sínodo de los obispos

REFLEXIÓN DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Basílica de San Pedro, Altar de la Confesión

Martes, 1 de octubre de 2024

Queridos hermanos y hermanas:


Como nos recuerda el Sirácida, «la súplica del pobre atraviesa las nubes» (Si 35,17).

Nosotros estamos aquí mendigando la misericordia del Padre, pidiendo perdón.

La Iglesia es siempre Iglesia de los pobres en espíritu y de los pecadores en busca de perdón, y no sólo la Iglesia de los justos y de los santos, más aún de los justos y de los santos que se reconocen pobres y pecadores.

He querido escribir las peticiones de perdón que han sido leídas por algunos cardenales, porque era necesario llamar por nombre y apellido a nuestros principales pecados. Y nosotros los escondemos o los decimos con palabras muy refinadas.

El pecado es siempre una herida en las relaciones, en la relación con Dios y en la relación con los hermanos y hermanas. Hermanas, hermanos, nadie se salva solo, pero es cierto que el pecado de uno produce efectos sobre muchos y del mismo modo como todo está conectado en el bien, también está conectado en el mal.


La Iglesia es en su esencia una Iglesia de fe y de anuncio siempre relacional, y sólo curando las relaciones enfermas podemos llegar a ser Iglesia sinodal. ¿Cómo podemos ser creíbles en la misión si no reconocemos nuestros errores y no nos inclinamos a curar las heridas que hemos causado con nuestros pecados?

Y la sanación de la herida comienza con la confesión del pecado que hemos cometido.

La parábola del evangelio de Lucas que hemos escuchado nos presenta a dos hombres, un fariseo y un publicano, que van al templo para orar. Uno está de pie, con la frente alta, el otro se queda atrás, con los ojos bajos.

El fariseo llena la escena con su estatura atrayendo las miradas e imponiéndose como modelo. De esta manera presume de orar, pero en realidad se está exaltando a sí mismo para enmascarar, con su efímera seguridad, sus debilidades. ¿Qué espera de Dios? Espera un premio por sus méritos, y de esta manera se priva de la sorpresa de la gratuidad de la salvación, fabricándose un dios que no podría hacer otra cosa que firmar un certificado de presunta perfección. Un hombre cerrado a la sorpresa, cerrado a todas las sorpresas. Está totalmente encerrado en sí mismo, cerrado a la gran sorpresa de la misericordia. Su ego no da espacio a nada ni a nadie, ni siquiera a Dios.

 ¿Cuántas veces en la Iglesia nos comportamos de esta manera? ¿Cuántas veces también nosotros hemos ocupado todo el espacio, con nuestras palabras, nuestros juicios, nuestros títulos, la convicción de tener solamente méritos? Y de esta manera se perpetúa lo que sucedió cuando José y María, llevando al Hijo de Dios en su vientre, llamaban a las puertas de la hospitalidad. Jesús nacerá en un pesebre porque, como nos dice el Evangelio, «no había lugar para ellos en el albergue» (Lc 2,7).

Y hoy todos nosotros somos como el publicano, tenemos o queremos tener los ojos bajos y sentimos, queremos sentir vergüenza por nuestros pecados. Como él, nos quedamos en el último lugar, liberando el espacio ocupado por la presunción, la hipocresía y el orgullo. Digámoslo también nosotros obispos, sacerdotes, consagradas, consagrados: liberando el espacio ocupado por la presunción, por la hipocresía y por el orgullo.

No podríamos invocar el nombre de Dios sin pedir perdón a los hermanos y hermanas, a la tierra y a todas las criaturas.


Comenzamos esta etapa del Sínodo, ¿y cómo podríamos ser Iglesia sinodal sin reconciliación? ¿Cómo podríamos afirmar que queremos caminar juntos sin recibir y dar el perdón que restablece la comunión en Cristo? El perdón, pedido y ofrecido, genera una nueva concordia en la que las diferencias no se oponen, y el lobo y el cordero son capaces de vivir juntos (cf. Is 11,6). ¡Valiente ejemplo el de Isaías!

Ante el mal y el sufrimiento inocente nos preguntamos: ¿dónde estás, Señor? Pero la pregunta nos la debemos plantear a nosotros mismos, interrogándonos sobre las responsabilidades que tenemos cuando no conseguimos detener el mal con el bien. No podemos pretender resolver los conflictos alimentando la violencia que se hace cada vez más atroz, redimirnos provocando dolor, salvarnos con la muerte del otro. ¿Cómo podemos perseguir una felicidad pagada a precio de la infelicidad de los hermanos y hermanas?

Y esto es para todos, para todos: laicas, laicos, consagradas, consagrados, para todos. En vísperas del inicio de la Asamblea del Sínodo, la confesión es una ocasión para restablecer la confianza en la Iglesia, confianza rota por nuestros errores y pecados, y para comenzar a sanar las heridas que no dejan de sangrar, rompiendo «las cadenas injustas» (Is 58,6).

Lo decimos en la oración del Adsumus con la que mañana introduciremos la celebración del Sínodo: «Estamos aquí oprimidos por la enormidad de nuestro pecado». Y no queremos que este peso frene el camino del Reino de Dios en la historia.

Nosotros hemos hecho nuestra parte, incluso hemos cometido errores. Seguimos en la misión con nuestras pobres fuerzas. Pero ahora nos dirigimos a ustedes jóvenes que esperan de nosotros la entrega del relevo, pidiéndoles perdón si no hemos sido testigos creíbles.

Y hoy en la memoria litúrgica de santa Teresa del Niño Jesús, patrona de las misiones, supliquemos su intercesión.

[Breve pausa de silencio. Luego, todos puestos en pie inclinan la cabeza.

El Santo Padre concluye con una oración:]

Oh Padre, estamos aquí reunidos conscientes de que necesitamos tu mirada de amor. Tenemos las manos vacías, sólo podemos recibir lo que tú nos das. Te pedimos perdón por nuestros pecados, ayúdanos a restaurar tu rostro que hemos desfigurado con nuestra infidelidad. Pedimos perdón, avergonzándonos, a aquellos que han sido heridos por nuestros pecados.

Danos el valor de tener un sincero arrepentimiento para llegar a la conversión.

Te lo pedimos invocando al Espíritu Santo para que llene de su gracia los corazones que has creado, en Cristo Jesús nuestro Señor.

Todos pedimos perdón, todos somos pecadores, pero todos tenemos la esperanza de tu amor, Señor. Amén.

Francisco

Fotos: Vatican Media, 1-10-2024

Vigilia Penitencial presidida por el Papa Francisco en la que ha clamado: "Pedimos perdón, sintiendo vergüenza, a quienes han sido heridos por nuestros pecados”

1 de octubre de 2024.- (Camino Católico) “Oh Padre, te pedimos perdón por todos nuestros pecados, ayúdanos a restaurar tu rostro que hemos desfigurado por nuestra infidelidad. Pedimos perdón, sintiendo vergüenza, a quienes han sido heridos por nuestros pecados”, ha rezado el Papa Francisco al finalizar su reflexión en la Vigilia Penitencial del Sínodo 2024, que se ha celebrado, este martes 1 de octubre por la tarde, la vigilia penitencial en la Basílica de San Pedro, con la asistencia de unas 2500 personas. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha toda la celebración.

“Estamos aquí como mendigos de la misericordia del Padre. La Iglesia es siempre la Iglesia de los pobres de espíritu y de los pecadores que buscan perdón, y no sólo de los justos y de los santos, es más, de los justos y de los santos que se reconocen pobres y pecadores”, afirma el Santo Padre al iniciar su reflexión en la Basílica de San Pedro.

“El pecado es siempre una herida en las relaciones: la relación con Dios y la relación con los hermanos y las hermanas. Nadie se salva solo, pero es igualmente cierto que el pecado de uno genera efectos sobre muchos: así como todo está conectado en el bien, también está conectado en el mal”, subraya el Pontífice.

Tras recordar el Evangelio leído en la liturgia, sobre el fariseo y el publicano que rezan en el templo, el Papa Francisco señala que “hoy todos somos como el publicano, tenemos o queremos mantener la mirada baja y sentir vergüenza de nuestros pecados”.

En vísperas del inicio de la Asamblea sinodal, la confesión es una oportunidad para restablecer la confianza en la Iglesia y en ella, la confianza destrozada por nuestros errores y pecados, y para comenzar a curar las heridas que no dejan de sangrar, rompiendo ‘las cadenas de la maldad”.

Tras rogar a Dios por la gracia de la conversión, el Papa destaca: “Todos pedimos perdón, todos somos pecadores, pero todos tenemos la esperanza en tu amor Señor, Amén”.

La liturgia estuvo marcada por el testimonio de tres personas y por el pedido de perdón por distintos pecados. Los textos fueron escritos por el Papa Francisco y leídos por cardenales de la Curia Romana “porque era necesario llamar por su nombre y apellido a nuestros principales pecados”, explica el Pontífice.

El Cardenal Oswald Gracias, Arzobispo de Bombay (India), ha leido el pedido de perdón “por el pecado de la falta de valentía, de la valentía necesaria para buscar la paz entre los pueblos y las naciones, en el reconocimiento de la dignidad infinita de cada vida humana en todas sus fases, desde el estado naciente hasta la vejez”.

Tras ello un hombre sudafricano llamado Laurence ha compartido su testimonio de haber sufrido abusos sexuales cuando era niño, narrando el dolor y las consecuencias que esto le provocó, como la depresión y la idea del suicidio.

“Desde entonces, me he visto obligado a caminar con este perpetrador estampado en mi alma durante los últimos 53 años… El impacto de este tipo de abuso es profundo y duradero”, agrega.

“Uno de los aspectos más desgarradores de este problema es el anonimato que a menudo lo rodea. Muchos sobrevivientes permanecen sin nombre y sin ser escuchados, sus historias silenciadas por el miedo, el estigma o las amenazas”, lamenta, y alienta a que la Iglesia sea transparente en cuanto a este tema.

Después fue el turno de Sara, directora regional en Toscana de la Fundación Migrantes, quien ha contado la historia de Solange, una migrante de Costa de Marfil, que como muchos otros arriesgó su vida para salir de África y llegar a Europa en busca de un futuro mejor.

“Estamos aquí hoy para dar testimonio de una nueva humanidad; de personas que acompañan a las personas a ser personas; por mujeres que ayudan a las mujeres a ser mujeres: personas y mujeres que acogieron al forastero”, agrega Sara.


También ha compartido su testimonio la hermana Deema, de la ciudad de Homs, quien ha sufrido los horrores de la guerra en Siria. “La guerra, de hecho, no solo destruye edificios y carreteras, sino que también afecta a los lazos más íntimos que nos anclan a nuestros recuerdos, nuestras raíces y nuestras relaciones”, cuenta. La guerra, continua, “logra sacar lo peor de nosotros, sacando a la luz el egoísmo, la violencia y la codicia. Sin embargo, también puede sacar lo mejor de nosotros: la capacidad de resistir, de unirnos en solidaridad, de no ceder al odio”.

Sin embargo, confiesa, la guerra también ha sido una oportunidad para “percibir la gracia de formar parte de una Iglesia universal, que hoy celebramos en su camino hacia la sinodalidad”, un lugar donde uno se puede encontrar con Dios “en medio de las ruinas”.

Después de los testimonios, el Cardenal Michael Czerny, prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, ha leído el pedido de perdón por haber transformado “la creación de un jardín en un desierto, manipulándola a nuestro gusto; y por lo que no hemos hecho para impedirlo”, por el maltrato a los indígenas y a los migrantes.

A continuación, el Cardenal Seán Patrick O'Malley, Arzobispo Emérito de Boston, ha leído el pedido de perdón “por todas las veces que los fieles hemos sido cómplices o hemos cometido directamente abusos de conciencia, abusos de poder y abusos sexuales”.

El Cardenal Kevin Farrell, prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida ha pedido perdón “por todas las veces que no hemos reconocido y defendido la dignidad de la mujer, cuando la hemos hecho muda y subyugada, y no pocas veces explotada, especialmente en la condición de vida consagrada”.

El Cardenal Cristóbal López Romero, español y Arzobispo de Rabat (Marruecos), ha pedido perdón “por las veces que hemos vuelto la cabeza hacia la otra parte ante el sacramento de los pobres, prefiriendo adornarnos a nosotros mismos y al altar con una preciosidad culpable que quita el pan a los hambrientos”.

A su turno, el Cardenal Víctor Manuel Fernández, prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, ha pedido perdón por “todas las veces que en la Iglesia (…) no hemos sido capaces de conservar y proponer el Evangelio como fuente viva de eterna novedad, ‘adoctrinando’ y arriesgándolo a reducirlo a un montón de piedras muertas para arrojar a los demás”.

“Pido perdón, sintiéndome avergonzado por todas las veces que hemos dado justificación doctrinal a un trato inhumano”, agrega.

Para concluir los pedidos de perdón, el Cardenal Christoph Schönborn, Arzobispo de Viena, pide perdón “por los obstáculos que se interponen en el camino de la construcción de una Iglesia verdaderamente sinodal, sinfónica, consciente de ser el pueblo santo de Dios que camina juntos reconociendo la común dignidad bautismal”. “Pido perdón, sintiéndome avergonzado por todas las veces que no hemos escuchado al Espíritu Santo, prefiriendo escucharnos a nosotros mismos, defendiendo opiniones e ideologías que hieren la comunión en Cristo de todos, esperada al final de los tiempos por el Padre”.

Al concluir la liturgia, todos los presentes han rezado el Padre Nuestro y el Papa ha entregado el evangelio a cinco de los participantes, como signo de la importancia de anunciarlo al mundo.

Fotos: Vatican Media, 1-10-2024