El niño busca el pezón de la madre, pero busca algo más: una infancia sin amor es la más dura tortura.
El hombre aun adulto busca recibir y dar amor como fuente de su felicidad. Incluso las torpezas que realice las hará movido por un falso concepto del amor, por un espejismo que confunde la verdadera fisonomía del amor.
Se puede confundir el amor humano con el mero egoísmo miope, el amor con el simple placer. No es ello para decir que el placer sea malo en sí, pero el amor que busca recibir, el eros, como explica Benedicto XVI en “Dios es Amor”, debe ir unido al amor oblativo que busca el bien de la persona amada, o agape. El hombre debe armonizar alma y cuerpo: su unidad en el amor le asegura una verdadera felicidad y realización personal.
En cambio, considerar al otro como simple objeto de placer es rebajar a la persona al nivel, pongamos por caso, de una paella, de un objeto, y rebajarse a sí mismo al nivel de quienes explotan a los demás.
Comenta el Papa: “Por eso, el eros ebrio e indisciplinado no es elevación, “éxtasis” que acerca a lo Divino, sino caída, degradación del hombre. Resulta así evidente que el eros precisa disciplina y purificación para dar al hombre, no el placer de un momento, sino una cierta pregustación de la cúspide de su existencia, de aquella felicidad a que tiende todo nuestro ser.” (Nº 4) “El eros, degradado a puro “sexo”, se convierte en mercancía, simple “objeto” que se puede comprar y vender; más aún, el mismo hombre se convierte en mercancía.” (Nº 5)
Sin embargo, la falsa ética pretendidamente global “pone el placer por encima del amor; la salud y el bienestar por encima de la sacralidad de la vida, los (pretendidos) derechos de las mujeres por encima de la maternidad; la autonomía del individuo egoísta por encima de toda autoridad legítima...” (“La nueva Ética global”, Marguerite A. Peters 2006).
Sucede que al hombre débil le resulta difícil el camino del amor verdadero y por eso los falsos profetas del placer como ídolo y de la comodidad como único norte, encuentran tan buena acogida. Pero no estamos solos en el arduo, pero bienaventurado camino del amor genuino:
Si no fuéramos amados primero seríamos incapaces de amar. Contando con que somos amados incondicionalmente podemos elevarnos a un amor digno de ese nombre: Nuestro amor humano, incluido el amor de pareja, puede aspirar así a lo que en el fondo es el sueño de todo enamorado: un amor exclusivo y para siempre, un amor en los días serenos y en los días de dolor, un amor, que se prolonga hasta la eternidad, un amor que por encima de todo busca el bien integral de la persona amada, sin perjuicio de dar y recibir de ella una felicidad temporal.
En cambio no merece el nombre de amor, ese amor con fecha de caducidad, o que acabará, en el mejor de los casos, con la muerte.
¿Hace falta decir que el amor verdadero no es un amor cerrado o exclusivista, sino abierto a lo hijos y a los demás? Y ya se ve que aborto o divorcio exprés sólo son nombres del desamor, del egoísmo, en el fondo suicida, que condena al hombre y a la mujer a un nivel inferior a las bestias.
No es preciso aclarar que el amor a los niños no es compatible con darles muerte en el claustro materno que tiene que ser su santuario inviolable, o con negarles su derecho a contar con un padre y una madre, en nombre de supuestos derechos de parejas homosexuales que, como si se tratara de un objeto de consumo, violaran y dispusieran del derecho del inocente.
Del mismo modo un amor verdadero al enfermo o al anciano impide matarlos, también porque no se les ama con un horizonte caduco de un tiempo dado, sino hacia la eternidad.
Y muchas otras categorías de la pretendida ética global sólo son disfraces de una concepción ferozmente ególatra, espejos de un narcisismo degradante y seguridad de una infelicidad global incluso en este mundo.
Si se idolatran los instintos más primarios, ¿qué seguridad tendremos de que se nos respete, de que no peligre incluso nuestra integridad?
Y la visión de fe nos deja claro que la ausencia de amor puede conducir, si no se rectifica a tiempo, a la desgracia eterna, de la que el dolor y la contradicción interna de quien rechaza el amor es ya un torturante anticipo.
El nombre más expresivo del infierno es “ausencia de amor” y una civilización que no acoge el amor puede convertirse en su antesala si nos dejamos envolver por sus sofismas, por su neblina intoxicante.
También pensando en el futuro eterno de nuestros hermanos, por amor suyo, nos horroriza que aborten, o colaboren al suicidio, o tengan prácticas sexuales antinaturales. Es el amor el que fija unas fronteras, el que da luz y fuerza. Sin amor, todo hasta lo más degradante y bestial parece permitido, o incluso obligado, en una retorsión que violenta nuestra naturaleza más noble e íntima.
Puede parecer un panorama sombrío. Y lo sería si sólo contáramos con nosotros mismos. Pero nuestra fidelidad al amor verdadero se nos aparece como un camino luminoso, si tenemos en cuenta que Dios nos ha amado primero, dándonos fuerzas para amar con nuestra débil naturaleza.
Dios nos ama sin tener nada qué ganar por o de nosotros, nos ama por nosotros mismos y está siempre dispuesto a perdonarnos si volvemos al camino del amor:
“El amor apasionado de Dios por su pueblo -por el hombre- es a la vez un amor que perdona. Un amor tan grande que pone a Dios contra sí mismo, su amor contra su justicia”.
“Dios es absolutamente la fuente originaria de cada ser; pero este principio creador de todas las cosas –el Logos, la razón primordial- es a la vez un amante con toda la pasión de un verdadero amor. Así el eros se ve tan sumamente ennoblecido, y también purificado que se funde con el ágape.” (Nº 10 de “Dios es amor”)
El amor “pasional”, con corazón de hombre o de mujer, se ve sublimado y elevado hasta un amor “divino” que da la vida por quienes ama, por todos los hombres; y esto sucede en Jesús, Dios y hombre verdaderos, que nos invita a imitarle).
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Fuente: Forum Libertas
El hombre aun adulto busca recibir y dar amor como fuente de su felicidad. Incluso las torpezas que realice las hará movido por un falso concepto del amor, por un espejismo que confunde la verdadera fisonomía del amor.
Se puede confundir el amor humano con el mero egoísmo miope, el amor con el simple placer. No es ello para decir que el placer sea malo en sí, pero el amor que busca recibir, el eros, como explica Benedicto XVI en “Dios es Amor”, debe ir unido al amor oblativo que busca el bien de la persona amada, o agape. El hombre debe armonizar alma y cuerpo: su unidad en el amor le asegura una verdadera felicidad y realización personal.
En cambio, considerar al otro como simple objeto de placer es rebajar a la persona al nivel, pongamos por caso, de una paella, de un objeto, y rebajarse a sí mismo al nivel de quienes explotan a los demás.
Comenta el Papa: “Por eso, el eros ebrio e indisciplinado no es elevación, “éxtasis” que acerca a lo Divino, sino caída, degradación del hombre. Resulta así evidente que el eros precisa disciplina y purificación para dar al hombre, no el placer de un momento, sino una cierta pregustación de la cúspide de su existencia, de aquella felicidad a que tiende todo nuestro ser.” (Nº 4) “El eros, degradado a puro “sexo”, se convierte en mercancía, simple “objeto” que se puede comprar y vender; más aún, el mismo hombre se convierte en mercancía.” (Nº 5)
Sin embargo, la falsa ética pretendidamente global “pone el placer por encima del amor; la salud y el bienestar por encima de la sacralidad de la vida, los (pretendidos) derechos de las mujeres por encima de la maternidad; la autonomía del individuo egoísta por encima de toda autoridad legítima...” (“La nueva Ética global”, Marguerite A. Peters 2006).
Sucede que al hombre débil le resulta difícil el camino del amor verdadero y por eso los falsos profetas del placer como ídolo y de la comodidad como único norte, encuentran tan buena acogida. Pero no estamos solos en el arduo, pero bienaventurado camino del amor genuino:
Si no fuéramos amados primero seríamos incapaces de amar. Contando con que somos amados incondicionalmente podemos elevarnos a un amor digno de ese nombre: Nuestro amor humano, incluido el amor de pareja, puede aspirar así a lo que en el fondo es el sueño de todo enamorado: un amor exclusivo y para siempre, un amor en los días serenos y en los días de dolor, un amor, que se prolonga hasta la eternidad, un amor que por encima de todo busca el bien integral de la persona amada, sin perjuicio de dar y recibir de ella una felicidad temporal.
En cambio no merece el nombre de amor, ese amor con fecha de caducidad, o que acabará, en el mejor de los casos, con la muerte.
¿Hace falta decir que el amor verdadero no es un amor cerrado o exclusivista, sino abierto a lo hijos y a los demás? Y ya se ve que aborto o divorcio exprés sólo son nombres del desamor, del egoísmo, en el fondo suicida, que condena al hombre y a la mujer a un nivel inferior a las bestias.
No es preciso aclarar que el amor a los niños no es compatible con darles muerte en el claustro materno que tiene que ser su santuario inviolable, o con negarles su derecho a contar con un padre y una madre, en nombre de supuestos derechos de parejas homosexuales que, como si se tratara de un objeto de consumo, violaran y dispusieran del derecho del inocente.
Del mismo modo un amor verdadero al enfermo o al anciano impide matarlos, también porque no se les ama con un horizonte caduco de un tiempo dado, sino hacia la eternidad.
Y muchas otras categorías de la pretendida ética global sólo son disfraces de una concepción ferozmente ególatra, espejos de un narcisismo degradante y seguridad de una infelicidad global incluso en este mundo.
Si se idolatran los instintos más primarios, ¿qué seguridad tendremos de que se nos respete, de que no peligre incluso nuestra integridad?
Y la visión de fe nos deja claro que la ausencia de amor puede conducir, si no se rectifica a tiempo, a la desgracia eterna, de la que el dolor y la contradicción interna de quien rechaza el amor es ya un torturante anticipo.
El nombre más expresivo del infierno es “ausencia de amor” y una civilización que no acoge el amor puede convertirse en su antesala si nos dejamos envolver por sus sofismas, por su neblina intoxicante.
También pensando en el futuro eterno de nuestros hermanos, por amor suyo, nos horroriza que aborten, o colaboren al suicidio, o tengan prácticas sexuales antinaturales. Es el amor el que fija unas fronteras, el que da luz y fuerza. Sin amor, todo hasta lo más degradante y bestial parece permitido, o incluso obligado, en una retorsión que violenta nuestra naturaleza más noble e íntima.
Puede parecer un panorama sombrío. Y lo sería si sólo contáramos con nosotros mismos. Pero nuestra fidelidad al amor verdadero se nos aparece como un camino luminoso, si tenemos en cuenta que Dios nos ha amado primero, dándonos fuerzas para amar con nuestra débil naturaleza.
Dios nos ama sin tener nada qué ganar por o de nosotros, nos ama por nosotros mismos y está siempre dispuesto a perdonarnos si volvemos al camino del amor:
“El amor apasionado de Dios por su pueblo -por el hombre- es a la vez un amor que perdona. Un amor tan grande que pone a Dios contra sí mismo, su amor contra su justicia”.
“Dios es absolutamente la fuente originaria de cada ser; pero este principio creador de todas las cosas –el Logos, la razón primordial- es a la vez un amante con toda la pasión de un verdadero amor. Así el eros se ve tan sumamente ennoblecido, y también purificado que se funde con el ágape.” (Nº 10 de “Dios es amor”)
El amor “pasional”, con corazón de hombre o de mujer, se ve sublimado y elevado hasta un amor “divino” que da la vida por quienes ama, por todos los hombres; y esto sucede en Jesús, Dios y hombre verdaderos, que nos invita a imitarle).
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Fuente: Forum Libertas
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