* «Jesús no dio sólo un sentido al dolor inocente; le confirió también un poder nuevo, una misteriosa fecundidad. Contemplemos qué brotó del sufrimiento de Cristo: la resurrección y la esperanza para todo el género humano. Pero miremos lo que sucede a nuestro alrededor. ¡Cuánta energía y heroísmo suscita con frecuencia, en una pareja, la aceptación de un hijo discapacitado, postrado durante años! ¡Cuánta solidaridad insospechada en torno a ellos! ¡Cuánta capacidad de amor que, si no, sería desconocida! Lo más importante, en cambio, cuando se habla de dolor inocente, no es explicarlo, sino evitar aumentarlo con nuestras acciones y nuestras omisiones. Pero tampoco basta con no aumentar el dolor inocente; ¡es necesario procurar aliviar el que exista! Ante el espectáculo de una niña aterida de frío que lloraba de hambre, un hombre gritó, un día, en su corazón a Dios: «¡Oh Dios! ¿Dónde estás? ¿Por qué no haces algo por esa pequeña inocente?». Y Dios le respondió: “Claro que he hecho algo por ella: ¡te he hecho a ti!”»
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