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domingo, 9 de agosto de 2009
Palabras de sabiduria para hacer frente al miedo en la familia y en la vida del P. Zlatko Sudac
El padre Sudac primero mostró un estigma en mayo de 1999, cuando una cruz apareció en su frente, una semana después de la beatificación del fraile italiano Padre Pío, que también se dice que manifestó estigmas. El Vaticano en su momento dijo que la marca de la cruz había aparecido de "una forma que la ciencia médica no podía explicar". Hace dos años, en la festividad de San Francisco de Asís, las marcas volvieron a aparecer en las muñecas, pies y costado del Padre Sudac, que en esta predicación de menos de diez minutos, ofrece palabras de vida para hacer frente a los miedos. Ver el vídeo
sábado, 4 de julio de 2009
"No tengáis miedo" / Autores: Conchi Vaquero y Arturo López
Jesús repitió muchas veces estas palabras: "No tengan miedo". Las reiteraciones de Cristo en esta afirmación nos dan un claro discernimiento: El miedo jamás proviene de Dios. Debemos interiorizar y hacer vida en nuestro corazón estas tres palabras del Hijo de Dios: "No tengáis miedo".
Humanamente lo opuesto al miedo sería la valentía. No obstante, cuando Jesús dice "no tengáis miedo" nos revela la razón principal para no permitir que se apodere de nuestro corazón: "Yo he vencido al mundo". El miedo sólo irá disminuyendo en nosotros cuando la presencia de Cristo vaya tomando posesión de todas las áreas de nuestra vida y de nuestro corazón como autentico Señor.
La Paz de Cristo reposará en nosotros cuando vivamos deseando ardientemente como Juan el Bautista que Él crezca y nuestro ego disminuya. A más miedos menos fundamentada tenemos nuestra vida en Aquél que tiene poder para dar y quitar la vida que perdura para siempre.
En realidad hay miedos de los cuales tenemos constancia y conciencia. Otros miedos dominan nuestro subconsciente y no somos capaces de reconocer que se han asentado en nosotros. Estos que no aceptamos como tales nos hacen actuar en todas las áreas de nuestra vida defendiéndonos y no dando Amor como es la Voluntad de Dios.
Todos los miedos son consecuencia de las decenas de heridas emocionales, espirituales y vitales que hemos recibido desde el momento de nuestra gestación. Sólo Dios puede restaurar esas heridas si acudimos a Él con humildad, tal y como estamos, pidiéndole que las llagas de nuestro corazón sean convertidas en heridas luminosas de Resurrección por el poder de la Cruz de Jesús.
Tenemos miedo a hacer el ridículo, a perder el trabajo, a quedarnos sólos sin nuestros seres queridos, al silencio, a la oscuridad, a ser rechazados, a fracasar en nuestras relaciones humanas y sociales, a enfermar...y a morir. Inmediatamente todos reconocemos que eso nos sucede a todos, creyentes y laicistas, pero nos apresuramos a autojustificarnos interior y exteriormente con la frase: "Claro que nos pasa a todos. Es humano".
Confundimos nuestro concepto de humanidad (imperfección) con aquél con que Dios Padre creó el mundo. La voluntad de Dios era desde el principio que la humanidad durara eternamente sin el tránsito de la muerte. Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios: creados esencial y únicamente para Amar. El pecado introdujo el mal, la enfermadad y la muerte. El Padre del Cielo nos amó tanto que entregó a su Hijo Jesucristo por nuestra salvación. De esta manera instauraba la humanidad que Él había pensado si nos acogemos al seguimiento de Cristo: "Sed Santos como Yo soy Santo". "Sed perfectos como mi Padre es perfecto".
Todos los miedos provienen del miedo a morirnos que habita en nosotros. Si Cristo no es el Señor de nuestra vida y hay áreas que deseamos controlar nosotros mismos estamos mostrando la debilidad vital del miedo a la muerte que nos acompaña, porque en realidad sólo depositamos una parte de nuestro corazón en las manos de Dios. Deseamos vivir según nos place y no siguiendo la voluntad del Padre Celestial.
En la 1ª de Juan 4, 8-19 leemos:
"Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie le ha visto nunca.Si nos amamos unos a otros,Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en Él y Él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo, como Salvador del mundo. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios,Dios permanece en él y él en Dios. Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en Él.Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. En esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día del Juicio, pues como Él es, así somos nosotros en este mundo. No hay temor en el amor; sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor.Nosotros amemos, porque él nos amó primero".
Cuando no hacemos la voluntad de Dios, nuestra codicia y egoísmo hacen penetrar el miedo en la herida humanidad que vivimos, nos dañamos profundamente nosotros y a aquellos con quienes nos relacionamos. El miedo se expande socialmente como una mancha de aceite fruto del pecado, nos paraliza, mina nuestra fe y nos deja como ovejas sin Pastor. Jesús es el Buen Pastor y no quiere que tengamos miedo. En la carta a los Hebreos 13, 5-6 se nos exhorta: "Sea vuestra conducta sin avaricia; contentos con lo que tenéis, pues él ha dicho: No te dejaré ni te abandonaré; de modo que podamos decir confiados: El Señor es mi ayuda; no temeré. ¿Qué puede hacerme el hombre?".
Conocemos decenas de personas que para defender su lugar de trabajo han hablado mal de los compañeros ante el jefe, han hecho trabajos gratuitos y han querido ganarse la confianza de la empresa dañando a los demás por sí en alguna ocasión se debía despedir a alguien no fueran ellas las perjudicadas. Todos los que actúan así tienen miedo porque su autoestima está destruida y creen que los demás harán con ellos lo mismo. Este daño es múltiple: espiritual, emocional y síquico. Sólo Dios puede hacernos comprender que todos merecemos un trabajo por nuestra dignidad de Hijos de Dios. Nadie tiene un trabajo por sus propios méritos, aunque muchas veces lo pensamos. ¿Por qué millones de personas no pueden trabajar y subsitir y viven esclavizados en el mundo?. Por el egoísmo social del hombre. Dios es totalmente contrario a eso y nos pide que testimoniemos en su nombre en situaciones como esta.
Hemos orado varias veces por un hombre que mantiene una profunda relación con Dios y que desea seguir al Señor cada día. Él a visto la Gloria de Dios en su vida y en la de muchas personas. El Señor lo ha hecho crecer en su Amor, pero las heridas de relación con su padre en la infancia le asentaron una gran inseguridad en si mismo. Su padre ya murió hace años. Él actúa siguiendo al Señor como si su padre le estuviera observando y debiera agradarle a él y no a Dios. Eso es inconsciente, pero cada pasó que Dios le pide que dé se ve atormentando por las dudas. Quisiera que antes de caminar sobre las aguas como Pedro, Dios le extendiera un certificado de idoneidad donde constará que si da el paso todo saldrá bien y su prestigio social y su autoestima no serán dañadas. Con el tiempo Cristo Resucitado ha fortalecido y curado heridas que le hacen menos vulnerable.
También hemos orado por una mujer que tiene una gran fe, pero que por las relaciones con personas del entorno y de su familia la han marcado profundamente. Tiene miedo a la oscuridad, a oír hablar del diablo, a que a sus familiares les pasé algo grave cuando van a cualquier lugar tanto en coche, en transporte público como a pie. Tiene miedo a que sus familiares enfermen. Ella ha sufrido a su alrededor con hermanos que la han rechazado, familiares alcohólicos, ha pasado por malos tratos síquicos...Pero debemos subrayar que es una persona generosa y llena del Amor de Dios, como la viuda del Evangelio que dio en el templo todo lo que tenía. No tenemos ninguna duda que Dios está obrando en ella cada instante en cada herida de su vida para que la Paz se vaya apoderando de todo su ser. Su combate siempre es: "Dios ha hecho maravillas en mi vida pero tengo miedo que Él no me responda en situaciones difíciles".
Debemos interiorizar las palabras de la carta a los Romanos, 8, 35-39: "¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?, como dice la Escritura: Por tu causa somos muertos todo el día; tratados como ovejas destinadas al matadero. Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó. Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro".
Oremos con el Salmo 91:
Tú que vives al amparo del Altísimo
y resides a la sombra del Todopoderoso,
di al Señor: "Mi refugio y mi baluarte,
mi Dios, en quien confío".
Él te librará de la red del cazador
y de la peste perniciosa;
te cubrirá con sus plumas,
y hallarás un refugio bajo sus alas.
No temerás los terrores de la noche,
ni la flecha que vuela de día,
ni la peste que acecha en las tinieblas,
ni la plaga que devasta a pleno sol.
Aunque caigan mil a tu izquierda
y diez mil a tu derecha,
tú no serás alcanzado:
su brazo es escudo y coraza.
Con sólo dirigir una mirada,
verás el castigo de los malos,
porque hiciste del Señor tu refugio
y pusiste como defensa al Altísimo.
No te alcanzará ningún mal,
ninguna plaga se acercará a tu carpa,
porque él te encomendó a sus ángeles
para que te cuiden en todos tus caminos.
Ellos te llevarán en sus manos
para que no tropieces contra ninguna piedra;
caminarás sobre leones y víboras,
pisotearás cachorros de león y serpientes.
"Él se entregó a mí,
por eso, yo lo libraré;
lo protegeré, porque conoce mi Nombre;
me invocará, y yo le responderé.
Estaré con él en el peligro,
lo defenderé y lo glorificaré;
le haré gozar de una larga vida
y le haré ver mi salvación".
Jesús repitió muchas veces estas palabras: "No tengan miedo". Las reiteraciones de Cristo en esta afirmación nos dan un claro discernimiento: El miedo jamás proviene de Dios. Debemos interiorizar y hacer vida en nuestro corazón estas tres palabras del Hijo de Dios: "No tengáis miedo".
Humanamente lo opuesto al miedo sería la valentía. No obstante, cuando Jesús dice "no tengáis miedo" nos revela la razón principal para no permitir que se apodere de nuestro corazón: "Yo he vencido al mundo". El miedo sólo irá disminuyendo en nosotros cuando la presencia de Cristo vaya tomando posesión de todas las áreas de nuestra vida y de nuestro corazón como autentico Señor.
La Paz de Cristo reposará en nosotros cuando vivamos deseando ardientemente como Juan el Bautista que Él crezca y nuestro ego disminuya. A más miedos menos fundamentada tenemos nuestra vida en Aquél que tiene poder para dar y quitar la vida que perdura para siempre.
En realidad hay miedos de los cuales tenemos constancia y conciencia. Otros miedos dominan nuestro subconsciente y no somos capaces de reconocer que se han asentado en nosotros. Estos que no aceptamos como tales nos hacen actuar en todas las áreas de nuestra vida defendiéndonos y no dando Amor como es la Voluntad de Dios.
Todos los miedos son consecuencia de las decenas de heridas emocionales, espirituales y vitales que hemos recibido desde el momento de nuestra gestación. Sólo Dios puede restaurar esas heridas si acudimos a Él con humildad, tal y como estamos, pidiéndole que las llagas de nuestro corazón sean convertidas en heridas luminosas de Resurrección por el poder de la Cruz de Jesús.
Tenemos miedo a hacer el ridículo, a perder el trabajo, a quedarnos sólos sin nuestros seres queridos, al silencio, a la oscuridad, a ser rechazados, a fracasar en nuestras relaciones humanas y sociales, a enfermar...y a morir. Inmediatamente todos reconocemos que eso nos sucede a todos, creyentes y laicistas, pero nos apresuramos a autojustificarnos interior y exteriormente con la frase: "Claro que nos pasa a todos. Es humano".
Confundimos nuestro concepto de humanidad (imperfección) con aquél con que Dios Padre creó el mundo. La voluntad de Dios era desde el principio que la humanidad durara eternamente sin el tránsito de la muerte. Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios: creados esencial y únicamente para Amar. El pecado introdujo el mal, la enfermadad y la muerte. El Padre del Cielo nos amó tanto que entregó a su Hijo Jesucristo por nuestra salvación. De esta manera instauraba la humanidad que Él había pensado si nos acogemos al seguimiento de Cristo: "Sed Santos como Yo soy Santo". "Sed perfectos como mi Padre es perfecto".
Todos los miedos provienen del miedo a morirnos que habita en nosotros. Si Cristo no es el Señor de nuestra vida y hay áreas que deseamos controlar nosotros mismos estamos mostrando la debilidad vital del miedo a la muerte que nos acompaña, porque en realidad sólo depositamos una parte de nuestro corazón en las manos de Dios. Deseamos vivir según nos place y no siguiendo la voluntad del Padre Celestial.
En la 1ª de Juan 4, 8-19 leemos:
"Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie le ha visto nunca.Si nos amamos unos a otros,Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en Él y Él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo, como Salvador del mundo. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios,Dios permanece en él y él en Dios. Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en Él.Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. En esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día del Juicio, pues como Él es, así somos nosotros en este mundo. No hay temor en el amor; sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor.Nosotros amemos, porque él nos amó primero".
Cuando no hacemos la voluntad de Dios, nuestra codicia y egoísmo hacen penetrar el miedo en la herida humanidad que vivimos, nos dañamos profundamente nosotros y a aquellos con quienes nos relacionamos. El miedo se expande socialmente como una mancha de aceite fruto del pecado, nos paraliza, mina nuestra fe y nos deja como ovejas sin Pastor. Jesús es el Buen Pastor y no quiere que tengamos miedo. En la carta a los Hebreos 13, 5-6 se nos exhorta: "Sea vuestra conducta sin avaricia; contentos con lo que tenéis, pues él ha dicho: No te dejaré ni te abandonaré; de modo que podamos decir confiados: El Señor es mi ayuda; no temeré. ¿Qué puede hacerme el hombre?".
Conocemos decenas de personas que para defender su lugar de trabajo han hablado mal de los compañeros ante el jefe, han hecho trabajos gratuitos y han querido ganarse la confianza de la empresa dañando a los demás por sí en alguna ocasión se debía despedir a alguien no fueran ellas las perjudicadas. Todos los que actúan así tienen miedo porque su autoestima está destruida y creen que los demás harán con ellos lo mismo. Este daño es múltiple: espiritual, emocional y síquico. Sólo Dios puede hacernos comprender que todos merecemos un trabajo por nuestra dignidad de Hijos de Dios. Nadie tiene un trabajo por sus propios méritos, aunque muchas veces lo pensamos. ¿Por qué millones de personas no pueden trabajar y subsitir y viven esclavizados en el mundo?. Por el egoísmo social del hombre. Dios es totalmente contrario a eso y nos pide que testimoniemos en su nombre en situaciones como esta.
Hemos orado varias veces por un hombre que mantiene una profunda relación con Dios y que desea seguir al Señor cada día. Él a visto la Gloria de Dios en su vida y en la de muchas personas. El Señor lo ha hecho crecer en su Amor, pero las heridas de relación con su padre en la infancia le asentaron una gran inseguridad en si mismo. Su padre ya murió hace años. Él actúa siguiendo al Señor como si su padre le estuviera observando y debiera agradarle a él y no a Dios. Eso es inconsciente, pero cada pasó que Dios le pide que dé se ve atormentando por las dudas. Quisiera que antes de caminar sobre las aguas como Pedro, Dios le extendiera un certificado de idoneidad donde constará que si da el paso todo saldrá bien y su prestigio social y su autoestima no serán dañadas. Con el tiempo Cristo Resucitado ha fortalecido y curado heridas que le hacen menos vulnerable.
También hemos orado por una mujer que tiene una gran fe, pero que por las relaciones con personas del entorno y de su familia la han marcado profundamente. Tiene miedo a la oscuridad, a oír hablar del diablo, a que a sus familiares les pasé algo grave cuando van a cualquier lugar tanto en coche, en transporte público como a pie. Tiene miedo a que sus familiares enfermen. Ella ha sufrido a su alrededor con hermanos que la han rechazado, familiares alcohólicos, ha pasado por malos tratos síquicos...Pero debemos subrayar que es una persona generosa y llena del Amor de Dios, como la viuda del Evangelio que dio en el templo todo lo que tenía. No tenemos ninguna duda que Dios está obrando en ella cada instante en cada herida de su vida para que la Paz se vaya apoderando de todo su ser. Su combate siempre es: "Dios ha hecho maravillas en mi vida pero tengo miedo que Él no me responda en situaciones difíciles".
Debemos interiorizar las palabras de la carta a los Romanos, 8, 35-39: "¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?, como dice la Escritura: Por tu causa somos muertos todo el día; tratados como ovejas destinadas al matadero. Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó. Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro".
Oremos con el Salmo 91:
Tú que vives al amparo del Altísimo
y resides a la sombra del Todopoderoso,
di al Señor: "Mi refugio y mi baluarte,
mi Dios, en quien confío".
Él te librará de la red del cazador
y de la peste perniciosa;
te cubrirá con sus plumas,
y hallarás un refugio bajo sus alas.
No temerás los terrores de la noche,
ni la flecha que vuela de día,
ni la peste que acecha en las tinieblas,
ni la plaga que devasta a pleno sol.
Aunque caigan mil a tu izquierda
y diez mil a tu derecha,
tú no serás alcanzado:
su brazo es escudo y coraza.
Con sólo dirigir una mirada,
verás el castigo de los malos,
porque hiciste del Señor tu refugio
y pusiste como defensa al Altísimo.
No te alcanzará ningún mal,
ninguna plaga se acercará a tu carpa,
porque él te encomendó a sus ángeles
para que te cuiden en todos tus caminos.
Ellos te llevarán en sus manos
para que no tropieces contra ninguna piedra;
caminarás sobre leones y víboras,
pisotearás cachorros de león y serpientes.
"Él se entregó a mí,
por eso, yo lo libraré;
lo protegeré, porque conoce mi Nombre;
me invocará, y yo le responderé.
Estaré con él en el peligro,
lo defenderé y lo glorificaré;
le haré gozar de una larga vida
y le haré ver mi salvación".
sábado, 12 de julio de 2008
domingo, 22 de junio de 2008
Hay que tener temor, pero no miedo / Autor: Raniero Cantalamessa, OFM Cap.
Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap., predicador de la Casa Pontificia, a la liturgia del domingo.
* * *
XII Domingo del tiempo ordinario
Jeremías 20, 10-13; Romanos 5, 12-15; Mateo 10, 26-33
¡Tened temor, pero no tengáis miedo!
El Evangelio de este domingo ofrece varias sugerencias, pero todas se pueden resumir en esta frase aparentemente contradictoria: "¡Tened temor, pero no tengáis miedo!". Jesús dice: "No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna". No debemos tener temor ni miedo de los hombres; de Dios debemos tener temor, pero no miedo.
Por tanto hay una diferencia entre miedo y temor; tratemos de comprender por qué y en qué consiste. El miedo es una manifestación de nuestro instinto fundamental de conservación. Es la reacción a una amenaza para nuestra vida, la respuesta a un verdadero o presunto peligro: desde el peligro más grande, que es el de la muerte, a los peligros particulares que amenazan la tranquilidad o la incolumidad física, o nuestro mundo afectivo.
Según se trate de peligros reales o imaginarios, se habla de miedos justificados y de miedos injustificados o patológicos. Como las enfermedades, los miedos pueden ser agudos o crónicos. Los miedos agudos han sido determinados por una situación de peligro extraordinario. Si estoy a punto de ser atropellado por un coche, o comienzo a sentir que la tierra tiembla bajo mis pies a causa de un terremoto, entonces estoy ante miedos agudos. Estos sustos surgen improvisadamente, sin avisar, y así desaparecen al terminar el peligro, dejando quizá un mal recuerdo. Los miedos crónicos son los que conviven con nosotros, se convierten en parte de nuestro ser, e incluso acabamos encariñándonos de ellos. Los llamamos complejos o fobias: claustrofobia, agorafobia, etc.
El evangelio nos ayuda a liberarnos de todos estos miedos, revelando el carácter relativo, no absoluto, de los peligros que los provocan. Hay algo de nosotros que nadie ni nada en el mundo puede quitarnos o dañar: para los creyentes se trata del alma inmortal, para todos el testimonio de la propia conciencia.
Algo muy diferente del miedo es el temor de Dios. El temor de Dios se aprende: "Venid, hijos, escuchadme: os instruiré en el temor del Señor" (Salmo 33,12); por el contrario, el miedo, no tiene necesidad de ser aprendido en el colegio; la naturaleza se encarga de infundirnos miedo.
El mismo sentido del temor de Dios es diferente al miedo. Es un elemento de fe: nace de la conciencia de quién es Dios. Es el mismo sentimiento que se apodera de nosotros ante un espectáculo grandioso y solemne de la naturaleza. Es el sentimiento de sentirnos pequeños ante algo que es inmensamente más grande que nosotros; es sorpresa, maravilla, mezcladas con admiración. Ante el milagro del paralítico que se alza en pie y camina, puede leerse en evangelio, "El asombro se apoderó de todos, y glorificaban a Dios. Y llenos de temor, decían: 'hoy hemos visto cosas increíbles'" (Lucas 5, 26). El temor, en este caso, es otro nombre de la maravilla, de la alabanza.
Este tipo de temor es compañero y aliado del amor: es el miedo de disgustar al amado que se puede ver en todo verdadero enamorado, también en la experiencia humana. Con frecuencia es llamado "principio de la sabiduría", pues lleva a tomar decisiones justas en la vida. ¡Es nada más y nada menos que uno de los siete dones del Espíritu Santo (cf. Isaías 11, 2)!
Como siempre, el evangelio no sólo ilumina nuestra fe, sino que nos ayuda además a comprender nuestra realidad cotidiana. Nuestra época ha sido definida como una época de angustia (W. H. Auden). El ansia, hija del miedo, se ha convertido en la enfermedad del siglo y es, dicen, una de las causas principales de la multiplicación de los infartos. ¿Cómo explicar este hecho si hoy tenemos muchas más seguridades económicas, seguros de vida, medios para afrontar las enfermedades y atrasar la muerte?
El motivo es que ha disminuido, o totalmente desaparecido, en nuestra sociedad el santo temor de Dios. "¡Ya no hay temor de Dios!", repetimos a veces como una expresión chistosa, pero que contiene una trágica verdad. ¡Cuanto más disminuye el temor de Dios, más crece el miedo de los hombres! Es fácil comprender el motivo. Al olvidar a Dios, ponemos toda nuestra confianza en las cosas de aquí abajo, es decir, en esas cosas que según Cristo, el ladrón puede robar y la polilla carcomer (Cf. Lucas 12, 33). Cosas aleatorias que nos pueden faltar en cualquier momento, que el tiempo (¡la polilla!) carcome inexorablemente. Cosas que todos queremos y que por este motivo desencadenan competición y rivalidad. (el famoso "deseo mimético" del que habla René Girard), cosas que hay que defender con los dientes y a veces con las armas en la mano.
La caída del temor de Dios, en vez de liberarnos de los miedos, nos ha impregnado de ellos. Basta ver lo que sucede en la relación entre los padres y los hijos en nuestra sociedad. ¡Los padres han abandonado el temor de Dios y los hijos han abandonado el temor de los padres! El temor de Dios tiene su reflejo y su equivalente en la tierra en el temor reverencial de los hijos por los padres. La Biblia asocia continuamente estos dos elementos. Pero el hecho de no tener temor alguno o respeto por los padres, ¿hace que sean más libres o seguros de sí los muchachos de hoy? Sabemos que no es así.
El camino para salir de la crisis es redescubrir la necesidad y la belleza del santo temor de Dios. Jesús nos explica precisamente en el evangelio que la confianza en Dios es una compañera inseparable del temor. "¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; vosotros valéis más que muchos pajarillos".
Dios no quiere provocarnos temor sino confianza. Justamente lo contrario de aquel emperador que decía: "Oderint dum metuant" (¡que me odien con tal de que me teman!). Es lo que deberían hacer también los padres terrenos: no infundir temor, sino confianza. De este modo se alimenta el respeto, la admiración, la confianza, todo lo que implica el nombre de "sano temor".
--------------------------------------------
[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina]
El Evangelio del domingo 22 de junio en video:
Mateo 10, 26-33
Para ver los videos haz click sobre la imagenes
"No tengáis miedo a los que matan el cuerpo" /
Video-reflexión: P. Jesús Higueras
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XII Domingo del tiempo ordinario
Jeremías 20, 10-13; Romanos 5, 12-15; Mateo 10, 26-33
¡Tened temor, pero no tengáis miedo!
El Evangelio de este domingo ofrece varias sugerencias, pero todas se pueden resumir en esta frase aparentemente contradictoria: "¡Tened temor, pero no tengáis miedo!". Jesús dice: "No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna". No debemos tener temor ni miedo de los hombres; de Dios debemos tener temor, pero no miedo.
Por tanto hay una diferencia entre miedo y temor; tratemos de comprender por qué y en qué consiste. El miedo es una manifestación de nuestro instinto fundamental de conservación. Es la reacción a una amenaza para nuestra vida, la respuesta a un verdadero o presunto peligro: desde el peligro más grande, que es el de la muerte, a los peligros particulares que amenazan la tranquilidad o la incolumidad física, o nuestro mundo afectivo.
Según se trate de peligros reales o imaginarios, se habla de miedos justificados y de miedos injustificados o patológicos. Como las enfermedades, los miedos pueden ser agudos o crónicos. Los miedos agudos han sido determinados por una situación de peligro extraordinario. Si estoy a punto de ser atropellado por un coche, o comienzo a sentir que la tierra tiembla bajo mis pies a causa de un terremoto, entonces estoy ante miedos agudos. Estos sustos surgen improvisadamente, sin avisar, y así desaparecen al terminar el peligro, dejando quizá un mal recuerdo. Los miedos crónicos son los que conviven con nosotros, se convierten en parte de nuestro ser, e incluso acabamos encariñándonos de ellos. Los llamamos complejos o fobias: claustrofobia, agorafobia, etc.
El evangelio nos ayuda a liberarnos de todos estos miedos, revelando el carácter relativo, no absoluto, de los peligros que los provocan. Hay algo de nosotros que nadie ni nada en el mundo puede quitarnos o dañar: para los creyentes se trata del alma inmortal, para todos el testimonio de la propia conciencia.
Algo muy diferente del miedo es el temor de Dios. El temor de Dios se aprende: "Venid, hijos, escuchadme: os instruiré en el temor del Señor" (Salmo 33,12); por el contrario, el miedo, no tiene necesidad de ser aprendido en el colegio; la naturaleza se encarga de infundirnos miedo.
El mismo sentido del temor de Dios es diferente al miedo. Es un elemento de fe: nace de la conciencia de quién es Dios. Es el mismo sentimiento que se apodera de nosotros ante un espectáculo grandioso y solemne de la naturaleza. Es el sentimiento de sentirnos pequeños ante algo que es inmensamente más grande que nosotros; es sorpresa, maravilla, mezcladas con admiración. Ante el milagro del paralítico que se alza en pie y camina, puede leerse en evangelio, "El asombro se apoderó de todos, y glorificaban a Dios. Y llenos de temor, decían: 'hoy hemos visto cosas increíbles'" (Lucas 5, 26). El temor, en este caso, es otro nombre de la maravilla, de la alabanza.
Este tipo de temor es compañero y aliado del amor: es el miedo de disgustar al amado que se puede ver en todo verdadero enamorado, también en la experiencia humana. Con frecuencia es llamado "principio de la sabiduría", pues lleva a tomar decisiones justas en la vida. ¡Es nada más y nada menos que uno de los siete dones del Espíritu Santo (cf. Isaías 11, 2)!
Como siempre, el evangelio no sólo ilumina nuestra fe, sino que nos ayuda además a comprender nuestra realidad cotidiana. Nuestra época ha sido definida como una época de angustia (W. H. Auden). El ansia, hija del miedo, se ha convertido en la enfermedad del siglo y es, dicen, una de las causas principales de la multiplicación de los infartos. ¿Cómo explicar este hecho si hoy tenemos muchas más seguridades económicas, seguros de vida, medios para afrontar las enfermedades y atrasar la muerte?
El motivo es que ha disminuido, o totalmente desaparecido, en nuestra sociedad el santo temor de Dios. "¡Ya no hay temor de Dios!", repetimos a veces como una expresión chistosa, pero que contiene una trágica verdad. ¡Cuanto más disminuye el temor de Dios, más crece el miedo de los hombres! Es fácil comprender el motivo. Al olvidar a Dios, ponemos toda nuestra confianza en las cosas de aquí abajo, es decir, en esas cosas que según Cristo, el ladrón puede robar y la polilla carcomer (Cf. Lucas 12, 33). Cosas aleatorias que nos pueden faltar en cualquier momento, que el tiempo (¡la polilla!) carcome inexorablemente. Cosas que todos queremos y que por este motivo desencadenan competición y rivalidad. (el famoso "deseo mimético" del que habla René Girard), cosas que hay que defender con los dientes y a veces con las armas en la mano.
La caída del temor de Dios, en vez de liberarnos de los miedos, nos ha impregnado de ellos. Basta ver lo que sucede en la relación entre los padres y los hijos en nuestra sociedad. ¡Los padres han abandonado el temor de Dios y los hijos han abandonado el temor de los padres! El temor de Dios tiene su reflejo y su equivalente en la tierra en el temor reverencial de los hijos por los padres. La Biblia asocia continuamente estos dos elementos. Pero el hecho de no tener temor alguno o respeto por los padres, ¿hace que sean más libres o seguros de sí los muchachos de hoy? Sabemos que no es así.
El camino para salir de la crisis es redescubrir la necesidad y la belleza del santo temor de Dios. Jesús nos explica precisamente en el evangelio que la confianza en Dios es una compañera inseparable del temor. "¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; vosotros valéis más que muchos pajarillos".
Dios no quiere provocarnos temor sino confianza. Justamente lo contrario de aquel emperador que decía: "Oderint dum metuant" (¡que me odien con tal de que me teman!). Es lo que deberían hacer también los padres terrenos: no infundir temor, sino confianza. De este modo se alimenta el respeto, la admiración, la confianza, todo lo que implica el nombre de "sano temor".
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[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina]
El Evangelio del domingo 22 de junio en video:
Mateo 10, 26-33
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"No tengáis miedo a los que matan el cuerpo" /
Video-reflexión: P. Jesús Higueras
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viernes, 4 de abril de 2008
lunes, 24 de marzo de 2008
Video musical:No Tengo Miedo
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jueves, 7 de febrero de 2008
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