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domingo, 13 de abril de 2025

Papa Francisco en homilía leída por el cardenal Sandri, 13-4-2025: «La pasión de Jesús se vuelve compasión cuando tendemos la mano al que ya no puede más, levantamos al que está caído, abrazamos al que está desconsolado»


El Papa Francisco saludando al cardenal Sandri, al final de la Misa del Domingo de Ramos que ha presidido por delegación del Pontífice 


* «Si recordamos lo que hizo Simón por Jesús, recordemos también lo que hizo Jesús por Simón —como lo hizo por mí, por ti, por cada uno de nosotros—: redimió al mundo. La cruz de madera, que el Cireneo sostiene, es la de Cristo, que carga con el pecado de todos los hombres. La lleva por amor a nosotros, en obediencia al Padre, sufriendo con nosotros y por nosotros. Este es precisamente el modo, inesperado y desconcertante, en el que el Cireneo se ve involucrado en la historia de la salvación, donde ninguno es extranjero, ninguno es ajeno»   

 

Vídeo de la transmisión en directo de Vatican News, traducido al español, con la homilía del Papa Francisco, leída por el cardenal Sandri

* «Jesús sale al encuentro de todos, en cualquier situación. Cuando vemos la multitud de hombres y mujeres que manifiestan odio y violencia en el camino del Calvario, recordemos que Dios transforma este camino en lugar de redención, porque lo recorrió dando su vida por nosotros. ¡Cuántos cireneos llevan la cruz de Cristo! ¿Los reconocemos? ¿Vemos al Señor en sus rostros, desgarrados por la guerra y la miseria? Frente a la atroz injusticia del mal, llevar la cruz nunca es en vano, más aún, es la manera más concreta de compartir su amor salvífico… Preparémonos a la Pascua del Señor convirtiéndonos en cireneos los unos para los otros» 

13 de abril 2025.- (Camino Católico) La Semana Santa comenzó en el Vaticano con una invitación clara del Papa Francisco: convertirse en cireneos de los demás, cargando no solo con nuestras propias cruces, sino también con las de quienes sufren cerca o incluso cargando con la de aquella persona desconocida que “una casualidad” hizo que encontráramos. Su homilía durante la Santa Misa en la Plaza de San Pedro fue leída por el cardenal Leonardo Sandri, prefecto emérito del Dicasterio para las Iglesias Orientales, quien presidió la Eucaristía.

«¡Feliz Domingo de Ramos y feliz Semana Santa!». Estas han sido las palabras que el Papa Francisco ha pronunciado hoy, 13 de abril, desde la parvis de la Plaza de San Pedro al final de la Misa del Domingo de Ramos, cuando ha salido por la puerta de la Basílica Vaticana. El Papa habló desde la parvis y luego permaneció en la plaza durante unos diez minutos, saludando a los 40.000 fieles presentes. Una sorpresa más del Pontífice convaleciente, acogido por la multitud que lo aclamaba. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la homilía del Santo Padre leída por el cardenal Sandri, traducida al español, cuyo texto completo es el siguiente: 

CELEBRACIÓN DEL DOMINGO DE RAMOS 

Y DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO 

LEÍDA POR EL CARDENAL LEONARDO SANDRI

Plaza de San Pedro

Domingo, 13 de abril de 2025

«¡Bendito sea el Rey que viene en nombre del Señor!» (Lc 19,38). De este modo la multitud aclama a Jesús al entrar en Jerusalén. El Mesías atraviesa la puerta de la ciudad santa, abierta de par en par para recibir a Aquel que, pocos días después, saldrá de allí proscrito y condenado, cargado con la cruz.

Hoy también nosotros hemos seguido a Jesús, primero acompañándolo festivamente y después en una vía dolorosa, inaugurando la Semana Santa que nos prepara a celebrar la pasión, muerte y resurrección del Señor.

Mientras contemplamos, entre la multitud, los rostros de los soldados y las lágrimas de las mujeres, llama nuestra atención un desconocido, cuyo nombre entra en el Evangelio de improviso: Simón de Cirene. Este hombre fue detenido por los soldados, que «lo cargaron con la cruz, para que la llevara detrás de Jesús» (Lc 23,26). Él regresaba en ese momento del campo, pasaba por ahí, y se vio envuelto en una situación inquietante, como el pesado madero cargado sobre sus espaldas.

De camino hacia el Calvario, reflexionemos un momento sobre el gesto de Simón, busquemos su corazón, sigamos sus pasos junto a Jesús.

En primer lugar, su gesto, que tiene un doble significado. Por un lado, en efecto, el Cireneo es forzado a llevar la cruz; no ayuda a Jesús por convicción sino por obligación. Por otro lado, se encuentra en primera persona participando en la pasión del Señor. La cruz de Jesús se convierte en la cruz de Simón. Pero no de aquel Simón llamado Pedro que había prometido seguir siempre al Maestro. Ese Simón había desaparecido en la noche de la traición, después de haber afirmado: «Señor […], estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la muerte» (Lc 22,33). Detrás de Jesús no camina ya el discípulo, sino este cireneo. Sin embargo, el Maestro había enseñado claramente: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga» (Lc 9,23). Simón de Galilea dice, pero no hace. Simón de Cirene hace, pero no dice; entre él y Jesús no hay ningún diálogo, no se pronuncia ninguna palabra. Entre él y Jesús sólo está el madero de la cruz.

Para saber si el Cireneo socorrió o detestó al exhausto Jesús, con el que debía compartir la pena; para entender si llevó o soportó la cruz, debemos mirar su corazón. Mientras el corazón de Dios está a punto de abrirse, traspasado por un dolor que revela su misericordia, el corazón del hombre permanece cerrado. No sabemos qué hay en el corazón del Cireneo. Pongámonos en su lugar: ¿sentiríamos rabia o piedad, tristeza o fastidio? Si recordamos lo que hizo Simón por Jesús, recordemos también lo que hizo Jesús por Simón —como lo hizo por mí, por ti, por cada uno de nosotros—: redimió al mundo. La cruz de madera, que el Cireneo sostiene, es la de Cristo, que carga con el pecado de todos los hombres. La lleva por amor a nosotros, en obediencia al Padre (cf. Lc 22,42), sufriendo con nosotros y por nosotros. Este es precisamente el modo, inesperado y desconcertante, en el que el Cireneo se ve involucrado en la historia de la salvación, donde ninguno es extranjero, ninguno es ajeno.

Sigamos ahora los pasos de Simón, porque nos enseña que Jesús sale al encuentro de todos, en cualquier situación. Cuando vemos la multitud de hombres y mujeres que manifiestan odio y violencia en el camino del Calvario, recordemos que Dios transforma este camino en lugar de redención, porque lo recorrió dando su vida por nosotros. ¡Cuántos cireneos llevan la cruz de Cristo! ¿Los reconocemos? ¿Vemos al Señor en sus rostros, desgarrados por la guerra y la miseria? Frente a la atroz injusticia del mal, llevar la cruz nunca es en vano, más aún, es la manera más concreta de compartir su amor salvífico.

La pasión de Jesús se vuelve compasión cuando tendemos la mano al que ya no puede más, cuando levantamos al que está caído, cuando abrazamos al que está desconsolado. Hermanos, hermanas, para experimentar este gran milagro de la misericordia, decidamos durante la Semana Santa cómo llevar la cruz; no al cuello, sino en el corazón. No sólo la nuestra, sino también la de aquellos que sufren a nuestro alrededor; quizá la de aquella persona desconocida que una casualidad —pero, ¿es justo una casualidad?— hizo que encontráramos. Preparémonos a la Pascua del Señor convirtiéndonos en cireneos los unos para los otros.

Francisco



Fotos: Vatican Media, 13-4-2025

Papa Francisco en el Ángelus, 13-4-2025: «Ante los dolores físicos o morales, no ceder a la desesperación, sino afrontarlos sintiéndonos arropados, como Jesús, por el abrazo providencial y misericordioso del Padre»


El Santo Padre Francisco ha salido hoy a la plaza de San Pedro  a saludar a los fieles, al final de la Misa del Domingo de Ramos, y les ha deseado una feliz Semana Santa / Foto: Vatican Media, 13-4-2025



* «Os agradezco mucho por vuestras oraciones. En este momento de debilidad física me ayudan a sentir aún más la cercanía, la compasión y la ternura de Dios. Yo también rezo por vosotros y os pido que encomendéis conmigo al Señor a todos los que sufren, especialmente a los afectados por la guerra, por la pobreza o por los desastres naturales. En particular, que Dios acoja en su paz a las víctimas del derrumbe de un local en Santo Domingo, y sostenga a sus familiares»     


El Papa Francisco saludando a los cardenales al final de la Misa de hoy, domingo de Ramos / Foto: Vatican Media


13 de abril de 2025.- (Camino Católico)  El Evangelio del Domingo de Ramos narra a Jesús caminando hacia la cruz, «con sentimientos y corazón de niño», frágil como hombre, fuerte en el abandono al Padre: son los sentimientos que los creyentes deben hacer suyos. En el Ángelus del domingo que abre la Semana Santa, Francisco, en el texto preparado y difundido como en las últimas semanas, invita a los fieles a que, ante los «dolores físicos y morales», sea la fe la que ayude a «no ceder a la desesperación, a no encerrarse en la amargura, sino a afrontarlos sintiéndose envueltos, como Jesús, por el abrazo providencial y misericordioso del Padre».

Además, el Santo Padre agradece a los fieles sus oraciones por su salud y pide oraciones por las víctimas de las guerras, de la pobreza y de las catástrofes naturales, con el pensamiento puesto también en los que perdieron la vida en el accidente de Santo Domingo. Hace un llamamiento para que Sudán «ponga fin a la violencia» y «emprenda vías de diálogo y no falten ayudas esenciales a la población». El texto completo escrito por el Papa Francisco es el siguiente:

El Papa Francisco saludando a los 40.000 fieles que han asistido a la Misa del Domingo de Ramos, en la plaza de San Pedro/ Foto: Vatican Media

PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Texto preparado por el Santo Padre

Domingo de Ramos, 13 de abril de 2025

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, Domingo de Ramos, en el Evangelio hemos escuchado el relato de la Pasión del Señor según san Lucas (cf. Lc 22,14-23,56). Hemos escuchado a Jesús dirigirse varias veces al Padre: «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya» (22,42); «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (23,34); «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (23,46). Indefenso y humillado, lo hemos visto caminar hacia la cruz con los sentimientos y el corazón de un niño agarrado al cuello de su padre, frágil en la carne, pero fuerte en el abandono confiado, hasta a dormirse, en la muerte, entre sus brazos.

Son sentimientos que la liturgia nos llama a contemplar y a hacer nuestros. Todos tenemos dolores, físicos o morales, y la fe nos ayuda a no ceder a la desesperación, a no cerrarnos en la amargura, sino a afrontarlos sintiéndonos arropados, como Jesús, por el abrazo providencial y misericordioso del Padre.

Hermanas y hermanos, os agradezco mucho por vuestras oraciones. En este momento de debilidad física me ayudan a sentir aún más la cercanía, la compasión y la ternura de Dios. Yo también rezo por vosotros y os pido que encomendéis conmigo al Señor a todos los que sufren, especialmente a los afectados por la guerra, por la pobreza o por los desastres naturales. En particular, que Dios acoja en su paz a las víctimas del derrumbe de un local en Santo Domingo, y sostenga a sus familiares.

El 15 de abril será el segundo triste aniversario del inicio del conflicto en Sudán, con miles de muertos y millones de familias forzadas a abandonar sus casas. El sufrimiento de los niños, de las mujeres y de las personas vulnerables grita al cielo y nos implora que actuemos. Renuevo mi llamamiento a las partes implicadas para que pongan fin a la violencia y emprendan caminos de diálogo y a la Comunidad internacional, para que a la población no le falten las ayudas esenciales.

Y recordemos también al Líbano, donde hace cincuenta años comenzó una trágica guerra civil: que con la ayuda de Dios pueda vivir en paz y prosperidad.

Que llegue por fin la paz a la martirizada Ucrania, a Palestina, Israel, la República Democrática del Congo, Myanmar, Sudán del Sur. Que María, Madre, Virgen de los Dolores, nos conceda esta gracia y nos ayude a vivir con fe la Semana Santa.

Francisco

Papa Francisco sale a saludar a los fieles al final de la Misa de Ramos: «Feliz Domingo de Ramos y Semana Santa»

13 de abril de 2025.- (Camino Católico).- «¡Feliz Domingo de Ramos y feliz Semana Santa!». Estas han sido las palabras que el Papa Francisco ha pronunciado hoy, 13 de abril, desde la parvis de la Plaza de San Pedro al final de la Misa del Domingo de Ramos. El Papa habló desde la parvis y luego permaneció en la plaza durante unos diez minutos, saludando a los fieles. Una sorpresa más del Pontífice convaleciente, acogido por la multitud que lo aclamaba y un rayo de sol, después de su presencia el domingo pasado en el Jubileo de los enfermos y del mundo de la salud y sus salidas no programadas del 10 de abril para ir a la Basílica Vaticana y la visita de ayer a Santa María la Mayor para rezar ante el icono de la Salus Populi Romani. 

Poco antes, entre los 40.000 fieles presentes en la plaza resonaba la invitación a llevar la cruz «no al cuello, sino en el corazón», y «no solo la nuestra», sino también «la de quien sufre a nuestro lado», tal vez un desconocido encontrado por casualidad: la «pasión» de Jesús se convierte en «compasión» cuando «tendemos la mano a quien ya no puede soportarla», «levantamos a quien ha caído», «abrazamos a quien está desanimado». Es la llamada a prepararse para la Pascua «haciéndose cireneos los unos para los otros» que el Papa Francisco, con ocasión del Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor, confió a la voz del cardenal Leonardo Sandri. El vicedecano del Colegio Cardenalicio presidió de hecho en la parvis de la basílica vaticana, como delegado del Pontífice aún convaleciente tras haber sido hospitalizado, la misa que abre los ritos de la Semana Santa, corazón del año litúrgico que culmina con la Pascua.

Más de 40.000 personas, a pesar del tiempo sombrío, estuvieron presentes en la plaza de San Pedro adornada con flores multicolores y plantas de viveros italianos y holandeses. Cerca de las estatuas de los santos Pedro y Pablo, a los pies de la parvis y del obelisco, se han colocado grandes olivos. Ciento cincuenta palmas y 200.000 ramitas de olivo se distribuyeron junto con la «palme fenix» y las tradicionales palmas tejidas. La procesión parte del brazo de Constantino hasta el obelisco, donde tiene lugar la conmemoración de la entrada del Señor en Jerusalén con la bendición de las palmas y ramas de olivo que sostienen los fieles y la proclamación del Evangelio.



Ayer sábado fue a rezar a la Basílica de Santa María la Mayor

El PapaFrancisco fue a rezar ayer sábado, 12 de abril, a la Basílica de Santa María la Mayor antes de la Semana Santa y el El Vaticano también confirmó que Francisco no presidirá las celebraciones de Semanaanta.

«A primera hora de la tarde de hoy, el Papa Francisco se dirigió a la Basílica de Santa María la Mayor y, en vísperas del Domingo de Ramos y de la Semana Santa, se detuvo a rezar ante el icono de la Virgen, Salus Populi Romani». Así lo ha anunciado la Oficina de Prensa de la Santa Sede. Esta es su visita número 126  a esta advocación mariana en Roma.

El vínculo entre el Papa Francisco y la Salus Populi Romani siempre ha sido filial. Al final de su hospitalización en el Hospital Gemelli, hace tres semanas, el Pontífice se había detenido en la plaza frente a la Basílica de Santa María la Mayor antes de regresar a la Casa Santa Marta, para entregar flores que se colocarían delante del icono de la Virgen, entregándoselas al cardenal Rolandas Makrickas, arcipreste coadjutor de la Basílica. Un ramo de flores amarillas que la señora Carmela Mancuso había enviado al Papa después de que Francisco le diera las gracias públicamente y la reconociera entre la multitud al salir de Gemelli. 

El homenaje al icono de María Salus Populi Romani es una costumbre del Papa Francisco desde el 14 de marzo de 2013, al día siguiente de su elección, y se ha mantenido antes y después de cada viaje apostólico. Y, después de todo, acercarse a Ella el 23 de marzo fue como marcar el final de un viaje al hospital y el comienzo de un nuevo viaje con la convalecencia en Santa Marta.

La última visita a la basílica liberiana de las más de cien que se produjeron fue el 14 de diciembre de 2024, cuando el Papa fue a rezar por el 47º Viaje Apostólico a Ajaccio, Córcega, para la conclusión del Congreso 'La Religiosité Populaire en Mediterranée'.



Fotos: Vatican Media

Santa Misa de hoy, Domingo de Ramos, desde la plaza de San Pedro del Vaticano 13-4-2025

Foto: Vatican Media, 13-2-2025

13 de abril de 2025.- (Camino Católico) La Misa del Domingo de Ramos en la Plaza de San Pedro ha sido presidida por el cardenal Leonardo Sandri, quien también ha leído la homilía del Papa Francisco, ausente por motivos de salud. En su homilía, el Pontífice ha invitado a los fieles a vivir una Semana Santa llevando no solo su propia cruz, sino también la de quienes sufren alrededor: “La pasión de Jesús se vuelve compasión cuando tendemos la mano al que ya no puede más”. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha toda la celebración.

Al final de la Eucaristía el Santo Padre ha aparecido en la plaza de San Pedro nuevamente por sorpresa, para saludar a los fieles a quienes les ha deseado “feliz Domingo de Ramos y feliz Semana Santa”. 

Homilía del evangelio del Domingo de Ramos: Asemejarnos a Jesús en la negación y donación de nosotros mismos, que nos permite contemplar el drama de la existencia humana herida por el pecado/ Por P. José María Prats

* «Dios es amor y, por ello, la existencia de Jesús, el Hijo de Dios, es negación y donación de sí mismo. La negación de sí mismo le permite no quedar atrapado en su dolor y su humillación, escapar de la autocompasión y el resentimiento para ver todo desde su verdad: Ve a los hombres y mujeres que él mismo creó a su imagen, seducidos y esclavizados por el mal; ve a los que destinó a ser santos y a vivir en plenitud, víctimas de su egoísmo y de sus pasiones. Y su impulso esencial de donación de sí mismo en obediencia a la voluntad del Padre, le lleva a interceder por ellos y a entregar su vida para revertir esta situación: 'Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen'»

Domingo de Ramos - C

Isaías 50, 4-7 / Salmo 21 / Filipenses 2, 6-11  /  San Lucas 22, 14-23,56

P. José María Prats / Camino Católico.- Al escuchar este relato de la Pasión según san Lucas, es interesante ponerse en el lugar de Jesús e imaginar lo que vive y lo que siente.

¿Qué vive? Una realidad desoladora: La traición de Judas, la negación de Pedro, la burla y los golpes de los soldados, las mentiras y maquinaciones del Sanedrín, el desprecio de Herodes, la cobardía de Pilato, los gritos del pueblo pidiendo su muerte, el tormento de la crucifixión.

¿Qué siente? Una inmensa compasión por todos y cada uno de los que le están causando un dolor y un sufrimiento tan grande: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».

¿Y cómo puede sentir esto a pesar del sufrimiento tan intenso que está viviendo? Porque Dios es amor y, por ello, la existencia de Jesús, el Hijo de Dios, es negación y donación de sí mismo. La negación de sí mismo le permite no quedar atrapado en su dolor y su humillación, escapar de la autocompasión y el resentimiento para ver todo desde su verdad: Ve a los hombres y mujeres que él mismo creó a su imagen, seducidos y esclavizados por el mal; ve a los que destinó a ser santos y a vivir en plenitud, víctimas de su egoísmo y de sus pasiones. Y su impulso esencial de donación de sí mismo en obediencia a la voluntad del Padre, le lleva a interceder por ellos y a entregar su vida para revertir esta situación: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».

Jesús nos ha pedido que sigamos su ejemplo: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian.» (Lc 6,27-28). Es algo que nos cuesta entender y aún más, practicar. Sólo podremos penetrar en este misterio en la medida en que nos asemejemos a Jesús en la negación y donación de nosotros mismos: la negación que nos permite contemplar, más allá de nuestro sufrimiento, el drama de la existencia humana herida por el pecado; y la donación que nos empuja a interceder y a socorrer a las víctimas de este drama para que se cumpla el deseo de Dios de que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.

P. José María Prats


Evangelio

Llegada la hora, se sentó Jesús con sus discípulos, y les dijo: «He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el Reino de Dios». Y tomando una copa, dio gracias y dijo: «Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios».

Y tomando pan, dio gracias; lo partió y se lo dio diciendo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía». Después de cenar, hizo lo mismo con la copa diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros. Pero mirad: la mano del que me entrega está con la mía en la mesa. Porque el Hijo del Hombre se va según lo establecido; pero ¡ay de ése que lo entrega!».

Ellos empezaron a preguntarse unos a otros quién de ellos podía ser el que iba a hacer eso. Los discípulos se pusieron a disputar sobre quién de ellos debía ser tenido como el primero. Jesús les dijo: «Los reyes de los gentiles los dominan y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis así, sino que el primero entre vosotros pórtese como el menor, y el que gobierne, como el que sirve. Porque, ¿quién es más, el que está en la mesa o el que sirve?, ¿verdad que el que está en la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve. Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo os transmito el Reino como me lo transmitió mi Padre a mí: comeréis y beberéis a mi mesa en mi Reino, y os sentaréis en tronos para regir a las doce tribus de Israel».

Y añadió: «Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos». Él le contestó: «Señor, contigo estoy dispuesto a ir incluso a, la cárcel y a la muerte». Jesús le replicó: «Te digo, Pedro, que no cantará hoy el gallo antes que tres veces hayas negado conocerme».

Y dijo a todos: «Cuando os envié sin bolsa ni alforja, ni sandalias, ¿os faltó algo?». Contestaron: «Nada». Él añadió: «Pero ahora, el que tenga bolsa que la coja, y lo mismo la alforja; y el que no tiene espada que venda su manto y compre una. Porque os aseguro que tiene que cumplirse en mí lo que está escrito: ‘Fue contado con los malhechores’. Lo que se refiere a mí toca a su fin». Ellos dijeron: «Señor, aquí hay dos espadas». Él les contestó: «Basta».

Y salió Jesús como de costumbre al monte de los Olivos, y lo siguieron los discípulos. Al llegar al sitio, les dijo: «Orad, para no caer en la tentación». Él se arrancó de ellos, alejándose como a un tiro de piedra y arrodillado, oraba diciendo: «Padre, si quieres, aparta de mí ese cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya». Y se le apareció un ángel del cielo que lo animaba. En medio de su angustia oraba con más insistencia. Y le bajaba el sudor a goterones, como de sangre, hasta el suelo. Y, levantándose de la oración, fue hacia sus discípulos, los encontró dormidos por la pena, y les dijo: «¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para no caer en la tentación».

Todavía estaba hablando, cuando aparece gente: y los guiaba el llamado Judas, uno de los Doce. Y se acercó a besar a Jesús. Jesús le dijo: «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?». Al darse cuenta los que estaban con él de lo que iba a pasar, dijeron: «Señor, ¿herimos con la espada?». Y uno de ellos hirió al criado del Sumo Sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Jesús intervino diciendo: «Dejadlo, basta». Y, tocándole la oreja, lo curó. Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los oficiales del templo, y a los ancianos que habían venido contra Él: «¿Habéis salido con espadas y palos a la caza de un bandido? A diario estaba en el templo con vosotros, y no me echasteis mano. Pero ésta es vuestra hora: la del poder de las tinieblas».

Ellos lo prendieron, se lo llevaron y lo hicieron entrar en casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía desde lejos. Ellos encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor y Pedro se sentó entre ellos. Al verlo una criada sentado junto a la lumbre, se le quedó mirando y le dijo: «También éste estaba con Él». Pero él lo negó diciendo: «No lo conozco, mujer». Poco después lo vio otro y le dijo: «Tú también eres uno de ellos». Pedro replicó: «Hombre, no lo soy». Pasada cosa de una hora, otro insistía: «Sin duda, también éste estaba con Él, porque es galileo». Pedro contestó: «Hombre, no sé de qué hablas». Y estaba todavía hablando cuando cantó un gallo. El Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había dicho: «Antes de que cante hoy el gallo, me negarás tres veces». Y, saliendo afuera, lloró amargamente.

Y los hombres que sujetaban a Jesús se burlaban de Él dándole golpes. Y, tapándole la cara, le preguntaban: «Haz de profeta: ¿quién te ha pegado?». Y proferían contra Él otros muchos insultos.

Cuando se hizo de día, se reunió el senado del pueblo, o sea, sumos sacerdotes y letrados, y, haciéndole comparecer ante su Sanedrín, le dijeron: «Si tú eres el Mesías, dínoslo». Él les contestó: «Si os lo digo, no lo vais a creer; y si os pregunto no me vais a responder. Desde ahora el Hijo del Hombre estará sentado a la derecha de Dios todopoderoso». Dijeron todos: «Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?». Él les contestó: «Vosotros lo decís, yo lo soy». Ellos dijeron: «¿Qué necesidad tenemos ya de testimonios? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca».

El senado del pueblo o sea, sumos sacerdotes y letrados, se levantaron y llevaron a Jesús a presencia de Pilato. Y se pusieron a acusarlo diciendo: «Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que Él es el Mesías rey». Pilato preguntó a Jesús: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Él le contestó: «Tú lo dices». Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la turba: «No encuentro ninguna culpa en este hombre». Ellos insistían con más fuerza diciendo: «Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí». Pilato, al oírlo, preguntó si era galileo; y al enterarse que era de la jurisdicción de Herodes se lo remitió. Herodes estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días.

Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento; pues hacía bastante tiempo que quería verlo, porque oía hablar de Él y esperaba verlo hacer algún milagro. Le hizo un interrogatorio bastante largo; pero Él no le contestó ni palabra. Estaban allí los sumos sacerdotes y los letrados acusándolo con ahínco. Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de Él; y, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes se llevaban muy mal.

Pilato, convocando a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, les dijo: «Me habéis traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; y resulta que yo le he interrogado delante de vosotros, y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas que le imputáis; ni Herodes tampoco, porque nos lo ha remitido: ya veis que nada digno de muerte se le ha probado. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré». Por la fiesta tenía que soltarles a uno. Ellos vociferaron en masa diciendo: «¡Fuera ése! Suéltanos a Barrabás». A éste lo habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio. Pilato volvió a dirigirles la palabra con intención de soltar a Jesús. Pero ellos seguían gritando: «¡Crucifícalo, crucifícalo!». Él les dijo por tercera vez: «Pues, ¿qué mal ha hecho éste? No he encontrado en Él ningún delito que merezca la muerte. Así es que le daré un escarmiento y lo soltaré». Ellos se le echaban encima pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo el griterío. Pilato decidió que se cumpliera su petición: soltó al que le pedían (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su arbitrio.

Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, qué volvía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevase detrás de Jesús. Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se daban golpes y lanzaban lamentos por Él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: ‘Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado’. Entonces empezarán a decirles a los montes: ‘Desplomaos sobre nosotros’, y a las colinas: ‘Sepultadnos’; porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?».

Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con Él. Y cuando llegaron al lugar llamado "La Calavera", lo crucificaron allí, a Él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte. El pueblo estaba mirando. Las autoridades le hacían muecas diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si Él es el Mesías de Dios, el Elegido». Se burlaban de Él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: «Éste es el rey de los judíos».

Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro le increpaba: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino». Jesús le respondió: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».

Era ya eso de mediodía y vinieron las tinieblas sobre toda la región, hasta la media tarde; porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Y dicho esto, expiró.

El centurión, al ver lo que pasaba, daba gloria a Dios diciendo: «Realmente, este hombre era justo». Toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, habiendo visto lo que ocurría, se volvían dándose golpes de pecho. Todos sus conocidos se mantenían a distancia, y lo mismo las mujeres que lo habían seguido desde Galilea y que estaban mirando.

Un hombre llamado José, que era senador, hombre bueno y honrado (que no había votado a favor de la decisión y del crimen de ellos), que era natural de Arimatea y que aguardaba el Reino de Dios, acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y, bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie todavía. Era el día de la Preparación y rayaba el sábado. Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea fueron detrás a examinar el sepulcro y cómo colocaban su cuerpo. A la vuelta prepararon aromas y ungüentos. Y el sábado guardaron reposo, conforme al mandamiento.

San Lucas 22, 14-23,56