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domingo, 18 de diciembre de 2022

“No temas María” / Por Conchi Vaquero

Camino Católico.-  Conchi Vaquero Callejas, laica casada y madre de dos hijos, miembro de la Comunidad Familia, Evangelio y Vida, reflexiona en esta enseñanza respecto a las palabras del ángel en la Anunciación dirigidas a la Virgen: “No temas María”. Poder acoger sin temor la Palabra hecha vida en nosotros es sólo posible con oración constante como hacia la Virgen. ¿Por qué tenemos miedo si nada es imposible para Dios, que nos dice siempre no temas? Esta es la segunda de una serie de meditaciones sobre las virtudes y dones de María acogidos por ella con fe y humildad, fruto  de su abandono  e intimidad con el Padre. Conchi Vaquero pertenece también al grupo de oración Familia, Evangelio y Vida de la Parroquia de la Inmaculada Concepción de Vilanova i la Geltrú, Barcelona, España, donde se grabó en directo esta charla, el lunes 21 de mayo de 2012.

domingo, 22 de junio de 2008

Hay que tener temor, pero no miedo / Autor: Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap., predicador de la Casa Pontificia, a la liturgia del domingo.

* * *
XII Domingo del tiempo ordinario
Jeremías 20, 10-13; Romanos 5, 12-15; Mateo 10, 26-33

¡Tened temor, pero no tengáis miedo!

El Evangelio de este domingo ofrece varias sugerencias, pero todas se pueden resumir en esta frase aparentemente contradictoria: "¡Tened temor, pero no tengáis miedo!". Jesús dice: "No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna". No debemos tener temor ni miedo de los hombres; de Dios debemos tener temor, pero no miedo.

Por tanto hay una diferencia entre miedo y temor; tratemos de comprender por qué y en qué consiste. El miedo es una manifestación de nuestro instinto fundamental de conservación. Es la reacción a una amenaza para nuestra vida, la respuesta a un verdadero o presunto peligro: desde el peligro más grande, que es el de la muerte, a los peligros particulares que amenazan la tranquilidad o la incolumidad física, o nuestro mundo afectivo.

Según se trate de peligros reales o imaginarios, se habla de miedos justificados y de miedos injustificados o patológicos. Como las enfermedades, los miedos pueden ser agudos o crónicos. Los miedos agudos han sido determinados por una situación de peligro extraordinario. Si estoy a punto de ser atropellado por un coche, o comienzo a sentir que la tierra tiembla bajo mis pies a causa de un terremoto, entonces estoy ante miedos agudos. Estos sustos surgen improvisadamente, sin avisar, y así desaparecen al terminar el peligro, dejando quizá un mal recuerdo. Los miedos crónicos son los que conviven con nosotros, se convierten en parte de nuestro ser, e incluso acabamos encariñándonos de ellos. Los llamamos complejos o fobias: claustrofobia, agorafobia, etc.

El evangelio nos ayuda a liberarnos de todos estos miedos, revelando el carácter relativo, no absoluto, de los peligros que los provocan. Hay algo de nosotros que nadie ni nada en el mundo puede quitarnos o dañar: para los creyentes se trata del alma inmortal, para todos el testimonio de la propia conciencia.

Algo muy diferente del miedo es el temor de Dios. El temor de Dios se aprende: "Venid, hijos, escuchadme: os instruiré en el temor del Señor" (Salmo 33,12); por el contrario, el miedo, no tiene necesidad de ser aprendido en el colegio; la naturaleza se encarga de infundirnos miedo.

El mismo sentido del temor de Dios es diferente al miedo. Es un elemento de fe: nace de la conciencia de quién es Dios. Es el mismo sentimiento que se apodera de nosotros ante un espectáculo grandioso y solemne de la naturaleza. Es el sentimiento de sentirnos pequeños ante algo que es inmensamente más grande que nosotros; es sorpresa, maravilla, mezcladas con admiración. Ante el milagro del paralítico que se alza en pie y camina, puede leerse en evangelio, "El asombro se apoderó de todos, y glorificaban a Dios. Y llenos de temor, decían: 'hoy hemos visto cosas increíbles'" (Lucas 5, 26). El temor, en este caso, es otro nombre de la maravilla, de la alabanza.

Este tipo de temor es compañero y aliado del amor: es el miedo de disgustar al amado que se puede ver en todo verdadero enamorado, también en la experiencia humana. Con frecuencia es llamado "principio de la sabiduría", pues lleva a tomar decisiones justas en la vida. ¡Es nada más y nada menos que uno de los siete dones del Espíritu Santo (cf. Isaías 11, 2)!

Como siempre, el evangelio no sólo ilumina nuestra fe, sino que nos ayuda además a comprender nuestra realidad cotidiana. Nuestra época ha sido definida como una época de angustia (W. H. Auden). El ansia, hija del miedo, se ha convertido en la enfermedad del siglo y es, dicen, una de las causas principales de la multiplicación de los infartos. ¿Cómo explicar este hecho si hoy tenemos muchas más seguridades económicas, seguros de vida, medios para afrontar las enfermedades y atrasar la muerte?

El motivo es que ha disminuido, o totalmente desaparecido, en nuestra sociedad el santo temor de Dios. "¡Ya no hay temor de Dios!", repetimos a veces como una expresión chistosa, pero que contiene una trágica verdad. ¡Cuanto más disminuye el temor de Dios, más crece el miedo de los hombres! Es fácil comprender el motivo. Al olvidar a Dios, ponemos toda nuestra confianza en las cosas de aquí abajo, es decir, en esas cosas que según Cristo, el ladrón puede robar y la polilla carcomer (Cf. Lucas 12, 33). Cosas aleatorias que nos pueden faltar en cualquier momento, que el tiempo (¡la polilla!) carcome inexorablemente. Cosas que todos queremos y que por este motivo desencadenan competición y rivalidad. (el famoso "deseo mimético" del que habla René Girard), cosas que hay que defender con los dientes y a veces con las armas en la mano.

La caída del temor de Dios, en vez de liberarnos de los miedos, nos ha impregnado de ellos. Basta ver lo que sucede en la relación entre los padres y los hijos en nuestra sociedad. ¡Los padres han abandonado el temor de Dios y los hijos han abandonado el temor de los padres! El temor de Dios tiene su reflejo y su equivalente en la tierra en el temor reverencial de los hijos por los padres. La Biblia asocia continuamente estos dos elementos. Pero el hecho de no tener temor alguno o respeto por los padres, ¿hace que sean más libres o seguros de sí los muchachos de hoy? Sabemos que no es así.

El camino para salir de la crisis es redescubrir la necesidad y la belleza del santo temor de Dios. Jesús nos explica precisamente en el evangelio que la confianza en Dios es una compañera inseparable del temor. "¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; vosotros valéis más que muchos pajarillos".

Dios no quiere provocarnos temor sino confianza. Justamente lo contrario de aquel emperador que decía: "Oderint dum metuant" (¡que me odien con tal de que me teman!). Es lo que deberían hacer también los padres terrenos: no infundir temor, sino confianza. De este modo se alimenta el respeto, la admiración, la confianza, todo lo que implica el nombre de "sano temor".

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[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina]


El Evangelio del domingo 22 de junio en video:
Mateo 10, 26-33
Para ver los videos haz click sobre la imagenes


"No tengáis miedo a los que matan el cuerpo" /
Video-reflexión: P. Jesús Higueras

jueves, 24 de enero de 2008

La Palabra de Dios te realiza en tu humanidad / Autora: Madre Elvira, fundadora de la Comunidad Cenáculo

Cada vez estoy más convencida que la única fuente de vida es Dios. Nosotros hemos nacido de esa fuente de Luz. Aún inconcientemente el abrazo del amor de Dios envuelve nuestra historia; cada respiro nuestro es el aliento de Dios que sopla dentro de nosotros.

El encuentro que hoy vivimos con este Dios que se ha revelado espontáneamente en la plenitud de los tiempos, a través de la Palabra del Padre y que se llama Jesús de Nazareth, nos revela que nuestra historia es amada por Dios. Hoy tenemos la posibilidad de rescatar toda la verdad de nuestro Credo porque la fe se hace Amor que camina, que se entrega. No basta solamente creer, conocer a Dios con la mente: la experiencia de Dios no es sólo intelectual, científica, sino que Él es el Amor, así lo definió San Juan. Dios se reveló como don de amor, y con gestos concretos de amor.

En estos días me resuena en la mente esta Palabra: “El que cree en mí no cree en mí, sino en El que me ha mandado…Yo he venido al mundo como Luz y el que cree en mí no permanece en las tinieblas”¨ Tenemos la certeza de que si creemos en El no permanecemos en las tinieblas: la oscuridad no está solo en la noche sino también cuando estamos insatisfechos, también es la oscuridad de nuestras confusiones mentales, de nuestros miedos, de nuestras huidas. Cuando vivimos esto quiere decir que decaemos en nuestra fe, que no creemos en El, porque “Él como Luz ha venido al mundo”, principalmente Luz del mundo interior. Tenemos una luz dentro nuestro: la Palabra de Dios. Jesús no se burla de nosotros, Él es la verdad. Si hay algo que es verdaderamente concreto humano, profundamente humano, que te realiza en tu humanidad como mujer, como hombre, es la Palabra de Dios. Porque no es simplemente una Palabra, sino que es la Vida de nuestra vida, Carne de nuestra carne, la sustancia de nuestro ser, el camino de la verdadera libertad. A menudo me pregunto: “¿Por qué tenemos entonces tanto miedo?¿En que punto está nuestra Fe?”

El Amor y la Luz de Dios alejan el miedo, “en el amor no hay temor”. El Amor genera la Confianza, la Confianza genera la Paz, al principio de este año renovamos con alegría nuestra confianza en el Amor de Dios, que nos ha ofrecido María. Repitamos día y noche en nuestra mente en nuestro corazón y en cada situación que vivamos:”Jesús en vos confío”, con la certeza de que cada momento de nuestro vivir será iluminado por Su Luz.
¡Feliz Año nuevo a todos!