Camino Católico.- En los comienzos de la guerra de Malvinas, el 4 de mayo de 1982, un día que quedaría grabado a fuego en su memoria, al soldado Jorge Palacios le llegó la hora de hacer guardia con su compañero Raúl Ortiz cerca de la pista de Puerto Argentino. Ambos tenían 18 años y pertenecían al Regimiento de Infantería 25, con asiento en Comodoro Rivadavia, que había sido uno de los primeros en llegar a las islas. Les tocó apostarse en un enorme pozo cavado a modo de trinchera, donde la humedad hacía todavía más insoportable el frío y una manta apenas ayudaba a sobrellevarlo. De pronto, una sucesión de tremendas explosiones, producto de un bombardeo enemigo, rompió el silencio, los conmovió hasta que una detonación los levantó por el aire y al caer un montón de piedras, escombros y tierra los tapó. Quedaron, literalmente, enterrados vivos.
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