* «Me confesé después de la misa en el Santo Sepulcro. Fue un reconocer que en mi situación anterior no tenía a Dios. El sacerdote me conocía bien y eso hacía más fácil. Años después entendería que entregar mis pecados era como dar un regalo a Dios. En ese momento, simplemente, lo viví como una charla de corazón a corazón, reconocerle al Señor: ‘mira, soy un desastre y lo sabes’. El último día, no sé si en una hora santa o en misa, el sacerdote levantó la Sagrada Forma. Yo la miré y Le dije: ‘no creo en Ti; a ver cómo solucionas esto’. ¡Y desde ese momento tengo unas ganas inmensas de estar ante el Señor sacramentado! Cuando volví, a España, descubrí que cerca de donde yo estaba, las Hermanas de Belén, en la Cartuja de Jerez, exponen el Santísimo. Empecé a ir. Ni siquiera sabía que era algo que se hace en la Iglesia: yo sólo lo había visto en la peregrinación. Ahora voy los domingos a misa y el resto de la semana a la exposición del Santísimo. Lo que San José hizo en mi corazón fue enseñarme la importancia de los sacramentos»
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