Nos gusta mucho mirar los males que padece nuestro mundo, la sociedad que nos rodea. Y no es porque seamos pesimistas, o porque tengamos manías autodestructivas o masoquistas, como se dice, ¡no!... Si mi-ramos nosotros el mal, es porque queremos oponerle el bien.
Tenemos el optimismo debido, sabiendo que los males se pueden remediar cuando nosotros les aplicamos los medios oportunos.
Es lo que hacemos en nuestros mensajes siempre que sacamos a relucir algunos males: es porque sabemos que aplicamos a la enfermedad la medicina apropiada.
Hoy, por ejemplo, me gustaría tender de nuevo una mirada al mundo nuestro. El que ha perdido el sentido del pecado, el de las guerras, el de la droga, el del sexo desbordado, el del tráfico de la mujer y de los menores para la prostitución, el del materialismo, el de la rebeldía juvenil, el del infanticidio con el aborto despiadado, el del paganismo galopante... ¿De veras que no tiene remedio tanto mal?...
Digo esto, porque se me ocurre una anécdota muy interesante:
A mitades del siglo diecinueve, el Papa Pío IX estaba muy preocupado por los males que aquejaban al mundo. Le obsesionaba, sobre todo, el avance del Racionalismo que amenazaba gravemente el por-venir de la Iglesia. El Papa meditaba, exponía sus temores, consultaba. Y un Cardenal, famoso en la Roma de entonces por el montón de lenguas que hablaba, le decía repetidamente al Papa:
- Santidad, defina el dogma de la Inmaculada Concepción.
El insigne Cardenal sabía lo que se decía. Venía a decirle al Papa:
- Proponga al mundo, Santo Padre, un ideal muy alto de santidad, de belleza y de pureza.
El Papa le hizo caso y definió el dogma de la Inmaculada.
El Cielo, con las apariciones de Lourdes cuatro años después, vino a ratificar el gesto del Vicario de Jesucristo.
El Racionalismo encontró una roca de contención en su avance. Y la piedad cristiana se acrecentó enormemente con la devoción a la Virgen Inmaculada.
Ahora nos podemos preguntar nosotros. - ¿Nos encontramos hoy mejor o peor que en los tiempos del Papa Pío IX? ¿Tenemos o no tenemos derecho a estar preocupados? ¿Nos importa o no nos importa que muchos deserten de su fe; que se acomoden a un mundo cada vez más secularizado; que acepten prácticas totalmente paganas; que se rebelen contra la Iglesia y su Autoridad; en una palabra, que se vayan alejando cada vez más de Dios?...
Nos preocupa esto, y mucho, a los que nos llamamos cristianos y católicos, porque sabemos el riesgo que muchas almas corren de perderse.
Pero, al mismo tiempo, ¿no sabremos oponernos eficazmente para detener el mal y promover el bien?... ¿No podremos hoy volver también los ojos a la Inmaculada Virgen María?...
Si vivimos nosotros el amor, la invocación, la imitación de la Virgen, y si lo hacemos vivir a los demás, promoviendo su devoción, ¿no pondríamos el remedio de los remedios a muchos de los males que nos rodean?
La salvación nos vendrá siempre de Dios por Jesucristo. Pero, es que Jesucristo y Dios han tenido la elegancia con su Madre de confiarle a Ella los problemas más grandes de la Iglesia.
Además, nos la han propuesto como el modelo y el ejemplar de lo que Dios quiere de nosotros. ¿Qué ocurriría entonces, si amamos a la Virgen y la hacemos amar?...
¿Mirar a la Inmaculada, triunfadora del demonio en el primer instante de su Concepción, y dejarle al Maligno que avance por el mundo, destruyendo el Reino de Dios?... Imposible.
¿Mirar a María, ideal de pureza sin mancha alguna, y seguir sus hijos como víctimas vencidas de la impureza?... Imposible.
¿Mirar a María, la Mujer elevada a la máxima altura de Dios, honor y orgullo de la Humanidad, y no respetar, defender, promover y amar a la mujer como lo hacemos con María?... Imposible.
¿Mirar a María e invocarla, para que ayude hoy a la Iglesia, como la ayudó en los momentos difíciles de otros tiempos, y que Ella nos abandone a nuestra pobre suerte?... Imposible.
Todas esas cosas son imposibles porque María tiene un Corazón de Madre. Y es imposible que la Madre permanezca indiferente a los males de sus hijos.
Ciertamente que habremos de contar siempre con la malicia humana, guiada por el enemigo que desde el paraíso nos persigue a muerte para evitar nuestra salvación, llevado del odio que le tiene a Dios y la envidia con que nos mira a los redimidos. Dios previno esta lucha entre el dragón y la Mujer, pero la victoria definitiva se la asignó a la Mujer y no al dragón. María, Mujer delicada y Madre tierna, se presenta al mismo tiempo en la Biblia como una guerrera invencible en las batallas de Dios.
¡Virgen María! El mal del mundo es muy grande. Pero el bien que encierras en tu Corazón Inmaculado es mucho mayor. La Iglesia, Pueblo y Familia de Dios, te invoca confiada. ¿Quién va a poder más, el enemigo o Tú?....
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Fuente: Catholic.net
domingo, 18 de noviembre de 2007
La hermana muerte / Autores: Marcelino de Andrés y Juan Pablo Ledesma
El caballero oye un ruido y se acerca. Tras el enrejado aparece fugaz el rostro de la Muerte.
El caballero toma la palabra: -Vivo en un mundo de fantasmas.
La Muerte le responde: -Y sin embargo no quieres morir.
-Sí quiero.
-¿Quieres garantías?
-Llámalo como mejor te plazca. ¿Es tan cruelmente inconcebible entender a Dios con los sentidos? ¿Por qué debe ocultarse en una bruma de milagros que no se ven? ¿Cómo podemos tener fe en los que creen, cuando no podemos tener fe en nosotros mismos? ¿Qué les ocurriría a aquellos de nosotros que desean creer, pero no pueden? ¿Y qué destino tendrán los que ni quieren creer ni son capaces de creer?
Reina un silencio completo. Ni la Muerte ni el caballero hablan. Entonces el caballero prosigue: -¿Por qué no puedo matar a Dios dentro de mí? ¿Por qué sigue viviendo en esta forma dolorosa y humillante, aun cuando deseo arrancarlo de mi corazón? ¿Por qué a pesar de todo, Él es una realidad desconcertante que no puedo sacudirme de encima? Quiero sabiduría, no fe ni suposiciones, sino sabiduría; que Dios extienda su mano hacia mí, que se revele y me hable.
Entonces, la muerte, con mueca irónica: -Si embargo, permanece en silencio...
-Lo llamo en la oscuridad, pero no parece haber nadie ahí.
-Tal vez no haya nadie...
-Entonces la vida es un espantoso horror. Nadie puede vivir y enfrentarse a la muerte sabiendo que todo es la nada...
¡La nada! ¡La vida! ¡Todo! ¡Dios! Y en ese forcejeo se nos presenta la muerte cortante como una espada, profunda como un pozo. El máximo enigma de la vida humana es la muerte, la aparente disolución eterna. Al mismo tiempo, se resiste en nuestro interior esa semilla de inmortalidad que todos llevamos. No es posible aceptar el fatal desenlace, la ruina total, el adiós definitivo.
Sería una tragedia vivir la existencia humana sabiendo que todo acaba con el tajo de la muerte. No es posible embarcar a la humanidad en un viaje sin retorno, en un avión sin piloto. El hombre no puede ser simplemente el sueño de una sombra descarnada.
Poetas como Shakespeare han cantado la tragedia de la muerte: “¡Morir..., dormir, no más! ¡Morir..., dormir! ¡Dormir!... ¡Tal vez soñar! ¡Sí, he ahí el obstáculo!”. Otros, como Cervantes han puesto en boca de Sancho Panza la certeza de este momento: “Que como vuestra merced mejor sabe, todos estamos sujetos a la muerte; y que hoy somos y mañana no; y que tan presto se va el cordero como el carnero, y que nadie puede prometerse en este mundo más horas de vida de las que Dios quisiere darle. Porque la muerte es sorda, y cuando llega a llamar a las puertas de nuestra vida, a siempre va de prisa y no le harán detener ni ruegos, ni fuerzas, ni cetros, ni mitras, según es pública voz y fama”.
Y el hombre de hoy sigue enarbolando la bandera de la felicidad eterna. Se resiste al sabor amargo de las lágrimas o al vuelo tenebroso de los cuervos. “Nada”, “nadie”, “nunca” no pueden ser sinónimos de “muerte”. El momento final va acompasado siempre por sentimientos humanos muy intensos. La experiencias de la muerte abren en nuestras vidas llagas de dolor: un conocido, un amigo, un ser querido, nosotros... A veces la vida parece un niño: débil, temeroso, vulnerable.
Meses antes de morir, François Mitterand, ex-presidente de Francia, comentaba en una entrevista: “¿Quién no necesita ayuda y seguridad? La sociedad de los hombres no puede nada. De repente, uno se siente solo, perdido en la inmensidad. Está uno ahí, con su cuerpo frágil que se va a romper muy pronto; y hay algo en uno que le hace aspirar a la pervivencia y a la eternidad”.
Aun los menos creyentes vislumbran rayos de esperanza en el más allá. La vida terrena no puede terminar y romperse como una porcelana, porque la muerte no consuela, no elimina el miedo. Es como ese sol otoñal, pálido y enfermizo, que ilumina pero no produce calor; da luz, pero no quita el frío. Aperece terrible, amenazadora. ¿Por qué? Porque se abre el abismo entre la inmortalidad y lo desconocido.
La muerte tiene otra cara, como las monedas. Si de una lado es tragedia, ruptura, desazón; del otro es seguridad, certeza, gozo.
La vida no acaba con la muerte. Toda persona humana está llamada a una plenitud de vida que va más allá de las dimensiones de su existencia terrena: la participación de la vida misma de Dios. Lo sublime de esta vocación sobrenatural manifiesta la grandeza y el valor de la vida humana incluso en su fase temporal y terrena. Nuestra vida, nuestra existencia en el tiempo es condición básica, momento inicial y parte integrante de todo el proceso de la vida humana.
La vida de ahora, en este lugar y tiempo concreto, en este año, en esta ciudad, en este preciso momento no lo «último», sino «penúltimo». Cada momento de mi vida es sagrado, pues implica responsabilidad.
Somos seres mortales y tenemos el deber y el derecho de sentir nuestra mortalidad. Somos mortales, pero a pesar de ello, nuestra muerte no significa destrucción y aniquilación, porque hay Alguien que ya ha vencido a la muerte, que ya ha triunfado.
Los grandes emperadores romanos festejaban sus victorias construyendo arcos de triunfo. Un majestuoso desfile seguía la larga fila de carros, repletos del botín y de cuantiosos trofeos. Roma celebraba con alborozo la fiesta. Insignias arrebatadas al enemigo, prisioneros de guerra encadenados, toros y animales para los sacrificios,...
El emperador debía atravesar el arco de triunfo, montando en su carroza de caballos blancos. Debía vestir una túnica bordada con palmas de oro y un manto de púrpura lo envolvía. En la cabeza, una corona de laurel, símbolo del triunfo y en su mano derecha, un cetro de marfil. Detrás le seguían sus hijos. Un esclavo le ofrecía reverentemente una corona de oro y le susurraba: recuerda que eres un simple mortal.
Quienes creen en Cristo, atraviesan con Él el arco de triunfo. La resurrección de Cristo manifiesta la vida más allá del límite de la muerte, la vida y el amor que es más fuerte que la muerte. «No habrá ya muerte», exclama la voz potente que sale del trono de Dios en la Jerusalén celestial (Ap 21, 4). Y san Pablo nos asegura que: "La muerte ha sido devorada en la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?"» (1 Co 15, 54-55).
Por eso, desde esta visión, que es la más certera, qué fácil resulta repetir con San Francisco de Asís:
“Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana Muerte corporal,
de la cual ningún hombre viviente puede escapar.
¡Ay de aquellos que mueren en pecado mortal!
Bienaventurados aquellos que acertasen a cumplir
tu santísima voluntad,
pues la muerte segunda no les hará mal”.
----------------------------
Fuente: Catholic.net
El caballero toma la palabra: -Vivo en un mundo de fantasmas.
La Muerte le responde: -Y sin embargo no quieres morir.
-Sí quiero.
-¿Quieres garantías?
-Llámalo como mejor te plazca. ¿Es tan cruelmente inconcebible entender a Dios con los sentidos? ¿Por qué debe ocultarse en una bruma de milagros que no se ven? ¿Cómo podemos tener fe en los que creen, cuando no podemos tener fe en nosotros mismos? ¿Qué les ocurriría a aquellos de nosotros que desean creer, pero no pueden? ¿Y qué destino tendrán los que ni quieren creer ni son capaces de creer?
Reina un silencio completo. Ni la Muerte ni el caballero hablan. Entonces el caballero prosigue: -¿Por qué no puedo matar a Dios dentro de mí? ¿Por qué sigue viviendo en esta forma dolorosa y humillante, aun cuando deseo arrancarlo de mi corazón? ¿Por qué a pesar de todo, Él es una realidad desconcertante que no puedo sacudirme de encima? Quiero sabiduría, no fe ni suposiciones, sino sabiduría; que Dios extienda su mano hacia mí, que se revele y me hable.
Entonces, la muerte, con mueca irónica: -Si embargo, permanece en silencio...
-Lo llamo en la oscuridad, pero no parece haber nadie ahí.
-Tal vez no haya nadie...
-Entonces la vida es un espantoso horror. Nadie puede vivir y enfrentarse a la muerte sabiendo que todo es la nada...
¡La nada! ¡La vida! ¡Todo! ¡Dios! Y en ese forcejeo se nos presenta la muerte cortante como una espada, profunda como un pozo. El máximo enigma de la vida humana es la muerte, la aparente disolución eterna. Al mismo tiempo, se resiste en nuestro interior esa semilla de inmortalidad que todos llevamos. No es posible aceptar el fatal desenlace, la ruina total, el adiós definitivo.
Sería una tragedia vivir la existencia humana sabiendo que todo acaba con el tajo de la muerte. No es posible embarcar a la humanidad en un viaje sin retorno, en un avión sin piloto. El hombre no puede ser simplemente el sueño de una sombra descarnada.
Poetas como Shakespeare han cantado la tragedia de la muerte: “¡Morir..., dormir, no más! ¡Morir..., dormir! ¡Dormir!... ¡Tal vez soñar! ¡Sí, he ahí el obstáculo!”. Otros, como Cervantes han puesto en boca de Sancho Panza la certeza de este momento: “Que como vuestra merced mejor sabe, todos estamos sujetos a la muerte; y que hoy somos y mañana no; y que tan presto se va el cordero como el carnero, y que nadie puede prometerse en este mundo más horas de vida de las que Dios quisiere darle. Porque la muerte es sorda, y cuando llega a llamar a las puertas de nuestra vida, a siempre va de prisa y no le harán detener ni ruegos, ni fuerzas, ni cetros, ni mitras, según es pública voz y fama”.
Y el hombre de hoy sigue enarbolando la bandera de la felicidad eterna. Se resiste al sabor amargo de las lágrimas o al vuelo tenebroso de los cuervos. “Nada”, “nadie”, “nunca” no pueden ser sinónimos de “muerte”. El momento final va acompasado siempre por sentimientos humanos muy intensos. La experiencias de la muerte abren en nuestras vidas llagas de dolor: un conocido, un amigo, un ser querido, nosotros... A veces la vida parece un niño: débil, temeroso, vulnerable.
Meses antes de morir, François Mitterand, ex-presidente de Francia, comentaba en una entrevista: “¿Quién no necesita ayuda y seguridad? La sociedad de los hombres no puede nada. De repente, uno se siente solo, perdido en la inmensidad. Está uno ahí, con su cuerpo frágil que se va a romper muy pronto; y hay algo en uno que le hace aspirar a la pervivencia y a la eternidad”.
Aun los menos creyentes vislumbran rayos de esperanza en el más allá. La vida terrena no puede terminar y romperse como una porcelana, porque la muerte no consuela, no elimina el miedo. Es como ese sol otoñal, pálido y enfermizo, que ilumina pero no produce calor; da luz, pero no quita el frío. Aperece terrible, amenazadora. ¿Por qué? Porque se abre el abismo entre la inmortalidad y lo desconocido.
La muerte tiene otra cara, como las monedas. Si de una lado es tragedia, ruptura, desazón; del otro es seguridad, certeza, gozo.
La vida no acaba con la muerte. Toda persona humana está llamada a una plenitud de vida que va más allá de las dimensiones de su existencia terrena: la participación de la vida misma de Dios. Lo sublime de esta vocación sobrenatural manifiesta la grandeza y el valor de la vida humana incluso en su fase temporal y terrena. Nuestra vida, nuestra existencia en el tiempo es condición básica, momento inicial y parte integrante de todo el proceso de la vida humana.
La vida de ahora, en este lugar y tiempo concreto, en este año, en esta ciudad, en este preciso momento no lo «último», sino «penúltimo». Cada momento de mi vida es sagrado, pues implica responsabilidad.
Somos seres mortales y tenemos el deber y el derecho de sentir nuestra mortalidad. Somos mortales, pero a pesar de ello, nuestra muerte no significa destrucción y aniquilación, porque hay Alguien que ya ha vencido a la muerte, que ya ha triunfado.
Los grandes emperadores romanos festejaban sus victorias construyendo arcos de triunfo. Un majestuoso desfile seguía la larga fila de carros, repletos del botín y de cuantiosos trofeos. Roma celebraba con alborozo la fiesta. Insignias arrebatadas al enemigo, prisioneros de guerra encadenados, toros y animales para los sacrificios,...
El emperador debía atravesar el arco de triunfo, montando en su carroza de caballos blancos. Debía vestir una túnica bordada con palmas de oro y un manto de púrpura lo envolvía. En la cabeza, una corona de laurel, símbolo del triunfo y en su mano derecha, un cetro de marfil. Detrás le seguían sus hijos. Un esclavo le ofrecía reverentemente una corona de oro y le susurraba: recuerda que eres un simple mortal.
Quienes creen en Cristo, atraviesan con Él el arco de triunfo. La resurrección de Cristo manifiesta la vida más allá del límite de la muerte, la vida y el amor que es más fuerte que la muerte. «No habrá ya muerte», exclama la voz potente que sale del trono de Dios en la Jerusalén celestial (Ap 21, 4). Y san Pablo nos asegura que: "La muerte ha sido devorada en la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?"» (1 Co 15, 54-55).
Por eso, desde esta visión, que es la más certera, qué fácil resulta repetir con San Francisco de Asís:
“Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana Muerte corporal,
de la cual ningún hombre viviente puede escapar.
¡Ay de aquellos que mueren en pecado mortal!
Bienaventurados aquellos que acertasen a cumplir
tu santísima voluntad,
pues la muerte segunda no les hará mal”.
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Fuente: Catholic.net
El mundo necesita grandes apóstoles / Autora: Lucrecia Rego de Planas
Si miras un poco a tu alrededor encontrarás un mundo que se está muriendo por no conocer a Cristo Jesús:
• La humanidad, que busca la felicidad en las cosas materiales y, al no encontrarla, se desbarranca en un pozo sin fondo en el que se vale por lo que se tiene y no por lo que se es.
• La juventud, marchita, buscando la felicidad en el sexo, la diversión, el alcohol y la droga, porque nadie le ha señalado el camino correcto.
• La familia, tambaleante por los embates del divorcio, la infidelidad, el miedo a los hijos, el egoísmo y la falta de comunicación, porque sus miembros no conocen a Cristo.
• La Iglesia, sumamente debilitada y herida por los innumerables miembros que se quedaron con una fe infantil, de catequesis de primera comunión y, al no conocer profundamente a Cristo, la abandonan buscando la felicidad en piedras de cuarzo, en los poderes de la mente o en sectas que ofrecen recompensas terrenales.
• Cientos de iglesias vacías porque muchos cristianos han dejado de valorar la presencia de Cristo en el sacramento de la Eucaristía, porque no hay sacerdotes suficientes para atenderlas, porque los pocos sacerdotes que hay son ancianos o enfermos, porque los laicos no nos hemos dado cuenta de que somos necesarios para que el Cuerpo funcione a la perfección.
Ante esta situación, no podemos quedarnos parados contemplando cómo el mundo se muere por falta de un sentido para su vida. Todos debemos actuar: sacerdotes y laicos; jóvenes y adultos; hombres y mujeres, solteros y casados.
El mundo necesita grandes apóstoles, apóstoles de primera división, del tamaño de san Pablo, san Francisco de Asís, san Ignacio de Loyola o santa Teresa de Jesús. Tú puedes, si quieres, ser uno de ellos. La decisión está en ti.
Pero si te da flojera, si lo dejas para más adelante, si no deseas hacerlo, debes tener en cuenta que lo que tú no hagas, nadie lo hará por ti. Eres un miembro insustituible de la Iglesia, pues tienes una misión específica y de ti depende el buen funcionamiento de muchos otros dentro de ella.
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Fuente: Catholic.net
Mira con el corazón / Enviado por Vivy
En tu corazón, sabes perfectamente qué está bien y qué está mal. Sabes qué es lo que, en última instancia, te ayudará a progresar y qué te hará quedarte estancado donde estás.
Aunque puedas ser muy bueno racionalizando en contra de una determinada verdad, ésta finalmente se hace evidente. Aunque algunos puedan ser muy hábiles intentando desorientarte, tú sabes muy bien qué es lo mejor para tu vida.
Marcha de la mano con tu corazón. Escucha tu voz interior, esa que tiene el mayor de los sentidos y que, mirando retrospectivamente, casi siempre tiene razón. En un mundo en que el engaño es, demasiado a menudo, tan sólo una estrategia más, desarrolla la costumbre de descubrir la verdad con tu corazón y no tan sólo con tus ojos.
No importa quiénes quieran sacar partido de ello, el hecho es que quien ha conseguido llegar hasta donde ahora te encuentras eres tú.
Y eres tú la persona mejor preparada para llevarte a ti mismo en la mejor dirección hacia el futuro.
El valor de tu experiencia de vida no está sólo en tu mente.
Está enclavada en tu corazón. Observa el mundo con todo lo bueno que tienes contigo, y podrás verlo con centelleante claridad.
Aunque puedas ser muy bueno racionalizando en contra de una determinada verdad, ésta finalmente se hace evidente. Aunque algunos puedan ser muy hábiles intentando desorientarte, tú sabes muy bien qué es lo mejor para tu vida.
Marcha de la mano con tu corazón. Escucha tu voz interior, esa que tiene el mayor de los sentidos y que, mirando retrospectivamente, casi siempre tiene razón. En un mundo en que el engaño es, demasiado a menudo, tan sólo una estrategia más, desarrolla la costumbre de descubrir la verdad con tu corazón y no tan sólo con tus ojos.
No importa quiénes quieran sacar partido de ello, el hecho es que quien ha conseguido llegar hasta donde ahora te encuentras eres tú.
Y eres tú la persona mejor preparada para llevarte a ti mismo en la mejor dirección hacia el futuro.
El valor de tu experiencia de vida no está sólo en tu mente.
Está enclavada en tu corazón. Observa el mundo con todo lo bueno que tienes contigo, y podrás verlo con centelleante claridad.
¡Señor Jesús!
Contamos, para repetirlo,
con tu grandísimo y dulcísimo nombre.
Queremos decirte una palabra
franca y leal.
Te llamamos por tu nombre
si te llamamos Maestro, Pastor.
Te invocamos como luz del alma
y repetimos:
Tú eres el Salvador,
Tú nos eres necesario,
no podemos prescindir de Ti.
Tú eres nuestra ventura,
nuestro gozo y nuestra dicha,
promesa y esperanza,
nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida.
Nuestra alma estalla
en la misma exclamación que Pedro:
¡Señor, qué hermoso es estar contigo y conocerte!
Pablo VI
Saltar al vacío / Autor: P. Miguel Segura
Cada vez que veía fotos de hombres lanzándose desde un avión, el joven sentía la necesidad interior de estar entre ellos. Quería ser paracaidista.
-¿Por qué ellos sí y yo no? -se decía.
Lo primero que hizo fue conseguir un instructivo sobre diversos tipos de paracaídas. Después inició y concluyó un estudio comparativo de aviones modernos. Como se dio cuenta de que ignoraba muchas cosas, decidió estudiar también un master en caída de cuerpos, atracción de masas y fricción. Concluyó su preparación con un año de estudios meteorológicos y movimientos de corrientes de aire.
Por fin, cuando se sintió preparado, eligió cuidadosamente el avión. Era un bimotor que aún seguía en uso y tenía buen aspecto.
Al despegar le dijo al piloto que se dirigiera al punto que, ya antes, le había señalado en el mapa con una regla y un compás. El momento se acercaba y al elevarse el avión, el joven sentía más y más el vértigo entusiasmante de volar.
Por fin, cuando se encontraban a la altura perfecta se levantó del asiento, abrió la escotilla y sintió el viento helado en la cara. Permaneció allí unos instantes llenando los pulmones con el puro azul del cielo...
Pero no saltó.
Cerró la escotilla y mandó aterrizar. Había olvidado que para saltar hace falta una cosa más. Ser un valiente.
Conozco a quienes pasan la vida preparándose para orar; buscan métodos de oración novedosos y consejeros de todo tipo pero, llegado el momento, no hablan con Dios. Y es que para hablar con Dios hay que ejercitar la fe y olvidan que para vivir de fe hace falta... ser un valiente; o sea, pedirla.
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Fuente: Catholic.net
Sufrir o ser feliz / Autor: Adolfo Güémez, L.C.
El sufrimiento es un misterio que muy pocos comprenden. Pero aquellos que lo logran, llegan a ser verdaderamente felices.
A Francisca Valdivieso, mejor conocida como “Kika”, la vi por primera vez hace exactamente un año. Ella vive en Santiago de Chile, con su esposo y sus 6 hijos. Desde hace tres años padece la Enfermedad de Crohn.
Hoy quisiera compartir con ustedes las letras que hace poco envió a sus amigos, y en las cuales relata la experiencia que esta enfermedad ha traído para su vida: tres años de un lento calvario, unidos también a un dulce tabor.
«Queridos amigos:
Hace un par de días, Chila me comentaba que admiraba mi capacidad de sobrellevar esta enfermedad.
Yo lo he pensado mucho y he llegado a la conclusión de que los he engañado a todos.
Primero que todo, lo he pasado pésimo estos tres años, mi capacidad de aguantar el dolor físico es cada día menos, y a pesar de estar tomando mis medicinas, estoy buenaza para llorar.
No soy para nada un ejemplo de nada, me he aferrado con dientes y uñas a la vida cotidiana, a poder estar decente cuando estoy con los niños, a no dejar de ser una ferviente esposa, a que haya pan a la hora del té, aunque lleve una semana sin poder levantarme de la cama, a mi querido cajón de la oficina que ya generosamente y con muchísimo sacrificio le cedí a Javiera. Y eso se llama "supervivencia".
Debo reconocerles que cada vez que voy a la clínica tiemblo de terror que pase algo nuevo, y ya no resisto un pinchazo, una sonda o un examen más, no importa si me duela o no, ¡simplemente no quiero!
¡Qué horror!, pensarán ustedes... y fíjense que no es así. Paradójicamente a lo que puedan pensar: ¡Yo soy feliz!
Primero, porque tengo a Dios, que me ha trapeado como ha querido, que me ha podado hasta doler, que aún no me explica el porqué de todo esto, pero que me derrite cuando voy a pedirle explicaciones y Él esta ahí clavado en la Cruz, sin poder siquiera mirarme porque su cabeza cuelga sin fuerzas a medio morir. ¿Cómo no lo voy a amar, si Él está peor que yo, si Él acepto vivir Getsemaní y comprende mi Getsemaní de cada día, si cuando me siento en silencio a acompañarlo, es tan generoso que permite que me vuele pensando en miles de cosas, sin olvidarme de que estoy ahí por Él, y lo más importante, que Él está ahí por mí...? ¡Cómo no voy a ser feliz!
Luego la Virgen María, mi verdadera madre, la que es fuerte, es firme, la que siendo ella una Reina, me pide ayuda para fabricarle rosarios, a mí, que no soy nada, que ni siquiera puedo ver la aguja para poder enhebrar el hilo, y sin embargo me permite tejer esas cuentas con tanto amor. Ella me lo pide, y yo también le pido tantas cosas...
Mi familia, mis hijos, pobrecitos ellos, han vivido tantas angustias, tantas incertidumbres. Cuánto sufren cada vez que no estoy, cómo se las han arreglado. Y, nuevamente, el milagro... ¡¡¡esta es una casa llena de alegría, somos felices!!!
Ustedes mis amigos, que me quieren, que me acompañan, que rezan por mí, no se imaginan cómo los necesito, y no se imaginan lo importante que es para mí que ustedes me necesiten, me encanta ser la mamá del grupo, llevarles alegría, servirlos...
Y ahí está la clave, creo que Dios me ha puesto en esta tierra para servir, pues servir es lo que me hace más feliz, mi vida no tendría sentido si no lo pudiera servir a Él, si no los pudiera servir a ustedes, hay tanto que hacer...
Finalmente, y lo dejo para el final porque es muy importante, las vocaciones. Dios me ha ayudado a entender la generosidad de las almas que le sirven única y exclusivamente. Estoy convencida que así como la oración de muchos que rezan por mí me ha mantenido a flote, tenemos que rezar mucho por las vocaciones, entenderlas, acompañarlas, amarlas... ¡Sólo así tendremos santos sacerdotes!
Les pido que sigan rezando por mí, que me acompañen física y espiritualmente, porque los necesito tanto como necesito a Dios, porque quiero seguir siendo feliz, y sobre todo quiero seguir haciendo feliz a los demás.
Que Dios los bendiga, un fuerte abrazo,
Kika Valdivieso»
Sufrir y ser feliz no están reñidos. Todo depende de ti...
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N.B. Si deseas comunicarte con Kika, puedes enviarle un mensaje a la siguiente dirección:
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Fuente:
A Francisca Valdivieso, mejor conocida como “Kika”, la vi por primera vez hace exactamente un año. Ella vive en Santiago de Chile, con su esposo y sus 6 hijos. Desde hace tres años padece la Enfermedad de Crohn.
Hoy quisiera compartir con ustedes las letras que hace poco envió a sus amigos, y en las cuales relata la experiencia que esta enfermedad ha traído para su vida: tres años de un lento calvario, unidos también a un dulce tabor.
«Queridos amigos:
Hace un par de días, Chila me comentaba que admiraba mi capacidad de sobrellevar esta enfermedad.
Yo lo he pensado mucho y he llegado a la conclusión de que los he engañado a todos.
Primero que todo, lo he pasado pésimo estos tres años, mi capacidad de aguantar el dolor físico es cada día menos, y a pesar de estar tomando mis medicinas, estoy buenaza para llorar.
No soy para nada un ejemplo de nada, me he aferrado con dientes y uñas a la vida cotidiana, a poder estar decente cuando estoy con los niños, a no dejar de ser una ferviente esposa, a que haya pan a la hora del té, aunque lleve una semana sin poder levantarme de la cama, a mi querido cajón de la oficina que ya generosamente y con muchísimo sacrificio le cedí a Javiera. Y eso se llama "supervivencia".
Debo reconocerles que cada vez que voy a la clínica tiemblo de terror que pase algo nuevo, y ya no resisto un pinchazo, una sonda o un examen más, no importa si me duela o no, ¡simplemente no quiero!
¡Qué horror!, pensarán ustedes... y fíjense que no es así. Paradójicamente a lo que puedan pensar: ¡Yo soy feliz!
Primero, porque tengo a Dios, que me ha trapeado como ha querido, que me ha podado hasta doler, que aún no me explica el porqué de todo esto, pero que me derrite cuando voy a pedirle explicaciones y Él esta ahí clavado en la Cruz, sin poder siquiera mirarme porque su cabeza cuelga sin fuerzas a medio morir. ¿Cómo no lo voy a amar, si Él está peor que yo, si Él acepto vivir Getsemaní y comprende mi Getsemaní de cada día, si cuando me siento en silencio a acompañarlo, es tan generoso que permite que me vuele pensando en miles de cosas, sin olvidarme de que estoy ahí por Él, y lo más importante, que Él está ahí por mí...? ¡Cómo no voy a ser feliz!
Luego la Virgen María, mi verdadera madre, la que es fuerte, es firme, la que siendo ella una Reina, me pide ayuda para fabricarle rosarios, a mí, que no soy nada, que ni siquiera puedo ver la aguja para poder enhebrar el hilo, y sin embargo me permite tejer esas cuentas con tanto amor. Ella me lo pide, y yo también le pido tantas cosas...
Mi familia, mis hijos, pobrecitos ellos, han vivido tantas angustias, tantas incertidumbres. Cuánto sufren cada vez que no estoy, cómo se las han arreglado. Y, nuevamente, el milagro... ¡¡¡esta es una casa llena de alegría, somos felices!!!
Ustedes mis amigos, que me quieren, que me acompañan, que rezan por mí, no se imaginan cómo los necesito, y no se imaginan lo importante que es para mí que ustedes me necesiten, me encanta ser la mamá del grupo, llevarles alegría, servirlos...
Y ahí está la clave, creo que Dios me ha puesto en esta tierra para servir, pues servir es lo que me hace más feliz, mi vida no tendría sentido si no lo pudiera servir a Él, si no los pudiera servir a ustedes, hay tanto que hacer...
Finalmente, y lo dejo para el final porque es muy importante, las vocaciones. Dios me ha ayudado a entender la generosidad de las almas que le sirven única y exclusivamente. Estoy convencida que así como la oración de muchos que rezan por mí me ha mantenido a flote, tenemos que rezar mucho por las vocaciones, entenderlas, acompañarlas, amarlas... ¡Sólo así tendremos santos sacerdotes!
Les pido que sigan rezando por mí, que me acompañen física y espiritualmente, porque los necesito tanto como necesito a Dios, porque quiero seguir siendo feliz, y sobre todo quiero seguir haciendo feliz a los demás.
Que Dios los bendiga, un fuerte abrazo,
Kika Valdivieso»
Sufrir y ser feliz no están reñidos. Todo depende de ti...
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N.B. Si deseas comunicarte con Kika, puedes enviarle un mensaje a la siguiente dirección:
kikavaldi@hotmail.com.
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Fuente:
www.buenas-noticias.org
sábado, 17 de noviembre de 2007
A veces... / Enviado por Vivy
A veces, queremos decir tantas cosas pero no las decimos...
A veces, se nos va el tiempo, en discusiones sin sentido...
A veces, en vez de decir cuanto amas, te la pasas diciendo tonterías...
A veces, pierdes a la persona que más amas, por no tratar de entenderla.. .
A veces, es bueno decir te amo, en vez de decir otras cosas...
A veces, es bueno pedir a Dios amarte más y que me entiendas mejor...
A veces, las mañanas no son, como quisieras que fueran...
A veces, el sol no brilla como quisieras y tus días son grises...
A veces, la luna no la ves y tus noches son oscuras...
A veces, hay que tener paciencia, con la persona que dices que amas...
A veces, nos ciega la ira y ofendemos sin querer, a quien más
amamos...
A veces, es bueno pedir perdón, si sabes que has ofendido...
A veces, es bueno dar gracias a Dios por tenerte...
A veces, es bueno decir una plegaria a Dios, dando gracias...
A veces, es bueno decirle a un amigo cuanto lo extrañas...
A veces, es bueno ver los defectos tuyos antes que los ajenos.
Por eso yo hoy te digo...
Que me perdones, por todos esos momentos,
que no disfrute de ti, por andar en discusiones tontas.
Quizá olvidaremos, pues hay que olvidar y perdonar.
Que el sol hoy, esta alumbrando este día más que nunca.
Que mi noche es clara, porque la luna esta dándome su luz.
Que mi Dios escucha mis oraciones y esta conmigo...
¿Por qué si la vida es tan corta, me la tengo que pasar peleándome con
todos los que me rodean?
¿Por qué no disfrutar de estos momentos, que son tan pocos, que viven
en ti y te dan esa energía que necesitas, para luchar en la vida por lo que quieres?
¿Por qué no sonreírle a la vida?
Por qué no rodearme de amor, así la vida la veo de otro color, y las penas son menos y los dolores se curan más rápido.
Por eso hoy le abriré mis brazos a un amigo, sin ver sus defectos.
A veces, lo mas bueno de la vida, no es lo mas bello: es lo que se
ama.
A veces, es bueno decir estas palabras.
Hoy es un día que quiero decirte esas palabras.
Las personas con minusvalía también pueden cambiar el mundo / Una iniciativa del movimiento «Los Amigos» de la Comunidad de San Egidi
(ZENIT.org).- Las personas con minusvalía deben saber que no están condenadas a una vida de soledad sino que pueden contribuir a cambiar el mundo, afirma Stefano Capparucci, miembro de la Comunidad de San Egidio.
Capparucci describe la filosofía que está detrás del movimiento «Los Amigos» de la Comunidad, que busca encontrar modos para usar lo mejor posible los talentos y los dones de las personas con discapacidad. «Deseamos que las personas con discapacidad sepan que su limitación no es tan importante como para impedirles ayudar a los demás», dice a Zenit.
Esta semana, el movimiento «Los Amigos» promueve la segunda muestra anual «Niños del Mundo. El Mundo de los Niños. Obras de artistas con discapacidad», en el barrio romano del Trastevere.
La muestra, abierta hasta el 18 de noviembre, presenta la obra de 330 artistas, de doce estudios de Roma, y está patrocinada por la Ciudad de Roma y por numerosas organizaciones, museos y entidades comerciales.
«Algunos artistas no pueden hablar, pero saben comunicar el propio mundo a través de sus pinturas», explicó Capparucci.
Los cuadros, enmarcados artísticamente, tocan temas como África, el nacimiento de Cristo o la familia. Van de lo abstracto a los géneros más tradicionales, incluido un icono clásico de la Virgen con el Niño. Las obras están en venta y lo recabado se entregará directamente al proyecto DREAM («Drug Resources Enhancement against AIDS and Malnutrition») de San Egidio, para la lucha contra el sida y la desnutrición en África.
Otra iniciativa del movimiento «Los Amigos» es el «Restaurante de los Amigos».En pleno Trastevere, el restaurante es una oportunidad para las personas con minusvalía porque da trabajo como staff de apoyo y expone todo el año los cuadros de artistas con minusvalía.
El staff del restaurante es completamente voluntario. Sólo los cocineros y los empleados con minusvalía reciben un estipendio. También en este caso, los beneficios van todos al programa DREAM.
El Movimiento «Los Amigos», subrayó Capparucci, no quiere sólo ayudar a las personas con minusvalía: «da también explicaciones a la gente que tiene un poco de miedo del mundo de la discapacidad. No es un mundo de tristeza sino de gran alegría».
miércoles, 14 de noviembre de 2007
15 de noviembre: San Alberto Magno, patrón de los naturalistas / Autor: Emilio Sauras, O. P.
(+ 1280)
La historia le llama Magno y Mago. Con ello justiprecia sus méritos y hace a la vez un juego malabar. Es preciso distinguir el ocultismo y el conocimiento de lo oculto. Alberto fue muy grande en muchas cosas, entre ellas en el espíritu de observación. Por él llegó a saber mucho que en su tiempo se desconocía. Conoció las propiedades de los cuerpos y las fuerzas de la naturaleza, fue físico, químico, geógrafo, astrónomo, naturalista. Y teólogo, naturalmente. No supo nada de esto por malas artes. Lo aprendió noblemente. Leyó libros de magia, pero no para aprender sus artes, sino, como él mismo dice, "para no ser tentado por sus procedimientos, que juzgo inválidos e inadmisibles". Los sensatos y los sabios le llaman Magno. Los insensatos y los ignorantes siguen llamándole todavía Mago. Con este nombre le dedicaron una plaza en París, en el lugar mismo que llenaban sus alumnos cuando no cabían para oírle en las aulas de la Universidad.
Nació el año 1206 en Lauingen, ciudad de la Suevia bávara, asentada a las orillas del Danubio. Su familia era militar; tenía una historia gastada al servicio del emperador y un castillo a dos millas de la ciudad. En él pasó Alberto los primeros años de la infancia. Luego, en la escuela de la catedral, empezó a aprender las letras y afianzó su corazón en la piedad.
Pero la vida del joven necesitaba más horizonte. No le llamaba la milicia. Le atraía la observación de la naturaleza, y por eso se dirigió a Padua, en cuya Universidad a la sazón se aprendían especialmente las artes liberales del Trivium y del Quatrivium. Sin embargo, la ciencia sola no le convenció nunca. Tampoco quería ser sólo santo. Le atraían las dos cosas. Por eso frecuentaba la iglesia de unos frailes de reciente fundación. Se decía que habían roto los moldes del monaquismo tradicional y que acompasaban la institución monástica con las necesidades culturales y apostólicas de la época. El fundador era un español, Domingo de Guzmán, quien quiso que sus religiosos fueran predicadores y doctores. Acababa de morir, dejando la institución en manos de un compatriota de Alberto, Jordán de Sajonia. Dios había dado a Jordán un tacto especial para tratar y convencer a gentes de universidad. Más de mil vistieron el hábito durante su gobierno, salidos de los claustros universitarios de Nápoles, de Bolonia, de Padua, de París, de Oxford y de Colonia. Y no era infrecuente el caso en que, al frente de los estudiantes y capitaneando el grupo, lo vistiera también algún renombrado profesor.
Alberto cayó en sus redes. Un sueño en el que la Virgen le invitaba a hacerse religioso y el hecho de que Jordán le adivinara las indecisiones que le atormentaban, le indujeron a dar el paso. Con ello no abandonó los estudios de la Universidad. Domingo quería sabios a sus frailes; sólo que a la sabiduría clásica debían añadir el conocimiento profundo de las verdades reveladas. El joven novicio dedicó cinco años a la formación que le daban los nuevos maestros, y el Chronicon de Helsford resume su vida .de estos años diciendo que era "humilde, puro, afable, estudioso y muy entregado a Dios". La Leyenda de Rodolfo lo describe como "un alumno piadoso, que en breve tiempo llegó a superar de tal modo a sus compañeros y alcanzó con tal facilidad la meta de todos los conocimientos, que sus condiscípulos y sus maestros le llamaban el filósofo".
Terminados los estudios empiezan la docencia y la carrera de escritor, menesteres en que consumiría su vida, salvo dos paréntesis administrativos, uno al frente de la provincia dominicana de Germania, y otro, ya obispo, al frente de la diócesis de Ratisbona. Su vida docente empezó en Colonia. Después pasó a regentar cátedra en Hildesheim, en Friburgo, en Estrasburgo, de nuevo en Colonia y en París. Simultaneó la labor de cátedra con la de escritor y comentó los libros de Aristóteles, los del Maestro de las Sentencias y la Sagrada Escritura. Pedro de Prusia escribió este elogio de la obra de Alberto: Cunctis luxisti, / scriptis praeclarus fuisti, / mundo luxisti, / quia totum scibile scisti: "Ilustraste a todos; fuiste preclaro por tus escritos; iluminaste al mundo al escribir de todo cuanto se podía saber."
Para desarrollar su labor docente y escrita le había dotado Dios de un fino espíritu de observación. Estudió las propiedades de los minerales y de las hierbas, montando en su convento lo que hoy llamaríamos un laboratorio de química. Estudió también las costumbres de los animales y las leyes de la naturaleza y del universo. Movilizó un equipo de ayudantes, hizo con ellos excursiones audaces y peligrosas a lugares difíciles, viajó mucho, gastando lo que pudo y más de lo que pudo, todo con el fin de robar sus secretos a la obra de la creación.
A la observación añadió la habilidad, y al laboratorio conventual de química sumó lo que llamaríamos gabinete de física y taller mecánico. Dice la leyenda que construyó una cabeza parlante, destruida a golpes por su discípulo Tomás de Aquino al creerla obra del demonio. La anécdota, que no es histórica, ilustra el espíritu positivo y práctico del Santo, que sí lo es. Por todo ello entre los elementos formadores del carácter alemán, sentimental, artista, práctico y exacto, cuenta Ozanam a los Nibelungos, al Parsifal, a la obra poética de Gualter de Vogelweide y a las obras de San Alberto Magno.
Su labor no terminó con el estudio de las criaturas. Además de naturalista era teólogo y santo. Precisamente para serlo se decidió en Padua a simultanear la Escritura con el Trivium y el Quatriyium y a frecuentar a la vez la Universidad y el convento de dominicos. No es extraño, pues, que, cuando se puso a escribir sus veinte volúmenes en folio, lo hiciera señalándose a sí mismo una meta clara: Et intentionem nostram in scientiis divinis finiemus: "Terminaremos todos hablando de las cosas de Dios". Y así, a la Summa de creaturis siguieron los Comentarios a las Sentencias, los Comentarios a la Biblia y una serie de opúsculos de muy subida espiritualidad. Nada tenía interés para él si no terminaba en Dios. De estudiante lo vimos ya piadoso y sobrenaturalizador de su vida estudiantil. Tomás de Cantimprano describe así su vida de maestro: "Lo ví con mis ojos durante mucho tiempo, y observé cómo diariamente, terminada la cátedra, decía el Salterio de David y se entregaba con mucha dedicación a contemplar lo divino y a meditar".
Se dijo más arriba que su paso por la vida no fue sólo el de un maestro y un escritor, fue también el de un gobernante. Metido en la barahúnda de la administración, se distinguió como árbitro, como pacificador, como reformador. Acaeció su muerte el 15 de noviembre de 1280, cuando tenía setenta y cuatro años. Le precedieron unos meses de obnubilación, como si esto fuera privilegio de los genios. También la sufrieron Tomás de Aquino, Newton y Galileo. En realidad la ciencia de aquí era nada para el conocimiento que con la muerte le iba a sobrevenir en la contemplación de Dios.
Quedan aquí señalados algunos de sus muchos merecimientos. Recordaremos otro singular. Alberto descubrió a Tomás de Aquino entre sus muchos alumnos de Colonia. Lo formó con mimo y con amor, porque adivinó las inmensas posibilidades de este napolitano. Luego influyó para que, joven aún, ocupara en París la cátedra más alta de la cristiandad. El Doctor Angélico murió antes que él. Algunos doctores parisinos quisieron proscribir sus doctrinas, y era preciso defenderlas. El Santo, ya viejo, cubre a pie las largas etapas que separan Colonia de París para defender a su discípulo. Su intervención fue eficaz y decisiva. La Iglesia y el mundo, que le deben mucho por lo que fue y por lo que hizo, le son deudores también en gran parte de lo que fue y de lo que hizo Santo Tomás.
La historia le llama Magno y Mago. Con ello justiprecia sus méritos y hace a la vez un juego malabar. Es preciso distinguir el ocultismo y el conocimiento de lo oculto. Alberto fue muy grande en muchas cosas, entre ellas en el espíritu de observación. Por él llegó a saber mucho que en su tiempo se desconocía. Conoció las propiedades de los cuerpos y las fuerzas de la naturaleza, fue físico, químico, geógrafo, astrónomo, naturalista. Y teólogo, naturalmente. No supo nada de esto por malas artes. Lo aprendió noblemente. Leyó libros de magia, pero no para aprender sus artes, sino, como él mismo dice, "para no ser tentado por sus procedimientos, que juzgo inválidos e inadmisibles". Los sensatos y los sabios le llaman Magno. Los insensatos y los ignorantes siguen llamándole todavía Mago. Con este nombre le dedicaron una plaza en París, en el lugar mismo que llenaban sus alumnos cuando no cabían para oírle en las aulas de la Universidad.
Nació el año 1206 en Lauingen, ciudad de la Suevia bávara, asentada a las orillas del Danubio. Su familia era militar; tenía una historia gastada al servicio del emperador y un castillo a dos millas de la ciudad. En él pasó Alberto los primeros años de la infancia. Luego, en la escuela de la catedral, empezó a aprender las letras y afianzó su corazón en la piedad.
Pero la vida del joven necesitaba más horizonte. No le llamaba la milicia. Le atraía la observación de la naturaleza, y por eso se dirigió a Padua, en cuya Universidad a la sazón se aprendían especialmente las artes liberales del Trivium y del Quatrivium. Sin embargo, la ciencia sola no le convenció nunca. Tampoco quería ser sólo santo. Le atraían las dos cosas. Por eso frecuentaba la iglesia de unos frailes de reciente fundación. Se decía que habían roto los moldes del monaquismo tradicional y que acompasaban la institución monástica con las necesidades culturales y apostólicas de la época. El fundador era un español, Domingo de Guzmán, quien quiso que sus religiosos fueran predicadores y doctores. Acababa de morir, dejando la institución en manos de un compatriota de Alberto, Jordán de Sajonia. Dios había dado a Jordán un tacto especial para tratar y convencer a gentes de universidad. Más de mil vistieron el hábito durante su gobierno, salidos de los claustros universitarios de Nápoles, de Bolonia, de Padua, de París, de Oxford y de Colonia. Y no era infrecuente el caso en que, al frente de los estudiantes y capitaneando el grupo, lo vistiera también algún renombrado profesor.
Alberto cayó en sus redes. Un sueño en el que la Virgen le invitaba a hacerse religioso y el hecho de que Jordán le adivinara las indecisiones que le atormentaban, le indujeron a dar el paso. Con ello no abandonó los estudios de la Universidad. Domingo quería sabios a sus frailes; sólo que a la sabiduría clásica debían añadir el conocimiento profundo de las verdades reveladas. El joven novicio dedicó cinco años a la formación que le daban los nuevos maestros, y el Chronicon de Helsford resume su vida .de estos años diciendo que era "humilde, puro, afable, estudioso y muy entregado a Dios". La Leyenda de Rodolfo lo describe como "un alumno piadoso, que en breve tiempo llegó a superar de tal modo a sus compañeros y alcanzó con tal facilidad la meta de todos los conocimientos, que sus condiscípulos y sus maestros le llamaban el filósofo".
Terminados los estudios empiezan la docencia y la carrera de escritor, menesteres en que consumiría su vida, salvo dos paréntesis administrativos, uno al frente de la provincia dominicana de Germania, y otro, ya obispo, al frente de la diócesis de Ratisbona. Su vida docente empezó en Colonia. Después pasó a regentar cátedra en Hildesheim, en Friburgo, en Estrasburgo, de nuevo en Colonia y en París. Simultaneó la labor de cátedra con la de escritor y comentó los libros de Aristóteles, los del Maestro de las Sentencias y la Sagrada Escritura. Pedro de Prusia escribió este elogio de la obra de Alberto: Cunctis luxisti, / scriptis praeclarus fuisti, / mundo luxisti, / quia totum scibile scisti: "Ilustraste a todos; fuiste preclaro por tus escritos; iluminaste al mundo al escribir de todo cuanto se podía saber."
Para desarrollar su labor docente y escrita le había dotado Dios de un fino espíritu de observación. Estudió las propiedades de los minerales y de las hierbas, montando en su convento lo que hoy llamaríamos un laboratorio de química. Estudió también las costumbres de los animales y las leyes de la naturaleza y del universo. Movilizó un equipo de ayudantes, hizo con ellos excursiones audaces y peligrosas a lugares difíciles, viajó mucho, gastando lo que pudo y más de lo que pudo, todo con el fin de robar sus secretos a la obra de la creación.
A la observación añadió la habilidad, y al laboratorio conventual de química sumó lo que llamaríamos gabinete de física y taller mecánico. Dice la leyenda que construyó una cabeza parlante, destruida a golpes por su discípulo Tomás de Aquino al creerla obra del demonio. La anécdota, que no es histórica, ilustra el espíritu positivo y práctico del Santo, que sí lo es. Por todo ello entre los elementos formadores del carácter alemán, sentimental, artista, práctico y exacto, cuenta Ozanam a los Nibelungos, al Parsifal, a la obra poética de Gualter de Vogelweide y a las obras de San Alberto Magno.
Su labor no terminó con el estudio de las criaturas. Además de naturalista era teólogo y santo. Precisamente para serlo se decidió en Padua a simultanear la Escritura con el Trivium y el Quatriyium y a frecuentar a la vez la Universidad y el convento de dominicos. No es extraño, pues, que, cuando se puso a escribir sus veinte volúmenes en folio, lo hiciera señalándose a sí mismo una meta clara: Et intentionem nostram in scientiis divinis finiemus: "Terminaremos todos hablando de las cosas de Dios". Y así, a la Summa de creaturis siguieron los Comentarios a las Sentencias, los Comentarios a la Biblia y una serie de opúsculos de muy subida espiritualidad. Nada tenía interés para él si no terminaba en Dios. De estudiante lo vimos ya piadoso y sobrenaturalizador de su vida estudiantil. Tomás de Cantimprano describe así su vida de maestro: "Lo ví con mis ojos durante mucho tiempo, y observé cómo diariamente, terminada la cátedra, decía el Salterio de David y se entregaba con mucha dedicación a contemplar lo divino y a meditar".
Se dijo más arriba que su paso por la vida no fue sólo el de un maestro y un escritor, fue también el de un gobernante. Metido en la barahúnda de la administración, se distinguió como árbitro, como pacificador, como reformador. Acaeció su muerte el 15 de noviembre de 1280, cuando tenía setenta y cuatro años. Le precedieron unos meses de obnubilación, como si esto fuera privilegio de los genios. También la sufrieron Tomás de Aquino, Newton y Galileo. En realidad la ciencia de aquí era nada para el conocimiento que con la muerte le iba a sobrevenir en la contemplación de Dios.
Quedan aquí señalados algunos de sus muchos merecimientos. Recordaremos otro singular. Alberto descubrió a Tomás de Aquino entre sus muchos alumnos de Colonia. Lo formó con mimo y con amor, porque adivinó las inmensas posibilidades de este napolitano. Luego influyó para que, joven aún, ocupara en París la cátedra más alta de la cristiandad. El Doctor Angélico murió antes que él. Algunos doctores parisinos quisieron proscribir sus doctrinas, y era preciso defenderlas. El Santo, ya viejo, cubre a pie las largas etapas que separan Colonia de París para defender a su discípulo. Su intervención fue eficaz y decisiva. La Iglesia y el mundo, que le deben mucho por lo que fue y por lo que hizo, le son deudores también en gran parte de lo que fue y de lo que hizo Santo Tomás.
martes, 13 de noviembre de 2007
Perseverancia / Autor: P. Jesús Higueras
Como dijeran algunos, acerca del Templo, que estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas, él dijo:
"Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida."
Le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?"
El dijo: "Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: "Yo soy" y "el tiempo está cerca". No les sigáis.
Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato."
Entonces les dijo: "Se levantará nación contra nación y reino contra reino.
Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo.
"Pero, antes de todo esto, os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre;
esto os sucederá para que deis testimonio. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.Lc 21, 5-19
Cuando los niños son pequeños quieren que todo suceda ya, y, así, cuando planta un pequeño árbol o pone una semilla en la tierra, muchos niños, se quedan sentados esperando a ver como crece, como si todo tuviera que ser instantáneo.
Cuando nos vamos haciendo mayores, comprendemos que hay cosas en la vida que necesitan del tiempo, y cosas en la vida, que además de tiempo necesitan nuestra perseverancia. Y esta es la palabra que centra toda la reflexión en torno al Evangelio de hoy. Cristo llega a asegurar, que con nuestra perseverancia, se producirá la salvación de nuestras almas. Y es una palabra que no se escucha mucho en el lenguaje de la gente más joven, y sin embargo es esencial para nuestra vida. Perseverar es lo mismo que ser fiel. El Papa decía de un modo maravilloso, que la fidelidad es el nombre del amor en el tiempo.
Así, Cristo espera nuestra fidelidad, espera nuestra perseverancia que consiste en que no nos cansemos de amarle, de esperar en Él, de creer en Él, aunque todo el mundo y aunque todas las circunstancias nos inviten a desconfiar, a tirar la toalla o a rendirse.
Perseverar en nuestros amores, en las amistades, perseverar sobre todo en nuestros valores, en nuestra comunión con la Iglesia, en los Sacramentos, en la vida de oración. Perseverar en definitiva, en la entrega a aquellos a quienes un día prometimos, interior o exteriormente, que nunca nos cansaríamos de amar.
Cuando uno hace una carrera muy larga, especialmente en los maratones, y es un poco novato, se cree que pronto se va a cansar, y sin embargo, si persevera, si continua y no se rinde, es muy posible que llegue hasta el final.
Dicen que vivimos en una época de inmadurez, en un momento en el que la gente tiene miedo a los compromisos. Con miedo al compromiso y a la perseverancia, ¡que difícil es que el hombre llegue a completar o a desarrollar todas las cualidades que Dios ha puesto en su ser!. Precisamente es la perseverancia la que completará, la que llevara a término, la que llevara a la totalidad todo aquello para lo cual hemos sido hechos.
Con motivo de esta reflexión, todos podríamos suplicar al Señor: “Que yo no me canse, que precisamente lo que el mundo quiere es que yo me canse, que no mude mis amores, que sea fiel”. Pero con una fidelidad que se apoya, no en la fuerza del hombre, sino en la fuerza de Dios. Porque no es la fidelidad del voluntarismo, sino de la humildad, que es la fuente de la fidelidad del hombre. En la medida que el hombre se agarre a Dios desde la humildad, y sabe apoyar su fidelidad en la Fidelidad de Dios, es como conseguirá esa perseverancia.
Pidamos al término de este año litúrgico, que el Señor nos conceda a todos el don de perseverar, de terminar las tareas que comenzamos, de ser fieles y no cansarnos nunca de amar, a aquellos a quienes prometimos algún día, que siempre les querríamos.
"Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida."
Le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?"
El dijo: "Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: "Yo soy" y "el tiempo está cerca". No les sigáis.
Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato."
Entonces les dijo: "Se levantará nación contra nación y reino contra reino.
Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo.
"Pero, antes de todo esto, os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre;
esto os sucederá para que deis testimonio. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.Lc 21, 5-19
Cuando los niños son pequeños quieren que todo suceda ya, y, así, cuando planta un pequeño árbol o pone una semilla en la tierra, muchos niños, se quedan sentados esperando a ver como crece, como si todo tuviera que ser instantáneo.
Cuando nos vamos haciendo mayores, comprendemos que hay cosas en la vida que necesitan del tiempo, y cosas en la vida, que además de tiempo necesitan nuestra perseverancia. Y esta es la palabra que centra toda la reflexión en torno al Evangelio de hoy. Cristo llega a asegurar, que con nuestra perseverancia, se producirá la salvación de nuestras almas. Y es una palabra que no se escucha mucho en el lenguaje de la gente más joven, y sin embargo es esencial para nuestra vida. Perseverar es lo mismo que ser fiel. El Papa decía de un modo maravilloso, que la fidelidad es el nombre del amor en el tiempo.
Así, Cristo espera nuestra fidelidad, espera nuestra perseverancia que consiste en que no nos cansemos de amarle, de esperar en Él, de creer en Él, aunque todo el mundo y aunque todas las circunstancias nos inviten a desconfiar, a tirar la toalla o a rendirse.
Perseverar en nuestros amores, en las amistades, perseverar sobre todo en nuestros valores, en nuestra comunión con la Iglesia, en los Sacramentos, en la vida de oración. Perseverar en definitiva, en la entrega a aquellos a quienes un día prometimos, interior o exteriormente, que nunca nos cansaríamos de amar.
Cuando uno hace una carrera muy larga, especialmente en los maratones, y es un poco novato, se cree que pronto se va a cansar, y sin embargo, si persevera, si continua y no se rinde, es muy posible que llegue hasta el final.
Dicen que vivimos en una época de inmadurez, en un momento en el que la gente tiene miedo a los compromisos. Con miedo al compromiso y a la perseverancia, ¡que difícil es que el hombre llegue a completar o a desarrollar todas las cualidades que Dios ha puesto en su ser!. Precisamente es la perseverancia la que completará, la que llevara a término, la que llevara a la totalidad todo aquello para lo cual hemos sido hechos.
Con motivo de esta reflexión, todos podríamos suplicar al Señor: “Que yo no me canse, que precisamente lo que el mundo quiere es que yo me canse, que no mude mis amores, que sea fiel”. Pero con una fidelidad que se apoya, no en la fuerza del hombre, sino en la fuerza de Dios. Porque no es la fidelidad del voluntarismo, sino de la humildad, que es la fuente de la fidelidad del hombre. En la medida que el hombre se agarre a Dios desde la humildad, y sabe apoyar su fidelidad en la Fidelidad de Dios, es como conseguirá esa perseverancia.
Pidamos al término de este año litúrgico, que el Señor nos conceda a todos el don de perseverar, de terminar las tareas que comenzamos, de ser fieles y no cansarnos nunca de amar, a aquellos a quienes prometimos algún día, que siempre les querríamos.
Evangelizando con poder /Autor: José H. Prado Flores
San Lucas afirma que los apóstoles evangelizaban “con gran poder” (Hech 4,33). Esto suscita muchas inquietudes: ¿Se puede evangelizar sin poder? ¿Qué distingue una evangelización con eficacia de otra que carece de ella? ¿La Iglesia de hoy está evangelizando con el poder de los apóstoles? ¿Evangelizar de manera diferente a como lo hizo la Iglesia primitiva no es ya una traición al Evangelio mismo?
Jesús envió a sus discípulos a proclamar la Buena Nueva a toda la creación. Para cumplir esta misión que superaba las capacidades humanas envió desde el cielo la fuerza del Espíritu Santo. Pasados 50 días de su resurrección, estando cerradas las puertas por miedo a los judíos, un viento huracanado llenó la casa donde se encontraban y todos quedaron llenos del Espíritu Santo. Inmediatamente Pedro y los Once bajaron del aposento alto y testificaron en la plaza de la ciudad la muerte y resurrección de Cristo Jesús que había sido constituido Señor y Mesías.
La cosecha del Espíritu fue maravillosa aquella mañana: Tres mil convertidos, gracias a una predicación de tres minutos. Esto contrasta con la crítica sagaz del padre Emiliano Tardif que decía: “Pedro, con un discurso convirtió a tres mil almas, y nosotros con tres mil discursos no convertimos a ninguno”. La diferencia radica en que la predicación de Pedro aquella mañana estaba ungida por el Espíritu de Dios y por eso fue capaz de traspasar tres mil corazones.
Inmediatamente después San Lucas nos trasporta a la explanada del templo de Jerusalén donde nos presenta un tullido que llevaba más de 40 años sentado a la sombra de la puerta Hermosa del templo y que se contentaba con las limosnas de los demás. Si tenía tanto tiempo allí y Jesús pasó decenas de veces a su lado, ¿por qué no lo curó ni tuvo compasión de él?
Una tarde Pedro y Juan subían al templo para la oración vespertina. Cuando Pedro vio al paralítico invocó el nombre de Jesús resucitado, le dio la mano derecha y lo levantó ante el asombro de todos. El hombre sanado, que saltaba y alababa a Dios por su curación total, evidenciaba de manera obvia que el crucificado había resucitado. Aquella tarde se convirtieron dos mil personas más que no habían sido alcanzadas por el discurso ungido del Espíritu el día de Pentecostés.
¿Por qué en el templo de Jerusalén se convirtieron quienes no se habían convertido en la plaza de la ciudad la mañana de Pentecostés, si la predicación y el predicador fueron los mismos? La única diferencia radica en la maravillosa curación de aquel hombre que nació y estaba condenado a morir lisiado.
Las autoridades supremas de Jerusalén se alarmaron y llamaron a los apóstoles, a quienes prohibieron anunciar “de cualquier forma”, no sólo con palabras y discursos, el nombre, la doctrina y la vida de Jesús de Nazaret. Habían entendido que una curación milagrosa es una forma poderosa e incontestable de anunciar el Evangelio y les prohíben realizar milagros y curaciones que provocan tantas conversiones.
La pequeña comunidad primitiva estaba amenazada de muerte por las supremas autoridades y parecía que sus días estaban contados. Se podían replegar, claudicar o enfrentar la guerra que ya se había iniciado. Pero en vez de encerrarse otra vez en el cenáculo solicitaron más poder para realizar más milagros y curaciones en el nombre de Jesús de Nazaret. Habían descubierto dónde se encontraba la eficacia y la fuerza de la evangelización y pidieron refuerzos precisamente en esa línea.
Cuenta San Lucas que en cuanto acabó aquella oración comunitaria, tembló el lugar y descendió el poder del Espíritu sobre todos ellos. Entonces salieron a anunciar con toda valentía y poder a Jesús de Nazaret como único Salvador y Señor.
Jesús no curó al paralítico pero dio el poder a sus apóstoles para que ellos lo sanaran y así se convirtieran dos mil personas. Las enfermedades y sufrimientos no son para glorificar a Dios, pues Jesús ya cargó con ellos en la cruz, sino la oportunidad para mostrar el poder de la resurrección de Jesús y que se puedan convertir miles de personas. El dolor no es para manifestar la cruz sino oportunidad para demostrar el poder de la cruz. Una sola curación puede ser la ocasión de miles de conversiones. Por tanto, si se quiere llegar a nuevas personas, a la unción del Espíritu hay que añadir el poder del Espíritu que realiza signos, prodigios y milagros.
Se evangeliza con gran poder cuando el anuncio de la muerte y resurrección de Jesús no se reduce a la comunicación de una verdad o al recuento de una historia, sino que se muestra con hechos portentosos que Jesús ha resucitado y es capaz de restablecer y curar a quienes la ciencia humana y las instituciones religiosas son incapaces.
Que la Parresía (valentía y unción del Espíritu) y la Dynamis (el poder para hacer milagros) lleguen a ser elementos normales en la vida de los creyentes en el anuncio del Evangelio, de modo que no nos admiremos cuando sucedan curaciones milagrosas, sino que nos preocupemos cuando no aparezcan, porque esto reduciría la evangelización a una simple transmisión de verdades y recuento de historias del pasado.
Que corra la Palabra de Dios, con prodigios y señales que muestren que Jesús está vivo y da vida a los que creen en su nombre.
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Fuente: Escuelas de Evangelización San Andrés
Jesús envió a sus discípulos a proclamar la Buena Nueva a toda la creación. Para cumplir esta misión que superaba las capacidades humanas envió desde el cielo la fuerza del Espíritu Santo. Pasados 50 días de su resurrección, estando cerradas las puertas por miedo a los judíos, un viento huracanado llenó la casa donde se encontraban y todos quedaron llenos del Espíritu Santo. Inmediatamente Pedro y los Once bajaron del aposento alto y testificaron en la plaza de la ciudad la muerte y resurrección de Cristo Jesús que había sido constituido Señor y Mesías.
La cosecha del Espíritu fue maravillosa aquella mañana: Tres mil convertidos, gracias a una predicación de tres minutos. Esto contrasta con la crítica sagaz del padre Emiliano Tardif que decía: “Pedro, con un discurso convirtió a tres mil almas, y nosotros con tres mil discursos no convertimos a ninguno”. La diferencia radica en que la predicación de Pedro aquella mañana estaba ungida por el Espíritu de Dios y por eso fue capaz de traspasar tres mil corazones.
Inmediatamente después San Lucas nos trasporta a la explanada del templo de Jerusalén donde nos presenta un tullido que llevaba más de 40 años sentado a la sombra de la puerta Hermosa del templo y que se contentaba con las limosnas de los demás. Si tenía tanto tiempo allí y Jesús pasó decenas de veces a su lado, ¿por qué no lo curó ni tuvo compasión de él?
Una tarde Pedro y Juan subían al templo para la oración vespertina. Cuando Pedro vio al paralítico invocó el nombre de Jesús resucitado, le dio la mano derecha y lo levantó ante el asombro de todos. El hombre sanado, que saltaba y alababa a Dios por su curación total, evidenciaba de manera obvia que el crucificado había resucitado. Aquella tarde se convirtieron dos mil personas más que no habían sido alcanzadas por el discurso ungido del Espíritu el día de Pentecostés.
¿Por qué en el templo de Jerusalén se convirtieron quienes no se habían convertido en la plaza de la ciudad la mañana de Pentecostés, si la predicación y el predicador fueron los mismos? La única diferencia radica en la maravillosa curación de aquel hombre que nació y estaba condenado a morir lisiado.
Las autoridades supremas de Jerusalén se alarmaron y llamaron a los apóstoles, a quienes prohibieron anunciar “de cualquier forma”, no sólo con palabras y discursos, el nombre, la doctrina y la vida de Jesús de Nazaret. Habían entendido que una curación milagrosa es una forma poderosa e incontestable de anunciar el Evangelio y les prohíben realizar milagros y curaciones que provocan tantas conversiones.
La pequeña comunidad primitiva estaba amenazada de muerte por las supremas autoridades y parecía que sus días estaban contados. Se podían replegar, claudicar o enfrentar la guerra que ya se había iniciado. Pero en vez de encerrarse otra vez en el cenáculo solicitaron más poder para realizar más milagros y curaciones en el nombre de Jesús de Nazaret. Habían descubierto dónde se encontraba la eficacia y la fuerza de la evangelización y pidieron refuerzos precisamente en esa línea.
Cuenta San Lucas que en cuanto acabó aquella oración comunitaria, tembló el lugar y descendió el poder del Espíritu sobre todos ellos. Entonces salieron a anunciar con toda valentía y poder a Jesús de Nazaret como único Salvador y Señor.
Jesús no curó al paralítico pero dio el poder a sus apóstoles para que ellos lo sanaran y así se convirtieran dos mil personas. Las enfermedades y sufrimientos no son para glorificar a Dios, pues Jesús ya cargó con ellos en la cruz, sino la oportunidad para mostrar el poder de la resurrección de Jesús y que se puedan convertir miles de personas. El dolor no es para manifestar la cruz sino oportunidad para demostrar el poder de la cruz. Una sola curación puede ser la ocasión de miles de conversiones. Por tanto, si se quiere llegar a nuevas personas, a la unción del Espíritu hay que añadir el poder del Espíritu que realiza signos, prodigios y milagros.
Se evangeliza con gran poder cuando el anuncio de la muerte y resurrección de Jesús no se reduce a la comunicación de una verdad o al recuento de una historia, sino que se muestra con hechos portentosos que Jesús ha resucitado y es capaz de restablecer y curar a quienes la ciencia humana y las instituciones religiosas son incapaces.
Que la Parresía (valentía y unción del Espíritu) y la Dynamis (el poder para hacer milagros) lleguen a ser elementos normales en la vida de los creyentes en el anuncio del Evangelio, de modo que no nos admiremos cuando sucedan curaciones milagrosas, sino que nos preocupemos cuando no aparezcan, porque esto reduciría la evangelización a una simple transmisión de verdades y recuento de historias del pasado.
Que corra la Palabra de Dios, con prodigios y señales que muestren que Jesús está vivo y da vida a los que creen en su nombre.
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Fuente: Escuelas de Evangelización San Andrés
Aprender a no tener miedo de la verdad / Autora: Madre Elvira, fundadora de la Comunidad Cenáculo
Debemos recibir cualquier situación que nos toque en la vida sabiendo que Jesús está vivo y que nos ayuda a enfrentarla. Decirle: “Señor, ocupáte vos.”
Jesús nos llama a cada uno por nuestro nombre, nos pregunta qué necesitamos, qué es lo que queremos que Él haga por nosotros. Frente a esta pregunta de Jesús no sabemos qué contestar si nos falta la oración. Así, el momento de la humillación, de la marginación, del sufrimiento, de la crítica negativa, es el momento de saber vivir la fe.
Los demás son libres de amarnos o de odiarnos, de hablar bien o criticarnos. Nosotros también somos libres de perdonar, de quedarnos callados, de no buscar justificarnos. Al tener la fe nosotros creemos que esa situación va a terminar bien en la fe.
Una chica que hacía varios años que estaba en la Comunidad, me escribió una carta donde decía que luego de haber hecho el camino de la Comunidad sentía la necesidad de pedirme que la envíe donde yo quiera (nosotros tenemos muchas casas en el mundo) para hacer el bien a los demás, y agregaba: “esto te lo pido en la fe”.
No me pedía que la mande a tal o cual casa donde seguro que la iba a pasar bien con los amigos –por esto los cambio de lugar cada cierto tiempo . Tampoco porque yo soy Elvira, sino “en la fe, donde quieras mandarme yo voy a estar bien.” Ni por gusto ni por ambición: en la fe. Vivir la vida en la fe es el fundamento de la vida cristiana. Es la fuerza para levantarse cada mañana, lo que enseña a perdonar, a reconciliarse.
Sin embargo, a veces no estamos listos para reconocer que la fe es Cristo resucitado. No es un concepto ni una teoría ni un regalo que viene del cielo. Es Jesús resucitado, una persona, si nos atrevemos a vivir en la fe sentimos esa presencia de Jesús, y se ilumina la verdad en cada situación.
Tenemos unos jóvenes que están en Rusia –esto siempre lo cuento porque me hace bien a mí. Se habían quedado casi sin comida y justo habían entrado tres chicos nuevos. Cuando recién entran, sin la droga y sin el cigarrillo, tienen un hambre… En un momento el responsable me dijo que tenían sólo papas: papas al desayuno, papas al almuerzo, papas a la cena. En un momento decidieron hacer una novena, por la noche, frente a Jesús Eucaristía. Al llegar el día noveno estaba convencido de que ese día se le iba a llenar la despensa, pero, en cambio, no llegó nada…
Después el Señor da todo lo que uno necesita, pero no cuando nosotros queremos. Hay que tener la fe de seguir creyendo aún cuando no entendemos, no veamos ni sepamos. Pero creemos en un Dios que es fiel y ama a sus criaturas, que se sacrificó a sí mismo para mostrarnos su amor y la resurrección que luego vendrá para cada uno: primero para Jesús, pero luego para cada uno de nosotros.
Hoy no es igual que ayer ni a mañana, porque dentro nuestro está la novedad perenne de la belleza de Dios, aceptemos esta fantasía, cambiemos la cara: nuestro Dios es la fuente del Amor, Amor que se hace vida, regalo…y nosotros ¡siempre con la misma cara! No seamos egoístas, Él nos entrega todo, solamente tenemos que abrir la puerta y recibirlo. Recibimos apenas una miguita de todo lo que quiere darnos y luego nos preguntamos porqué somos tan pobres.
Sí, Él quiso darnos todo el amor, la alegría, la misericordia, la amistad. Cuando rezamos, hablamos con un amigo, omnipotente. Tenemos que pedirle en la intimidad y no sólo con la boca, comunicar la boca con los sentimientos.
Yo les digo a los chicos que el primer escalón de la oración es pensar lo que dicen y no ir a dar una vuelta con la cabeza, con la memoria, con la imaginación (¡que se hace unos viajes…!) No se puede rezar y estar viajando con la cabeza, eso no es fe, es una burla. En la Comunidad, siempre les decimos a los jóvenes que tienen que ser coherentes entre lo que se dice y lo que se hace.
También se lo enseñamos a los niños, acabamos de llegar de Brasil donde tenemos las misiones con muchos chicos de la calle, y a los niños les enseñamos que en la mesa se come y se come bien, cuando llega el momento de jugar, se juega bien, y que hay otro ambiente donde se reza y otro donde se va a dormir. Cada cosa hay que hacerla bien, en su lugar, para formarlos en el respeto hacia cada cosa que hacen.
El segundo escalón de la oración es hacer bajar la palabra pensada, que descienda al corazón, para poder vivirla. Sumergirse en la oración que estamos haciendo. Por ejemplo, medito sobre el misterio del Bautismo de Jesús por san Juan Bautista. Con ese gesto Jesús se mezcla con nosotros los pecadores y se hace bautizar. No tuvo vergüenza de las críticas de quienes lo podían estar mirando y murmurando…porque de Jesús también dijeron muchas cosas feas.
Nuestra oración tiene un valor concreto, real. Jesús dijo que rezáramos siempre, lo que significa estar siempre en gracia de Dios: cuando mirás, rezás; cuando trabajás, rezás: rezar es lo que nos da una gran fuerza y esperanza. Cuando tengamos un problema, vayamos a decírselo a Jesús, y estemos seguros de que nos ha escuchado, aunque, como en el caso de los chicos de Rusia, no te responda en seguida. A veces nos toca esperar para madurar y crecer en la fe. Jesús sabe cuándo y cómo tiene que hacerlo. Eso es la fe: creer en Jesús, no pretender, exigirle.
Ustedes vinieron a ver unos chicos que antes no rezaban, nos llamamos a nosotros mismos la Comunidad Cenacolo de “pecadores públicos”, porque todos lo saben, sabemos muy bien quiénes somos nosotros –probablemente ustedes también son pecadores pero más “camuflados.” Ya todos saben que el drogadicto es un mentiroso, son egoístas, prepotentes, ladrones, muy mentirosos y son todos pecados. ¿Qué vamos a hacer? ¿Lo vamos a esconder? Si justamente esto es lo que nos hace ricos en misericordia.
El que esconde su propio pecado y quiere aparentar lo que no es, es un falso, no puede recibir la misericordia de Dios si se justifica “yo no fui”, “yo no estaba”. Es mejor callarse. La tristeza viene de la indiferencia, ¿a quién le rezamos si cuando entramos a Misa estamos con trompa y cuando salimos tenemos más trompa aún? La presencia de Jesús nos garantiza la fe, entremos en la fe.
(¡Cómo se ríen cuando los reto…! La miro a la Virgen que está allí atrás y siento como que me dice: “Dale, Elvira, aflojá un poco.”)
La fe es que ustedes vinieron porque vieron el cambio, el milagro del corazón de los jóvenes que se va transformando de la tristeza a la alegría, de la violencia a la paz, de la bronca al servicio, porque se ayudan entre ellos. Es pura fe en aquel que nos salvó y nos sigue salvando cada día. Esa es nuestra fuerza. Sí, sí, también está sor Elvira…pero desde el primer día les dijimos a los chicos: la oración y el sacrificio.
No tuvimos miedo de que se escaparan porque no les dábamos cinco cigarrillos por día; no tuvimos miedo de decirles que se tenían que levantar temprano, que disfrutar de la vida es levantarse a las seis, y empezar el día rezando el Rosario. Nosotros les hicimos esta propuesta, que es la verdadera: la oración les indica el camino para vivir cada día, ilumina, da claridad, para saber qué hacer con tu vida, con la oración ya no te puedes mentir. Al dejar de mentirse a uno mismo, tampoco se le miente a los demás.
En un diálogo que tuve con adolescentes de 13, 14 años, sobre la droga, yo les preguntaba cómo es lo de la mentira porque no se nace mentiroso, ¿quién les enseña a los hijos, a los drogadictos a mentir? Se levantó un chico de 12 años y contestó: “Lo aprendimos en casa, de papá y mamá.” Y es una gran verdad. No tenemos respeto por nuestros hijos. Por ahí nos llaman por teléfono para invitarnos a cenar, y muy cortésmente le respondemos que gracias pero que tenemos un compromiso previo. Cuando colgamos, le decimos al hijo que está mirando: “¡qué pesada que es ésta!” Aunque no hablemos, aunque sólo sea un gesto de la cara, los chicos aprenden solos.
Te parece algo normal, pero no es normal. Si por dentro no estás luminoso, estás en la oscuridad, y cuando uno está en la oscuridad siempre se tropieza. Nuestra lucha es para vivir en la luz.
En la Comunidad el trabajo más duro es enseñarles a no tener miedo de la verdad. Un chico me decía: “Yo no tengo miedo de la verdad, sino de las consecuencias de la verdad, si digo la verdad, el hermano me manda a hacer un pozo…” Tienen que amarse a sí mismos evitando la falsedad. Aunque uno termine en la cárcel, tiene que decir la verdad, porque así es fiel a sí mismo, se mantiene digno. Se lo ensañamos a los jóvenes porque en este mundo pagano, tan falso, está todo muy tergiversado: papá y mamá son capaces de vivir juntos durante 40 años y no conocerse, en el sufrimiento, en todo lo que él o ella se han “tragado” y el otro ni se dio cuenta.
Nosotros se lo propusimos a los drogadictos porque sabíamos que ellos son los “profesionales” de la mentira. Apenas entran les decimos que dentro de la Comunidad no tienen que tener miedo de decir la verdad ya que las mentiras las decimos porque tenemos miedo a los otros, a sus juicios, a las consecuencias de la verdad.
No tenemos que tener miedo. Recuerdo que Juan Pablo II tantas veces nos lo dijo: “¡No tengan miedo!”. El miedo a la verdad nos altera, nos cambia, impide la comunicación, no hablamos para no equivocarnos, les damos distintas versiones a distintas personas… ¡Cómo hacen los chicos para volver a confiar en esos padres si en seguida se dieron cuenta de la mentira y el miedo!
Esta es nuestra propuesta, los jóvenes nos lo han pedido; ellos querían el sacrificio, la verdad, el trabajo, la oración. Como ven, aquí hay 30 jóvenes, no hay puerta cerrada con llave, y ellos no se van. Entonces, no tengan miedo de hacerles propuestas serias a sus hijos, ni de decirles que no cuando hay que decirles que no. Ellos dicen “pero total, todos lo hacen…” No, vos no sos “todos”, vos sos importante para mí.
Todas estas cosas ustedes ya las saben, solamente que hay poca gente que nos las recuerda. Esta tarde hicimos un poco de memoria acerca de nuestros fracasos pero creemos y seguiremos creyendo que todo es posible para el que cree. Todo puede cambiar para mejor, la alegría, la esperanza existen, están vivas.
Ustedes vinieron hoy porque sabían que una sonrisa se les iba a escapar. Los sacerdotes son los primeros que sobre el altar tienen que dar la homilía de la sonrisa, sin miedo.
Ustedes ya saben todo esto que les digo, yo tengo las mismas dificultades que ustedes, lo que pasa es que las vivo con alegría, con respeto hacia los demás. Para qué vamos a ocultar las cosas lindas de la vida: se puede vivir sin quejarse, ayudando, acompañando, y eso todos lo podemos hacer en vez de pensar nada más que en nosotros mismos: si estoy cansado, enfermo, si me duele algo.
Ahora vamos todos a cantar y a bailar una canción que tiene una sola frase: “Jesús me ama.”
Yo te llevo en mis manos de Padre / Autor: Jaume Boada i Rafí O.P.
Cuando vivas el abandono, recuerda siempre que Dios es Padre, pero no dejes de pensar que es Dios, el Dios misterio de fe, misterio de vida.
Recuerdo cómo me impresionó leer el testimonio de un monje cartujo que después de cerca de sesenta años de vida monástica manifestaba que los había vivido en el más silencioso abandono por parte de Dios.
Podemos también leer en los escrito autobiográficos de Teresa del Niño Jesús la clara certificación de este misterio de fe: "En los alegres días de Pascua Jesús me hizo comprender que hay almas que no tienen fe, que por los abusos de la gracia han perdido este hermoso tesoro, fuente de la única alegría pura y verdadera. Él permitió que mi alma fuese invadida por las tinieblas más espesas y que el pensamiento del cielo, tan dulce para mí, se convirtiera en objeto de lucha y de tormento. Esta prueba duró, no sólo algunos días, o algunas horas, o algunas semanas, sino que se extiende hasta la hora que Dios tiene designada, y esta hora no ha llegado todavía.
Quisiera poder expresar lo que siento, pero creo que es imposible. Se ha de haber viajado bajo un túnel sombrío para comprender lo que es la oscuridad. La aridez más absoluta y el abandono fueron mi patrimonio. Jesús, como siempre, continuaba dormido en mi barca. Puede ser que no despierte hasta mi gran retiro de la eternidad. Pero esto, en lugar de entristecerme, me causa un grandísimo consuelo". Hasta aquí las palabras de Teresa de Lisieux.
Piensa, hermano, que el abandono tiene sus dimensiones de ternura inigualable por parte de Dios, pero tiene también sus exigencias de fe y de prueba. Tú, que has decidido buscar a Dios; tú, que quieres consagrar tu vida al Señor, has de aceptar por amor y por fidelidad esta dimensión de cruz del abandono. Porque el abandono es creer en el amor, dejarse llevar por el amor, hacerlo todo por amor. Y este amor ha de tener siempre forma de cruz.
Con una mano, la de la fe y de la oración, alcanzas a Dios. Con la otra sirves con amor a los hermanos.
Abandonarse en Dios te exigirá aceptar vivir a la intemperie, a no tener nada definitivo, a morir a todo lo que sea comodidad o instalación espiritual.
Dice Jesús: "Las raposas tienen cuevas, los pájaros nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza". Por ello, comprenderás que el abandono es una constante invitación a vivir la pobreza de alma y el camino de la infancia espiritual.
Abandonarte consiste en una disposición del corazón que te hace humilde y pequeño en los brazos de Dios, consciente de tu debilidad y confiado, con audacia, en la bondad amorosa del Padre.
El proceso espiritual de tu abandono será un camino de humildad y de pequeñez que te hará cada día más dependiente del Padre, más gozosamente en sus manos, más en su amor.
Dice Teresa del Niño Jesús "Ser pequeño es reconocer la propia nada, esperarlo todo de Dios como un niño lo espera todo de su Padre. No inquietarse por nada, no pretender nada", como dice también el salmo 131.
Deseo recordarte unas hermosas palabras de Unamuno que expresan una súplica que puedes hacer también tú:
Agranda la puerta, Padre,
porque no puedo pasar.
La hiciste para los niños;
yo he crecido, a mi pesar.
Si no me agrandas la puerta
achícame, por piedad.
Vuélveme a la edad aquélla
en que vivir era soñar.
El abandono se concreta, finalmente, en adoración Una adoración silenciosa y constante del Padre en unión con Jesús, el que adora en espíritu y verdad.
Y vívelo todo, las pequeñas y las grandes cosas, como un gesto constante y continuado de adoración abandonada en amor.
Quiero compartir contigo, para sugerir tu oración personal, estas tres breves meditaciones con las que me obsequiaron unos amigos ermitaños y que hace tiempo vienen haciendo mucho bien. Escucha.
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Ábrete al amor. Deja que te empape, te embeba y te envuelva como a la esponja el mar.
Más que amarme a mí deja que yo te ame a ti. Yo soy el Amor.
No pienses nada. No quieras sentir nada, recibir nada, disponer nada. Sólo goza el amor.
Yo te llevo en mis brazos de Padre. No temas. Déjate llevar.
Fíate de mi amor. Vuela sin miedo.
Ríe, canta, ama, goza.
Yo soy el amor y me doy a ti, y me daré siempre, aunque tú me rehuyas, me rechaces, me desprecies.
Mi amor es eterno, infinito. Nada puede impedir mi amor. Ni tú mismo.
Aunque no quieras te llenaré de mi amor. Serás mío y yo tuyo. Serás en mí, y yo viviré en tí. Como el hierro y el fuego, ¿quién es capaz de decir qué es hierro y qué es fuego cuando están en el crisol?.
No pienses más en ti. No te examines, no planifiques, no programes, ni siquiera para amarme más. Tu sólo ama y deja que te lleve yo.
Te formaré como el escultor hace la escultura. Te pintaré como el pintor pinta su tela. Déjate modelar. Déjate pintar. Como la estatua, golpe a golpe. Como la tela, pincelada a pincelada.
No importa qué es lo que quiero hacer de tu barro. Fíate de mí. Soy el artista. Si eres obra mía, serás obra de arte.
No te preocupe ser grande o pequeño. El tamaño no cuenta. Vale más una nota o un boceto de un gran maestro que una tela monumental de un artista vulgar. Tú serás obra mía, obra de Dios-Amor. Serás, por tanto, obra del Amor para el amor.
Que sea ésta tu gran ilusión: déjate amar por el amor.
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No pienses nada. No quieras sentir nada, recibir nada, planificar nada, disponer nada. Sólo debes buscar estar siempre atento al amor. Fíate de mi amor.
No pienses nada. No quieras sentir nada, recibir nada, planificar nada, disponer nada. Sólo debes buscar estar siempre atento al amor. Fíate de mi amor.
Deja que yo haga mi obra en ti. Déjate modelar, Déjate pintar. Déjame reproducir en ti mi imagen. Serás en mí y yo en tí.
Ríe, ama, canta, goza. Vuela sin miedo.
Déjate pintar, pero mantén la tela siempre nítida, blanca, sin nada, despojada de todo.
No pienses nada. No te inquietes por nada. No temas.
Déjate pintar. Sé dócil. Fíate de mi amor y yo reproduciré en ti mi imagen. Poco a poco.
Yo pondré color en tu vida. La llenaré de luz. Tú está atento. Sé sensible a cada gesto de mi amor, pues cada uno de ellos tendrá un color diferente.
Ríe, canta, ama, goza sin miedo.
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No pienses nada. No quieras nada. Fíate de mi. Sé muy transparente, muy claro y muy sencillo de alma. Así podré reproducir en ti, sin obstáculos, mi imagen, pincelada a pincelada.
Ten un alma pobre.
Cada pincelada es distinta: tiene su intensidad, su forma y su color.
Cada pincelada la doy con amor. Recíbela tú como un beso, aunque sea una sombra. Es una pincelada de mi amor que doy con toda la ilusión del artista que va creando su obra maestra.
Déjate que me muestre en el fondo de las criaturas. Todas son mi reflejo, reflejo de mi luz, de mi fuerza y de mi bondad.
En mí lo tienes todo.
No pienses nada. No busques nada. Tú ama y goza, goza sin fin.
Déjate llevar. Vive en mi amor.
Sí. Esto es el cielo. El cielo soy yo: el Amor, y estoy en ti.
Sé feliz en todo, en tu vida, en tu cruz, en tu esperanza, en todo estoy yo.
Abre tu vida al Amor.
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Fuente: Abandono.com
Recuerdo cómo me impresionó leer el testimonio de un monje cartujo que después de cerca de sesenta años de vida monástica manifestaba que los había vivido en el más silencioso abandono por parte de Dios.
Podemos también leer en los escrito autobiográficos de Teresa del Niño Jesús la clara certificación de este misterio de fe: "En los alegres días de Pascua Jesús me hizo comprender que hay almas que no tienen fe, que por los abusos de la gracia han perdido este hermoso tesoro, fuente de la única alegría pura y verdadera. Él permitió que mi alma fuese invadida por las tinieblas más espesas y que el pensamiento del cielo, tan dulce para mí, se convirtiera en objeto de lucha y de tormento. Esta prueba duró, no sólo algunos días, o algunas horas, o algunas semanas, sino que se extiende hasta la hora que Dios tiene designada, y esta hora no ha llegado todavía.
Quisiera poder expresar lo que siento, pero creo que es imposible. Se ha de haber viajado bajo un túnel sombrío para comprender lo que es la oscuridad. La aridez más absoluta y el abandono fueron mi patrimonio. Jesús, como siempre, continuaba dormido en mi barca. Puede ser que no despierte hasta mi gran retiro de la eternidad. Pero esto, en lugar de entristecerme, me causa un grandísimo consuelo". Hasta aquí las palabras de Teresa de Lisieux.
Piensa, hermano, que el abandono tiene sus dimensiones de ternura inigualable por parte de Dios, pero tiene también sus exigencias de fe y de prueba. Tú, que has decidido buscar a Dios; tú, que quieres consagrar tu vida al Señor, has de aceptar por amor y por fidelidad esta dimensión de cruz del abandono. Porque el abandono es creer en el amor, dejarse llevar por el amor, hacerlo todo por amor. Y este amor ha de tener siempre forma de cruz.
Con una mano, la de la fe y de la oración, alcanzas a Dios. Con la otra sirves con amor a los hermanos.
Abandonarse en Dios te exigirá aceptar vivir a la intemperie, a no tener nada definitivo, a morir a todo lo que sea comodidad o instalación espiritual.
Dice Jesús: "Las raposas tienen cuevas, los pájaros nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza". Por ello, comprenderás que el abandono es una constante invitación a vivir la pobreza de alma y el camino de la infancia espiritual.
Abandonarte consiste en una disposición del corazón que te hace humilde y pequeño en los brazos de Dios, consciente de tu debilidad y confiado, con audacia, en la bondad amorosa del Padre.
El proceso espiritual de tu abandono será un camino de humildad y de pequeñez que te hará cada día más dependiente del Padre, más gozosamente en sus manos, más en su amor.
Dice Teresa del Niño Jesús "Ser pequeño es reconocer la propia nada, esperarlo todo de Dios como un niño lo espera todo de su Padre. No inquietarse por nada, no pretender nada", como dice también el salmo 131.
Deseo recordarte unas hermosas palabras de Unamuno que expresan una súplica que puedes hacer también tú:
Agranda la puerta, Padre,
porque no puedo pasar.
La hiciste para los niños;
yo he crecido, a mi pesar.
Si no me agrandas la puerta
achícame, por piedad.
Vuélveme a la edad aquélla
en que vivir era soñar.
El abandono se concreta, finalmente, en adoración Una adoración silenciosa y constante del Padre en unión con Jesús, el que adora en espíritu y verdad.
Y vívelo todo, las pequeñas y las grandes cosas, como un gesto constante y continuado de adoración abandonada en amor.
Quiero compartir contigo, para sugerir tu oración personal, estas tres breves meditaciones con las que me obsequiaron unos amigos ermitaños y que hace tiempo vienen haciendo mucho bien. Escucha.
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Ábrete al amor. Deja que te empape, te embeba y te envuelva como a la esponja el mar.
Más que amarme a mí deja que yo te ame a ti. Yo soy el Amor.
No pienses nada. No quieras sentir nada, recibir nada, disponer nada. Sólo goza el amor.
Yo te llevo en mis brazos de Padre. No temas. Déjate llevar.
Fíate de mi amor. Vuela sin miedo.
Ríe, canta, ama, goza.
Yo soy el amor y me doy a ti, y me daré siempre, aunque tú me rehuyas, me rechaces, me desprecies.
Mi amor es eterno, infinito. Nada puede impedir mi amor. Ni tú mismo.
Aunque no quieras te llenaré de mi amor. Serás mío y yo tuyo. Serás en mí, y yo viviré en tí. Como el hierro y el fuego, ¿quién es capaz de decir qué es hierro y qué es fuego cuando están en el crisol?.
No pienses más en ti. No te examines, no planifiques, no programes, ni siquiera para amarme más. Tu sólo ama y deja que te lleve yo.
Te formaré como el escultor hace la escultura. Te pintaré como el pintor pinta su tela. Déjate modelar. Déjate pintar. Como la estatua, golpe a golpe. Como la tela, pincelada a pincelada.
No importa qué es lo que quiero hacer de tu barro. Fíate de mí. Soy el artista. Si eres obra mía, serás obra de arte.
No te preocupe ser grande o pequeño. El tamaño no cuenta. Vale más una nota o un boceto de un gran maestro que una tela monumental de un artista vulgar. Tú serás obra mía, obra de Dios-Amor. Serás, por tanto, obra del Amor para el amor.
Que sea ésta tu gran ilusión: déjate amar por el amor.
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No pienses nada. No quieras sentir nada, recibir nada, planificar nada, disponer nada. Sólo debes buscar estar siempre atento al amor. Fíate de mi amor.
No pienses nada. No quieras sentir nada, recibir nada, planificar nada, disponer nada. Sólo debes buscar estar siempre atento al amor. Fíate de mi amor.
Deja que yo haga mi obra en ti. Déjate modelar, Déjate pintar. Déjame reproducir en ti mi imagen. Serás en mí y yo en tí.
Ríe, ama, canta, goza. Vuela sin miedo.
Déjate pintar, pero mantén la tela siempre nítida, blanca, sin nada, despojada de todo.
No pienses nada. No te inquietes por nada. No temas.
Déjate pintar. Sé dócil. Fíate de mi amor y yo reproduciré en ti mi imagen. Poco a poco.
Yo pondré color en tu vida. La llenaré de luz. Tú está atento. Sé sensible a cada gesto de mi amor, pues cada uno de ellos tendrá un color diferente.
Ríe, canta, ama, goza sin miedo.
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No pienses nada. No quieras nada. Fíate de mi. Sé muy transparente, muy claro y muy sencillo de alma. Así podré reproducir en ti, sin obstáculos, mi imagen, pincelada a pincelada.
Ten un alma pobre.
Cada pincelada es distinta: tiene su intensidad, su forma y su color.
Cada pincelada la doy con amor. Recíbela tú como un beso, aunque sea una sombra. Es una pincelada de mi amor que doy con toda la ilusión del artista que va creando su obra maestra.
Déjate que me muestre en el fondo de las criaturas. Todas son mi reflejo, reflejo de mi luz, de mi fuerza y de mi bondad.
En mí lo tienes todo.
No pienses nada. No busques nada. Tú ama y goza, goza sin fin.
Déjate llevar. Vive en mi amor.
Sí. Esto es el cielo. El cielo soy yo: el Amor, y estoy en ti.
Sé feliz en todo, en tu vida, en tu cruz, en tu esperanza, en todo estoy yo.
Abre tu vida al Amor.
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Fuente: Abandono.com
‘San Pablo de “perseguidor y violento” a ‘ejemplo máximo de paciencia’” / Autor: Hº Jaime Ruiz Castro CM
La paciencia es la victoria de la razón sobre el instinto y de la fe sobre la razón.
La paciencia es la “virtud de los fuertes”, como se ve en las cartas de San Pablo.
El camino oscuro de la vida, requiere a menudo, inevitablemente, el ejercicio fatigoso y largo de la paciencia. Sin la fuerza de la paciencia el hombre no puede alcanzar la paz interior, sobretodo cuando es atacado por el sufrimiento, marginado por la incomprensión, humillado por la injusticia, o simplemente cuando “el día va cayendo y se alargan las sombras de la tarde”.
En estas situaciones no basta una paciencia capaz sólo de dominar la ira, desencadenada por un imprevisto desagradable, o sea simplemente autocontrol, fruto de un cálculo racional en la elección de la respuesta más oportuna para dar urgentemente ante el indescifrable cuestionario de una circunstancia penosa, se necesita la virtud de la paciencia.
La “paciencia” en el sentido de perseverancia, constancia, fortaleza, longanimidad, magnanimidad y tolerancia, es parte del ajuar cristiano.
San Pablo resalta el vínculo entre la paciencia y las 3 virtudes teologales: fe, esperanza y caridad cuando exhorta a los Romanos a estar “con la alegría de la esperanza; pacientes en la tribulación; perseverantes en la oración”; nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia virtud probada; la virtud probada, esperanza”.
La paciencia de Pablo nace de la fe que desemboca en la esperanza…”Esperar lo que no vemos, es aguardar con paciencia”. Sin la esperanza la fe muere y sin la fe, la esperanza se esfuma.
Sólo con la paciencia que nace de la fe, la esperanza y la caridad, se puede dar un significado salvífico a los acontecimientos particulares de la vida, que no son el absurdo resultado de un destino ciego, sino la admirable ejecución de un providencial plan Divino.
De aquí nace la visión optimista de la historia que permite al hombre paciente vivir en la seguridad que el mal está destinado a desaparecer, aunque ninguno sepa cuando ni como, que toda esta situación angustiante tendrá un final feliz y que el futuro será mejor que el presente, porque “todo ocurre para el bien de los que aman a Dios”, como recuerda San Pablo.
La paciencia de Dios y la impaciencia del hombre encuentran una espléndida ilustración en la célebre parábola del hijo pródigo…En la parábola del siervo despiadado, a la impaciencia del hombre hace contraste la benévola paciencia de Dios.
Quien no sabe esperar no tiene la capacidad de soportar. En la última noche transcurrida con los apóstoles Jesús les dice: “Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en las pruebas”; por esto les asegura que son dignos de entrar en el Reino. Y añade: “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”.
“El sufrimiento produce paciencia, la paciencia una virtud probada”.
La paciencia heroica de Pablo emerge en las muchas pruebas y numerosos sufrimientos que ha padecido durante su vida, como se puede ver en las diversas enumeraciones presentes en sus cartas.
La página más célebre es aquella acerca de la defensa, persuasiva y agresiva, de la autenticidad y legitimidad de su apostolado y del ataque, decidido y a menudo sarcástico, contra aquellos que ponen en discusión su misión de apostolado justamente a causa de sus sufrimientos, de su débil aspecto físico, de la falta de poder carismático y de su empeño por predicar el Evangelio gratuitamente.
El verdadero título de gloria es la propia debilidad, porque ella manifiesta de manera evidente, que el éxito en el apostolado no se puede atribuir a uno mismo, sino solamente a Cristo.
Pablo presenta su debilidad como único título que lo hace superior a sus adversarios: “Si hay que gloriarse, en mi flaqueza me gloriaré. Él Dios y Padre del Señor Jesús, ¡Bendito sea por todos los siglos!, sabe que no miento…Cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte…
Él desarrolla su ministerio “con mucha paciencia en tribulaciones, necesidades, angustias, en azotes, cárceles, sediciones; en fatigas, desvelos, ayunos; en pureza, ciencia, paciencia, bondad; en el Espíritu Santo, en caridad sincera, en la palabra verdad, en el poder de Dios; mediante las armas de la justicia: las de la derecha y las de la izquierda; en gloria e ignominia, en calumnia y en buena fama”.
La serenidad de su espíritu y su paciencia estaban siempre amenazadas por pruebas durísimas, pero él encuentra su fuerza en el amor que tiene por Jesús: “Todo lo puedo en Aquél que me conforta”.
“Les ruego no se desanimen a causa de las tribulaciones que por ustedes padezco”, e indica la finalidad: “Pues ellas son vuestra gloria”, es decir, son para su beneficio y santificación. Y eleva una emocionante acción de gracias a Dios: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios. Pues así como abunda en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación. Si somos atribulados, lo somos para consuelo y salvación vuestra; si somos consolados, lo somos para el consuelo vuestro, que les hace soportar con paciencia los mismos sufrimientos que también nosotros soportamos.
El verdadero pastor no se deja vencer por las desilusiones, no se pierde ante los fracasos del primer momento, sino que tiene la fuerza de ánimo y la paciencia de recomenzar desde el inicio con confianza.
El apóstol pone la paciencia como la primera cualidad del amor cristiano: “La caridad es paciente, es servicial, la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa, no busca su interés, no se irrita, no toma cuenta del mal; no se alegra de la injusticia, se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta”.
“No te dejes vencer por el mal, antes bien, vence el mal con el bien…El Dios de la paciencia y del consuelo les conceda tener los unos para con los otros los mismos sentimientos, según Cristo Jesús”.
La propuesta cristiana está fundada en la fe en Dios, pero también en la relación humilde y caritativa hacia los hermanos. La convivencia requiere capacidad de relación con las personas de todo estrato, formación y educación. No es fácil que los ánimos coincidan al unísono, hay que saber esperar, comprender. A los Tesalonicenses Pablo les recomienda: “ser pacientes con todos”, pero en particular con los indisciplinados, con los pusilánimes, con los débiles y también, con aquellos que han sido causa de sufrimiento.
“El Señor dirija vuestros corazones en el amor de Dios y en la paciencia de Cristo”.
La paz es la nota distintiva que caracteriza el estado de ánimo del cristiano, inclusive en las situaciones más tristes.
La paz es la prueba de que sus almas se han configurado en la mansedumbre, tolerancia y paciencia.
En la carta a los Efesios, Pablo repite: “Les exhorto a que vivan de una manera digna la vocación con que han sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándose unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a la que han sido llamados”.
Pablo exhorta a preparar el camino de la paciencia, requerida por la vocación cristiana: “Toda acritud, ira, cólera, gritos, maledicencia y cualquier clase de maldad, desaparezca entre ustedes. Sean más bien buenos entre ustedes, entrañables, perdonándose mutuamente como les perdonó Dios en Cristo”. Y añade: “No se ponga el sol mientras estén airados”. La ira es signo de impaciencia.
La paciencia es por lo tanto necesaria para afrontar las contrariedades de la vida, pero es aún más indispensable para vivir cristianamente en el propio contexto existencial, para conservar la paz, la unidad entre los fieles.
“Si tenemos paciencia, con Él reinaremos”. He aquí la recomendación que le brota del corazón: “Huye de las pasiones juveniles”, entre las cuales tiene un puesto importante la irritabilidad; “busca la justicia, la fe, la caridad, la paz junto a aquellos que invocan al Señor con corazón puro; evita las discusiones necias y estúpidas; tú sabes bien que engendran altercados. Y a un siervo del Señor no le conviene altercar, sino ser amable con todos, pronto a enseñar, sufrido, y que corrija con mansedumbre a los adversarios, por si Dios les otorga la conversión que les haga conocer plenamente la verdad”.
“Necesitáis paciencia en el sufrimiento para cumplir la voluntad de Dios y conseguir así lo prometido”. Los pone en guardia ante la infidelidad, ante la flojera y los exhorta a ser “imitadores de aquello que con la fe y la perseverancia se hicieron herederos de las promesas”. No es suficiente con haber comenzado bien, se necesita continuar por el buen camino, resistiendo a todas las seducciones contrarias.
Pablo apela al ejemplo de Abraham que consiguió la promesa, porque supo esperar con paciencia y tuvo fe, esperando contra toda esperanza, creyó firmemente en la promesa del Señor de darle una descendencia, a pesar de su avanzada edad, la vejez y la esterilidad de Sara.
Tener paciencia es esperar hasta el día en que se manifestará el plan de Dios. La paciencia es la virtud por excelencia del cristiano, porque lo sostiene en su arduo camino, en el cual no se ve la meta y no se pueden prever las dificultades. Creer es fiarse completamente de Dios, como hizo Abraham que “partió sin saber a dónde iba”.
Abraham se hizo grande, “en relación a su espera”, es decir, a su paciencia. “Uno se hace grande al esperar lo posible, otro con la espera de los eterno; pero el que espera lo imposible es el más grande de todos”.
La paciencia es la “virtud de los fuertes”, como se ve en las cartas de San Pablo.
El camino oscuro de la vida, requiere a menudo, inevitablemente, el ejercicio fatigoso y largo de la paciencia. Sin la fuerza de la paciencia el hombre no puede alcanzar la paz interior, sobretodo cuando es atacado por el sufrimiento, marginado por la incomprensión, humillado por la injusticia, o simplemente cuando “el día va cayendo y se alargan las sombras de la tarde”.
En estas situaciones no basta una paciencia capaz sólo de dominar la ira, desencadenada por un imprevisto desagradable, o sea simplemente autocontrol, fruto de un cálculo racional en la elección de la respuesta más oportuna para dar urgentemente ante el indescifrable cuestionario de una circunstancia penosa, se necesita la virtud de la paciencia.
La “paciencia” en el sentido de perseverancia, constancia, fortaleza, longanimidad, magnanimidad y tolerancia, es parte del ajuar cristiano.
San Pablo resalta el vínculo entre la paciencia y las 3 virtudes teologales: fe, esperanza y caridad cuando exhorta a los Romanos a estar “con la alegría de la esperanza; pacientes en la tribulación; perseverantes en la oración”; nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia virtud probada; la virtud probada, esperanza”.
La paciencia de Pablo nace de la fe que desemboca en la esperanza…”Esperar lo que no vemos, es aguardar con paciencia”. Sin la esperanza la fe muere y sin la fe, la esperanza se esfuma.
Sólo con la paciencia que nace de la fe, la esperanza y la caridad, se puede dar un significado salvífico a los acontecimientos particulares de la vida, que no son el absurdo resultado de un destino ciego, sino la admirable ejecución de un providencial plan Divino.
De aquí nace la visión optimista de la historia que permite al hombre paciente vivir en la seguridad que el mal está destinado a desaparecer, aunque ninguno sepa cuando ni como, que toda esta situación angustiante tendrá un final feliz y que el futuro será mejor que el presente, porque “todo ocurre para el bien de los que aman a Dios”, como recuerda San Pablo.
La paciencia de Dios y la impaciencia del hombre encuentran una espléndida ilustración en la célebre parábola del hijo pródigo…En la parábola del siervo despiadado, a la impaciencia del hombre hace contraste la benévola paciencia de Dios.
Quien no sabe esperar no tiene la capacidad de soportar. En la última noche transcurrida con los apóstoles Jesús les dice: “Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en las pruebas”; por esto les asegura que son dignos de entrar en el Reino. Y añade: “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”.
“El sufrimiento produce paciencia, la paciencia una virtud probada”.
La paciencia heroica de Pablo emerge en las muchas pruebas y numerosos sufrimientos que ha padecido durante su vida, como se puede ver en las diversas enumeraciones presentes en sus cartas.
La página más célebre es aquella acerca de la defensa, persuasiva y agresiva, de la autenticidad y legitimidad de su apostolado y del ataque, decidido y a menudo sarcástico, contra aquellos que ponen en discusión su misión de apostolado justamente a causa de sus sufrimientos, de su débil aspecto físico, de la falta de poder carismático y de su empeño por predicar el Evangelio gratuitamente.
El verdadero título de gloria es la propia debilidad, porque ella manifiesta de manera evidente, que el éxito en el apostolado no se puede atribuir a uno mismo, sino solamente a Cristo.
Pablo presenta su debilidad como único título que lo hace superior a sus adversarios: “Si hay que gloriarse, en mi flaqueza me gloriaré. Él Dios y Padre del Señor Jesús, ¡Bendito sea por todos los siglos!, sabe que no miento…Cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte…
Él desarrolla su ministerio “con mucha paciencia en tribulaciones, necesidades, angustias, en azotes, cárceles, sediciones; en fatigas, desvelos, ayunos; en pureza, ciencia, paciencia, bondad; en el Espíritu Santo, en caridad sincera, en la palabra verdad, en el poder de Dios; mediante las armas de la justicia: las de la derecha y las de la izquierda; en gloria e ignominia, en calumnia y en buena fama”.
La serenidad de su espíritu y su paciencia estaban siempre amenazadas por pruebas durísimas, pero él encuentra su fuerza en el amor que tiene por Jesús: “Todo lo puedo en Aquél que me conforta”.
“Les ruego no se desanimen a causa de las tribulaciones que por ustedes padezco”, e indica la finalidad: “Pues ellas son vuestra gloria”, es decir, son para su beneficio y santificación. Y eleva una emocionante acción de gracias a Dios: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios. Pues así como abunda en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación. Si somos atribulados, lo somos para consuelo y salvación vuestra; si somos consolados, lo somos para el consuelo vuestro, que les hace soportar con paciencia los mismos sufrimientos que también nosotros soportamos.
El verdadero pastor no se deja vencer por las desilusiones, no se pierde ante los fracasos del primer momento, sino que tiene la fuerza de ánimo y la paciencia de recomenzar desde el inicio con confianza.
El apóstol pone la paciencia como la primera cualidad del amor cristiano: “La caridad es paciente, es servicial, la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa, no busca su interés, no se irrita, no toma cuenta del mal; no se alegra de la injusticia, se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta”.
“No te dejes vencer por el mal, antes bien, vence el mal con el bien…El Dios de la paciencia y del consuelo les conceda tener los unos para con los otros los mismos sentimientos, según Cristo Jesús”.
La propuesta cristiana está fundada en la fe en Dios, pero también en la relación humilde y caritativa hacia los hermanos. La convivencia requiere capacidad de relación con las personas de todo estrato, formación y educación. No es fácil que los ánimos coincidan al unísono, hay que saber esperar, comprender. A los Tesalonicenses Pablo les recomienda: “ser pacientes con todos”, pero en particular con los indisciplinados, con los pusilánimes, con los débiles y también, con aquellos que han sido causa de sufrimiento.
“El Señor dirija vuestros corazones en el amor de Dios y en la paciencia de Cristo”.
La paz es la nota distintiva que caracteriza el estado de ánimo del cristiano, inclusive en las situaciones más tristes.
La paz es la prueba de que sus almas se han configurado en la mansedumbre, tolerancia y paciencia.
En la carta a los Efesios, Pablo repite: “Les exhorto a que vivan de una manera digna la vocación con que han sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándose unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a la que han sido llamados”.
Pablo exhorta a preparar el camino de la paciencia, requerida por la vocación cristiana: “Toda acritud, ira, cólera, gritos, maledicencia y cualquier clase de maldad, desaparezca entre ustedes. Sean más bien buenos entre ustedes, entrañables, perdonándose mutuamente como les perdonó Dios en Cristo”. Y añade: “No se ponga el sol mientras estén airados”. La ira es signo de impaciencia.
La paciencia es por lo tanto necesaria para afrontar las contrariedades de la vida, pero es aún más indispensable para vivir cristianamente en el propio contexto existencial, para conservar la paz, la unidad entre los fieles.
“Si tenemos paciencia, con Él reinaremos”. He aquí la recomendación que le brota del corazón: “Huye de las pasiones juveniles”, entre las cuales tiene un puesto importante la irritabilidad; “busca la justicia, la fe, la caridad, la paz junto a aquellos que invocan al Señor con corazón puro; evita las discusiones necias y estúpidas; tú sabes bien que engendran altercados. Y a un siervo del Señor no le conviene altercar, sino ser amable con todos, pronto a enseñar, sufrido, y que corrija con mansedumbre a los adversarios, por si Dios les otorga la conversión que les haga conocer plenamente la verdad”.
“Necesitáis paciencia en el sufrimiento para cumplir la voluntad de Dios y conseguir así lo prometido”. Los pone en guardia ante la infidelidad, ante la flojera y los exhorta a ser “imitadores de aquello que con la fe y la perseverancia se hicieron herederos de las promesas”. No es suficiente con haber comenzado bien, se necesita continuar por el buen camino, resistiendo a todas las seducciones contrarias.
Pablo apela al ejemplo de Abraham que consiguió la promesa, porque supo esperar con paciencia y tuvo fe, esperando contra toda esperanza, creyó firmemente en la promesa del Señor de darle una descendencia, a pesar de su avanzada edad, la vejez y la esterilidad de Sara.
Tener paciencia es esperar hasta el día en que se manifestará el plan de Dios. La paciencia es la virtud por excelencia del cristiano, porque lo sostiene en su arduo camino, en el cual no se ve la meta y no se pueden prever las dificultades. Creer es fiarse completamente de Dios, como hizo Abraham que “partió sin saber a dónde iba”.
Abraham se hizo grande, “en relación a su espera”, es decir, a su paciencia. “Uno se hace grande al esperar lo posible, otro con la espera de los eterno; pero el que espera lo imposible es el más grande de todos”.
Gracias por haberme traído al mundo / Autor: Manuel Galiot Pérez
Manuel y Ester Galiot son un matrimonio español, cuya familia ha sido bendecida con el nacimiento de un bebé con síndrome de Down. Esta carta la escribe Manolo, imaginando lo que el pequeño Jaime querría decirles, si pudiera hablar.
Queridos papás:
He querido escribiros estas líneas para daros las gracias por haberme traído al mundo. Desde siempre he existido en la mente de Dios, pero Él necesitaba un acto de amor y de generosidad por vuestra parte para que yo pudiera nacer. En mi mente y en mi corazón, hasta donde se alcancen a desarrollar, siempre existirán sentimientos de inmerso amor y gratitud hacia vosotros, que me ayudaréis a seguir viviendo el Cielo en la tierra.
Puedo recordar el momento en el que descubristeis mi existencia, como hemos ido juntos descubriendo mi realidad, cuantos momentos de intimidad con Dios en la oración y en la Eucaristía, con que cariño me habéis cuidado, me habéis hablado y habéis ido preparando mi encuentro con toda la familia, como han pasado por vuestras mentes los momentos de felicidad que íbamos a tener,… Todo va a ser igual, porque en mí siempre tendréis a un niño, que si me aceptáis como soy os voy a ayudar a conseguir esa felicidad, con la ventaja que va a ser eterna.
He venido al mundo como un niño diferente pero con una gran misión y a vosotros os corresponde ayudarme a realizarla. Pienso que si, descubrís en mí las gracias que Dios ha querido mandaros conmigo, vais a ser muy dichosos. En caso contrario, me convertiré en una carga pesada y nunca podré cumplir la misión para la que fui elegido.
No soy igual que mis hermanos pero esta diferencia no debe alterar las cosas. Pensad por un momento que la misión que, como padres os ha sido asignada, conmigo ya la habéis cumplido, sólo por el hecho de haberme traído al mundo con mi singularidad. Yo nací para el Cielo, siempre seré el angelito que os ha enviado Dios para que, junto conmigo, alcancemos la gloria eterna.
Jesús y María me han hablado mucho de vosotros y de mis hermanos pero, sobre todo, del bien que voy a traer a la familia y a la gente que os rodea. También me han encargado que les recuerde a todos nuestros familiares y amigos que tienen una misión en la vida, que también han venido al mundo con un encargo divino que deben cumplir. Muchos se olvidan de ello y tenemos que venir otros ángeles para reavivar esa llama que un día encendió el mismo Dios. Todos debemos brillar mostrando nuestra fe viva, dando motivos de nuestra esperanza y de nuestra vocación al amor, e impregnando con ello todos los momentos de nuestra vida.
Si todo lo veis a través de la fe seré un regalo de Dios, que ha querido hacerse presente en medio de la familia. En mi fragilidad y singularidad podéis encontrar toda la grandeza y la presencia de Dios.
Os pido que me ayudéis con mucho amor, con vuestros cuidados, con vuestras oraciones, con vuestro esfuerzo y sacrificio porque lo necesitaré más que mis hermanos. Ellos lo van a entender. Pedidles que me quieran mucho, que tengan mucha paciencia conmigo, que me ayuden y jueguen cuanto puedan porque los necesitaré mucho. Ya sé que me quieren con todo su corazón y que han pedido todos los días por mí. La Virgen María me ha ido contando todas las cosas que han ofrecido por mi salud y que deseaban tener un hermano y un ángel a la vez. Yo pediré por ellos siempre y me preocuparé en recordarles, con mi ejemplo, que se deben hacer como yo, como niños, para que puedan alcanzar el cielo que yo ya tengo.
No es casualidad que me hayan enviado con vosotros. Os doy las gracias por todo lo que me habéis deseado, por haber pedido con insistencia que formara parte de la familia, por todo lo que habéis hecho por mí, por todo el amor que me demostráis día a día.
Decid a todas vuestras amistades que devolveré, una por una, todas las oraciones que han elevado al Cielo por mí y por todos nosotros. He podido ver que nuestra “familia” es grande, en la que hay verdadero amigos, gente que nos quiere mucho y que siempre estarán presentes en nuestras vidas.
Pediros de nuevo que siempre veáis en mí al niño que nació en el pesebre, que estéis siempre muy unidos a Dios y que busquéis conseguir la gloria que yo ya tengo, porque os quiero tener conmigo toda la eternidad.
Con todo mi amor.
JAIME
---------------------
Fuente: Catholic.net
Queridos papás:
He querido escribiros estas líneas para daros las gracias por haberme traído al mundo. Desde siempre he existido en la mente de Dios, pero Él necesitaba un acto de amor y de generosidad por vuestra parte para que yo pudiera nacer. En mi mente y en mi corazón, hasta donde se alcancen a desarrollar, siempre existirán sentimientos de inmerso amor y gratitud hacia vosotros, que me ayudaréis a seguir viviendo el Cielo en la tierra.
Puedo recordar el momento en el que descubristeis mi existencia, como hemos ido juntos descubriendo mi realidad, cuantos momentos de intimidad con Dios en la oración y en la Eucaristía, con que cariño me habéis cuidado, me habéis hablado y habéis ido preparando mi encuentro con toda la familia, como han pasado por vuestras mentes los momentos de felicidad que íbamos a tener,… Todo va a ser igual, porque en mí siempre tendréis a un niño, que si me aceptáis como soy os voy a ayudar a conseguir esa felicidad, con la ventaja que va a ser eterna.
He venido al mundo como un niño diferente pero con una gran misión y a vosotros os corresponde ayudarme a realizarla. Pienso que si, descubrís en mí las gracias que Dios ha querido mandaros conmigo, vais a ser muy dichosos. En caso contrario, me convertiré en una carga pesada y nunca podré cumplir la misión para la que fui elegido.
No soy igual que mis hermanos pero esta diferencia no debe alterar las cosas. Pensad por un momento que la misión que, como padres os ha sido asignada, conmigo ya la habéis cumplido, sólo por el hecho de haberme traído al mundo con mi singularidad. Yo nací para el Cielo, siempre seré el angelito que os ha enviado Dios para que, junto conmigo, alcancemos la gloria eterna.
Jesús y María me han hablado mucho de vosotros y de mis hermanos pero, sobre todo, del bien que voy a traer a la familia y a la gente que os rodea. También me han encargado que les recuerde a todos nuestros familiares y amigos que tienen una misión en la vida, que también han venido al mundo con un encargo divino que deben cumplir. Muchos se olvidan de ello y tenemos que venir otros ángeles para reavivar esa llama que un día encendió el mismo Dios. Todos debemos brillar mostrando nuestra fe viva, dando motivos de nuestra esperanza y de nuestra vocación al amor, e impregnando con ello todos los momentos de nuestra vida.
Si todo lo veis a través de la fe seré un regalo de Dios, que ha querido hacerse presente en medio de la familia. En mi fragilidad y singularidad podéis encontrar toda la grandeza y la presencia de Dios.
Os pido que me ayudéis con mucho amor, con vuestros cuidados, con vuestras oraciones, con vuestro esfuerzo y sacrificio porque lo necesitaré más que mis hermanos. Ellos lo van a entender. Pedidles que me quieran mucho, que tengan mucha paciencia conmigo, que me ayuden y jueguen cuanto puedan porque los necesitaré mucho. Ya sé que me quieren con todo su corazón y que han pedido todos los días por mí. La Virgen María me ha ido contando todas las cosas que han ofrecido por mi salud y que deseaban tener un hermano y un ángel a la vez. Yo pediré por ellos siempre y me preocuparé en recordarles, con mi ejemplo, que se deben hacer como yo, como niños, para que puedan alcanzar el cielo que yo ya tengo.
No es casualidad que me hayan enviado con vosotros. Os doy las gracias por todo lo que me habéis deseado, por haber pedido con insistencia que formara parte de la familia, por todo lo que habéis hecho por mí, por todo el amor que me demostráis día a día.
Decid a todas vuestras amistades que devolveré, una por una, todas las oraciones que han elevado al Cielo por mí y por todos nosotros. He podido ver que nuestra “familia” es grande, en la que hay verdadero amigos, gente que nos quiere mucho y que siempre estarán presentes en nuestras vidas.
Pediros de nuevo que siempre veáis en mí al niño que nació en el pesebre, que estéis siempre muy unidos a Dios y que busquéis conseguir la gloria que yo ya tengo, porque os quiero tener conmigo toda la eternidad.
Con todo mi amor.
JAIME
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Fuente: Catholic.net
El derecho a la alimentación / Autor: SS Benedicto XVI
Excelentísimo Señor Jacques Diouf
Director General
de la Organización de las Naciones Unidas
para la Alimentación y la Agricultura (FAO)
------------------
1. Este año la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) que usted dirige, al recordar una vez más su fundación, invita a la Comunidad internacional a tratar sobre uno de los desafíos más graves de nuestro tiempo: liberar del hambre a millones de seres humanos, cuyas vidas están en peligro por falta del pan cotidiano.
El tema elegido para esta Jornada, «El derecho a la alimentación», abre idealmente las reflexiones que la Comunidad internacional se prepara a hacer con ocasión de las celebraciones por el 60° aniversario de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre. Esta coincidencia ayuda a pensar en la importancia que el derecho a la alimentación tiene para la feliz consecución de otros derechos, empezando ante todo por el derecho fundamental a la vida.
Debemos constatar que los esfuerzos realizados hasta ahora no parecen haber disminuido significativamente el número de hambrientos en el mundo, a pesar de que todos reconocen que la alimentación es un derecho primario. Esto es debido quizás a que se tiende a actuar motivados, sólo o principalmente, por consideraciones técnicas y económicas, olvidando la prioridad de la dimensión ética del «dar de comer a los hambrientos». Esta prioridad atañe al sentimiento de compasión y solidaridad propio del ser humano, que lleva a compartir unos con otros no sólo los bienes materiales, sino el amor del que todos tenemos necesidad. Efectivamente, damos demasiado poco si sólo ofrecemos cosas materiales.
2. Los datos disponibles muestran que el incumplimiento del derecho a la alimentación se debe no sólo a causas de tipo natural sino, sobre todo, a situaciones provocadas por el comportamiento de los hombres y que desembocan en un deterioro general de tipo social, económico y humano. Cada vez son más numerosas las personas que, a causa de la pobreza o de conflictos sangrientos, se ven obligadas a dejar sus casas y sus seres queridos para buscar sustento fuera de su tierra. No obstante los compromisos internacionales, muchas de ellas son rechazadas.
Es necesario, por tanto, que madure entre los miembros de la Comunidad de las Naciones una conciencia solidaria que considere la alimentación como un derecho universal de todos los seres humanos, sin distinciones ni discriminaciones.
3. El objetivo de erradicar el hambre y, al mismo tiempo, contar con una alimentación sana y suficiente, requiere también métodos y acciones específicas que permitan una explotación de los recursos que respete el patrimonio de la creación. Trabajar en esta dirección es una prioridad que conlleva no sólo beneficiarse de los resultados de la ciencia, de la investigación y de las tecnologías, sino tener también en cuenta los ciclos y el ritmo de la naturaleza conocidos por la gente de zonas rurales, así como proteger los usos tradicionales de las comunidades indígenas, dejando a un lado razones egoístas y exclusivamente económicas.
El derecho a la alimentación, por lo que implica, tiene una repercusión inmediata tanto en su dimensión individual como comunitaria, que afecta a pueblos enteros y grupos humanos. Pienso de modo particular en la situación de los niños —primeras víctimas de esta tragedia—, retrasados a veces en su desarrollo físico y psíquico y, en tantas ocasiones, obligados a un trabajo forzado o alistados entre los grupos armados a cambio de recibir unos pocos alimentos. A este respecto, pongo mi esperanza en las iniciativas que se han emprendido a nivel multilateral para favorecer la alimentación escolar y que permiten a comunidades enteras, cuya supervivencia está amenazada por el hambre, mirar con mayor confianza hacia su futuro.
Es apremiante, pues, un empeño común y concreto en el que todos los miembros de la sociedad, tanto en el ámbito individual como internacional, se sientan comprometidos a cooperar para hacer posible el derecho a la alimentación, cuyo incumplimiento constituye una violación evidente de la dignidad humana y de los derechos que derivan de ella.
4. El conocimiento de los problemas del mundo agrícola y de la inseguridad alimenticia, la capacidad demostrada para proponer planes y programas de solución, son un mérito fundamental de la FAO y dan testimonio de una aguda sensibilidad por las aspiraciones de cuantos reclaman condiciones de vida más humanas.
En este momento en el que hay tantos problemas de esta índole, aunque también se entrevén nuevas iniciativas que pueden contribuir a aliviar el drama del hambre, les aliento a ustedes a seguir trabajando para que se garantice una alimentación que responda a las necesidades actuales y así cada persona, creada a imagen de Dios, pueda crecer según su verdadera dimensión humana.
La Iglesia Católica se siente cercana a ustedes en este esfuerzo y, a través de sus diversas instituciones, desea continuar colaborando para sostener los anhelos y las esperanzas de aquellas personas y pueblos hacia los cuales se dirige la acción de la FAO.
Éstas son, Señor Director General, algunas reflexiones que deseo proponer a la atención de quienes, con diferentes responsabilidades, trabajan para ofrecer a la familia humana un porvenir libre del drama del hambre, a la vez que invoco sobre ustedes y sobre sus trabajos la constante bendición del Altísimo.
Vaticano, 4 de octubre de 2007
BENEDICTUS PP. XVI
-------------------------------------
Fuente: Vatican Information Service
Director General
de la Organización de las Naciones Unidas
para la Alimentación y la Agricultura (FAO)
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1. Este año la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) que usted dirige, al recordar una vez más su fundación, invita a la Comunidad internacional a tratar sobre uno de los desafíos más graves de nuestro tiempo: liberar del hambre a millones de seres humanos, cuyas vidas están en peligro por falta del pan cotidiano.
El tema elegido para esta Jornada, «El derecho a la alimentación», abre idealmente las reflexiones que la Comunidad internacional se prepara a hacer con ocasión de las celebraciones por el 60° aniversario de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre. Esta coincidencia ayuda a pensar en la importancia que el derecho a la alimentación tiene para la feliz consecución de otros derechos, empezando ante todo por el derecho fundamental a la vida.
Debemos constatar que los esfuerzos realizados hasta ahora no parecen haber disminuido significativamente el número de hambrientos en el mundo, a pesar de que todos reconocen que la alimentación es un derecho primario. Esto es debido quizás a que se tiende a actuar motivados, sólo o principalmente, por consideraciones técnicas y económicas, olvidando la prioridad de la dimensión ética del «dar de comer a los hambrientos». Esta prioridad atañe al sentimiento de compasión y solidaridad propio del ser humano, que lleva a compartir unos con otros no sólo los bienes materiales, sino el amor del que todos tenemos necesidad. Efectivamente, damos demasiado poco si sólo ofrecemos cosas materiales.
2. Los datos disponibles muestran que el incumplimiento del derecho a la alimentación se debe no sólo a causas de tipo natural sino, sobre todo, a situaciones provocadas por el comportamiento de los hombres y que desembocan en un deterioro general de tipo social, económico y humano. Cada vez son más numerosas las personas que, a causa de la pobreza o de conflictos sangrientos, se ven obligadas a dejar sus casas y sus seres queridos para buscar sustento fuera de su tierra. No obstante los compromisos internacionales, muchas de ellas son rechazadas.
Es necesario, por tanto, que madure entre los miembros de la Comunidad de las Naciones una conciencia solidaria que considere la alimentación como un derecho universal de todos los seres humanos, sin distinciones ni discriminaciones.
3. El objetivo de erradicar el hambre y, al mismo tiempo, contar con una alimentación sana y suficiente, requiere también métodos y acciones específicas que permitan una explotación de los recursos que respete el patrimonio de la creación. Trabajar en esta dirección es una prioridad que conlleva no sólo beneficiarse de los resultados de la ciencia, de la investigación y de las tecnologías, sino tener también en cuenta los ciclos y el ritmo de la naturaleza conocidos por la gente de zonas rurales, así como proteger los usos tradicionales de las comunidades indígenas, dejando a un lado razones egoístas y exclusivamente económicas.
El derecho a la alimentación, por lo que implica, tiene una repercusión inmediata tanto en su dimensión individual como comunitaria, que afecta a pueblos enteros y grupos humanos. Pienso de modo particular en la situación de los niños —primeras víctimas de esta tragedia—, retrasados a veces en su desarrollo físico y psíquico y, en tantas ocasiones, obligados a un trabajo forzado o alistados entre los grupos armados a cambio de recibir unos pocos alimentos. A este respecto, pongo mi esperanza en las iniciativas que se han emprendido a nivel multilateral para favorecer la alimentación escolar y que permiten a comunidades enteras, cuya supervivencia está amenazada por el hambre, mirar con mayor confianza hacia su futuro.
Es apremiante, pues, un empeño común y concreto en el que todos los miembros de la sociedad, tanto en el ámbito individual como internacional, se sientan comprometidos a cooperar para hacer posible el derecho a la alimentación, cuyo incumplimiento constituye una violación evidente de la dignidad humana y de los derechos que derivan de ella.
4. El conocimiento de los problemas del mundo agrícola y de la inseguridad alimenticia, la capacidad demostrada para proponer planes y programas de solución, son un mérito fundamental de la FAO y dan testimonio de una aguda sensibilidad por las aspiraciones de cuantos reclaman condiciones de vida más humanas.
En este momento en el que hay tantos problemas de esta índole, aunque también se entrevén nuevas iniciativas que pueden contribuir a aliviar el drama del hambre, les aliento a ustedes a seguir trabajando para que se garantice una alimentación que responda a las necesidades actuales y así cada persona, creada a imagen de Dios, pueda crecer según su verdadera dimensión humana.
La Iglesia Católica se siente cercana a ustedes en este esfuerzo y, a través de sus diversas instituciones, desea continuar colaborando para sostener los anhelos y las esperanzas de aquellas personas y pueblos hacia los cuales se dirige la acción de la FAO.
Éstas son, Señor Director General, algunas reflexiones que deseo proponer a la atención de quienes, con diferentes responsabilidades, trabajan para ofrecer a la familia humana un porvenir libre del drama del hambre, a la vez que invoco sobre ustedes y sobre sus trabajos la constante bendición del Altísimo.
Vaticano, 4 de octubre de 2007
BENEDICTUS PP. XVI
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Fuente: Vatican Information Service
A los hijos se les bendice / Enviado por Vivy
Al hijo o a los hijos se les bendice
cuando se les respeta.
Al hijo o a los hijos se les bendice
no sólo cuando se les dice que se les ama,
sino cuando sienten que se les ama.
A los hijos se les bendice
cuando se les permite el derecho a su vida.
A los hijos se les ama
cuando no se los juzga,
ni se ejerce autoridad sobre ellos.
Vuestros hijos no son vuestros hijos,
vuestros hijos son hijos de la libertad;
vuestros hijos son hijos de la Luz,
de la Afirmación y de la Paz.
A los hijos se les bendice
cuando no se les niega,
sino cuando se les explica,
se les hace ver y entender
A los hijos se les bendice
cuando se les besa y se les toca,
cuando se les limpia
A los hijos se les bendice
con una mirada, con un abrazo.
A los hijos se les bendice
cuando encuentran en ti al amigo,
al compañero, al guía, al consejero.
A los hijos se les bendice
cuando ellos encuentran tus brazos abiertos
para refugiarse, para descansar.
A los hijos se les bendice
cuando les permites equivocarse,
cuando les permites caerse.
A los hijos se les bendice
cuando les extiendes una mano para levantarse.
Entonces tus hijos dirán:
"Bendito yo, porque tengo a mis padres en la Tierra
y a mi Padre de los Cielos".
Que esta bendición te alcance a ti,
alcance a tu hijo y a todos los hijos del mundo.
cuando se les respeta.
Al hijo o a los hijos se les bendice
no sólo cuando se les dice que se les ama,
sino cuando sienten que se les ama.
A los hijos se les bendice
cuando se les permite el derecho a su vida.
A los hijos se les ama
cuando no se los juzga,
ni se ejerce autoridad sobre ellos.
Vuestros hijos no son vuestros hijos,
vuestros hijos son hijos de la libertad;
vuestros hijos son hijos de la Luz,
de la Afirmación y de la Paz.
A los hijos se les bendice
cuando no se les niega,
sino cuando se les explica,
se les hace ver y entender
A los hijos se les bendice
cuando se les besa y se les toca,
cuando se les limpia
A los hijos se les bendice
con una mirada, con un abrazo.
A los hijos se les bendice
cuando encuentran en ti al amigo,
al compañero, al guía, al consejero.
A los hijos se les bendice
cuando ellos encuentran tus brazos abiertos
para refugiarse, para descansar.
A los hijos se les bendice
cuando les permites equivocarse,
cuando les permites caerse.
A los hijos se les bendice
cuando les extiendes una mano para levantarse.
Entonces tus hijos dirán:
"Bendito yo, porque tengo a mis padres en la Tierra
y a mi Padre de los Cielos".
Que esta bendición te alcance a ti,
alcance a tu hijo y a todos los hijos del mundo.
¿Placer o trabajo? Mejor: trabajar con placer / Autor: Fernando Pascual, LC.
Hay dos modos contrapuestos de vivir: uno es perseguir en todo momento y circunstancia lo que me gusta. Otro, buscar siempre lo bueno, lo justo, lo honesto, lo que me hace un hombre lleno de frutos.
Buscar el placer me lleva a estar atento al instante, a lo que ahora puede agradarme más. Pero vivir así comporta muchos peligros. Me apetecen unas frutas que veo en la tienda. ¿Las tomo sin pagar? Quizá me lleven a la cárcel. Me gustaría tomar el tercer vaso de cerveza. Pero luego, ¡qué dolor de cabeza! En la mañana las sábanas me gritan que no me levante. Pero resulta terrible la cara del jefe de trabajo que me regañará otra vez por llegar tarde...
No puedo vivir como los animales, al son del placer que más me atraiga en cada instante. Quedarme con lo que me gusta implica vivir para lo pasajero. Todo pasa demasiado rápido, y yo empiezo a pasar sin nada entre las manos...
Lo que importa es lo que dura, lo que hace al mundo un poco mejor y más feliz. Amar al esposo o a la esposa, hablar con los hijos en la cena, visitar al padre enfermo, encontrarme con los amigos. En el fondo, causa más placer el trabajo llevado con orden, con energía, con algún sacrificio, que no ese continuo pajarear entre las ramas sin llegar a concluir nada que valga la pena.
Podemos incluso trabajar con placer. El descanso vale el doble si hemos conquistado una meta difícil. De vez en cuando dejaremos de lado un placer pobre y fugaz para alcanzar, en lo más profundo del corazón, esa dicha del deber cumplido, de la fidelidad al amor de quien lo merece todo de nosotros, aunque nos pueda costar al inicio un poquito de trabajo, dejar un capricho, ver menos televisión. Lo que ganemos vale mucho más, nos hace más felices y hace felices a quienes nos ven crecer como hombres y como buenos ciudadanos, esos que construyen la sociedad más justa que queremos dejar a nuestros hijos y nietos.
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Fuente: GAMA - Virtudes y valores
Buscar el placer me lleva a estar atento al instante, a lo que ahora puede agradarme más. Pero vivir así comporta muchos peligros. Me apetecen unas frutas que veo en la tienda. ¿Las tomo sin pagar? Quizá me lleven a la cárcel. Me gustaría tomar el tercer vaso de cerveza. Pero luego, ¡qué dolor de cabeza! En la mañana las sábanas me gritan que no me levante. Pero resulta terrible la cara del jefe de trabajo que me regañará otra vez por llegar tarde...
No puedo vivir como los animales, al son del placer que más me atraiga en cada instante. Quedarme con lo que me gusta implica vivir para lo pasajero. Todo pasa demasiado rápido, y yo empiezo a pasar sin nada entre las manos...
Lo que importa es lo que dura, lo que hace al mundo un poco mejor y más feliz. Amar al esposo o a la esposa, hablar con los hijos en la cena, visitar al padre enfermo, encontrarme con los amigos. En el fondo, causa más placer el trabajo llevado con orden, con energía, con algún sacrificio, que no ese continuo pajarear entre las ramas sin llegar a concluir nada que valga la pena.
Podemos incluso trabajar con placer. El descanso vale el doble si hemos conquistado una meta difícil. De vez en cuando dejaremos de lado un placer pobre y fugaz para alcanzar, en lo más profundo del corazón, esa dicha del deber cumplido, de la fidelidad al amor de quien lo merece todo de nosotros, aunque nos pueda costar al inicio un poquito de trabajo, dejar un capricho, ver menos televisión. Lo que ganemos vale mucho más, nos hace más felices y hace felices a quienes nos ven crecer como hombres y como buenos ciudadanos, esos que construyen la sociedad más justa que queremos dejar a nuestros hijos y nietos.
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Fuente: GAMA - Virtudes y valores
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