Domingo Octava de Navidad. Sagrada Familia: Jesús,
María y José (Ciclo C):
Eclesiástico 3, 2-6. 12-14, Salmo 127, 1-2. 3. 4-5, Colosenses
3, 12-21, Lucas 2, 41-52
Interioriza el Evangelio del Domingo en vídeo
30 de diciembre de 2012.- (Alfa y
Omega / Camino Católico) ¡Si
pudiéramos ver a Dios...! El nacimiento del Salvador ha instaurado un orden
nuevo. El Dios invisible se ha hecho visible, el eterno ha entrado en el
tiempo, el Creador ha puesto su morada entre las criaturas. Si a través del
conocimiento de las criaturas podíamos antes elevarnos hasta el Creador, ahora,
hecho hombre el Hijo de Dios, podemos por la fe conocer a Dios visiblemente
para que Él mismo nos lleve al amor de lo invisible. La Liturgia de la Navidad
actualiza en el tiempo los acontecimientos que conformaron una vez en la
Historia el nacimiento y la infancia de Jesús. A través de todos ellos, se nos
invita a pasar de lo visible a lo invisible, del tiempo a la eternidad, de las
criaturas al Creador. Así ocurre también con la Fiesta de la Sagrada Familia.
El Evangelio de este año presenta el relato del
único episodio de la vida de Jesús referido por los evangelistas sobre el
período que va de su nacimiento al comienzo de su ministerio público. Cuando la
Iglesia pide para sus hijos imitar las virtudes domésticas de la Sagrada
Familia y su unión en el amor, encontramos en este episodio dos datos de
extraordinario valor que nos ayudan a conocer cómo vivió Jesús durante la mayor
parte de su vida. Por un lado, se afirma que según la costumbre subió
con sus padres a Jerusalén por las fiestas de Pascua; por otro, que bajó
después con ellos a Nazaret y vivió bajo su autoridad. El primer dato revela
que Jesús compartió la condición de la mayoría de los hombres: llevó una vida
cotidiana sin aparente importancia, desarrolló un oficio manual como hijo
del carpintero y cumplió religiosamente los preceptos de la ley de Dios
dentro de la comunidad judía. El segundo dato desvela que Jesús cumplió
perfectamente el cuarto mandamiento y vivió bajo la autoridad paterna y materna
de José y de María.
Al cumplir los doce años, sin embargo, sucedió algo
especial. Al igual que los varones judíos de esa edad, Jesús participa, por
primera vez junto a los adultos, en las celebraciones del Templo. María y José
no se percatan de que Jesús permanece en Jerusalén y, cuando ya iban de vuelta,
piensan que se ha perdido. La búsqueda angustiosa de los padres se convierte en
revelación asombrosa del Hijo. A Jesús corresponde estar en las cosas del Padre
y, mientras llega el momento de cumplir su misión, instruye preguntando a los
maestros que debían enseñar. Los padres no entienden, pero María guarda en el
corazón. Jesús crece y, en la obediencia cotidiana a sus padres, manifiesta la
obediencia filial al Padre celestial.
La vida oculta de Nazaret nos recuerda que podemos
entrar en comunión con Jesús a través de los caminos ordinarios de la vida
humana. La autoridad de los padres encuentra en el amor entregado del Padre su
referencia, mientras que la obediencia cariñosa de los hijos halla en la
sumisión cotidiana de Jesús su mejor escuela. Necesario es que la familia esté
protegida de quienes la falsean. Varón y mujer, unidos en alianza indisoluble
de amor, abiertos con generosidad al don de los hijos. La familia natural,
consagrada por el sacramento del Matrimonio, es signo visible del amor
invisible de Dios a los hombres. Si se niega a la familia su verdadera
vocación, ¿cómo sabrá el mundo que el amor de Dios se ha hecho visible?
+ José Rico Pavés
obispo auxiliar de Getafe
obispo auxiliar de Getafe
Evangelio
Los
padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua.
Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando
terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo
supieran sus padres. Éstos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el
camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al
no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo. Y sucedió que, a los tres
días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros,
escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban
asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron
atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y
yo te buscábamos angustiados». Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No
sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre? » Pero ellos no
comprendieron lo que les dijo.
Él
bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su madre conservaba
todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en
gracia ante Dios y ante los hombres.
Lucas 2, 41-52
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