* «Pasaron los meses y empecé a tratar a Dios más como una persona que como algo abstracto. Un amigo solía hablarme de la fe. Un día, me habló de unas jornadas de estudio de la Biblia y oración, donde se rezaba por otras personas y la gente se encontraba con Dios. Le pregunté a mi amigo si podía ir a una de esas jornadas e invitó a su casa a los Franciscanos de la Renovación de Derry, me impusieron las manos y rezaron por mí. Sentí un calor inmenso por todo mi cuerpo. Tenían muchas citas de las Escrituras para mí, concretamente una sobre la comida que dice que `¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra?´. Sentí que Dios quería curarme de mi enfermedad. Esa noche me dijeron que Dios es un padre que me invitaba a volver, que me llamaba a ser su hijo otra vez. Me fui y me sentí distinto. Sabía que algo había cambiado. Aprendí de nuevo el padrenuestro, el avemaría y empecé a rezar cada noche….»
* «Fui a mi primer retiro de Jóvenes 2000, y me confesé después de 11 años. Confesé toda mi vida: sexo, drogas, magia negra, toda la ira y la soberbia. Lo arrojé todo a los pies del Señor. Cuando el sacerdote me dio la absolución, sentí como todo el peso, la carga y la oscuridad desaparecían. Tuvimos un rato de adoración. Estaba expuesto el Santísimo y sentí una suave llamada en mi corazón para ir hacia delante. Mientras estuve delante de rodillas, fue como si una ola de paz me inundase. Supe que era Jesús, y que Él me amaba. No tenía que demostrar nada para ganarme su amor»
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