* «Cada noche, mi madre se sentaba en el filo de mi cama y me enseñaba las oraciones más básicas. Mi abuela, por otro lado, me recordaba siempre que nunca dejara de rezarle a la Virgen, aunque la vida me golpeara fuerte y se aflojaran mis lazos con Dios. Con el paso de los años, ese consejo me ha servido en muchos momentos de oscuridad. Gracias a ella comprendí que la oración es la expresión de la fe»