* «Vivía una vida muy alejada de Dios, una vida muy pecadora, hasta el punto de que ya no quería seguir viviendo. Pero Dios, en su gracia, me envió algunas personas para que me ayudaran. Una de ellas me dio una Biblia y la leí entera en un mes. La Biblia me cambió la vida profundamente. Ya no fui el mismo a partir de entonces… Me di cuenta de que tienes que amar al Cristo total: no sólo la Cabeza, Jesús, sino también su Cuerpo, la Iglesia. Si no tienes a la Iglesia por Madre, no tienes a Dios como Padre. Con esto no quiero decir que los baptistas o los presbiterianos no amen a Cristo, pero le aman de forma imperfecta, incompleta»
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