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miércoles, 31 de octubre de 2007

Cómo ayudar a los muertos / Autor: P. Jorge Loring

Quiero informarles a ustedes de un par de cosas que yo descubrí en mis primeros años de jesuita, y que a lo largo de la vida me han llenado de consuelo apostólico. Por eso las conservo hasta hoy. Las practico hasta hoy. Y pienso seguir practicándolas.

Es el modo de ayudar a los moribundos, y el modo de ayudar a los difuntos: las dos partes que va a tener esta conferencia. Creo que la mejor obra de caridad que podemos hacer es ayudar a una persona a bien morir, y ayudar a un alma que está en el purgatorio, que no puede hacer nada por ella misma, pero que desde aquí le podemos ayudar muchísimo. Pues vamos a ver si digo algo de esto.

***

Primero: Ayudar a los moribundos.


Miren ustedes, evidentemente que los colegios son una gran obra. Y por eso la Iglesia defiende la enseñanza religiosa frente a todos esos que quieren barrer de España la enseñanza religiosa. Ella mantiene los colegios por encima de todo, porque es una obra fundamental en la educación católica. Esto es clarísimo.

También es clarísimo que muchas personas que han pasado por un colegio de religiosos, mantienen a lo largo de su vida esa formación que recibieron en el colegio de religiosos. Mantienen una fe. Mantienen un hogar cristiano, porque desde pequeños los educaron así. Por lo tanto, no hay duda la gran labor que realizan los colegios religiosos. Ahora bien, hay mucha gente que pasó por colegios religiosos y después se les olvida todo, lo tiran todo por la borda y orientan su vida por caminos totalmente distintos de todo lo que aprendieron en el colegio de religiosos. Esto es así. Y todos conocemos nombres de personas famosas que han seguido este segundo camino.

***

¿Qué quiero decir? Que los colegios son una gran cosa, y la Iglesia quiere que haya colegios y haya educación religiosa.
Pero, hay un riesgo siempre. Estos niños, estos jóvenes, a quienes les dedicamos tanto tiempo, tanto esfuerzo, tanto sacrificio, tanto interés, ¿se van a mantener toda la vida en este camino? Quizás, si. Algunos, quizás no.

Pero, lo que yo hago con un moribundo, eso no se estropea ya. Si yo logro que un moribundo se arrepienta de sus pecados, pida perdón a Dios, muera en gracia y se salve, eso no se estropea ya. El interés que yo pongo por ayudar a un moribundo es la obra de caridad más eficaz y más apostólica de todas las que puedo hacer. Porque todas las demás personas a quienes yo procuro ayudar apostólicamente, quizás conserven todo lo que trabajo con ellas; pero no sé. No sé qué rumbo van a tomar a lo largo de su vida Ahora, lo que haga yo con un moribundo, ése es trabajo seguro. Si yo logro ayudar a un moribundo a que muera en gracia, es solución definitiva.

Eso ya no se estropea. Por eso es tan eficaz apostólicamente ayudar a bien morir a las personas. Es el mayor favor que yo puedo hacer a una persona. Lo va a disfrutar toda la eternidad. Esto puedo hacerlo de palabra con un familiar, o con un amigo a quien visito en su lecho de muerte. Pero también puedo ayudar a los moribundos de todo el mundo.

¿Cómo les ayudo a bien morir? Rezando por ellos. Pidiendo por ellos. Sencillo. Si la oración es eficaz, si la oración es infalible en algo, es cuando pido por un moribundo. Cristo en el Evangelio nos habla muchísimo de «Pedid y recibiréis», «Buscad y hallaréis»: de la fuerza de la oración. Cristo habla en el Evangelio incluso con frases hiperbólicas: «Pídele a esa higuera que se traslade al mar, y la higuera se trasladará al mar». La fuerza de la oración es impresionante.

Sólo hace falta una condición para que la oración sea eficaz: que yo pida lo que conviene; porque si yo pido lo que no conviene, Dios, naturalmente, no me hace caso. Como la madre de familia, que cuando el niño se echa a llorar porque quiere el cuchillo de cocina, la madre no le da el cuchillo de cocina, porque se va a cortar. Le da un sonajero, le da un juguete; pero no le da el cuchillo de cocina.

Si nosotros pedimos a Dios lo que no conviene, Dios no nos lo da. Nos dará otra cosa, pero no lo que pedimos. ¿Me conviene o no me conviene? Yo no sé, Dios sabrá. Yo pido que me toque la lotería: ¡a ver si me toca el gordo! A cuántas personas, a lo mejor, no les conviene que les toque el gordo! Puede ser su ruina espiritual. Yo pido la salud. En orden a la vida eterna, que es lo importante, a lo mejor gano más cielo con la enfermedad.

Ahora, lo que sí sé, es que si yo pido la conversión de un moribundo, eso conviene seguro. La condición indispensable es que yo pida una cosa buena. Esta condición se cumple si yo pido la conversión de un moribundo. Eficacia segura, infalibilidad segura. No hay más que una dificultad: que el otro quiera. Si el otro no quiere, no hay nada que hacer. Porque Dios no salva a nadie contra su voluntad. Dios no mete a la gente a empujones en el cielo. Hace falta que el otro quiera. Porque si el otro rechaza la gracia, nada.

Pero es evidente que si yo pido para un moribundo un aumento de gracia, ese moribundo recibe el aumento de gracia. Eso es infalible. Ahora, ese moribundo, ¿aceptará el aumento de gracia, o no lo aceptará? No sé. Quizás el otro rechace el aumento de gracia. Entonces no sirve. Pero como yo pido por todos los que van a morir hoy en el mundo, no todos van a rechazar la gracia recibida. Mañana pediré por los de mañana. Y pasado por los de pasado. Pero hoy, voy a pedir por todos los que van a morir hoy. Yo pido un aumento de gracia para todos los que van a morir hoy. Y Dios, seguro que les da ese aumento de gracia, porque pido una cosa buena.

Por lo tanto, gracias a mi oración, todos los que van a morir hoy, van a recibir un aumento de gracia. ¿Algunos la rechazarán? Pues quizás, sí. Pero, ¿y el que la aproveche? Alguno se aprovechará. ¿Cuántos? No sé. ¿Uno? ¿Cien? ¿Mil?. Alguno se aprovechará. Algunos de esos hombres iban a rechazar una gracia, que era suficiente, pero no era eficaz; no les bastaba. Pero al recibir esa nueva gracia que yo les consigo, piden perdón, se arrepientan, y se salvan. Y se han salvado gracias a mí. Gracias a la oración que yo he hecho por ellos Porque han correspondido a una gracia que no tenían.

Dios les había dado la gracia suficiente. Pero este aumento de gracia que yo he pedido para ellos, y que Dios no me la niega, hace que la gracia suficiente haya resultado eficaz. Si yo logro con mi oración de todos los días, un aumento de gracia, y algún moribundo cada día gracias a ese aumento de gracia pide perdón, se arrepiente y se salva, fijaos, ¡la cantidad de gente que se puede haber salvado gracias a mi oración!

***

Y, ¿qué oración hago para que se salven? ¿Cuándo hago esa oración?
Yo la hago en la santa Misa. En el punto central de la Misa. En el momento de la consagración. En la elevación, cuando estoy elevando la Sagrada Forma, y cuando estoy elevando la sangre de Cristo en el cáliz, yo digo esto:

«Señor mío y Dios mío: que tu santa redención consiga mi salvación eterna y la de todos los que van a morir hoy. Amén».

«Señor mío y Dios mío» que es un acto de fe evangélico. Lo dijo Santo Tomás. Además es una devoción muy española y muy popular. Siempre nos han enseñado de pequeños que en la elevación digamos mirando a la Sagrada Forma y mirando al cáliz: «Señor mío y Dios mío». Después de este acto de fe tan bonito, tan español y tan evangélico «Señor mío y Dios mío», añado: «que tu santa redención» que se está repitiendo en la misa. El sacrificio de la misa es la repetición de la muerte de Cristo en la cruz.

Sigo: «...que tu santa redención consiga mi salvación eterna». Todos podemos tener un mal cuarto de hora. ¡Dios nos tenga de su mano! Hay que ser humildes y reconocer nuestra fragilidad. Tendría poca gracia que ayudemos a otros a morir, y nos condenemos nosotros: «triste cosa será, pero posible». Termino: «...que tu santa redención consiga mi salvación eterna y la de todos los que van a morir hoy Amén».

Esto lo digo todos los días en la Santa Misa, mientras tengo la Sagrada Forma en mis manos, y mientras tengo el cáliz. Dice San Alfonso María de Ligorio que quien pide su salvación, se salva. Por mi salvación y por la de los demás. Hoy por los de hoy, mañana por los de mañana y pasado por los de pasado.

Evidente, que mi oración conseguirá que alguno, que iba a morir en pecado, porque la gracia que tenía no le bastaba, con el aumento de gracia que yo le consigo pida perdón y se salve. Qué fenomenal obra de caridad con ese moribundo que se iba a condenar y gracias a mí se ha salvado. Y cuando él en el cielo sepa que se salvó gracias a mí, porque he pedido por él, y le he conseguido un aumento de gracia, ¡fijaos el ejército de amigos que tendremos en el cielo pidiendo a Dios e interesándose por nuestras cosas!

Por eso digo, qué eficaz obra de caridad, qué fenomenal obra de apostolado, pedir cada día por todos los que van a morir hoy. No hay duda que alguno se aprovechará de ese aumento de gracia que le hemos conseguido con nuestra oración.

***

Segundo: ayudar a los difuntos.


Para ayudar a los difuntos la Iglesia tiene el tesoro de las indulgencias. Es un tesoro espiritual que tiene la Iglesia. A mí me da pena cuando veo católicos que menosprecian las indulgencias. Prescinden de las indulgencias. Como si no existieran. Es despreciar un capitalazo espiritual.

Yo digo una cosa: si la Iglesia legisla sobre las indulgencias, es porque son una realidad. La Iglesia no nos va a engañar. Cuando la Iglesia dispone, reforma y aplica las indulgencias, es porque esto es una realidad. No vamos a pensar que la Iglesia nos está engañando, y nos habla de una cosa que es pura imaginación. Y la Iglesia legisla sobre las indulgencias.

Acaba de hacer una reforma de las indulgencias. En esta reforma de las indulgencias que ha hecho la Iglesia, ha quitado aquello que decíamos antes: «Trescientos días de indulgencia», «Siete años de indulgencia». Aquello lo ha quitado porque se prestaba a confusiones. La gente se creía que esos trescientos días eran trescientos días de purgatorio. Realmente no era eso. Era otra cosa más complicada. Prescindo. No digo lo que había antes, que lo han reformado, sino lo que hay ahora.

***

Hoy la Iglesia ha dejado dos tipos de indulgencia:
indulgencia parcial, indulgencia plenaria. Y nada más. ¿Qué es indulgencia parcial? Lo voy a explicar de modo que me entendáis, no con las palabras teológicas y técnicas.

Indulgencia parcial significa que la Iglesia me duplica mi mérito. Lo multiplica por dos. Si yo doy un beso a una medalla, ese beso vale según mi fervor. Si yo doy un beso muy frío, vale mucho menos que si doy un beso fervoroso. Entonces el valor de mi beso a la medalla, a la estampa, al crucifijo, a la Virgen, el valor de mi beso en orden a la vida eterna, depende de mi fervor. Si este objeto está indulgenciado con indulgencia parcial, se merece el doble. El fervor que yo pongo, se multiplica por dos. Ésa es la indulgencia parcial.

¿Y qué es indulgencia plenaria? Indulgencia plenaria es que suprime el purgatorio. Si la gana un moribundo no pasa por el purgatorio. Si la aplicamos a uno que está en el purgatorio, sale del purgatorio.

Primero, hay que decirlo, porque no todo el mundo lo sabe, el purgatorio es dogma de fe. La existencia del purgatorio es dogma de fe. La gente se cree que el purgatorio es lo mismo que el limbo. ¡No señor! El limbo no es dogma de fe y el purgatorio, sí. Está definido en los Concilios de Lyón y de Florencia.

San Pablo habla de que podemos ayudar a los difuntos. Pues si podemos ayudar a los difuntos, es a los del purgatorio. Los que están en el cielo, no necesitan ayuda. Y a los que están en el infierno, no les sirve de nada. Por lo tanto, si podemos ayudar a los difuntos, es a los que están en el purgatorio. El purgatorio es dogma de fe.

El alma que está en el purgatorio, sufre mucho; pero no le sirve a sí misma. No puede merecer para sí. El tiempo de mérito es la Tierra. En la vida terrena podemos merecer, para bien o para mal. Pero una vez que se acaba la vida, con la muerte, ya no se merece más. En el purgatorio, no se puede merecer. Pero nosotros podemos merecer para ellos. Les podemos aplicar una indulgencia plenaria. ¿Qué significa que yo gane para ellos una indulgencia plenaria? Que la saco del purgatorio.

Voy a explicar esto un poco más, en plan popular. Me gusta siempre buscar ejemplos que se entiendan. ¿Qué es eso de la indulgencia plenaria? Con la indulgencia plenaria se te quitan las cicatrices que dejaron en tu alma los pecados cometidos. Tú cometes un pecado mortal, y es una herida mortal. Esa herida mata tu alma. Si no te arrepientes, te condenas. Si te confiesas del pecado mortal, y se te cura la herida, ya no te condenas. Te han cerrado la herida, te han curado la herida; pero te han dejado una cicatriz. Los pecados perdonados dejan cicatrices, y de esas cicatrices te purificas en el purgatorio, antes de entrar en el cielo; porque en el cielo no puedes entrar con el rostro lleno de cicatrices. En el cielo hay que entrar presentable.

Os voy a contar una anécdota. Conozco yo a una señora, muy elegante. Tuvo un accidente de coche y se hizo una tremenda cicatriz en la cara, que la afeaba enormemente. Y yo no sé qué tratamiento de belleza, qué masaje eléctrico, yo no sé cómo se las arregló, que hoy no tiene cicatriz. Yo, porque lo sé, veo la cicatriz. Pero sólo le queda una leve línea. Se ha sometido a un tratamiento de belleza, y le han quitado la cicatriz. Y ahora ha recuperado la belleza que tenía antes.

Eso es el purgatorio: un tratamiento de belleza para el alma. Ese alma que está llena de cicatrices por todos los pecados mortales perdonados, pero que han dejado cicatrices. En el purgatorio, se purifican las cicatrices, se limpian las cicatrices, desaparecen las cicatrices. Y ya puedes entrar en el cielo presentable, que es cómo hay que entrar en el cielo.

***

Pues esta indulgencia plenaria, yo la puedo ganar o para mí, o para otro.
¿La puedo ganar para mí? Sí señor. Pero hay un problema. Para que yo gane una indulgencia plenaria para mí, tengo que tener total aborrecimiento de todo desorden. Porque si yo tengo un afecto desordenado, ya estoy mereciendo el purgatorio. Quizás, no infierno; pero por lo menos purgatorio. Porque tengo un afecto desordenado. Si yo tengo un afecto desordenado, no gano la indulgencia plenaria para mí.

Pero si yo aplico a otro una indulgencia plenaria, no importa que yo tenga un afecto desordenado. Si yo tengo un afecto desordenado, ya lo pagaré en el purgatorio. Pero, ¿qué culpa tiene el otro? Yo puedo ganar una indulgencia plenaria y aplicársela a otro. Es mucho más fácil ganar la indulgencia plenaria para otro, que para uno mismo. Para uno mismo es mucho más difícil. Pero para otro, facilísimo. Basta con hacer la obra indulgenciada y poner las condiciones.

En la reforma de indulgencias han quitado las indulgencias plenarias diarias, que había muchas, y han dejado cuatro. Nada más que cuatro. Que son: rezar el rosario en común o delante del Sagrario; media hora de oración delante del Santísimo; media hora de lectura de Biblia; y hacer el Vía-Crucis. Cualquiera de estas cuatro cosas tiene indulgencia plenaria cada día.

Una de las reformas es que sólo se puede ganar una indulgencia plenaria al día. Antes había las «Toties quoties» como la Porciúncula: que podías ganar un montón de indulgencias plenarias en un día. Ahora no. La Iglesia ha decidido dejar una sola plenaria al día. El Vía-Crucis, que es lo que yo hago todos los días, es rapidísimo de hacer. Yo no sé si tardo cinco minutos. No tardo más. En el Vía-Crucis no hay que pararse en las catorce estaciones. Ni rezar una cosa en cada estación. Basta recorrer las estaciones pensando en la Pasión. Y en una capilla pequeña, como la que tenemos los jesuitas en nuestras casas, la capilla la recorro en cinco minutos. En cinco minutos recorro, meditando en la Pasión, las estaciones del Vía-Crucis. Muy sencillo. Y gano la indulgencia plenaria.

Hacer la obra indulgenciada y después, ¿qué condiciones? Pues hay que confesar los ocho días antes o los ocho días después. Si confieso cada quince días, vale. Una comunión por cada indulgencia plenaria. Si comulgo todos los días, vale. Hay que rezar algo por el Papa. Un padrenuestro por las intenciones del Papa, que lo rezamos siempre, después del rosario o después del Vía-Crucis.

Fijaos que las condiciones no pueden ser más sencillas. Si yo todos los días hago un acto que tenga indulgencia plenaria, yo puedo sacar un alma del purgatorio cada día. Fijaos si esto no es fenomenal. Basta que me preocupe de rezar el rosario delante del Santísimo o en común; media hora de oración delante del Santísimo, que lo hacen montones de personas; leer la Biblia durante media hora o el Vía-Crucis. Con que te preocupes un poquitín, puedes sacar del purgatorio un alma al día.

Fijaos si esto no es una obra de caridad impresionante. Y después lo que significa tener en el cielo ese ejército de amigos que saben que tú los sacaste del purgatorio. Fíjate cómo estarán pidiendo a Dios por tus necesidades. Esto que digo, de preocuparse de las almas del purgatorio, me parece interesantísimo, por lo que tiene de caridad. Podemos aplicarla a un ser querido; pero también podemos dejarla en manos de Dios y de la Virgen para que las apliquen a las almas más necesitadas del purgatorio.

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Hay una cosa que se llama « El voto de ánimas» que lo llaman «acto heroico de caridad». Yo, sinceramente, pienso que de heroicidad nada.


¿En qué consiste el voto de ánimas? No es voto, se llama así, pero no obliga bajo pecado. Y puede uno rectificarlo cuando quiera. Pero se llama «voto de ánimas». ¿Qué significa el voto de ánimas? Significa que yo renuncio a todos los méritos renunciables, porque hay méritos que son irrenunciables. En mis buenas obras, yo tengo méritos que son intransferibles. Pero hay otros méritos que yo puedo renunciar. Pues yo renuncio a todos los méritos que yo pueda renunciar, y los pongo en manos del Señor y de la Virgen, para que ellos los distribuyan entre las almas del purgatorio más necesitadas. Que ellos distribuyan como quieran los méritos míos.

Se llama «acto heroico de caridad», por lo que yo renuncio en favor de las almas del purgatorio. Pero yo digo: esto de heroico nada. Porque si dice Cristo: «Los misericordiosos alcanzarán misericordia», y si por hacer yo este acto de misericordia, después voy a tener la misericordia de Dios para conmigo, ¿qué más quiero? Soy yo el que salgo ganando, haciendo un acto de misericordia. Porque Dios después tendrá misericordia conmigo.

Si yo renuncio a ese tesoro espiritual mío, que he ganado con mis buenas obras, si con esa pequeña renuncia de mis pobres obras, logro ayudar a tantas almas que suban a la gloria, y después se interesan por mí, decidme si no es fenomenal tener en el cielo ese ejército de amigos míos, que saben que yo les ayudé a entrar en la gloria. Lo que se van a preocupar por mí.

Por eso decía el Padre Eduardo Fernández Regatillo, S.I., que era un teólogo de gran notoriedad: «Muchas personas de gran categoría espiritual y teológica, han hecho el voto de ánimas». Basta que un día en la misa se haga este ofrecimiento: «Señor, te ofrezco todo lo que yo pueda renunciar, en beneficio de las almas del purgatorio». ¡Los misericordiosos alcanzarán misericordia!

A ver si os animáis a ayudar a los moribundos y a las almas del purgatorio. Que vosotros saldréis ganando. Y ellos también. Muchas gracias.

Instancias, súplicas y exigencias / Autor: Enrique Monasterio


Revisando viejos papeles que debería haber destruido hace muchos años, encuentro la copia de una instancia que envié a un Coronel en mayo de 1964.

Me pregunto si todavía existen las instancias y si los más jóvenes saben de qué estoy hablando.

El Diccionario de la Academia dice que "instancia" equivale a "solicitud", pero no precisa más. Se quedan cortos nuestros sesudos académicos: la instancia fue todo un género literario administrativo de carácter mendicante y barroco con el que los ciudadanos tratábamos de conseguir gracias o mercedes de nuestros superiores. También servía para reclamar derechos, pero siempre con el mismo tono resbaladizo y sumiso.

Las instancias tenían tres apartados bien definidos: en el primero se consignaba el nombre y las circunstancias del peticionario. Luego venía la parte expositiva, en la que, a golpe de gerundio, se describía el fundamento de la solicitud; y en tercer lugar la súplica, que concluía así: "es gracia que espera alcanzar del recto proceder de vuecencia, cuya vida guarde Dios muchos años". Apabullado por tanto incienso, el recipiendario se licuaba de placer y por regla general se mostraba magnánimo.

Me interrumpe Kloster para asegurarme que las instancias todavía existen y aún se escriben en esos términos.

— ¿Estás seguro?

— Completamente.

Es un consuelo. Habría jurado que ya nadie se atreve a "suplicar", a implorar "gracias" y mucho menos a confiar en el recto proceder de un Excelentísimo Señor desconocido.

Y es que, desde hace veinte o treinta años, ya no se pide nada, ni se solicita, ni se ruega, ni –faltaría más– se suplica. Ahora, para estos menesteres, se conjuga el verbo "exigir".

"Los pilotos de Iberia exigen no pernoctar en Buenos Aires" –leo en un periódico–; "los empleados de Sintel exigen una respuesta del gobierno"; "los sinpapeles exigen papeles", "los consumidores exigen garantías sobre la calidad de la carne"; "las asociaciones de padres exigen la gratuidad de los libros de texto"; "el jefe de la oposición exige la dimisión del ministro de…"

Sin entrar en el contenido mismo de tales exigencias, es evidente que en ocasiones se llega a niveles poco razonables. Así, por ejemplo, con motivo de un atentado terrorista en el parking del aeropuerto, un ciudadano indignado dijo en la tele que había que exigir al gobierno que los coches estuviesen suficientemente alejados los unos de los otros para evitar tales catástrofes.

El problema es que vivimos en una sociedad de derechos. Nos han repetido, hasta la saciedad y sin matices, que tenemos derecho a la salud, y en consecuencia, al primer ataque de tos exigimos una pasta a la tabacalera. Y como también tenemos derecho al trabajo, al descanso, a las vacaciones, al bienestar, a una atmósfera limpia, a catorce pagas al año, a comer alimentos sanos y a vivir plácida y serenamente arropados por un Estado benefactor…, el resultado está a la vista: ha nacido una generación incapaz de entender que en esta vida hay muy pocas cosas exigibles; que la mayor parte de los favores que recibimos son gratuitos: nos llegan porque Dios es misericordioso y los hombres algunas veces también. La me generation, o "generación del yo" que diría el profesor Llano, nos ha salido respondona e impertinente. Cree completamente en serio que puede exigir el Paraíso "a quien corresponda" y se pasa la vida de morros reclamándolo a sus semejantes. Es una tribu de adolescentes crónicos, aunque muchos hayan cumplido los 60.


Parece una contradicción

Hace años, un veterano político metía levemente la pata en una rueda de prensa. La joven periodista que le interrogaba se lo hizo notar, y el político masculló en voz baja:

— Usted, perdone: me he equivocado.

La periodista quiso añadir algo, apenas un matiz, pero el político la cortó en seco casi gritando:

— ¡Señorita, ya le he dicho que me perdone! ¡Le exijo que me perdone!

Esta sorprendente "exigencia" de perdón me recuerda al bueno de mi gasolinero que, cada vez que llena el depósito, exige su propina con gesto inequívoco e implacable. Hace días tuve que disculparme porque no llevaba suelto. Me perdonó la vida; pero desde entonces ando inquieto, con cierto complejo de culpa.

Termino contemplando la vieja instancia que escribí hace tantos años. La guardo como una reliquia: no es que me entusiasme el estilo literario, pero también a mí me gustaría que, alguna vez, me digan eso tan bonito de "cuya vida guarde Dios muchos años".

martes, 30 de octubre de 2007

Condenas / Autor: P. Jesús Higueras

Mas Jesús se fue al monte de los Olivos. Pero de madrugada se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles.
Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio.
Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?"
Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acuasarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra.
Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: "Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra."
E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio.
Incorporándose Jesús le dijo: "Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?"
Ella respondió: "Nadie, Señor." Jesús le dijo: "Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más."

Juan 8, 1-11

Recuerdo cómo en el colegio, de pequeños, cuando alguno hacía una trastada en clase, temía levantar la mano si el profesor preguntaba quién había sido, porque todos esperábamos el castigo correspondiente a nuestra infracción. Sólo los muy valientes levantaban la mano, decían “¡he sido yo!”, y aguantaban con estoicismo lo merecido.

Si esa es la mente de los hombres, no es la de Dios. El Evangelio lo corrobora, pues es sorprendida una mujer en fragante adulterio, y reconociéndose pecadora espera el castigo. Pero no el castigo de Dios, porque Dios no castiga. Esto es una cosa que todavía no hemos acabado de comprender: somos nosotros los que castigamos, somos los hombres los que siempre buscamos necesariamente un cabeza de turco, alguien en quien descargar nuestro sentimiento de culpabilidad, pensando que si condenamos a otros y hacemos del otro la personificación del mal, nosotros nos sentiremos más liberados de nuestras culpas o de nuestros sentimientos de culpabilidad. Sin embargo, qué bonito es ver cómo Jesús, que tantas veces había dicho que el Hijo del hombre no ha venido para condenar sino para salvar, hace realidad esta sentencia cuando se encuentra con la mujer adúltera. – “Mujer, ¿ quién te condena?”. – “Nadie, Señor”. Y el Señor contesta inmediatamente: -“Pues yo tampoco te condeno”. Él, que no había cometido pecado, que es el único inocente, y tampoco experimentó lo que era hacer daño, al no lo conocerlo para sí mismo, no lo quiso conocer para los demás.

¡Cuántas veces tenemos aún esa idea de un Dios que está con la lupa mirando nuestros pecados, para ver el más mínimo resquicio y provocar así nuestra condenación!. Qué caricatura tan falsa de Dios y qué idea tan equívoca es atribuir a Dios la tarea del Maligno, pues en el libro del Apocalipsis, para describir al demonio se le llama: “El acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche”(Ap. 12,10). Es propio de Dios salvar y es propio del Maligno condenar, destruir y acusar sin piedad. Es propio de Dios sanar las heridas, cambiar los corazones, ensalzar a los humildes que reconocen sus humillaciones.

Si entendiéramos la frase “misericordia quiero y no sacrificios”, veríamos que no tenemos ninguna autoridad moral para condenar a nadie, para juzgar a nadie, para criticar a nadie, para decir nada de nadie. El Señor lo dice en el Evangelio de éste domingo: “El que esté sin pecado, que tire la primera piedra”, que se atreva a empezar, porque, ¿quién está limpio ante Dios?, ¿Quién puede decir que sus pecados son menos importantes que los pecados de los demás?. ¿Quién puede decir al hermano: “Yo soy mejor que tu”?.

Cada uno a nuestro nivel, según las luces y los dones que ha recibido, hemos de tener la honestidad y la honradez de reconocernos frágiles y limitados ante Dios, de no tener miedo a reconocernos pecadores. Porque al revés que en la sociedad civil, cuando uno se declara pecador es cuando está absuelto, y cuando uno no reconoce su culpabilidad, es cuando arrastra la culpa para siempre. Por eso condenamos con tanta facilidad a los demás, porque en definitiva no queremos sentirnos culpables o responsables de nuestras obras malas.

Qué inteligente es el Señor, cuando al despedirse de la mujer, le dice: “Yo no te condeno, vete y no peques más”. Porque perdonar no significa aprobar, ni aplaudir o decir que no ha pasado nada. Significa reconocer el error, y volver a dar la oportunidad a aquél que quiere realmente cambiar.

Simplemente dos preguntas al final de esta reflexión: ¿Qué escribiría el Señor en la tierra?, y segunda pregunta: ¿Dónde estaba el hombre con el que la mujer pecó?

La Constitución Dogmática “Gaudium et Spes” / Autor: Hº Jaime Ruiz Castro CM















Es el documento que marca la base de los contenidos de la actual Doctrina Social de la Iglesia y por lo tanto leído en clave de misión nos viene a decir como la Evangelización llega a transformar la estructura de la sociedad, haciendo de la persona una promoción espiritual y humana. El esquema que señalo a continuación es tipo de revisión de vida.

VER.

* Los cambios tecnológicos han ocasionado cambios sociales. Han afectado a todo el mundo, individuos, familias, comunidades y naciones.

* Los conflictos se han recrudecido: riqueza acumulada en pocos y miseria en muchos; además de libertad y esclavitud psicológica.

* Resultados buenos y malos. Crece la convicción de que la humanidad es capaz de status en orden político conforme a la dignidad humana. Hasta ahora los cambios tecnológicos han propiciado la interdependencia, pero no han alentado las relaciones personales.

* Surge un nuevo humanismo en el que la empresa se define por sus responsabilidades ante el mundo. Hay peligro de que el cristiano dependa de los descubrimientos modernos y de buscar las realidades superiores.

JUZGAR.

I. La Iglesia: en el mundo experimenta la misma situación terrena; signo de los tiempos.

* La naturaleza humana se refleja en la historia, la ciencia y la cultura. La Iglesia puede recibir ayuda del mundo moderno para preparar el terreno al Evangelio.

* La Iglesia no está ligada a ningún sistema político, económico o social.

* La iglesia necesita purificarse constantemente.

* Su misión (salvadora y escatológica) empieza en este mundo. Por ello se preocupa y juzga las realidades terrenas.

II. Principios de reflexión:

* Sobre la dignidad humana.

a. El ser humano es creado a imagen de Dios (libre e inteligente); es sociable; experimenta en si mismo la división por el bien y el mal; su dignidad está en su libertad, para seguir su recta conciencia.

b. Ante el ateísmo, obstaculiza la liberación de la persona, pero el conocimiento de Dios no es contra la dignidad humana.

* Sobre la sociabilidad humana:

a. El perfeccionamiento del individuo y de la sociedad depende del esfuerzo de cada uno. El bien común se logra con la cooperación de todos. La Escritura prescribe el amor al prójimo. El amor es activo. Jesús nos llamó hijos de Dios para que nos amaramos como hermanos.

b. El mundo, en su realidad terrena, ha de ser envuelto en el espíritu cristiano que se muestra a través del ejemplo.

* Sobre el matrimonio y la familia:

a. Las familias son la base de la sociedad. De la estabilidad de las familias depende la salud de los individuos y de la sociedad.

b. El matrimonio tiene como destino: al procreación y la educación de los hijos; la ayuda y la comunidad de vida. Destruyen el matrimonio: el divorcio, el amor libre, el egoísmo, la poligamia, la idolatría del placer, ciertas condiciones socioeconómicas, políticas y la sobrepoblación.

c. La vida humana debe cuidarse desde el momento de la concepción, como algo sagrado.

* Sobre el desarrollo cultural:

a. La cultura ha de desarrollarse propiciando el crecimiento integral de la persona.

b. Dios habla para las diversas culturas.

c. La Iglesia ha de difundir el Evangelio mediante las diversas culturas.

d. La cultura necesita libertad para desarrollarse.

e. Todo ser humano tiene derecho a la cultura, al pensamiento y a su expresión. Las mujeres han de participar en la vida cultural.

* Sobre la actividad socioeconómica:

a. La persona humana es el origen, centro, y fin de toda la vida socioeconómica.

b. La justicia va contra las injusticias económicas actuales.

c. El trabajo humano es superior los otros factores y recursos de la vida económica. Por eso la actividad económica en detrimento del trabajador es errónea e inhumana.

d. Los trabajadores tienen derecho a participar de alguna manera en el funcionamiento y administración de la empresa.

e. Dios establece el destino universal de los bienes y la propiedad privada es un medio para que ese destino se realice. Por ello todos tienen derecho a los bienes que satisfagan sus necesidades personales y familiares.

f. El empleo es un camino para la recta distribución de los bienes.

g. Las autoridades públicas han de velar que no exista un mal uso de la propiedad privada y su función social.


* Sobre la paz:

a. La paz se basa en el amor, la armonía, la confianza y la justicia.

b. Las armas modernas ponen a la humanidad en situación crítica.


III. JUICIO: Hay que eliminar las causas de las injustas condiciones que afectan la dignidad de los hombres, de sus familias, de su desarrollo cultural y de una humana actividad socioeconómica.

ACTUAR:

I. La Iglesia exhorte a todos a mejorar el mundo (templo de Dios) alentando a la conversión del corazón. Los cristianos como individuos deben comprometerse a actuar por la evangelización del mundo, para que sea más humano.

II. Foméntese la paternidad responsable.

III. Que el pensamiento cristiano se exprese en términos asequibles a la cultura de los pueblos.

IV. Promover el desarrollo integral de la persona humana.

V. El progreso tecnológico debe adaptarse a la persona integral.

VI. Exigir una auténtica participación de los bienes.

VII. Apoyarse en la no violencia y respetar la objeción de conciencia.

VIII. Aunque se permita la defensa en sí, deben evitarse las guerras de conquista. Cese la carrera armamentista.

IX Crear las condiciones para una cooperación ecuménica en mira a la Justicia.

X La Iglesia esté atenta contra la injusticia

El Crucifijo de Mi Madre / Autor: Antonio F. Grillo


Le cubrío de besos,
le contó sus males,
que adornan su imagén;
puso en esa frente,
cubierta de sangre,
transida de pena,
sus labios amantes.

Junto en ramillete
las rosas del valle,
y cubrio con ellas
las plantas del Martir.
Le colgo a mi cuello
y con voz de angel;
"Guardale!" me dijo,
Llorando mi madre.

El limpio sudario
que envuelve sus carnes;
las negras espinas,
los clavos punzantes:
la lampara triste
que a intervalos arde,
al muro prestando
reflejos fugaces;
la cruz silenciosa
y el santo cadaver
en ella clavado
por raza culpable...
Oh cuanta ternura
guardara mi madre!

El sol en el cielo
se inflama radiante;
violetas y lirios
perfuman el aire;
ya tienen más musica
las funetes del valle;
vestidos de flores
se alegra mi aldea,
se ven los altares,
se alegra mi aldea;
y alli por las tardes
al son de la esquila
se reza la salve.
Feliz primavera!
Bendita la imagen
del Cristo a quien rezo
pensando en mi madre!

Yo siento a mis olas
hervir tempestades;
me acecha del mundo
la envidia cobarde;
el vicio asqueroso
con faz repugnante
su abismo me abre
su baba me arroja
más no la serpiente
con lucha implacable
podra de sus furias
del dardo arrojarme;
La Cruz de mi escudo,
y alli del combate
el Cristo me salva
que adoro mi madre!

Por eso a sus plantas
les rezo constante
por eso en el busco
remedio a mis males;
por eso arrancando
violetas del valle,
perfumo con ellas
las plantas del Martir;
por eso a mi cuello
llevando su imagén
de mi cuerpo mismo
forma el suyo parte:
por eso una noche,
cual siempre al besarme.
"Guardale!" me dijo
llorando mi madre.

Un cardenal exhorta a los fieles a ver el filme «Bella»

Considera a Eduardo Verástegui, protagonista, modelo de católico

(ZENIT.org).- El filme «Bella» está destinado a tener un impacto extraordinario en la vida de la gente, asegura el cardenal Justin Kigali, presidente de la Comisión para la Vida, de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos.

El arzobispo de Filadelfia considera que la película, estrenada en este país el pasado 26 de octubre, «tiene un mensaje muy ligado a la vida: a los problemas de la vida, a los desafíos de la vida, al valor de la vida».

El purpurado ha escrito una carta a sus hermanos obispos animándoles a acoger proyecciones de «Bella», con la esperanza de difundir el mensaje del filme.

La película ganó el «People's Choice Award» 2006 en el Festival de Cine de Toronto.

«Bella» relata la historia de una joven encinta que pierde el trabajo, y de un hombre que no logra recuperarse de un trágico accidente pasado. La amistad cambia su vida y les da a los dos una nueva esperanza.

Los protagonistas son Eduardo Verástegui, Tammy Blanchard, Manny Pérez y Ali Landry.

A Verástegui, que ha sido músico y galán de cine, se le considera modelo de católico, tras una conversión espiritual que lo acercó de nuevo al catolicismo, y es ahora un decidido defensor del derecho a la vida, de la castidad y de su fe

En una entrevista concedida en julio a la cadena de televisión «Eternal Word», Verástegui subrayó que para él está claro: «el fin de mi vida, de nuestra vida. No he sido llamado y no nací para ser actor, no fui creado para ser famoso, rico, ingeniero, médico de éxito. He sido llamado a ser santo».

Alejandro Monteverde dirigió y contribuyó a la escenografía de «Bella», producida por Metanoia Films. Steve McEveety, productor de «Braveheart» y «La Pasión de Cristo», es el productor ejecutivo.

Para más información:
www.eduardoverastegui.com.ar/espanol/Bella/_bella_espanol.htm
O también:
http://www.bellathemovie.com

lunes, 29 de octubre de 2007

"Bienaventuranzas del político" / Autor: François-Xavier Card. Nguyên Van Thuân


Siervo de Dios,
el cardenal François-Xavier Nguyên Van Thuân
(1928-2002)


1. Bienaventurado el político que tiene un elevado conocimiento y una profunda conciencia de su papel.

El Concilio Vaticano II definió la política «arte noble y difícil» (Gaudium et spes, 73). A más de treinta años de distancia y en pleno fenómeno de globalización, tal afirmación encuentra confirmación al considerar que, a la debilidad y a la fragilidad de los mecanismos económicos de dimensiones planetarias se puede responder sólo con la fuerza de la política, esto es, con una arquitectura política global que sea fuerte y esté fundada en valores globalmente compartidos.

2. Bienaventurado el político cuya persona refleja la credibilidad.

En nuestros días, los escándalos en el mundo de la política, ligadas sobre todo al elevado coste de las elecciones, se multiplican haciendo perder credibilidad a sus protagonistas. Para volcar esta situación, es necesaria una respuesta fuerte, una respuesta que implique reforma y purificación a fin de rehabilitar la figura del político.

3. Bienaventurado el político que trabaja por el bien común y no por su propio interés.

Para vivir esta bienaventuranza, que el político mire su conciencia y se pregunte: ¿estoy trabajando para el pueblo o para mí? ¿Estoy trabajando por la patria, por la cultura? ¿Estoy trabajando para honrar la moralidad? ¿Estoy trabajando por la humanidad?

4. Bienaventurado el político que se mantiene fielmente coherente,

con una coherencia constante entre su fe y su vida de persona comprometida en política;
con una coherencia firme entre sus palabras y sus acciones;
con una coherencia que honra y respeta las promesas electorales.

5. Bienaventurado el político que realiza la unidad y, haciendo a Jesús punto de apoyo de aquélla, la defiende.

Ello, porque la división es autodestrucción. Se dice en Francia: «los católicos franceses jamás se han puesto en pié a la vez, más que en el momento del Evangelio». ¡Me parece que este refrán se puede aplicar también a los católicos de otros países!

6. Bienaventurado el político que está comprometido en la realización de un cambio radical,

y lo hace luchando contra la perversión intelectual;
lo hace sin llamar bueno a lo que es malo;
no relega la religión a lo privado;
establece las prioridades de sus elecciones basándose en su fe;
tiene una charta magna: el Evangelio.

7. Bienaventurado el político que sabe escuchar,

que sabe escuchar al pueblo, antes, durante y después de las elecciones;
que sabe escuchar la propia conciencia;
que sabe escuchar a Dios en la oración.
Su actividad brindará certeza, seguridad y eficacia.

8. Bienaventurado el político que no tiene miedo.

Que no tiene miedo, ante todo, de la verdad: «¡la verdad –dice Juan Pablo II-- no necesita de votos!».
Es de sí mismo, más bien, de quien deberá tener miedo. El vigésimo presidente de los Estados Unidos, James Garfield, solía decir: «Garfield tiene miedo de Garfield».
Que no tema, el político, los medios de comunicación. ¡En el momento del juicio él tendrá que responder a Dios, no a los medios!

Testimonio sobre halloween de una conversa del satanismo

Tras convertirse al catolicismo luego de practicar durante varios años el satanismo y el esoterismo, Cristina Kneer de Vidal, residente de Hermosillo, México, explicó que la fiesta de Halloween es la más importante para los cultos demoníacos pues además de iniciarse el nuevo año satánico, "es como si se celebrara el cumpleaños del diablo".

La ex astróloga afirmó que la noche de Halloween no debe celebrarse por ningún católico pues, entre otras cosas, es la fecha en la que los grupos satánicos sacrifican a jóvenes y niños. "No quiero asustar a nadie, todo el mundo es libre de creer lo que quiera, pero mis palabras deben ser tomadas en cuenta, por lo menos pido que me escuchen, razonen y decidan", afirmó.

"Miles de personas han adoptado sin saberlo una costumbre satánica y con ello están propiciando el crecimiento del satanismo en México y en las grandes urbes", agregó Kneer y explicó que "son temas poco conocidos, practiqué la meditación y aunque ahora me arrepiento, llegué a abominar a Dios".

Ritos satánicos

"Se eligen preferentemente niños porque son los que aún no han pecado y son los preferidos de Dios", afirmó.

Hay ocho principales fiestas satánicas: la más alta es la fiesta de Samhain o Halloween del 31 de octubre, en que se celebra el año nuevo satánico (para los católicos es la víspera de Todos los Santos). Luego sigue la fiesta del 21 de diciembre o la fiesta de Yule (cercana al día de la Navidad); el 22 de febrero se celebra la fiesta de Candlemas o festival de Luces. La siguiente fiesta en el calendario es el equinoccio de primavera, generalmente se hace el mismo día de la Pascua burlándose de la muerte de Jesús en la Cruz y la fiesta se distingue por un sacrificio similar.

Conversión

Cristina Kneer pertenece a un grupo conocido como SAL, que pretende enviar a los satanistas un mensaje de esperanza para que se conviertan y la petición de que no hagan más daño.

"Cualquier satánico que lea esta información y que quiera rechazar o abandonar el satanismo puede hacerlo con ayuda de Dios, como ya lo hemos logrado nosotras", señaló Kneer.

La dirección del grupo de ex-satanistas es el apartado postal 50, delegación 6, en Hermosillo, Sonora, Mexico.

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Noticia de ACI

Explícame quién es Dios! / Autor: P. Fernando Pascual LC

En la ciudad de Barcelona dos esposos se acercan a un sacerdote y le preguntan si sabía inglés. Ante la respuesta afirmativa, piden un favor especial: que explique a su hijo de 9 años quién es Dios.

El mismo hijo había formulado varias veces esa pregunta a sus padres. Pero como ellos eran ateos, no se sentían capaces de ofrecer una respuesta. El niño no sabía prácticamente nada sobre Dios, pues no había recibido ninguna educación religiosa en casa o en la escuela. Quizá habría escuchado en algún lugar algo sobre ese ser misterioso que algunos llaman “Dios”. Un día empezó a buscar a alguien que le pudiese decir algo más sobre este “tema”.

Esta anécdota nos pone ante dos realidades. La primera es que hay familias en las que la religión brilla por su ausencia. Algunas de esas familias han aceptado un ateísmo teórico y práctico. Organizan su vida según lo que resulta “normal” y racionalizable: obtener dinero con un trabajo honesto, acoger a los hijos, tener momentos de descanso y de vacaciones, quizá realizar alguna actividad de tipo filantrópico. Los hijos son educados en un completo vacío religioso, pues Dios no tiene ningún espacio en esos hogares: se vive como si no existiese, como si fuese totalmente ajeno a la existencia humana.

Otras familias se caracterizan por poseer un “barniz” de algunos principios religiosos. Creen en la existencia de Dios, incluso quizá pertenecen a la Iglesia católica o a alguna confesión cristiana. Pero, en la práctica, la vida se desarrolla alrededor de preocupaciones y de proyectos que son comunes a quienes no creen en Dios. Los hijos reciben algunas ideas cristianas, pero no ven casi nunca orar a sus padres, ni tienen momentos para leer la Biblia o hablar de religión con ellos.

La segunda realidad es ese deseo de conocer a Dios que nace, espontáneo o provocado, en los niños y en no pocos adultos. Algunos han vivido en el ateísmo más radical, teórico o práctico, pero un día se preguntan si sea posible que exista un Dios. Y, si Dios existe, quieren saber cómo es, qué hace, si se puede tratar con Él y si interviene en la vida de los hombres y mujeres del planeta.

La pregunta de un niño de 10 años podría suscitarnos una extraña sensación interior de desasosiego. ¿Qué hubiese ocurrido si me hubiese preguntado a mí? ¿Cómo le respondería?

No es fácil hablar de Dios a quien nada sabe de quien nos ama con locura, como un Padre, como una Madre. Cada vez será más frecuente tener que responder a este tipo de preguntas. La mejor respuesta la darán quienes tratan con Dios como lo que es: un Ser superior y cercano, nuestro Creador y nuestro mejor Amigo, nuestro Redentor. Quienes han descifrado lo que es su amor de Padre y lo que ha hecho al enviarnos a su Hijo. Quienes tienen un corazón de niños, manso y humilde, puro y pacífico, y se dan con alegría al servicio de los que viven a su lado. Quienes han dejado su egoísmo y han aprendido que en el Reino de los cielos es mejor dar que recibir, servir que ser servido, humillarse que enaltecerse, morirse en el surco, como la espiga, que conservar los dones de Dios escondidos bajo la almohada. Quienes, en definitiva, aman mucho porque se les ha perdonado mucho...

domingo, 28 de octubre de 2007

Hijos de la Luz / Autora: Madre Angelica

“Antes de empezar…”

Vivimos en una era en la que la tecnología y la ciencia exigen pruebas, y sin embargo, buscamos el misterio. Pero cuando Dios nos ofrece ese misterio, nos esmeramos en destruirlo con nuestra grosera indiferencia o con razonamientos infantiles.

Nos enorgullecemos de nuestros avances tecnológicos y en el hecho de haber encontrado ese invisible poder llamado “energía atómica”, energía que puede curar, destruir, renovar y reconstruir. Y sin embargo, negamos a los espíritus angélicos quienes son también poderes invisibles que pueden destruir, curar y renovar.

Nos enorgullecemos de los genios que aparecen por aquí y por allá, y sin embargo negamos la multitud de inteligencias que sacuden la mente humana.

Sabemos del mal que existe en el mundo y de la incapacidad del hombre para hacerle frente y sin embargo negamos a los espíritus del mal que acechan al hombre en su afán por destruirlo.

Sabemos que Dios es infinito e ilimitado, y sin embargo limitamos su poder creativo en el mundo visible y sus habitantes. Nos enorgullecemos del hecho de que podemos ver la realidad y describirla tal cual es, y más tarde gastamos millones de dólares en tranquilizantes que nos ayuden a olvidarla.

Consideramos que todo aquello que concierne al “otro mundo” está por debajo del nivel de nuestra inteligencia y sin embargo miramos programas de televisión y leemos revistas sobre percepción extra-sensorial y ocultismo.

Observamos con interés como la ciencia incursiona en la telepatía y en la posibilidad de leer las mentes, y sin embargo consideramos nuestra conversación mental con Dios o con nuestro ángel como pura imaginación o fantasía diurna.

Estamos llenos de contradicciones y podríamos aceptar cualquier cosa con tal que no escape a nuestra comprensión, y sin embargo, nuestros corazones y mentes ansían esa realidad invisible que el orgullo mismo ha puesto más allá de nuestro alcance, esa realidad que solo la fe y la humildad pueden alcanzar y comprender.

Es importante rezar / Autor: Pbro. Dr. Jorge A. Gandur

Todos los hombres queremos hacer oración, pero a veces nos resulta costoso, y es necesario tener en cuenta la importancia que tiene el desear hacerlo. Para esto se necesita ir dando pasos, como el niño que va aprendiendo a caminar. Aquí te sugiero algunos para que puedas crecer en trato de amistad con quien sabes que te ama.

Fe: hablar con Dios es hablar con una persona, con una persona viva. No es una figuración ni un artificio. Dios nos ve y nos escucha.

La atención más frecuente que retrae para hacer oración, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta se expresa menos en una incredulidad declarada que en unas preferencias de hecho. Cuando de empieza a orar, se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes; una vez más, es el momento de la verdad del corazón y de clarificar preferencias.

En cualquier caso, la falta de fe revela que no se ha alcanzado todavía la disposición propia de un corazón humilde: “Sin mí, no podéis hacer nada” (Jn 15, 5; cf. CEC 2732).

Confianza y sencillez: no se trata de devanarse los sesos para decir cosas bonitas. Hay que charlar con la confianza que se tiene con un amigo.

Humildad y sinceridad: la humildad es una disposición necesaria para llegar a hacer bien la oración; pero además la oración es una gran fuente de conocimiento propio, lo que conduce a la humildad “que no es otra cosa que andar en la verdad” (sta. Teresa, Moradas). Las miserias personales no apartan a un verdadero hijo del diálogo con su Padre Dios. Sólo la soberbia ensombrece el horizonte y conduce a la desesperación y al desaliento.

Valentía: el principal defecto de muchos que no se atreven a rezar es que no quieren salir del anonimato, que no se atreven –por cobardía- a enfrentarse cara a cara con Dios.

Generosidad: hablar con Dios no es parlotear sin sentido. Un hijo busca conocer y cumplir la voluntad de Dios. Esto exige muchas veces una buena dosis de sacrificio, de abnegación y de entrega. La palabrería es duramente reprendida por Jesús.

Cómo prepararse



Estas consideraciones presuponen toda la teología espiritual que nos informa de que es Dios mismo quien nos da la posibilidad de hablar con Él. Sin el concurso de la gracia nadie sería capaz ni siquiera de pronunciar el nombre de Jesús con mérito.

Disponerse a hacer un rato de oración mental supone un deseo de fondo de hablar con Dios. Por esto, la preparación que podríamos llamar remota es el empeño humilde y eficaz de estar habitualmente en gracia de Dios. Esto se logra acudiendo regularmente a los sacramentos y, en particular, al de la Penitencia.

Junto a esta disposición, están los medios ascéticos tradicionales para fomentar la presencia de Dios: guarda de corazón y de los sentidos, jaculatorias, etc.

La preparación próxima es la que proporciona el recogimiento íntimo. Es conveniente poner a raya la imaginación y los sentidos para que no se dispersen. “Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que son amigos de orar puestos de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para exhibirse delante de los hombres […]. Tú, por el contrario, cuando te pongas a orar, entra en tu aposento y, cerrada la puerta, ora a tu Padre, que está en lo oculto; y tu Padre, que ve en lo oculto, te recompensará” (Mt 6, 6).

Es en la interioridad del hombre donde es posible encontrar a Dios. “Es el lugar de la decisión, en lo más profundo de nuestras tendencias psíquicas. Es el lugar de la verdad, allí donde elegimos entre la vida y la muerte.

Que trates a Cristo

Pero, no lo olvidemos, hay un solo modo de crecer en la familiaridad y en la confianza con Dios: tratarlo en la oración, hablar con Él, manifestarle, de corazón a corazón, nuestro afecto. El camino de la identificació n con cristo pasa por una vida de oración verdadera.

Los cristianos no tenemos un modo único, prefabricado, para hacer oración, porque los hijos de Dios no necesitan un método, cuadriculado y artificial para dirigirse al Padre. La oración ha de tener la espontaneidad del hijo que habla con su padre, del amigo que habla con el amigo. Cada uno debe encontrar un modo de orar propio, según las necesidades de su alma en ese momento concreto de su vida.

La oración va prendiendo en una hoguera que se alimenta de los troncos recios que ofrece, de ordinario, la meditación del Evangelio y de las verdades de la fe cristiana. Esta oración es la de los hijos de Dios: confiada, sin anonimato, personal, sincera, con el deseo de cumplir siempre la Voluntad de nuestro Padre del Cielo.

En la oración estamos con Jesús; eso nos debe bastar. Vamos a entregarnos, a conocerlo, a aprender a amarlo. El modo de hacerla depende de muchas circunstancias: del momento que pasamos, de las alegrías que hemos recibido, de las penas… que se convierten en gozo cerca de Cristo. En muchas ocasiones traemos a consideración algún pasaje del Evangelio y contemplamos la Santísima Humanidad de Jesús, y aprendemos a quererlo; examinamos otras veces si estamos santificando el trabajo, si nos acerca a Dios; cómo es el trato con aquellas personas entre las que transcurre nuestra vida: la familia, los amigos…; quizá al hilo de la lectura de algún libro, convertimos en tema personal aquello que leemos, diciendo al Señor con el corazón esa jaculatoria que se nos propone, continuando con un afecto que el Espíritu Santo ha sugerido en lo hondo del alma, recogiendo un pequeño propósito para llevarlo a cabo en ese día o avivando otro que habíamos formulado…

La oración mental es una tarea que exige poner en juego, con la ayuda de la gracia, la inteligencia y la voluntad, dispuestos a luchar decididamente contra las distracciones, no admitiéndolas nunca voluntariamente y poniendo empeño en dialogar con el Señor, que es la esencia de toda oración: hablarle con el corazón, mirarlo, escuchar su voz en lo íntimo del alma.

Junto a Cristo en el Sagrario, o allí donde nos encontremos haciendo el rato de oración mental, perseveraremos por amor cuando estemos gozosos y cuando nos resulte difícil y nos parezca que aprovechamos poco. Nos ayudará en muchas ocasiones el sabernos unidos a la Iglesia orante en todas las partes del mundo. Nuestra voz se une al clamor que, en cada momento, se dirige a Dios Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo.

En la perseverancia en la diaria oración se encuentra el origen de nuestra identificació n con Cristo y una fuente continua de alegría, si ponemos empeño y vamos decididos a estar a solas con quien sabemos nos ama.

El amor al Señor progresa al compás de la oración y repercute en las acciones de la persona, en su trabajo, en su apostolado, en su mortificación…

Vencer los obstáculos

En este punto, vital para el progreso espiritual, el alma deberá estar atenta ante los llamados fracasos de la oración: desaliento ante la sequedad; tristeza de no entregarnos totalmente al Señor
–porque “tenemos muchos bienes”-; decepción por no ser escuchados según nuestra propia voluntad… Es preciso conocer con prontitud el origen de estos fracasos para poner el remedio oportuno y perseverar en el trato filial con Dios.

Todos los hombres queremos hacer oración, pero a veces nos resulta costoso, y es necesario tener en cuenta la importancia que tiene el desear hacerlo. Para esto se necesita ir dando pasos, como el niño que va aprendiendo a caminar. Aquí te sugiero algunos para que puedas crecer en trato de amistad con quien sabes que te ama.

Fe: hablar con Dios es hablar con una persona, con una persona viva. No es una figuración ni un artificio. Dios nos ve y nos escucha.

La atención más frecuente que retrae para hacer oración, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta se expresa menos en una incredulidad declarada que en unas preferencias de hecho. Cuando de empieza a orar, se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes; una vez más, es el momento de la verdad del corazón y de clarificar preferencias.

En cualquier caso, la falta de fe revela que no se ha alcanzado todavía la disposición propia de un corazón humilde: “Sin mí, no podéis hacer nada” (Jn 15, 5; cf. CEC 2732).

Confianza y sencillez: no se trata de devanarse los sesos para decir cosas bonitas. Hay que charlar con la confianza que se tiene con un amigo.

Humildad y sinceridad: la humildad es una disposición necesaria para llegar a hacer bien la oración; pero además la oración es una gran fuente de conocimiento propio, lo que conduce a la humildad “que no es otra cosa que andar en la verdad” (sta. Teresa, Moradas). Las miserias personales no apartan a un verdadero hijo del diálogo con su Padre Dios. Sólo la soberbia ensombrece el horizonte y conduce a la desesperación y al desaliento.

Valentía: el principal defecto de muchos que no se atreven a rezar es que no quieren salir del anonimato, que no se atreven –por cobardía- a enfrentarse cara a cara con Dios.

Generosidad: hablar con Dios no es parlotear sin sentido. Un hijo busca conocer y cumplir la voluntad de Dios. Esto exige muchas veces una buena dosis de sacrificio, de abnegación y de entrega. La palabrería es duramente reprendida por Jesús.

Cómo prepararse

Estas consideraciones presuponen toda la teología espiritual que nos informa de que es Dios mismo quien nos da la posibilidad de hablar con Él. Sin el concurso de la gracia nadie sería capaz ni siquiera de pronunciar el nombre de Jesús con mérito.

Disponerse a hacer un rato de oración mental supone un deseo de fondo de hablar con Dios. Por esto, la preparación que podríamos llamar remota es el empeño humilde y eficaz de estar habitualmente en gracia de Dios. Esto se logra acudiendo regularmente a los sacramentos y, en particular, al de la Penitencia.

Junto a esta disposición, están los medios ascéticos tradicionales para fomentar la presencia de Dios: guarda de corazón y de los sentidos, jaculatorias, etc.

La preparación próxima es la que proporciona el recogimiento íntimo. Es conveniente poner a raya la imaginación y los sentidos para que no se dispersen. “Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que son amigos de orar puestos de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para exhibirse delante de los hombres […]. Tú, por el contrario, cuando te pongas a orar, entra en tu aposento y, cerrada la puerta, ora a tu Padre, que está en lo oculto; y tu Padre, que ve en lo oculto, te recompensará” (Mt 6, 6).

Es en la interioridad del hombre donde es posible encontrar a Dios. “Es el lugar de la decisión, en lo más profundo de nuestras tendencias psíquicas. Es el lugar de la verdad, allí donde elegimos entre la vida y la muerte.

Que trates a Cristo

Pero, no lo olvidemos, hay un solo modo de crecer en la familiaridad y en la confianza con Dios: tratarlo en la oración, hablar con Él, manifestarle, de corazón a corazón, nuestro afecto. El camino de la identificació n con cristo pasa por una vida de oración verdadera.

Los cristianos no tenemos un modo único, prefabricado, para hacer oración, porque los hijos de Dios no necesitan un método, cuadriculado y artificial para dirigirse al Padre. La oración ha de tener la espontaneidad del hijo que habla con su padre, del amigo que habla con el amigo. Cada uno debe encontrar un modo de orar propio, según las necesidades de su alma en ese momento concreto de su vida.

La oración va prendiendo en una hoguera que se alimenta de los troncos recios que ofrece, de ordinario, la meditación del Evangelio y de las verdades de la fe cristiana. Esta oración es la de los hijos de Dios: confiada, sin anonimato, personal, sincera, con el deseo de cumplir siempre la Voluntad de nuestro Padre del Cielo.

En la oración estamos con Jesús; eso nos debe bastar. Vamos a entregarnos, a conocerlo, a aprender a amarlo. El modo de hacerla depende de muchas circunstancias: del momento que pasamos, de las alegrías que hemos recibido, de las penas… que se convierten en gozo cerca de Cristo. En muchas ocasiones traemos a consideración algún pasaje del Evangelio y contemplamos la Santísima Humanidad de Jesús, y aprendemos a quererlo; examinamos otras veces si estamos santificando el trabajo, si nos acerca a Dios; cómo es el trato con aquellas personas entre las que transcurre nuestra vida: la familia, los amigos…; quizá al hilo de la lectura de algún libro, convertimos en tema personal aquello que leemos, diciendo al Señor con el corazón esa jaculatoria que se nos propone, continuando con un afecto que el Espíritu Santo ha sugerido en lo hondo del alma, recogiendo un pequeño propósito para llevarlo a cabo en ese día o avivando otro que habíamos formulado…

La oración mental es una tarea que exige poner en juego, con la ayuda de la gracia, la inteligencia y la voluntad, dispuestos a luchar decididamente contra las distracciones, no admitiéndolas nunca voluntariamente y poniendo empeño en dialogar con el Señor, que es la esencia de toda oración: hablarle con el corazón, mirarlo, escuchar su voz en lo íntimo del alma.

Junto a Cristo en el Sagrario, o allí donde nos encontremos haciendo el rato de oración mental, perseveraremos por amor cuando estemos gozosos y cuando nos resulte difícil y nos parezca que aprovechamos poco. Nos ayudará en muchas ocasiones el sabernos unidos a la Iglesia orante en todas las partes del mundo. Nuestra voz se une al clamor que, en cada momento, se dirige a Dios Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo.

En la perseverancia en la diaria oración se encuentra el origen de nuestra identificació n con Cristo y una fuente continua de alegría, si ponemos empeño y vamos decididos a estar a solas con quien sabemos nos ama.

El amor al Señor progresa al compás de la oración y repercute en las acciones de la persona, en su trabajo, en su apostolado, en su mortificación…

Vencer los obstáculos

En este punto, vital para el progreso espiritual, el alma deberá estar atenta ante los llamados fracasos de la oración: desaliento ante la sequedad; tristeza de no entregarnos totalmente al Señor –porque “tenemos muchos bienes”-; decepción por no ser escuchados según nuestra propia voluntad… Es preciso conocer con prontitud el origen de estos fracasos para poner el remedio oportuno y perseverar en el trato filial con Dios.

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Transcrito del Semanario Cristo Hoy.

Un deseo para tí / Enviado por Vivy

Hoy te deseo un día de milagros comunes:
-Una cafetera de café fresco que otro te preparó
- Una llamada inesperada de un viejo amigo
- Semáforos verdes camino al trabajo.

Te deseo un día de cosas pequeñas de las cuales estar agradecido:
- La fila más rápida en el supermercado
- Tu canción favorita en la radio
- Encontrar tus llaves justo donde buscas.

Te deseo un día de felicidad y perfección:
Pequeños trozos de perfección que te hagan sentir
que Dios te está sonriendo, sosteniéndote tan tiernamente porque eres alguien especial y único.

Te deseo un día de paz, felicidad y dicha.

Dicen que toma un minuto encontrar a una persona especial, una hora para apreciarlos, un día para amarlos, pero una vida entera para olvidarlos.

“Estaba en la cárcel, y vinisteis a verme…” / Autor: Benjamin Cieply, L.C.


Hace treinta años, cerca de quinientas personas poblaban la zona maya de Cancún, en México. Hoy, más de un millón de habitantes pasean por las playas blancas, trabajando en los hoteles y restaurantes. Pero entre el éxito de este nuevo atractivo turístico, también creció el crimen y… la necesidad de una cárcel local.

En C.E.R.E.S.O, la cárcel de Cancún, se encuentran unos de los cien criminales más notorios de la región. Entre ellos hay ladrones, vándalos, asesinos, etcétera, pero todos necesitados de amor.

El año pasado, un católico de Cancún, al reflexionar sobre las palabras del Evangelio según san Mateo “estuve en la cárcel y vinisteis a verme” sintió la necesidad de aplicarlo. El señor Ruvalcaba no sabía qué tipo de reacción encontraría ahí. Simplemente quería asegurarles que no importaba qué crimen hubieran cometido, pues Dios les amaba; aún podían encontrar en el horizonte la reconciliación y la esperanza.

En una ocasión invitó a que los presos se reunieran juntos, y allí les preguntó:

“¿Cuántos de ustedes han sido insultados?” Unos cuantos alzaron sus manos, y les respondió: “Cristo también”. De nuevo les preguntó, “Y ¿cuántos de ustedes han sido empujados o escupidos en la cara?”. Nuevamente, algunas manos levantadas, seguidas de la misma respuesta: “Cristo también”. Finalmente preguntó: “¿Y cuántos han sido encarcelados?”. Esta vez, todos alzaron sus manos, y el Señor Ruvalcaba exclamó: “¡Cristo también!”.

Y sentenció: “Cristo era inocente y, sin embargo, experimentó el sufrimiento de uno castigado por sus crímenes. En este sentido, Cristo se hace cercano incluso a los peores criminales”.

En otra ocasión el señor Ruvalcaba dio a cada uno de los presos un pergamino, envuelto y atado con un listón dorado, representando una carta de Dios. Cada carta era personalizada y buscaba ayudar a los presos a reflexionar sobre el valor de Dios en sus vidas. A cambio, el señor animaba a los presos a escribir una respuesta. Éstas fueron algunos de esos “gritos” elevados al cielo:

Carta num. 1 –
“Padre, siento la necesidad de saber de Ti porque Tú sabes todo de mí, pues Tú me creaste, cada vez que escucho de Ti, más quiero conocerte, enséñame tus caminos, enséñame a amarte igualmente. ¡No permitas que me pierda o que me aleje de Ti!

Carta num. 2 –
“Ahora comprendo que me has traído a esta cárcel para darme cuenta que la verdadera cárcel estaba en mis malos pensamientos y errores que cometía, haciendo daño al que me quería. Es por eso Padre que te pido que me perdones mis errores y mis equivocaciones, he llorado porque te he hecho sufrir y no quiero seguirte lastimando”.

Carta num. 3 –
“Sabes Papi, te extraño mucho, Te necesito mucho, perdóname por ser muy pecador, me arrepiento de todos mis pecados, Papi. Perdóname por ser muy pecador. Papi ayúdame te lo pido mucho, perdóname por toda la maldad que hice. Papi daría todo, pero todo, haz mi vida para entregártela a Ti, Todopoderoso”.



Información tomada de un testimonio personal, mayo de 2007. El Señor Rodolfo Ruvalcaba es voluntario de un apostolado en Cancún que se llama «La ciudad de la alegría».

Judas y Simón, hombres que cambiaron sus valores / Autor: P Juan J. Ferrán

Vamos a contemplar en estos dos Apóstoles ese cambio profundo de vida. Son para nosotros los hombres que cambiaron sus valores políticos religiosos por una vida al lado de Cristo basada en la humildad, en la mansedumbre y en el perdón.


Pertenecían según podemos saber al grupo de los celotes, un grupo de judíos convencidos de su fe y de sus tradiciones, pero que combatían al opresor romano y esperaban un Mesías que los liberara de aquella opresión. Cristo les sale al paso, sin importarle su militancia y sus convicciones, y les invita a seguirle. Ello va a suponer un cambio de mentalidad, una conversión interior, un abandono de algo muy metido en sus corazones. Así se convertirán con el tiempo en hombres que lucharán por liberar al hombre de otras esclavitudes distintas a las políticas: la esclavitud del pecado, la esclavitud de las pasiones, la esclavitud, sobre todo, del propio yo. En este contexto vamos a contemplar el cambio que lógicamente se tuvo que realizar en ellos.


Del odio al amor.

Sabemos que todo judío odiaba a los romanos. Aquello sólo era símbolo de una realidad que se repite en el corazón del hombre: el rencor, el odio, la acepción de personas. Al ser llamados por Cristo Judas y Simón empiezan a comprender que el Maestro centra su mensaje en el amor, en el perdón, en el olvido de las ofensas. Sin duda, en su interior tuvo que darse una revolución profunda, difícil, sangrante. Pero poco a poco empezó a entrar en ellos la comprensión de una nueva visión del hombre, no como enemigo, sino como hermano, hijo del mismo Padre, que ama a todos y hace salir el sol sobre buenos y malos. Así el odio, el rencor, la venganza fueron desapareciendo y en su lugar se situaron la paz, la oración por los enemigos, el amor.


De la ira a la mansedumbre.

Los celotas emprendían campañas de acoso violentas contra los romanos, aunque casi siempre llevaron las de perder. Les movía en rencor, y el rencor engendra ira y violencia. Desde el principio Judas y Simón empezaron a escuchar del Maestro palabras de mansedumbre: Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra (Mt 5,4). ¡Qué difícil debió ser para ellos abandonar el camino de la ira para acercarse a los hombres con bondad, con respeto, con comprensión! Sin embargo, estamos seguros de que pronto comprendieron que aquel camino lograba mejores frutos en la relación entre los hombres. No les pedía Cristo que destruyeran su forma de ser, sino que emplearan para el bien aquella fuerza interior que un día usaron mal, porque la pusieron al servicio de sus pasiones.


Del Dios de la venganza al Dios del amor.

También Judas y Simón tuvieron que entrar por medio de Cristo, Dios hecho hombre, a la comprensión de un Dios distinto, un Dios que es Padre bondadoso, amable, bueno. Esta conversión debió ser dura para hombres que tenían una clara conciencia de ser parte del pueblo elegido y que precisamente rechazaban a los romanos porque éstos intentaban arrebatarles su fe, sus costumbres, sus tradiciones. Es curioso, pero Dios nos pide que amemos incluso a quienes le odian a Él, a quienes le persiguen en su Iglesia, a quienes parecen enemigos irreconciliables de la fe. Más aún, nos asegura que con el amor convenceremos al mundo de la autenticidad de nuestra fe.


A la luz del Evangelio de Cristo y del ejemplo de estos dos Apóstoles, nosotros, hombres de hoy, tenemos que revisar nuestra vida y decidir qué cambios debemos realizar para ser cristianos de veras. ¿Qué nos puede pedir Dios tomando como punto de referencia los valores de la humildad, de la pobreza y de la abnegación? Sin duda, podrían ser muchísimas cosas e, incluso, cada uno tendrá necesidades distintas. Sin embargo, vamos a repasar algunas de las exigencias contenidas en estos valores para nosotros, hombres, padres de familia, esposos, profesionales, miembros de la Iglesia.

Dios nos pide en primer lugar un cambio de mentalidad. Con frecuencia nuestra mente, nuestra inteligencia, nuestra razón están prisioneras de lo material, de lo cotidiano, de lo intrascendente, de lo inmediato. Parecemos ciudadanos de una tierra sin horizontes y sin futuro. Nos parecemos a aquel hombre rico que, tras una buena cosecha, se construye unos grandes graneros y se invita a sí mismo a vivir bien (Lc 12, 16-21). ¡Cómo necesitamos levantar nuestra mirada a la eternidad, dar prioridad a lo espiritual, apreciar más las realidades importantes de la vida como la fe, la familia, la amistad! No nos resulta fácil esta liberación, porque además vivimos en una sociedad que sólo nos habla de bienestar, de comodidad, de éxito, de eficacia. Sin embargo, con los días y con los años vamos saboreando el sabor amargo de una vida que se encierra sobre sí misma sin horizontes y sin futuro.

Tenemos que decidirnos, pues, por dar prioridad al espíritu y a sus cosas sobre la materia, poniendo a Dios como centro de nuestro vida, y no a nosotros como centro de Dios. Tenemos que optar por la oración, por los sacramentos, por las practicas religiosas en lugar de dejarlas relegadas por culpa de nuestras ocupaciones. Tenemos que ser hombres de vida interior más que de acción. Tenemos que defender más la familia que el trabajo. Tenemos que cuidar más la paz interior que las cuentas bancarias.


Dios nos pide en segundo lugar un cambio de corazón. Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne (Ez 36, 26). El corazón de piedra es ese corazón endurecido por el racionalismo, el orgullo, la autosuficiencia, la vanidad, el sentido de superioridad. Y el corazón de carne es ese otro corazón humilde, anclado en la fe, sencillo, sin complicaciones, cordial. Es muy necesario para nosotros los hombres abandonar esa falsa madurez que nos conduce frecuentemente a actitudes marcadas por el individualismo, la seguridad, la fuerza, pero que encierran tal vez posturas egoístas, cobardías inconfesables, miedo a la verdad. Tenemos que hacernos como niños. Tenemos que aceptarnos como limitados. Tenemos que aprender a equivocarnos sin rubores. Tenemos que decidirnos a pedir ayuda a los demás y a recibir de los demás con paz sugerencias, correcciones. Tenemos, en definitiva, que dejar los hábitos del hombre viejo para asumir los del hombre nuevo, creado a imagen de Cristo.

Dios nos pide en tercer lugar un cambio de actitudes. Con frecuencia nuestra vida responde a un esquema que difícilmente alteramos con los años. Nos convencemos de unas prioridades que casi sacralizamos; nos instalamos en unas costumbres que no dejamos por ningún motivo; nos hacemos dueños de unos prejuicios que nadie nos hará cambiar; nos aficionamos a un estilo de vida que no nos complique nuestra relación con el entorno; nos ponemos unos límites para no dar más de nosotros mismos; nos diferenciamos de todos para poder vivir a gusto con nuestra mediocridad. Hay que cambiar en todos estos campos, tras los cuales se puede ocultar desde la pereza hasta la presunción, desde la mentira hasta la avaricia, desde la cobardía hasta la falsa prudencia.

Por el contrario, tenemos que abrirnos al cambio, abandonar prejuicios, convencernos de nuestras mentiras, romper con nuestros hábitos egoístas, abrir las puertas a una vida más marcada por los sentimientos y la afectividad. Y evidentemente todo ello para ser personas equilibradas, ricas interiormente, abiertas a la felicidad, pues Dios nos quiere así.

sábado, 27 de octubre de 2007

Introspección, diálogo… oración / Autor: Jesús Manuel Valencia, LC

Mundo interior. Mundo exterior. Una de las muchas divisiones que podemos hacer en nuestra vida. Así es: nuestro peregrinar por este mundo está íntimamente marcado por estas dos realidades. Nos sabemos, nos reconocemos existentes a nosotros mismos en un mundo de existentes distintos de nosotros. Percatamos todos los días que, más allá de nuestro yo activo y pensante, nos envuelve, nos oprime la existencia de otros seres, y es aquí donde se funda la dualidad mas cotidiana de un día cualquiera: tu y yo. Somos diversos y, sin embargo nos relacionamos, tropezamos “fortuitamente”, porque recibimos de manera gratuita la existencia, sin ni siquiera haberla pedido.

Esta dualidad parece insalvable, o al menos, difícil de realizar en un mismo acto, pues, todo mi mundo interior, que por muy pequeño que sea será infinito, ¿Es comunicable a los demás? ¿Hasta dónde me comprenden, hasta dónde me acompañan los que me escuchan, los que me atienden, los que me quieren?

Todos los días entramos en nuestro interior más o menos profundamente. El conocimiento personal se va haciendo indispensable con el pasar de los años. Examinarse con objetividad y sinceridad da como resultado una persona coherente y madura, en marcha ascendente hacia la superación y la perfección. El ejercicio de examinarse continuamente forma un hombre que difícilmente se presentará en quiebra total y a quien difícilmente las abatirán las pruebas y contrariedades de la vida. Y sin embargo ¡cuántas formas hay de hacerlo!

Piénsese en esas formas existencialistas de Camus, Sartre o el famoso psicoanálisis de Freud, todos, amigos de los “grandes discursos mentales”, de parrafadas y monólogos con nuestro yo más egoísta, más antipático y menos sincero. Introspecciones de minería que terminan por derrumbar nuestra estima, nuestros proyectos y, en no pocas ocasiones, la fe y la moral. Por fortuna existen formas mucho más serenas y objetivas.

Después está la otra esfera, más evidente si se quiere: el diálogo. Ya lo dijimos: nos movemos entre seres, en un mundo que nos define y a la vez nos limita; entre realidades diversas de mí: cosas inertes o animadas, sonidos, imágenes. Pero es sobre todo con personas con las que esta estructura de comunicación llega a su punto más alto.

Nadie lo niega: la sola mirada humana es capaz de entrar en relación con los demás. Sin necesidad de palabras revelas gran parte del corazón y del alma. El hombre no puede evitarlo, es social por naturaleza, lo necesita para realizarse como persona y ser feliz. Y así la palabra TU llega a ser esencial. “Ya no se refiere a una cosa entre las cosas, sino que llena el horizonte. No es que nada exista fuera de él; sino que todas las cosas subyacen, se subordinan a su luz”, escribía Martin Buber.

Puestos a pensar, nos resulta claro que, en el fondo, la amistad es un diálogo íntimo y prolongado, que supera la barrera del tiempo, del espacio y de la misma muerte. Aristóteles en su “Ética a Nicómaco” habla de las características de la amistad:

En primer lugar, el amigo busca el bien del otro, cueste lo que cueste. Después, reciprocidad: yo te quiero, tú me quieres. Y por último conocimiento recíproco del recíproco amor. En palabras de Pedro: “Tú lo sabes todo, sabes que te quiero”. La amistad jamás se debe viciar por el interés o la inclinación placentera desenfrenada.

Pero no debemos olvidar el problema planteado: mi amigo, mi mejor amigo, tal vez el único, ¿hasta dónde me conoce? ¿Cuál es su experiencia de mi existencia? El comparte mis alegrías y mis dolores, los siente suyos, pero no lo son. Existe en el alma humana una profundidad tan honda que es difícil descifrarla por completo. Por más que nos esforcemos en participarla, siempre hay algo, aunque sea sutil, que el otro no alcanza entender hasta sus más profundas raíces o que nosotros no logramos desvelar.

Lo único que saltaría esta barrera sería un Amigo -así, en mayúscula- que viviese dentro de mí, pero que fuera distinto de mí. Uno a quien por virtud propia le esté permitido asomarse a los rincones más profundos de mis ser. Un Amigo con quien pueda hablar y llamar confiadamente de TU. ¿Imposible? Bien se sabe que no. La síntesis de introspección y diálogo se llama oración. Sí. A la oración se va a hablar con el Buen Dios que habita en nosotros pero que es distinto de nosotros. Sabe de ante mano lo que queremos confiarle y, como son los buenos amigos, tiene la paciencia de escucharlo íntegramente, aunque sea la enésima vez. Como nos movemos en un plano de amistad profunda sobran los formalismos, basta abrir el corazón. Se trata de una renovación desde Dios hecha en un diálogo sencillo, sin mezcla de vanidades o amor propio. Te conoce tal cual eres, pero tú tienes que reconocerlo de frente a Él y así emprender el camino hacia la superación personal, que en palabra más cristiana se llama santidad, la amistad más limpia y sincera que el hombre puede concebir.

Empezar a orar siempre es un reto. Como sucede con todos los hábitos, se forma y fortalece poco a poco. Primero se empieza, reloj en mano, con cinco minutos, procurando que sea un momento concreto del día (antes de salir al trabajo o a la universidad, antes de la comida o después de clases, o durante un trayecto de rutina). Así se inicia. Con distracciones, dificultades, obstáculos. No con revelaciones o éxtasis, que además no hacen falta. Lo que si hace falta es un alma sedienta de Dios y un corazón dispuesto a tomar en serio los compromisos que de ella nazcan.

La oración es un gran horizonte donde se funden dos realidades que parecían tan distantes como el cielo y la tierra. Los une porque tiene como objeto a quien es capaz de todo. Aquel que dijo que “lo que pidierais a mi Padre Él os lo dará”.

Allí están los dos mundos: el interior y el exterior reconciliados por la oración.

Prostitución, ¿trabajo legal o esclavitud? / Autor: P. John Flynn, L. C.


Una oportunidad fallida de defender la dignidad de la mujer

(ZENIT.org).- En algunos países se debate la legalización de la prostitución.
Hungría decidía hace poco legalizarla, al parecer debido en parte al deseo del gobierno de sacar provecho de una actividad que calculan podría generar cerca de mil millones de dólares al año, informaba el 24 de septiembre Associated Press.

Bulgaria, por el contrario, ha dado un paso en la dirección opuesta, invirtiendo un plan para legalizar la prostitución, según el New York Times del 6 de octubre.

«Debemos ser muy decididos al decir que la venta de carne es un crimen», afirmaba Rumen Petkov, ministro del interior, durante un reciente forum sobre tráfico de seres humanos, informaba el artículo. El New York Times comentaba también que el año pasado Finlandia ilegalizó el pagar por sexo con mujeres traídas al país por traficantes, mientras que Noruega planea imponer una prohibición completa a la compra de sexo.

Italia está considerando cómo tratar la extendida práctica de la prostitución en las calles. El ministro del interior, Giuliano Amato, declaró que el gobierno estaba pensando medidas como multar a los clientes, informaba el diario italiano Avvenire el 26 de septiembre.

También se debate sobre la prostitución en Gran Bretaña, donde una nueva serie de televisión, «Belle de Jour», presenta una visión glamorosa de la industria del sexo –una imagen que Emine Saner criticaba con dureza en un artículo publicado el 20 de septiembre en el periódico Guardian.

«De las 80.000 mujeres que trabajan en el sexo en el Reino Unido, la gran mayoría lo hacen porque tienen problemas de drogas o familias que sostener y no tienen ninguna otra forma viable de hacer dinero», comentaba Saner.

Sostenía, además, que dos tercios de las trabajadoras del sexo han sufrido violencia, incluyendo la violación. Los datos del gobierno también revelan que al menos 60 han sido asesinadas en los últimos 10 años.

La articulista del Guardian, Madelaine Bunting, volvía sobre el debate en un artículo publicado el 8 de octubre. Cerca del 90% de las prostitutas quieren dejar su actividad, afirmaba. En una época en que el tráfico del sexo está aumentando como una de las formas más lucrativas del crimen organizado, no necesitamos cuentos de hadas sobre la prostitución, defendía Bunting.

Error australiano

Los países que debaten si legalizar o no la prostitución podrían aprender de lo ocurrido en el estado australiano de Victoria. El gobierno del estado legalizó la prostitución en 1984 y, desde entonces, ha florecido la industria del sexo. Después de 20 años de experiencia, no se han materializado, sin embargo, muchas de las ventajas prometidas, según un libro publicado a principios de este año.

La autora de «Making Sex Work: A Failed Experiment With Legalised Prostitution» (Trabajar en el Sexo: un Experimento Fallido de Legalización de la Prostitución) (Spinifex Press), un examen detallado de la situación en Victoria, es Mary Lucille Sullivan, quien se declara a sí misma «activista feminista».

«El sistema de prostitución legalizada de Victoria consiste en mantener la dominación masculina, la objetificación sexual de las mujeres, y la aprobación cultural de la violencia contra las mujeres», es su tesis.

Normalizar la prostitución, como si simplemente se tratara de una suerte de empleo, ha minado también la igualdad de las mujeres en el puesto de trabajo y contradice otras políticas del gobierno dirigidas a proteger los derechos de las mujeres, acusaba Sullivan.

Con demasiada frecuencia, añadía, las presiones para tratar la prostitución como sólo otro trabajo provienen de una visión neoliberal del libre mercado, que ve a las mujeres y a las chicas como una mercancía. Algunas feministas que han apoyado la legalización de la prostitución, continuaba Sullivan, también están influenciadas por una perspectiva libertaria y un deseo malentendido de establecer los «derechos» de las prostitutas. Por su parte, el estado vio ventajas económicas en la legalización, puesto que podía imponer impuestos a una actividad, hasta ese momento, clandestina e ilegal.

Sullivan explicaba que la legalización en Victoria también fue defendida con la excusa de minimizar el daño a las mujeres implicadas, al traer una regulación formal y protecciones legales a la industria del sexo.

Violencia intrínseca

Esto no ha ocurrido, afirmaba, porque intentar presentar la prostitución como una ocupación que se pondrá bajo el control de normas salud y de seguridad ignora la violencia intrínseca de la prostitución y el hecho de que el acoso sexual y la violación son indistinguibles del producto que compran los clientes.

Por otro lado, la legalización misma ha introducido una nueva serie de consecuencias dañosas para las mujeres, sostiene Sullivan. Entre estas está, irónicamente, una expansión mayor del lado ilegal de la prostitución. De hecho, el fenómeno de la prostitución callejera, lejos de desaparecer con la legalización, ha seguido creciendo en Victoria.

Asimismo, la legalización, lejos de quitar la influencia del crimen organizado, ha dado, por el contrario, más pie al papel de la ilegalidad al introducir mayores incentivos económicos para traficar con mujeres y chicas para burdeles tanto legales como ilegales. Sullivan citaba también a expertos en crimen organizado que alegan que la industria de la prostitución legalizada en Victoria todavía tiene fuertes lazos con la criminalidad clandestina.

Con respecto a este tráfico humano, Sullivan dirige su atención a los estudios internacionales que colocan en miles de millones los beneficios de esta moderna forma de esclavitud. Las estimaciones del número de mujeres y chicas con las que se trafica van de las 700.000 a las 2 millones cada año.

La legalización de la prostitución no ha hecho nada por reducir el tráfico ilegal del sexo, sostiene Sullivan. Además, desde la legalización, sigue siendo un problema la prostitución infantil.

Una industria de millones de dólares

Nos encontramos ahora en una situación, apuntaba Sullivan, en que los medios, las compañías aéreas, los hoteles, la industria turística y los bancos buscan promover y expandir la industria de la prostitución. Además, la legalización ha traído una irrupción de la prostitución en la vida pública.

Según datos citados en el libro, en 1999, la cifra de negocios anual de la prostitución en Victoria alcanzaba los 360 millones de dólares australianos, que al cambio actual serían unos 323,3 millones de dólares. En total en Australia han legalizado la prostitución tres estados y un territorio. Un servicio de información de negocios citado por Sullivan ponía en 1.780 millones de dólares australianos el volumen de negocio en el año fiscal 2004-2005.

En vez de la legalización, Sullivan recomendaba seguir el ejemplo de Suecia, donde la ley criminaliza la compra de servicios sexuales y no penaliza a las mujeres y a los niños. Suecia también ayuda a las mujeres que han sufrido violencia como resultado de la prostitución.

La legalización de la prostitución, concluía Sullivan, constituye un error fundamental puesto que considera un «derecho» del hombre la capacidad de comprar mujeres y chicas para su gratificación sexual. Una vez que esto está hecho, se vuelve mucho más difícil controlar la industria o prevenir la explotación de las mujeres.

Esclavitud

«La prostitución es una forma de esclavitud moderna»,
comentaba un documento reciente del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, publicado el 16 de junio. La publicación, «Directrices para la Pastoral de la Carretera», atrajo la atención de los medios debido a sus diez mandamientos para los conductores, pero su contenido también incluye una sección sobre la prostitución en la calle (Nos. 85-115).

«La explotación sexual de mujeres es claramente una consecuencia de diversos sistemas injustos», comentaba el Pontificio Consejo. Causas como la necesidad de dinero, el uso de la violencia, y el tráfico de seres humanos contribuyen a atrapara a las mujeres en la prostitución.

«Las víctimas de la prostitución son seres humanos, que en muchos casos gritan pidiendo ayuda, que les liberen de la esclavitud, porque vender su propio cuerpo en la calle no es lo que voluntariamente habrían escogido hacer», añadía el documento.

El consejo pidió mayores esfuerzos para liberar a las mujeres de los abusos contra su dignidad humana resultado de la prostitución. Las instituciones católicas, añadía la declaración, han ayudado con frecuencia a las mujeres a escapar de esta situación. Las mujeres necesitan ayuda para poder recuperar su estima y respeto, y para reintegrarse a la vida familiar y comunitaria.

Los clientes», por otro lado, «necesitan luz sobre el respeto y dignidad de las mujeres, los valores interpersonales y la entera esfera de las relaciones personales y la sexualidad», afirmaba el documento. Los explotadores también necesitan ser iluminados sobre la jerarquía de los valores de la vida y los derechos humanos, recomendaba.

«Comprometerse a diverso nivel –local, nacional e internacional – por la liberación de las prostitutas es por ello un verdadero acto de seguimiento de Jesucristo, una expresión del auténtico amor cristiano», concluía el consejo.

Cambiar para cambiar / Enviado por Vivy

El sufí Bayacid dice acerca de sí mismo:

De joven yo era un revolucionario y mi oración consistía en decir a Dios:

"Señor, dame fuerzas para cambiar al mundo"

A medida que me fui haciendo adulto y caí en la cuenta de que me había pasado media vida sin haber logrado cambiar a una sola alma, transformé mi oración y comencé a decir:

"Señor, dame la gracia de transformar a cuantos entran en contacto conmigo, aunque sólo sea mi familia y mis amigos, con eso me doy por satisfecho"

Ahora que soy viejo y tengo los días contados, he empezado a comprender lo estúpido que yo he sido. Mi única oración es la siguiente:

"Señor, dame la gracia de cambiarme a mí mismo"

Si yo hubiera orado de este modo desde el principio no habría malgastado mi vida.

TODO EL MUNDO PIENSA EN CAMBIAR A LA HUMANIDAD. CASI NADIE PIENSA EN CAMBIARSE A SÍ MISMO.

"El paquete de galletas" / Autor: Alfonso Aguiló


Aquella tarde, cuando ella llegó a la estación, le informaron de que el tren en que viajaba se retrasaría casi media hora. La elegante señora, bastante contrariada, compró una revista, un paquete de galletas y una botella de agua. Se dirigió hacia el andén central, justo donde debía llegar su tren, y se sentó en un banco, dispuesta para la espera.

Mientras hojeaba su revista, un chico joven se sentó a su lado y comenzó a leer el periódico. De pronto, la señora observó con asombro que aquel muchacho, sin decir una palabra, extendía la mano, agarraba el paquete de galletas, lo abría y comenzaba a comerlas, una a una, despreocupadamente. La mujer se sintió bastante molesta. No quería ser grosera, pero tampoco le parecía correcto dejar pasar aquella situación o hacer como si no se hubiese dado cuenta. Así que, con un gesto manifiesto, quizá exagerado, tomó el paquete, sacó una galleta y se la comió manteniendo la mirada de aquel chico.

Entre enfados y sonrisas

Como respuesta, el chico tomó otra galleta e hizo algo parecido, esbozando incluso una ligera sonrisa. Aquello terminó de alterarla. Tomó otra galleta y, de modo aún más ostensible, se la comió manteniendo de nuevo la mirada a aquel muchacho tan atrevido. El diálogo de miradas y pensamientos continuó entre galleta y galleta. La señora cada vez más irritada, y el muchacho parecía estar cada vez más divertido.

Finalmente, cuando ya sólo quedaba la última galleta, ella pensó: «No podrá ser tan descarado». El chico alargó la mano, tomó la galleta, la partió en dos y ofreció la mitad a la señora. «¡Gracias!», dijo la mujer, intentando a duras penas contener su enfado.

Entonces el tren anunció su llegada. La señora se levantó y subió hasta su asiento. Antes de arrancar, desde la ventanilla todavía podía ver al muchacho en el andén y pensó: «¡Qué insolente, qué mal educado, qué será de este país con una juventud así!». Sintió entonces que tenía sed, por las galletas y quizá por la ansiedad que aquella situación le había producido. Abrió el bolso para sacar la botella de agua y se quedó petrificada cuando encontró dentro del bolso su paquete de galletas intacto.

Los juicios demasiado rápidos

No es infrecuente que nos suceda esto. Hacemos juicios rotundos, implacables, incuestionables..., pero con un pequeño detalle: están fundamentados sobre un dato que hemos supuesto pero que luego resulta equivocado.

Muchas personas tienden a hacer ese tipo de juicios de modo habitual. Presuponen con gran facilidad la mala acción o la mala intención ajena, construyen enseguida una explicación de lo que creen que sucede o ha sucedido, y deducen una rápida conclusión que luego les cuesta mucho variar. Son personas que suelen manifestar un exceso de seguridad, una especial predilección por las evidencias que no son tales, y una gran velocidad de juicio, sobre todo cuando se trata de malinterpretar lo que hacen los demás. Es un fenómeno que suele ir asociado al victimismo, pues quien se ha acostumbrado a pensar mal de los demás suele ceder pronto a la comodidad del papel de víctima, que, aunque sea triste y amargo, ofrece la seguridad de las explicaciones maquinativas y de las conclusiones irreductibles.

Si con demasiada frecuencia las cosas nos parecen evidentes e intolerables, debiéramos tener el valor de preguntarnos de vez en cuando si realmente nuestras ideas son tan claras y tan comprobadas como pensamos, si otorgamos a los demás al menos el beneficio de la duda y, por último, si nosotros mismos resistiríamos unos juicios tan demoledores como nosotros hacemos de los demás.