* «A los 19 años me plantee que, si Dios realmente es Amor, solo puede ofrecerme una vocación de amor… En la universidad empecé a encontrar un vacío interior que me llevó a la pregunta: “esta vida que estoy viviendo, ¿es mía?”. Y entonces, el sacerdote que me acompañaba me dijo: “pregúntale a Dios”. Pues así hice y no, no recibí un whatsapp de Dios ni se me presentó en mi casa. Pero vaya que si respondió… En mi vida cotidiana hay dos pilares que, si me faltaran, no sería “yo”. La Eucaristía y la Reconciliación me recuerdan que Dios es siempre más, que yo no soy Dios (¡y menos mal!) y que su Amor es mi santidad. La fe necesita de la comunidad, del prójimo, porque el otro es rostro de Dios. Y en la comunidad, con los demás, encuentro la mejor escuela de vida, donde percibo actitudes que trabajar, convicciones que vivir, cualidades por las que agradecer»
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