* «Jonathan, un amigo de infancia católico, me propuso ir a un retiro a la abadía de Sept-Fons (Allier). Al llegar a los oficios, me quedé conmocionado con la liturgia de las horas. Amaba los salmos. Todo el misterio de la Revelación está contenido en ellos: el consuelo, la espera, la alegría, la Jerusalén celeste. Allí, cerca de esos monjes, oí a Dios cantar dentro de mí. Después fui a la Adoración. Nada había sido tan profundo antes como esa exposición del Santísimo Sacramento. Tengo la certeza de que el Jesús que yo amo, al que rezo, está realmente presente. Como si yo pudiera hablar con Él ¡allí mismo! Me sentí envuelto por su presencia. Al salir me encontré con Jonathan y le dije: «He comprendido». Se me abrió un mundo increíble. Me fui de ese lugar con el rostro bañado en lágrimas: sobre una mejilla, por la alegría de haber encontrado de nuevo a Cristo; y sobre la otra, por la tristeza de no poderme unir a Él en la eucaristía. Los dos años siguientes los dediqué a Dios. A las seis de la tarde iba a misa a la basílica de Notre-Dame du Valentin, y también a catequesis»
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*COMENTARIO:* Padre, ¿no hay palabras de más consuelo para esa pregunta de
la tristeza?
*RESPUESTA MÍA:* La respuesta es que Dios es la alegría y la f...
Hace 3 meses
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