* «Cuál fue mi sorpresa, en la mesa del quirófano, cuando los dos cirujanos después de analizar con gran detenimiento el ojo derecho -y luego el izquierdo por si se habían equivocado-, exclamaron desconcertados ‘¡aquí no hay nada!’. Ni que decir tiene que mi estado de ánimo pasó desde ese momento de las más oscuras sombras a la luminosidad más intensa»
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