«Un cambio tan radical se debe únicamente a la extraordinaria experiencia de agradecimiento que he sentido hacia Dios y hacia la Iglesia por su irrupción en mi vida cuando era adolescente. Es en la Iglesia donde nunca me he sentido juzgado y donde me ha impresionado su gratuidad, su libertad y su anuncio fresco del Evangelio. Quería ser cristiano y así tener la libertad de amar al que me humilla en público, me hace el mal o se aprovecha de la injusticia. Al final, mi experiencia era que Dios ha sido capaz de hacerme feliz y me ha dado una vida preciosa, por lo que empecé a tener en el corazón un celo por anunciar el Evangelio que no me dejaba tranquilo. Deseaba lo que yo estaba viviendo para los demás, mis amigos de conciertos, conocidos, desconocidos… pero para mí entrar a un seminario y dejar mis relaciones»
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