La historia de Kathleen Laplante no tiene nada de extraordinario. Es justo lo tristemente habitual de casos parecidos lo que da valor a su testimonio
31 de julio de 2011.- "Lo recuerdo con claridad. Mi marido y yo decidimos dejar la Iglesia". Así empezó la cuesta abajo de Kathleen Laplante, que formaba junto a su esposo un matrimonio joven, católico, que poco a poco se había dejado imbuir de las ideas ambientes, y había pasado a defenderlas con acritud.De hecho, su primera iniciativa tras tomar esa decisión fue convocar a los padres de él, católicos también, para escandalizarles. Acababan de tener su primer hijo, y con él en los brazos Kathleen formuló ante su suegra una agresiva defensa del aborto, sorprendente en una madre primeriza que abraza a su recién nacido: "¿Quiénes se creen en la Iglesia católica que sonpara decirme que no puedo abortar si quiero hacerlo?".
"El demonio había ganado", afirma ahora Kathleen: "¿Cómo si no podía sostener, con el fruto de mi barriga en las manos, que habría podido abortarlo si hubiese querido?Estábamos esclavizados a los mensajes insidiosos de un mundo secularizado, y defendíamos que las mujeres debían poder ser sacerdotes y las parejas homosexuales adoptar hijos, que la confesión era innecesaria y que ver al Papa como un rey era algo arcaico y ridículo:¿quién era él para decirnos que no podíamos practicar el sexo antes del matrimonio o practicar el control de natalidad?". Leer más...
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