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domingo, 20 de mayo de 2012

Comentario del Evangelio del Domingo: Nuestro verdadero cielo / Por Raniero Cantalamessa, ofmcap.


La Ascensión del Señor
Hechos 1,1-11; Efesios 1,17-23; Marcos 16,15-20
20 de mayo de 2012.- La solemnidad de la Ascensión de Jesús «al cielo» es una ocasión para que nos aclaremos de una vez por todas las ideas sobre qué entendemos por «cielo». En casi todos los pueblos, el cielo se identifica con la morada de la divinidad. También la Biblia utiliza este lenguaje espacial. «Gloria a Dios en lo alto del cielo y paz en la tierra a los hombres». Con la llegada de la era científica, este significado religioso de la palabra «cielo» entró en crisis. Para el hombre moderno el cielo es el espacio en el que se mueve nuestro planeta y todo el sistema solar, y nada más. Conocemos la salida atribuida a un astronauta soviético, de vuelta de su viaje por el cosmos: «¡He recorrido mucho el espacio y no he encontrado por ninguna parte a Dios!».
Así que es importante que intentemos aclarar qué entendemos nosotros, los cristianos, cuando decimos «Padre nuestro que estás en los cielos», o cuando decimos de alguien que «se ha ido al cielo». La Biblia se adapta, en estos casos, al modo de hablar popular; pero ella bien sabe y enseña que Dios «está en el cielo, en la tierra y en todo lugar», que es Él quien «ha creado los cielos», y si los ha creado no puede estar «encerrado» en ellos. Que Dios esté «en los cielos» significa que «vive en una luz inaccesible»; que dista de nosotros «cuanto el cielo se eleva sobre la tierra». En otras palabras, que es infinitamente diferente de nosotros. El cielo, en sentido religioso, es más un estado que un lugar. Dios está fuera del espacio y del tiempo y así es su paraíso.
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