“En Medjugorje, sentí un sentimiento de profunda alegría distinto a cualquier cosa que hubiese sentido antes. Me sentí exultante. Nuestra Señora había venido a decirnos que Dios existe. La creí con todas las fibras de mi ser. Decidí responder a la invitación de Nuestra Señora en mi vida lo mejor que pude”
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