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viernes, 31 de mayo de 2013
Papa Francisco al rezar el Rosario en San Pedro: “Tres palabras sintetizan la actitud de María: escucha, decisión, acción; indican un camino también para nosotros”
“María, mujer de la acción, haz que nuestras manos y nuestros pies se muevan "sin demora" hacia los otros, para llevar la caridad y el amor de tu Hijo Jesús, para llevar, como tú, en el mundo la luz del Evangelio”
31 de mayo de 2013.- (Camino Católico) Concluyendo el mes mariano, el Papa Francisco ha rezado el Santo Rosario con los miles de fieles y peregrinos reunidos la tarde del viernes en la Plaza de San Pedro. Mientras el Obispo de Roma ha guiado esta piadosa oración, la imagen de la Virgen ha atravesado la Plaza en procesión recogiendo todas las invocaciones de los fieles. El Santo Padre ha concluido con una meditación y con su bendición apostólica. Escucha, decisión, acción: Francisco ha invocado para todos estas características de María para llevar, como ella, la luz del Evangelio al mundo. El texto completo de la meditación del Papa Franciscoes el siguiente: Leer más...
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martes, 8 de enero de 2008
Acción y contemplación / Autor: Monseñor Antonio González
Los santos fueron a la vez gigantes del pensamiento, porque han amalgamado en su personalidad esas dos cosas que nosotros hemos disociado tanto: la acción y la contemplación. La oración es, en una hermosa frase de San Ambrosio, un sueño fecundo. La calma era su fuerza y así, sin ruido, vencían al mundo. San Agustín define a Dios en dos palabras, siempre actuando y siempre quieto. La vida religiosa efectivamente fructuosa está hecha de un sabio equilibrio entre la acción y la contemplación. San bernardo fue el hombre más activo de su siglo, pero era también el más contemplativo. Llevaba la soledad consigo, una soledad con su mundo interior que lo hacía feliz y superior a las cosas externas.
Realmente hemos perdido ese equilibrio, somos o pura oración subjetiva sin resonancia en la acción, o puro activismo que nos seca el alma. En ese clima de ruptura con nuestro mundo interior pululan los reformadores, que cuando rezan parecen anacoretas y cuando trabajan parecen títeres.
Alguno podría pensar que el sistema de vida es hoy tan distinto, que es imposible armonizar o vivir como lo hicieron los santos en la antigüedad. Yo diría que han cambiado las formas pero no el fondo. Los valores que emanan de la naturaleza humana son permanentes e inmutables tanto para el cuerpo como para el alma. Existe una manera de alimentarse, de amar, de pensar, de rezar, que no varía con las épocas. Todo está en armonizar la vida pública con la vida privada, pero esto depende de la calidad espiritual de cada uno, fruto de la cultura personal o de la riqueza interior de cada persona. Todo el problema reside aquí.
El drama del hombre es que ciertos bienes esenciales se pueden perder sin dolor y una vez perdidos no se recuperan más. La libertad, el entusiasmo, el sentido de lo espiritual. Hay facultades del hombre que se pierden para siempre por el mal uso que el hombre hace de ellas. Podemos abusar de la vista contemplando espectáculos degradantes o del oído escuchando mala música, pero no por eso quedarnos ni ciegos ni sordos. Pero si suprimimos el sentido crítico de las cosas, si nos acostumbramos a no razonar, somos como una marioneta agitada por influencias exteriores, como la publicidad, la propaganda, las corrientes de opinión.
Hay que preservar en nuestras vidas zonas de silencio y reflexión. Todavía podemos elegir entre las múltiples solicitaciones que nos asaltan y podemos rechazar lo malsano. Hay muchos, que habiéndose olvidado de abastecerse en la fuentes de la vida interior, tienen necesidad de ser constantemente reanimados por las aportaciones del mundo exterior, porque cuando entran dentro de si mismos, no hallan más que vacío y se apresura a huir.
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Fuente: conoze.com
Realmente hemos perdido ese equilibrio, somos o pura oración subjetiva sin resonancia en la acción, o puro activismo que nos seca el alma. En ese clima de ruptura con nuestro mundo interior pululan los reformadores, que cuando rezan parecen anacoretas y cuando trabajan parecen títeres.
Alguno podría pensar que el sistema de vida es hoy tan distinto, que es imposible armonizar o vivir como lo hicieron los santos en la antigüedad. Yo diría que han cambiado las formas pero no el fondo. Los valores que emanan de la naturaleza humana son permanentes e inmutables tanto para el cuerpo como para el alma. Existe una manera de alimentarse, de amar, de pensar, de rezar, que no varía con las épocas. Todo está en armonizar la vida pública con la vida privada, pero esto depende de la calidad espiritual de cada uno, fruto de la cultura personal o de la riqueza interior de cada persona. Todo el problema reside aquí.
El drama del hombre es que ciertos bienes esenciales se pueden perder sin dolor y una vez perdidos no se recuperan más. La libertad, el entusiasmo, el sentido de lo espiritual. Hay facultades del hombre que se pierden para siempre por el mal uso que el hombre hace de ellas. Podemos abusar de la vista contemplando espectáculos degradantes o del oído escuchando mala música, pero no por eso quedarnos ni ciegos ni sordos. Pero si suprimimos el sentido crítico de las cosas, si nos acostumbramos a no razonar, somos como una marioneta agitada por influencias exteriores, como la publicidad, la propaganda, las corrientes de opinión.
Hay que preservar en nuestras vidas zonas de silencio y reflexión. Todavía podemos elegir entre las múltiples solicitaciones que nos asaltan y podemos rechazar lo malsano. Hay muchos, que habiéndose olvidado de abastecerse en la fuentes de la vida interior, tienen necesidad de ser constantemente reanimados por las aportaciones del mundo exterior, porque cuando entran dentro de si mismos, no hallan más que vacío y se apresura a huir.
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