Fotografía: Dani García - Misión
* «Vuelco mi cariño y los rosarios van cargados de mucha oración por la persona que me los pide y por su familia. No sé qué recorrido tendrá esta nueva actividad en la que estoy poniendo todo mi empeño, pero mi intención es contribuir para que el rezo del Rosario se ‘institucionalice’ en todos los hogares. Quiero extender esta devoción»
Camino Católico.- Antonio Guillén sufrió una meningitis que lo dejó prácticamente sordo, lo que lo obligó a dejar su trabajo. En medio del sufrimiento y de la enfermedad halló una nueva misión. De asesor financiero ha pasado a fabricar rosarios: “Quiero extender esta devoción”, dice a Israel Remuiñán en la revista Misión.
ANTONIO GUILLÉN aprovecha que estamos en su casa para enseñarnos uno de sus rosarios. Lo muestra orgulloso: “Son de buena calidad, y lo mejor es que los hago con mucha oración”. Este es su trabajo ahora. Cualquiera que lleve más de un año y medio sin saber nada de su vida se sorprendería por dos cosas. La primera, por su nueva ocupación. La segunda, por verlo agradecido y contento.
Una meningitis le cambió por completo la vida cuando menos se lo esperaba. La infección le atravesó el cráneo y le dejó prácticamente sordo: “No escucho nada de un oído y del otro sólo un 50%”. El golpe le llegó en el mejor momento de su vida, trabajaba como asesor financiero tecnológico y junto a su mujer Beatriz habían logrado ser padres, después de 16 años intentándolo.
“Es una niña milagro”, asegura Antonio refiriéndose a la pequeña de la casa. Desde que nos casamos, le pedimos al Señor ser padres. Pero llegó cuando él lo dispuso. Los médicos desde el primer día les dijeron que jamás podrían tener hijos: “Pero Dios siempre sabe más”.
La pequeña Beatriz –que se llama como su madre– tenía seis años y ya había aprendido a rezar sola cuando la enfermedad golpeó a su padre. “Todo empezó por una otitis en la que el médico de cabecera me recetó un antibiótico y un analgésico para el dolor. Pasaban los días y no sólo no mejoraba, sino que iba a peor. Llegó un momento en que ya no comía y no me podía mantener en pie, y cuando hablaba, me costaba expresarme. Fue entonces cuando mi mujer me llevó al hospital. Ya estaba al límite. Allí entré semiinconsciente y tras varias analíticas me diagnosticaron una meningitis bacteriana. La infección me había atravesado el cráneo”, relata.
Ofrecer la enfermedad
Al segundo día de estar ingresado descubrió que no oía nada del oído derecho, y muy poco del izquierdo. Antonio recuerda que su primera reacción fue decirle a su mujer que llamara a los médicos corriendo. “Estaba asustado. Ahí fue cuando me dijeron que no podría recuperar la audición. Al momento, sentí muchísima paz y lo primero que le dije a mi mujer fue que, si Dios quería esto para mí, yo lo acogía amorosamente. Nunca tuve miedo; empecé a rezar y ofrecer mi enfermedad por mis familiares, amigos y por toda la Iglesia”.
Este padre de familia decidió abrazar su cruz desde el primer momento. Y eso que se trata de una cruz que inhabilita: vértigos, mareos y migrañas constantes que le obligaron a dejar su trabajo de toda la vida. La doctora le recomendó hacer alguna actividad manual porque era bueno que se concentrase en algo concreto. A Antonio se le ocurrió hacer rosarios.
Su casa se ha convertido en un auténtico taller de rosarios de madera. “Se llama el taller de José, el nombre se le ocurrió a mi hija. Como san José era carpintero y nosotros trabajamos con madera, lo tenemos como protector”. Lo que empezó siendo una afición se ha convertido en su nueva ocupación: “Los vendo para cubrir los gastos del material”, explica Antonio. “Vuelco mi cariño y van cargados de mucha oración por la persona que me los pide y por su familia. No sé qué recorrido tendrá esta nueva actividad en la que estoy poniendo todo mi empeño, pero mi intención es contribuir para que el rezo del Rosario se ‘institucionalice’ en todos los hogares. Quiero extender esta devoción”, asegura.
Un auténtico boom
Lo que no se imaginaba Antonio es el boom que está experimentando en su taller. Cada vez recibe más pedidos. “Empecé haciendo rosarios poco a poco y ya empiezo a estar agobiado”, confiesa entre risas. También le llegan encargos de gente joven que “cada vez tiene más sed de Dios”. Hasta ahora ha hecho 30 rosarios y tiene pendientes otros 75 que le han encargado. Los hará. Ya va cogiendo velocidad de crucero y cada vez le cuesta menos.
“¿Sabe que cuando publiquemos este artículo le van a pedir más?”, le preguntamos. “Dios te oiga. Ya os pediré ayuda para llevar el gabinete de prensa”, responde con sentido del humor.
Dios en el sufrimiento
Dice el pensador Fabrice Hadjadj que el hombre se encuentra con Dios en el desgarro, en su capacidad para pedirle explicaciones gritando en medio del sufrimiento. Es entonces cuando, según el intelectual francés, la persona siente la caricia amorosa del Señor en medio de la angustia y todo cobra sentido. Esto es precisamente lo que Antonio ha experimentado, la presencia de Dios en medio del sufrimiento:
“Lo veo como un Padre amoroso, que quiere que todos sus hijos se salven. Sé que todo lo que ha puesto en mi camino no es para que sufra, sino un medio para que me una a Él en su cruz y llegar a ser cada día mejor hijo suyo”.
El camino que le ha tocado a Antonio no es fácil. Los vértigos y las migrañas constantes hacen que sea una lucha diaria, para él y para su familia: “Hay días en los que me dan bajones y el demonio, que no es tonto, aprovecha para meterme estoques. Afortunadamente, vivir los sacramentos y rezar cada día el Rosario en familia me da la fuerza para levantarme y seguir luchando. No hay que tener miedo al sufrimiento”.
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