* «Me gustaba pecar; a pesar de haber escuchado las mejores lecciones de los mejores predicadores, a pesar de haber rezado por mí los más grandes carismáticos y a pesar de mi vida diaria en una orden religiosa. Pero también comprendí que el terror venía más bien de mi impotencia, es decir, del miedo de no poder vencer al pecado solo. Esto me llevó a una fe más profunda en el amor de Dios y al mismo tiempo me reveló aún más cuán fuerte era mi orgullo»
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