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domingo, 15 de junio de 2008

Ante la crisis alimentaria: Reformas, compartir, austeridad / Autor: Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de las Casas

SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, (ZENIT.org-El Observador).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, sobre la crisis alimentaria mundial que lleva por título "Reformas, compartir, austeridad".

* * *


VER

Las amas de casa, aún de las poblaciones más lejanas, están resintiendo el alza de precios en alimentos básicos. Los economistas avizoran que este panorama no tiene indicios de cambiar a corto plazo. Es un fenómeno típico de la globalización, que rebasa gobiernos e instituciones. La inestabilidad en los precios del petróleo, los subsidios de los países ricos a sus agricultores, el uso de alimentos para producir combustibles, la especulación financiera de las Bolsas, etc., intentan explicar en parte esta crisis.

¿Qué hacer? Se deben denunciar y atacar las raíces estructurales; pero, ¿qué nos toca a nosotros? Es un recurso fácil culpar de todos los males al gobierno en turno y al sistema neoliberal; pero reducirnos a lamentos y críticas no soluciona el problema. Quizá nos consuela aparecer como muy enterados del asunto y con muchas soluciones, pero el sistema no cambia sólo porque nosotros lo exigimos. Debemos buscar alternativas más cercanas y posibles.

JUZGAR

Jesucristo nos ordena preocuparnos por quienes no tienen con qué alimentarse. Cuando los corazones están dispuestos a compartir lo poco que tienen, se hace el milagro de la multiplicación; alcanza y sobra (cf Mc 6,35-44). Pero el egoísmo, que hace a unos enriquecerse y ser insensibles ante quienes no tienen qué comer (cf Lc 16,19-31), produce un infierno en la sociedad, por las desigualdades injustas, que hasta guerras pueden generar.

Dios da de comer hasta a los pájaros; pero no en el nido. Tienen que salir a buscar, para no morir de hambre. Si trabajan, nada les va a faltar. Quien no trabaja, no tiene derecho ni a comer (cf 2 Tes 3,10-12).
Hace poco, dijo el Papa Benedicto XVI a los participantes en una reunión de la FAO: "La creciente globalización de los mercados no siempre favorece la disponibilidad de alimentos, y los sistemas productivos con frecuencia se ven condicionados por límites estructurales, así como por políticas proteccionistas y fenómenos especulativos que dejan a poblaciones enteras al margen de los procesos de desarrollo. A la luz de esta situación, es necesario reafirmar con fuerza que el hambre y la desnutrición son inaceptables. El gran desafío de hoy consiste en globalizar no sólo los intereses económicos y comerciales, sino también las expectativas de solidaridad.

Os exhorto a continuar las reformas estructurales que son indispensables... La pobreza y la desnutrición no son una mera fatalidad. El derecho a la alimentación responde principalmente a una motivación ética: "dar de comer a los hambrientos" (cf. Mt 25, 35), que apremia a compartir los bienes materiales como muestra del amor que todos necesitamos y permite combatir la causa principal del hambre, es decir, la cerrazón del ser humano con respecto a sus semejantes que disuelve la solidaridad, justifica los modelos de vida consumistas y disgrega el tejido social, preservando, e incluso aumentando, la brecha de injustos equilibrios, y descuidando las exigencias más profundas del bien.

La Iglesia católica quiere unirse a este esfuerzo. Basándose en la antigua sabiduría, inspirada por el Evangelio, hace un llamamiento firme y apremiante, que sigue siendo de gran actualidad: "Da de comer al que está muriéndose de hambre, porque, si no le das de comer, lo matarás".

ACTUAR

Son necesarias reformas estructurales, sí; pero éstas nos rebasan a la mayoría. En cambio, la solidaridad, que es darse al que está solo, está al alcance de todos, incluso de los pobres. Hay que compartir con quien sufre más que nosotros, y abrir el corazón para estar cerca de quien más padece las consecuencias de la crisis alimentaria. Hay que evitar gastos innecesarios, lujos superfluos, modas transitorias, antojos momentáneos. En vez de consumir tanto refresco embotellado, hacer aguas frescas en casa; en vez de tanto uso de celular, moderación; en vez de gastar en caprichos personales, ahorrar; en vez de ir tanto a los centros comerciales, y gastar por gastar, reducirse a lo indispensable. Educar a los niños y jóvenes en la austeridad, asumiendo por convicción un estilo sobrio de vida.

martes, 29 de abril de 2008

5.788 kilómetros a pie: Vivir la pobreza es esperar todo de los demás / Autora: Gisèle Plantec

Entrevista con Edouard y Mathilde Cortès

ROMA, viernes, 25 abril 2008 (ZENIT.org).- «Hemos elegido abandonarnos totalmente en las manos de los hombres y de Dios para ensanchar nuestro corazón. Nos hemos convertido en pobres porque esperábamos todo de los demás». Tras una peregrinación de casi 6.000 kilómetros, de París a Jerusalén, Edouard y Mathilde Cortès están de regreso. Explican por qué eligieron hacer esta peregrinación y cómo la han vivido.

--La decisión de hacer esta peregrinación como mendigos ha interpelado profundamente a la gente. Era vista un poco como «una locura». ¿Se han arrepentido de esta decisión?

--E. y M. Cortès: Partimos a pie, sin dinero, sin teléfono móvil, mendigando la comida y un techo para dormir. Esto es loco, sobre todo en una sociedad en la que se recomienda la máxima seguridad y el mínimo riesgo. Teníamos pequeñas alforjas de cuatro kilos para Mathilde y siete para Edouard. Hemos dejado todo (apartamento, tareas, cuentas de banco...), hemos dejado a nuestras familias y nuestros amigos una semana después de nuestro matrimonio. Hemos querido despojarnos del exceso material en el que vivimos. Incluso de nuestra cuenta bancaria. Hemos elegido abandonarnos totalmente en las manos de los hombres y de Dios para ensanchar nuestro corazón. Nos hemos convertido en pobres porque esperábamos todo de los demás.

En siete meses y medio, hemos vivido con poco y no nos ha faltado nada. Hacerse pobre, llegar a ser pobre, no es un juego. Es una urgencia en nuestra sociedad donde el materialismo es un cáncer de los corazones. Es una necesidad si se quiere ir hacia el otro. Estábamos en una posición de mendigos. Hemos recibido de los hombres 103 acogidas para la noche en las casas y más de 250 comidas en familias. Nuestra supervivencia ha tenido una sola palabra: la confianza.

Por supuesto, también hemos pasado hambre. A menudo hemos dormido fuera, 82 acampadas en plena naturaleza o en lugares abandonados. Más que el pan, hemos mendigado lo que hay en el corazón de los hombres.

--¿Pueden describirnos uno de los momentos más duros de esta peregrinación? ¿Y uno de los más bonitos?

--E. y M. Cortès: 232 días, 5.788 kilómetros, sembrados de alegrías y de pruebas, 14 países atravesados, centenares de personas con las que nos hemos cruzado, esto quiere decir una multitud de bonitos momentos y una miríada de dificultades.

Lo más duro para nosotros no ha sido tener hambre o frío sino ser rechazados. Por ejemplo por un sacerdote católico en Croacia que no quiso venir a vernos y hablar con nosotros sino que, por persona interpuesta, nos mandó dormir lejos de su iglesia. No parecíamos muy «adecuados» sin duda, instalados a dormir ante el porche de la casa de Dios. Otro momento duro: en Siria, sospechosos para los servicios de información, tomados por lo que no éramos, seguidos permanentemente, interrogados todos los días y de hecho en semilibertad y al borde de la paranoia. Lo más difícil fue el miedo de los hombres. Vencer sus temores, he aquí el verdadero desafío. Para esta marcha, para la vida. Era necesario aprender a volver a dar confianza y experimentar que «el amor perfecto ahuyenta el temor».

Los bellos momentos, son descubrir lo extraordinario en lo cotidiano. Una mano que se tiende, una puerta que se abre cuando no hay nada que dar a cambio. Especialmente, ese momento en el que tienes hambre y frío y donde sin que tú pidas nada a nadie, alguno te invita. Esto nos ha sucedido muchas veces, como ese día de bruma en Montenegro tras el paso de una colina, donde fuimos acogidos a desayunar por una familia que estaba a punto de hacer mermelada. Continuamos con cinco kilos de patatas en los sacos. Pero nuestra alegría pesaba más todavía.

O el recuerdo de Marta, una niña serbia de seis años que nos regaló su único juguete: «Tened, esto será para vuestro primer niño». O Ender, un rico tratante de diamantes en Turquía, musulmán practicante, que lavó nuestras ropas después de ocho días de marcha.


--¿Tuvieron la tentación de abandonar? ¿En qué momento? ¿Qué les ayudó a continuar?

--E. y M. Cortès: En varias ocasiones quisimos detener nuestra marcha. Los momentos de desánimo vinieron sistemáticamente tras un golpe duro: discusiones de pareja, rechazos, una agresión en Turquía, la nieve o la lluvia incesante, presiones psicológicas de los servicios de información sirios, tiro de piedras e insultos de niños en Oriente Próximo, la expulsión dos veces de los aduaneros israelíes.

Pero nuestra fuerza era ser dos. Raramente el desánimo nos vino a los dos a la vez. Siempre estaba uno para apoyar al otro. Y cuando hemos flaqueado juntos, Él estaba allí, para apoyar a nuestra pareja.

--¿Qué «lecciones de vida» extraen de esta larga marcha? En principio, a nivel humano. ¿Qué han aprendido a través de los innumerables encuentros que han hecho?

--E. y M. Cortès: Este camino ha sido para nosotros imagen de la vida. Pues se quiera o no, estamos en ruta y hay que marchar. A pesar de la lluvia, el viento, el sol que quema, los guijarros del camino... Avanzar, a pesar de los obstáculos y la fatiga. Avanzar «mar adentro», hacia el ideal. Ideal que tiene la imagen de la línea del horizonte que no se alcanza nunca, en esta tierra. Toda vida humana es aventura. Asumimos sus riesgos porque de ellos depende una eternidad. Fue un viaje de luna de miel para lo mejor y para lo peor. Hemos visto hombres con el corazón duro y cerrado. Hemos visto el poder del mal y la injusticia. Y por primera vez de manera tan viva lo hemos sentido y experimentado en nuestros corazones y nuestras carnes.

Hay hombres de gran corazón. Se cree poco en ellos porque son a menudo discretos o están ocultos. No hablan de caridad, la viven. Con ellos es posible un verdadero encuentro, entre el que acoge y el que recibe. Entonces la alegría se comparte. Surge una armonía y la lengua que era una barrera ya no sirve. Se da un corazón a corazón donde el pobre es tan feliz como el que da. Como si la hospitalidad que practicaban nos humanizara y a ellos con nosotros. Como si lo que daban gratuitamente les trascendiera y a nosotros con ellos.

Hemos ido a la escuela de la sencillez: tomar el tiempo como viene, a la gente por lo que es. Durante siete meses y medio, hemos llevado las mismas ropas, comido lo que se nos daba, bebido con la misma sed agua, alcohol, café, té. Como los metrónomos de la ruta, hemos vivido al tic tac del corazón, dejando la prisa y el tiempo a aquellos para los que la vida es una carrera.

En fin, hemos hecho la experiencia del esfuerzo y del sacrificio. Hemos sobrepasado muy a menudo nuestros límites. Físicamente, psicológicamente, cuando se está al borde, o cuando se cree estarlo, siempre hay una parte de posibilidad en el Hombre. Esto nos invita a la Esperanza. La ascesis no está de moda. Poco importa, la hemos vivido todos los días. Los hedonistas se burlarán, pero hemos descubierto la alegría profunda que hay en prodigarse por más grande que se sea. Un camino de cruz que se acepta es un camino de alegría.

--A nivel espiritual, ustedes partieron con un espíritu de abandono total en Dios. ¿Tienen el sentimiento de que Él les ha acompañado y de que le conocen mejor hoy?

--E. y M. Cortès: Paso a paso, hemos experimentado que el hombre no vive sólo de pan, que no es sólo un ser de carne. Esta marcha ha revelado en nosotros una música interior, el canto del alma. Día tras día, hemos hecho brotar otra riqueza, la de la fe. Con Jesús, nuestros pies rumiaban «donde está tu tesoro, está tu corazón».

Hemos descubierto la fuerza de la oración del pobre: la de un niño que grita su angustia, su cólera a su padre esperando todo de él. «Danos hoy nuestro pan de cada día...». La oración del pobre, del niño que dice «gracias Papá» por esta persona conocida, por estos higos encontrados al borde del camino, por la sombra de un árbol a la hora de una parada, por este fuego que rescalda en el lugar de la acampada.. Peregrinar es aprender a reconocer la presencia divina en nuestras vidas.

Cogíamos cada día el rosario, la mano de la Virgen María. Al hilo de cada padrenuestro y avemaría, se deslizaba una intención especial que nos había sido confiada, sobre todo las que han enviado por mail los lectores de Zenit.
Hemos descubierto la meditación de los pies. Los pasos, por su ritmo lento, dejan al espíritu vagabundear más lejos que todas las bellas fórmulas. Sin grandes discursos ni impulsos místicos. Es la oración del corazón. La que escucha antes de hablar.

Desde hace dos mil años, esta ruta hacia Jerusalén ha sido recorrida por millares de peregrinos, vagabundos o aventureros. Marchamos con ellos, no teniendo el sentimiento de realizar una hazaña sino de formar parte de las ovejas que van hacia su Pastor. Nos hemos mantenido sobre todo por la oración y los pensamientos de nuestras familias, nuestros amigos, de muchos que marchaban en su pensamiento con nosotros. Es una experiencia de comunión más allá de los kilómetros.

Nos ha hecho falta aprender a perdonar a los que nos han rechazado. Sacudir el polvo de sus sandalias, no en un gesto de desdén sino para dejar allí el mal y los rencores. No es algo fácil. El polvo se queda adherido.

Lo más bonito de esta marcha fue tratar de abandonarse en Dios. En este campo, nada se aprende del todo. Cada día, cada instante es necesario renovar la confianza a tu cónyuge, a los otros, a Dios. Esta marcha era nuestro primer paso.

--Estos meses de esfuerzos, de pruebas pero también de alegría, seguramente han hecho madurar su relación de pareja. ¿Tienen la impresión de haber aprendido cosas importantes para lograr su vida de pareja?

--E. y M. Cortès: Hemos vivido en modo extremo nuestros primeros meses de matrimonio: 24 horas al día juntos, no es normal. Este viaje ha sido como una alegoría de la vida de pareja: una expedición de larga duración que exige una buena dosis de intrepidez, de confianza y de perseverancia.

En pareja, nada resiste en el camino, ninguna máscara. Fatigas, perezas, orgullos... es tiempo perdido quererlos ahuyentar. Imposible dejarse embaucar, ver al otro como se quisiera que fuese. Así hemos podido hacer un trabajo de verdad sobre cada uno. Y a cambio hemos podido aprender a aceptar al otro tal como es. Sobre todo hemos aprendido que el amor no es sólo un sentimiento. Vivimos hoy de un amor que queremos construir todos los días, como en el camino, con lágrimas o cantando.

Creer que el otro nos comprende naturalmente sin palabras es un error. Lo que va bien sin decirlo, va mejor diciéndolo: ¡es preciso comunicar! Nuestras reacciones frente a los acontecimientos son muy diferentes, lo que implica prestar siempre atención al otro, a lo que se recibe de él. Estas diferencias de percepción no han conducido a menudo a discutir, fuertemente a veces, a causa de incomprensiones. La ocasión para aprender a pedirnos perdón, a recibir y aceptar el perdón del otro.

Los escépticos murmuraban cuando partimos: «Se van a separar antes de llegar», «era necesario partir antes del matrimonio, para ver si la pareja resiste». Muy al contrario, lo que nos ha hecho marchar es el habernos comprometido de por vida. Teníamos un proyecto común, el de alcanzar Jerusalén. Sin proyecto de pareja, se adormece. Lo que nos hizo progresar fue que queremos amarnos. Sin voluntad se acaba por dejarse. Lo que nos hizo avanzar fue nuestro deseo común de la Jerusalén celeste. Los grandes deseos llevan a la Vida.

--Y ahora, ¿qué proyectos tienen?

--E. y M. Cortès: Estamos escribiendo un libro que aparecerá en francés, en la editorial XO, en octubre de 2008 con nuestro cuaderno de ruta y nuestro testimonio. Para mantenerse informados, pueden consultar el sitio: http://www.enchemin.org


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Traducido del francés por Nieves San Martín

jueves, 13 de diciembre de 2007

Generosidad, dar a los demás lo mejor / Autor: Francisco Cardona

Enseñar a poner el corazón en cada acción que nos lleve a compartir con los demás

Definición


La generosidad es la virtud que nos conduce a dar y darnos a los demás de una manera habitual, firme y decidida, buscando su bien y poniendo a su servicio lo mejor de nosotros mismos, tanto bienes materiales como cualidades y talentos.

La solidaridad es una determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; no es un sentimiento superficial por los males de tantas personas cercanas o lejanas, sino una actitud definida y clara de procurar el bien de todos y cada uno.

Meta

Formarnos en la generosidad, el desprendimiento y en el dar lo mejor de sí, contrarrestando los efectos del egoísmo. Salir de sí mismos y experimentar la felicidad que proporciona el donarse a los demás y vivir el valor del servicio, que implica una participación y solidaridad profunda con el otro.

Sentir la felicidad de los demás como propia, porque esto nos hará más felices en la vida porque compartiremos no sólo los propios éxitos y logros sino los de los demás.

Sólo se podrá ser realmente feliz haciendo felices a los demás, preocupándonos por los otros aún si nosotros mismos nos encontramos en el sufrimiento. Y como fruto de esta comprensión y convencimiento, nos comprometemos con los demás, viviendo la generosidad y la solidaridad

Somos responsables de la felicidad de los demás, que lo que hagamos o dejemos de hacer siempre tendrá repercusiones positivas o negativas en los que nos rodean, y como fruto de este convencimiento debemos optar por participar buscando siempre el bien común.


¿Por qué nos interesa fomentar la virtud de la generosidad?

¨ Porque experimentaremos que hay más alegría en dar que en recibir, y podremos optar por una vida de generosidad que nos brindará una mayor felicidad y realización personal.

¨ Porque asumiremos que también somos
¨ Porque descubriremos que el valor de la persona no se mide por la cantidad que da sino por la alegría y la generosidad que manifiesta en sus detalles. La manera de dar vale más que lo que se da. Y así seremos capaces de ver a las personas no en función de lo que tienen sino de lo que son.

¨ Porque aprenderemos que ser generosos es saber dar, acompañando lo que damos con ternura, afecto y alegría. Que se debe poner el corazón en cada acción que nos lleve a compartir y viviremos la verdadera generosidad en nuestra relación con todas las personas.

¨ Porque dar es el acto en que se expresa el amor y una persona que sabe amar es generosa. Comprenderemos que compartir no se limita a dar cosas materiales, sino que involucra el tiempo, la atención, el amor, los sentimientos, etcétera y estaremos capacitados a amar con madurez y sinceridad, sin egoísmo.

¨ Porque no se trata únicamente de aprender a dar cosas, sino de aprender a darse uno mismo. Ser generoso no es dar lo que nos sobre, sino dar lo que somos. Este es el fundamento de la felicidad humana.

¨ Porque es enriquecer a los que nos rodean con nuestros propios valores, colaborando en la transformación de la sociedad, sin permitir que se desperdicien los dones y cualidades que Dios ha dado a cada uno.

¨ Porque compartir implica estar atento y saber reconocer la necesidad del otro, abriéndose a los demás y abriendo el propio interior al amor de los otros.

¨ Porque la solidaridad debe ser una actitud habitual, firme y perseverante de servicio, de poner atención en las necesidades de los demás, aún a costa de los beneficios propios.

¨ Porque valorar y ayudar a los compañeros y participar con ellos llevará a la solidaridad y a la generosidad.

¨ Porque la solidaridad implica un compromiso que en muchas ocasiones nos obliga a dejar nuestra comodidad e intereses inmediatos por el bien común. Este compromiso lo debe llevar a buscar siempre los mejores medios, comprometiendo a la persona para servir y trabajar con generosidad por los demás.

¨ Porque ser generoso en el servicio a los demás da sentido a la propia vida.

¨ Porque al vivir esta virtud no desde un punto de vista teórico, sino práctico, lograremos una mayor armonía en la familia y en la sociedad, trabajando y luchando juntos y capacitaremos a los demás a formar la propia familia con más posibilidades de estabilidad, éxito y felicidad.

Vivir la generosidad significa

¨ Dar con alegría.

¨ Compartir de buen modo.

¨ Dar algo que es valioso para mí.

¨ Guardar parte de mi dinero o de mis cosas para ayudar a quien lo necesite.

¨ Compartir con una sonrisa aunque me sienta mal.

¨ Compartir mi tiempo escuchando con atención lo que otros tengan que decirme, aunque yo tenga otras cosas que hacer o realmente no me interese mucho lo que dicen.

¨ Estar siempre pendiente de las necesidades de los demás, más que de las mías.

¨ Estar siempre dispuesto a dar lo mejor de mí ante las necesidades de los demás.

¨ Ayudar sin que nadie me lo pida.

¨ Compartir mi tiempo ayudando aunque tenga que dejar de hacer otras cosas que me gustan.

¨ Estar pendiente de las necesidades de los demás.

¨ Hacer algo cada día por el bien de los demás, buscando la manera mejor y más eficaz de hacerlo, dando siempre lo mejor de mí.

Qué facilita la vivencia de esta virtud

Las virtudes de:

¨ Servicio, y las capacidades de desprendimiento y disponibilidad que nos ayudan a ser capaces de dar y darnos en el momento en que se necesite.

¨ Alegría y amabilidad que nos lleva a ser generosos dando siempre lo mejor de nosotros.

¨ Compañerismo y participación que nos ayudan a buscar y trabajar por el bien común y a contrarrestar el ambiente de egoísmo que prevalece en la sociedad.

¨ Comprensión y responsabilidad que nos ayudan a entender las necesidades de los demás, y a sentir que somos responsables de dar una respuesta comprometida y seria ante las necesidades de los otros.

¨ Gratitud y hospitalidad que nos conducen a darnos cuenta de los dones que tenemos, dar gracias por ellos y compartirlos con otros.

¨ Magnanimidad, que nos lleva a tener miras altas en el servicio a los demás.

¨ Fomentar un ambiente en donde se atiendan las necesidades de los demás antes que las propias.

¨ Ejercitarse en actos de servicio voluntario.

Qué dificulta la vivencia de esta virtud

¨ La competitividad mal entendida y egoísta que lleva a pensar en el otro es enemigo en potencia.

¨ Ambiente de egoísmo e individualismo.

¨ Pusilanimidad, estrechez de miras.

¨ Dureza de corazón .

En el Evangelio podemos encontrar cómo Jesús valora la generosidad:

«Estaba Jesús en el templo y veía cómo los ricos iban echando dinero en el cofre de las ofrendas. Vio también a una viuda pobre que echaba dos monedas de poco valor y dijo: "Les aseguro que esa viuda pobre ha echado más que todos los demás; porque ésos han echado de lo que les sobra, mientras que ésta ha echado todo lo que tenía para vivir."» Lc 21, 1-4.

«Jesús recorría toda Galilea, enseñando en sus Sinagogas, anunciaba la buena noticia del reino y curaba las enfermedades y las dolencias del pueblo.» Lc 6, 17

«Entonces Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: “Me da lástima esta gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen que comer. No quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan por el camino."
Los discípulos le dijeron: “¿De dónde vamos a sacar en un despoblado para dar de comer a tanta gente?”
Jesús les preguntó: “¿Cuántos panes tienen? Ellos le respondieron: siete, y unos pocos pececillos.”
Entonces Jesús mandó a la gente que se sentara en el suelo. Tomó los siete panes y los peces, dio gracias, los partió y se los iba dando a los discípulos, y éstos a la gente. Comieron todos hasta saciarse, y recogieron siete cestos llenos de los trozos sobrantes. Los que comieron eran cuatro mil hombres, sin contar mujeres y niños.» Mt 15, 32-38.

«Entonces el rey dirá a los de un lado: “Vengan, benditos de mi Padre, tomen posesión del reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber; era un extraño, y me hospedaron; estaba desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; en la cárcel y fueron a verme”. Entonces le responderán los justos: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos; sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo fuiste un extraño y te hospedamos, o estuviste desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?” Y el rey les responderá: “Les aseguro que cuando lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron”.» Mt 25, 34-40.

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Fuente: Catholic.net