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sábado, 26 de julio de 2025

Homilía del evangelio del domingo: El deseo primordial que debe animar nuestra oración es que venga a nosotros el Reino de Dios / Por P. José María Prats

* «Junto con el Padrenuestro, oremos también con frecuencia pidiendo el don del Espíritu Santo: ‘Ven, Espíritu Santo, ilumina nuestros corazones y enciende en nosotros el fuego de tu amor. Envía, Señor, a tu Espíritu y renueva la faz de la tierra’»


Domingo XVII del tiempo ordinario - C

Génesis 18,20-32 / Salmo 137 / Colosenses 2, 12-14 / San Lucas 11, 1-13

P. José María Prats / Camino Católico.-  En el evangelio de hoy Jesús nos enseña a orar y para ello nos propone la oración del Padrenuestro. De ella aprendemos, sobre todo, que el deseo primordial que debe animar nuestra oración es que venga a nosotros el Reino de Dios, el reino del amor y de la paz que corresponde al designio divino para la creación. De hecho, las tres primeras peticiones del Padrenuestro son muy parecidas, pues cuando se hace su voluntad, Dios reina en el mundo y su nombre es reconocido como santo. En el resto de la oración se pide lo necesario para poder hacer realidad este Reino: el alimento material y espiritual que nos da la fuerza para vivir haciendo su voluntad, la reconciliación con Dios y con los hermanos que restablece la comunión y nos trae la paz, y el poder frente a la tentación y las fuerzas del mal que luchan tenazmente contra el Reino de Dios.

A menudo, cuando oramos nos sumergimos en nuestro pequeño mundo de deseos y necesidades personales. El Señor, en cambio, nos invita a salir de nosotros mismos y a ir más allá, a buscar primero el Reino de Dios y su justicia sabiendo que, entonces, todas las demás cosas se nos darán por añadidura. Así, si oramos pidiendo salud, no lo hagamos pensando principalmente en nuestro bienestar, sino en la posibilidad de servir mejor a los demás. Si oramos por la superación de situaciones difíciles que están viviendo otras personas, pidamos sobre todo que de ello resulte un progreso espiritual y una mayor comunión con Dios y con los hermanos. Que el Reino de Dios sea siempre la pasión que inspire nuestros deseos y nuestra oración: «santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo».

Pero Jesús insiste también en la importancia de la perseverancia en la oración. No porque haya que estar recordando a Dios las necesidades que conoce mejor que nosotros, sino porque la oración perseverante alimenta el deseo y nos prepara para recibir con fruto el don de Dios. Unos buenos padres saben, por ejemplo, que no deben regalar a su hijo una bicicleta la primera vez que la pide. No porque quieran hacerse rogar, sino porque conviene “que se la gane”: su deseo debe actuar como estímulo para esforzarse y llegar a saber lo que cuestan las cosas. Cuando finalmente se le entregue la bicicleta, la recibirá como un tesoro que cuidará y aprovechará. Del mismo modo, la oración perseverante que pide el Reino de Dios hace crecer en nosotros el deseo de este Reino y nos estimula para ir haciéndolo realidad con el don de Dios y nuestro esfuerzo. 

El evangelio termina diciendo: «Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?» Aquí, de repente, parece que lo que hay que pedir es el Espíritu Santo. Y es que Reino de Dios y Espíritu Santo son indisociables, pues es por el Espíritu como Dios viene a habitar en nosotros y nos trae la reconciliación y el poder para vencer sobre las fuerzas del mal e implantar su Reino: justo lo que pedimos en el Padrenuestro.

Así pues, junto con el Padrenuestro, oremos también con frecuencia pidiendo el don del Espíritu Santo: «Ven, Espíritu Santo, ilumina nuestros corazones y enciende en nosotros el fuego de tu amor. Envía, Señor, a tu Espíritu y renueva la faz de la tierra».


P. José María Prats


Evangelio

Un día que Jesús estaba en oración, en cierto lugar, cuando hubo terminado, uno de sus discípulos le dijo: 

«Señor, enséñanos a orar, como Juan lo enseñó a sus discípulos». 

Les dijo: 

«Cuando oréis, decid: ‘Padre, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Danos cada día el pan que necesitamos. Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos todos los que nos han ofendido. Y no nos expongas a la tentación’».

También les dijo Jesús: 

«Supongamos que uno de vosotros tiene un amigo, y que a medianoche va a su casa y le dice: ‘Amigo, préstame tres panes, porque otro amigo mío acaba de llegar de viaje a mi casa y no tengo nada que ofrecerle’. Sin duda, aquel le contestará desde dentro: ‘¡No me molestes! La puerta está cerrada y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme a darte nada’. Pues bien, os digo que aunque no se levante a dárselo por ser su amigo, se levantará por serle importuno y le dará cuanto necesite. Por esto os digo: Pedid y Dios os dará, buscad y encontraréis, llamad a la puerta y se os abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra y al que llama a la puerta, se le abre. ¿Acaso algún padre entre vosotros sería capaz de darle a su hijo una culebra cuando le pide pescado? ¿O de darle un alacrán cuando le pide un huevo? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre que está en el cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!».

San Lucas 11, 1-13

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