
Opino que no queremos ser apáticos, no reaccionando en positivo. Un aspecto a no olvidar es reaccionar ante el pecado. Y ello quiere decir: ante el propio pecado, arrepentimiento; ante el pecado ajeno, perdón. Reaccionando así, el Reino de Dios puede estar más cercano.
Jesús dice: «Si no os hacéis como niños, no entrareis en el Reino del cielo». Y la falta de esperanza es la negación del espíritu de infancia. Porque este espíritu de infancia es esencialmente resurgimiento, llama viva, disponibilidad, acogimiento del futuro. La esperanza comporta espíritu de infancia, que es espíritu de amor. Dios nos ofrece siempre su amistad, y el tiempo comienza a moverse nuevamente y, a la vez, aunque sea de una forma imprecisa, la esperanza se despierta, como una luz, en el fondo del alma. Una luz que puede ser crecimiento en la gracia que tenemos. Para otros puede ser encender una luz desde el arrepentimiento, en el caso de que hayan caído.
Insisto en la esperanza, en cualquier situación, porque nada es posible sin ella. No hay capacidad de reacción, ni ilusión de cambio. No hay perspectivas de futuro. Y lo peor que nos puede suceder es quedarnos anclados en el presente, cuando estamos lanzados a una historia de salvación que, desde siempre, Dios ha pensado para nosotros.
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Fuente: La Razón
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